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jueves, octubre 11, 2012

Caras.



En la más negra oscuridad de la noche lejana sonará un disparo que iluminará por un corto instante todas las imágenes. Luego, volverá el negro, la oscuridad, por un par de segundos. El sonido penetra y retumba en todo el follaje en que están metidos. Las sombras se cortarán de nuevo con los sucesivos relámpagos de las luces de los fusiles que ahora son cientos que resuenan e iluminan constantemente. El repiqueteo es atronador, entre sudores, órdenes y gritos de dolor. En ese momento se despierta sobresaltado, incorporándose rápidamente sobre sí mismo. Las imágenes anteriores tardan en irse un tiempo que parece largo, el peso de la realidad la va ahuyentando de a poco. Con los ojos abiertos mira el paisaje delante de sí. El lugar es onírico y de no ser por las palabras que vienen de atrás suyo presumiría que todavía está entre sueños. Habla usted como indio en sus sueños, dice la voz rasposa y gangosa. De no ser porque esa voz lo reconforta con la inminencia de lo reconocido lo asustaría. Le tomó cientos de leguas entender la forma de hablar de su compañero. Ah, sí, le dice, qué decía. Escucha que el otro escupe y da unos pasos, huele el polvo de sus pisadas, se vuelve a tirar, lo siente. No lo sé. Hablaba, gritaba, se movía, parecía estar endemoniado. Se calla. Otra vez, todas las noches. Las palabras quedan retumbando en la nada, en donde están. No sabe qué decir. No tiene nada para decir. Pero sabe que habla bajo prusiano entre sueños.
Amanecía entre ellos. Lejos la niebla los rodea y los abraza. Se queda sentado viendo cómo las luces mutan y se mueven entre las nubes bajas. Los caballos y la manada están a unos pasos, tomando agua del estanque, invisibles a la vista, pero sensibles al olfato. Lo que está alrededor de ellos, que es el paisaje en que están andando en todos estos últimos días, no lo ayuda al momento de despertarse. Siente que no se despierta, parece que sigue en el mundo de los sueños. Asume que es por la niebla y porque el paisaje no ha cambiado en las últimas tres jornadas. La chatura del campo lo vuelve loco, la niebla a la mañana lo desespera, le molestan los moretones en el cuerpo del andar a caballo y las constantes huidas del ejército británico por las noches. Se para lentamente con todos los dolores de la noche, de las corridas y los disparos. Las imágenes quedan en su retina un largo tiempo, con la monotonía las logra dejar en un recodo de su mente, pero nunca se van. Como nunca se van cuando camina entre medio de la selva africana las imágenes de la inmensidad de la pampa.
No hay visibilidad más allá de una decena de metros. Estaba seguro que salir y hacer ese viaje iba a ayudarlo a enterrar la otra vida que emerge de entre sueños, pero no hizo más que agudizarlo. Por las noche marcha entre árboles, machete en mano, oficial entre un ejército de nativos enlistados por el general. Escapan y plantean guerra de guerrillas, las provisiones son escasas y se mantienen por ingenio de su superior. Siempre evitan las aldeas, fue una orden expresa, evitar las aldeas. Eso pasó hace dos o tres noches atrás, así no se evaden. Los alemanes asintieron entre medio del calor y el cansancio. Nadie se queja. La luz hace juegos raros entre la niebla. Da unos cuantos pasos. No hay sonidos, pero en sus oídos siguen los disparos. Tal vez lo hirieron. Le duele el hombro derecho, se lo toma con mano izquierda dentro de su poncho negro y blanco. El viento le corta los labios y levanta el polvo de la seca que emergen con sus pasos. La luz es hermosa entre todos los efectos lumínicos.
Amanece lentamente, es igual todas las mañanas, la luz es más clara de este lado. A veces de entre la niebla aparece el ganado. Primero se sienten los sonidos de los cascos, los contornos se van formando entre sombras negras. Luego vienen los colores y por último los detalles, pero el fondo es siempre blanco. Y luego desparecen en sentido inverso. El piso está todo húmedo, entre el rocío de la noche y la escarcha de la mañana. Su cara debe estar blanca de frío y negra de tierra. Por lo menos está así la de su compañero que está tirado, al ras del piso, entre su caballo y sus pertrechos. Extraña en la mano la rugosa madera del mango del machete, siente en su hombro el peso del fusil inglés que tomó de un enemigo caído. Toma un trago de agua del estanque. Y mira delante suyo. Sabe que allí está el horizonte, de ese lado es de donde venían. No sabe para qué lado estará el futuro, no tiene idea de dónde está el sueño.
Vuelve lentamente al lugar donde su compañero esta tirado. Duerme profundamente, se pudo dar cuenta por sus ronquidos. Lo patea suavemente en el costado del pecho, luego lo hace más fuerte cuando no se despierta. Abre los ojos y lo mira con odio. No se puede dormir con usted, primero habla toda la noche, con esos sonidos guturales, sólo puedo dormir cuando está despierto. Se incorpora rápidamente, se para. Lo mira. Recuerda que le dijeron algo parecido en sueños. Un suboficial alemán, de Wuppertal, de su regimiento, una noche, bien oscura, le dijo que era mejor que no duerma, ya que cuando lo hacía hablaba en español, gritaba locuras y gesticulaba, y que si lo hacía de noche los delataba. El suboficial murió una madrugada, un accidente en un río, a veces los soldados mueren de la forma más tonta, no por balas enemigas sino por tonterías. Su compañero se apea en su poncho y lo mira. Le pregunta qué le pasa. Él le dice que no sabe. El otro no le cree. En esa niebla no pueden empezar el día. Por eso su compañero lo mira. Le dice que probablemente este endemoniado, que quizás en las noches mandinga toma su cuerpo y habla, que tendría que ir a ver a un párroco. Se ríe. Su compañero lo mira, largamente. Toma mate. No le ofrece. Salvo el primer día, antes de dormir, nunca le ofreció. El le dice que no cree en el diablo. Su compañero dice que no es cuestión de creer o no, sino que está ahí, en el aire, que una vez, en la pulpería vio como un viejo de casi cien años, que no se podía mover, lo tomó mandinga una tarde y se llevó a tres tipos en una partida de truco. No es cuestión de creer o no, sino que existe, está dentro de todos. Y se toca el corazón.
No se ve el sol. Lo presiente. Tiene frío. Está la inmensidad de la pampa. Le molesta el vacío, no sabe si prefiere eso o lo lleno que está la jungla. En esta vida no le pasa nada. Va de acá para allá llevando ganado ajeno, esquivando a los indios y a los milicos. En la otra vida, la vida nocturna, cree que tampoco pasa nada, va de acá para allá, evitando a los soldados ajenos y a las aldeas de sus soldados. De este lado anda todo el tiempo con su compañero, sólo él, del otro lado van muchos, pero cada vez son menos. Las noches están repletas de ráfagas de metal. Hace calor y hay mosquitos. El frío le parte los labios de este lado. Odia el vacío y se llena con vegetación y árboles y muertes. Una vez un soldado negro le dijo que estaba endemoniado también. Se lo dijo con pocas palabras, temblando en alemán, con gestos, con un cuchillo en la mano. Le dijo que se lo podía sacar, si iban a su aldea, que allí el brujo podría sacar los fantasmas de dentro de su alma, y que podría dormir tranquilo. Todo eso quedó en la nada cuando el general Paul von Lettow-Vorteck se acercó a ellos, por supuesto cuadraron y saludaron. El general se llevó a los oficiales a un rincón y les propuso la táctica para los siguientes días. África del Este está perdida desde el comienzo, dijo, pero debemos hacer que los ingleses sangren esta victoria. Esa mañana se despertó en un campo, bajo un ombú, solitario. Su compañero lo miraba.
Da unos pasos pateando el piso. Levanta polvo. La seca tiene a todos a maltraer. Allá no para de llover. Es la temporada. Su compañero lo mira. Juega con el cuchillo. En la mirada tiene algo raro. Sopesa si tiene ganas de matarlo. Se dice que si intenta algo él es más rápido con el facón. No hay nada reseñable en los días, está el vacío, el tedio y los movimientos. Recuerda los sucesos de la noche como algún tipo de cuento que se cuenta para matar el tedio que le provoca el paisaje conocido y los trabajos habituales. Se pregunta cómo sería la pampa llena de algo. Pero la niebla se abre lentamente y se ponen a trabajar rápidamente, en sus caballos juntan el ganado y emprenden el camino.
Durante el recorrido no pasa nada. Trabajan, no hablan, sólo por gestos y sobreentendidos, saben que hacer, hace tiempo que lo vienen haciendo. Hacen unas cuantas leguas y hacen rancho cerca de unos sauces y un estanque. El agua está turbia, pero es agua. Hacen un fuego y cae la noche, se queda dormido, con los brazos sobre el pecho. Lo golpearán en la cabeza y abrirá los ojos entre ramas, instintivamente hará que sus soldados paren la marcha y le hacen caso rápidamente. Cerca de un río verá a un soldado inglés solitario, andará con una escopeta y tendrá barba blanca. Empezará la cacería. Intentarán cortarle el paso, quizás sea un explorador intentando marcar el lugar donde estarán ellos. Mandará a sus soldados a que lo acollaren. Él tomará su fúsil y esperara. Sus soldados se acercarán lentamente conociendo el terreno. Los cubrirá desde una posición retrasada, notará que el inglés levantará y disparará. En el blanco. El sonido quedará retumbando en el aire. Se parará y recorrerá el camino hasta el cadáver. Sus soldados y él verán al muerto. Luego beberán agua. La noche es tensa y llueve. Las imágenes de un día común andando a caballo llevando ganado de un lado al otro tardarán en irse de su cabeza, pensará que es una forma de intentar manejar el estrés que le provoca toda la situación, estar lejos de su casa en Danzig, de sus hijos. Por eso creerá que se imagina en la pampa cuando puede dormir un rato. Un suboficial se le acercará y le dirá que fue un buen tiro. Volverán con la fuerza principal lentamente y reconociendo el camino. No se encontrarán con nadie en mucho tiempo. El suboficial le dirá que habla en español por las noches, que reconoció el idioma, le preguntará si alguna vez ha ido a España. Él le dirá que no, que nunca ha ido. Y que no cree que el idioma se exactamente español. Caminarán esquivando el amontonamiento de vegetación y no le contará a nadie de sus sueños. Hasta que se despierta entre la niebla, en el vacío y se sube a su caballo.

martes, septiembre 13, 2011

Teorías en Movimiento.


Está sentado en silencio, en la cabecera de la gran mesa de roble, uno de los muebles más valiosos de la universidad, de los más antiguos. Las ventanas están cerradas, las pesadas cortinas no terminan de tapar toda la luminosidad que entra desde afuera, pero no permite que nadie pueda mirar para adentro. Esto el profesor de escritura creativa de la Universidad lo había notado las primeras veces que había dado clases en esa aula, en el ala este del campus universitario. Él tiene las manos apoyadas sobre la gran mesa de roble, las puso hace poco tiempo ahí, al principio, el vidrio que la recubre, le dio un poco de frío pero con el tiempo cesó. Lo mira al otro, al negociador, sentado pasivamente enfrente en la otra cabecera.
El negociador, está sentado donde se sentaba siempre el mismo molesto estudiante, a unos cinco metros. Entró hace diez minutos, lentamente, examinó desde lejos a los estudiantes en el suelo, maniatados a un costado, con cinta aisladora en sus bocas, eran cuatro que todavía sufrían. Se sentó porque el Profesor le pidió que lo haga de una manera cortés, correcta, y él sabía que nunca hay que decir que no en una situación de rehenes. La primera evaluación que había hecho, hablando por teléfono, no había sido satisfactoria. Todo el asunto se había desarrollado bien temprano, en la primera mañana, cuando empezaban las clases. El Negociador se había dado cuenta de entrada que el Profesor conocía el terreno y los francotiradores no tendrían disparos limpios para terminar el asunto rápido en la posición que se daban las cosas. Siempre era una opción pero no era la que más le interesaba, era de los que quería que todo se acabara de la forma más limpia posible, claro que este asunto ya había empezado mal. Muy mal. El aula sólo tenía una sola puerta para entrar o salir, y era también de roble, maciza, de mucho valor histórico y arquitectónico, pero el negociador no tendía problemas en mandarla a destruir si eso podía hacer salir sanos y salvo a los cuatro estudiantes vivos. Solamente que lo dudaba.
Antes de entrar sus superiores le habían dicho que busca la forma, por todos los medios posibles, para intentar cambiarlo de lugar, sentado en donde estaba el profesor, no había posibilidades para que los francotiradores hicieran su trabajo, y parecía que lo sabía. El estilo del negociador siempre es intentar salir de los problemas es hablando, a veces le parecía increíbles todos esos embrollos en los que cierto tipo de personas se mete.
El profesor tiene las manos entre la pistola automática, un arma eficiente, una Colt 1911, calibre cuarenta y cinco, arma usada por los soldados norteamericanos desde antes de la Primera Guerra Mundial hasta mediados de la década del ochenta. El padre del negociador tenía una en su casa y, probablemente, esa arma fue usada por el padre del profesor en la guerra de Corea en la cual, según su expediente participó en un regimiento de infantería. Estaba aceitosa, lubricada y cuidada. En el ambiente todavía había aroma a pólvora.
Todavía, más allá de la invitación a tomar asiento que habían sido gestos con la pistola, no habían hablado. Se estuvieron midiendo en silencio un largo rato, el Profesor lo miraba con un aire medio distraído, como si estuviera pensando en otras cuestiones. El Negociador intentó sacar provecho del tiempo muerto repasando todos los recovecos del lugar, intentando encontrar otra forma de entrar, por algún momento pensó que las ventanas podrían servir, pero tenían una pesada reja que podría llegar a complicar el asunto.
El Profesor hace gestos de querer hablar, el negociado se dispone a escuchar. Intentará usar toda su psicología para sacar rédito de lo que diga, casi siempre los deja hablar primero y va usando lo que les van soltando, en su experiencia, siempre quieren terminar con el asunto, quieren salir, volver a estar afuera, pero tienen miedo de todo, de lo que han hecho, de lo que va a pasar, de sus rostros en la televisión. Es como si entraran en razón de golpe y por eso esperan, intentando descifrar cómo salir de ahí, a veces, tomando las decisiones incorrectas.
Finalmente, el Profesor habla: “Hay que tener ganas de escuchar. Y yo siempre escucho. Sé que ese es, también, su trabajo; es también escuchar, aplicar su conocimiento e intentar encontrar una solución que sea útil para todos. Mi trabajo en esta universidad es similar, sino igual. –El negociador asiente, no por medio de palabras, sino de gestos-. Mi cátedra se llama “Taller de Escritura Creativa” y todos los quiero ser escritor vienen al curso. Por supuesto que yo escribo, he publicado varios cuentos en varias revistas universitarias y una larga novela sobre formalistas rusos en la revolución de Octubre. Tuvo un cierto revuelo en la crítica, se discutió, fracasó estrepitosamente en las ventas, tanto que nunca me publicarán otro libro. Por eso estoy acá, sino no haría este trabajo, realmente. Normalmente vienen aquí los que están en una medianía, no son buenos ni son malos, y se nota que están acá para sacar los créditos necesarios y seguir sus caminos como críticos literarios o periodistas. No me caen mal los de las carreras de comunicación. Pero odio a chicos con deseos de estrella, deseos de ser escritores, bah, escritores, deseos de ser una luminaria de la industria editorial, y de esos hay demasiados, diría. Y este era uno de esos. –Hace un gesto a su costado derecho, el negociador levanta un poco la cabeza para mirar-. Escribía malos cuentos, pero su estrella no era la calidad sino la suerte, así era como siempre se los publicaban en prestigiosas revistas y lo llamaban la cosa nueva. Decían que tenía un estilo, una voz novedosa. Por supuesto que yo sé que a cuando algunos escriben mal lo llaman estilo. Pero en esta oportunidad no era un eufemismo. Y ahora le van a publicar una novela. Bueno, será un éxito, eso seguro, pero no va a escribir la continuación”.
El Negociador se da cuenta que tiene que ser un poco más proactivo, que es el momento de aprovechar el bajón anímico del Profesor y lo toma. Le plantea las opciones que posee, le aclara los puntos oscuros, intenta que abra los ojos, que vea todo lo que ha hecho, lo que está haciendo todavía. En algún momento de la charla, se da cuenta que el profesor es una persona derecha, un hombre que cree en el bien y el mal, y lo que desea hacerle notar es que ha hecho un mal. Un gran mal. Que la balanza de la justicia ya cayó para el otro lado y que dejé en paz a los chicos que todavía están vivos a su izquierda, la derecha del Profesor.
Pero el profesor le hace una pregunta: “¿Conoce usted la técnica literaria del “Arma de Chéjov”?”, saliendo por un momento del mutismo en el que se había sumido. El Negociador no sabe de qué está hablando, y le dice lo que sabe sobre el dramaturgo ruso, intentando no decir que no. “Se ve que conoce a Antón Chéjov, pero se equivoca. Era un genio del cuento corto. Generó de los mejores, sino los mejores, cuentos cortos del Siglo XIX, sino de toda la historia de la humanidad. Teatro, usted es como casi todos los que conocen su teatro. El verdadero genio de este autor está en los relatos. Odio ir a ver obras de teatro y, al final de la obra, ver cómo se llevan los aplausos las marionetas que son los actores. Cuando en realidad somos nosotros, los que nos sentamos en la máquina de escribir los que generamos todo. Ellos no serían nada sin nosotros, y nuestros textos podrían sobrevivir sin ellos. El drama, la tragedia, todo está en el papel, y ellos sólo repiten como loros nuestras palabras. El teatro, es sólo una forma de robarnos la luz, porque nosotros, los autores, no queremos divismo, no tenemos el ego de los actores. Actores, puf, normalmente destruyen la obra. Son marionetas, son nuestros personajes, hacen lo que nosotros queremos”. El negociador escucha, intenta terminar de develar todo lo que le dijo, porque sabe que en sus palabras hay un gran valor psicológico, pero mientras está intentando usar esa información el otro retoma su monólogo: “Continuando. Esta técnica, el arma de Chéjov, dice que «si presentaste un arma cargada en el primer acto, la tenés que hacer disparar en el último», por supuesto que así como está esta técnica, tenemos a su opuesto. La cual es el “Arenque Rojo”. Ésta última impulsa la teoría que hay elementos que se ponen en la trama sólo para desviar la atención. Así que más allá de todo esto estamos aquí. Y yo pienso en esos términos. El arma está entre mis manos y, además, tal vez usted es sólo un mero elemento de distracción en la trama. Porque como usted ve, mi querido colega, yo soy el cuento, aquí esta mi escenario, yo lo escribo. Este es mi cuento, ¿Entiende?”.
El Profesor se remueve en la silla, se para, pero está en el mismo lugar, solamente que parado. El Negociador lo mira y piensa en cómo podría hacerlo mover unos metros a sus costados. Vuelve sobre el tema del bien y del mal, a lo cual el Profesor le responde sacando ejemplos de novelas y cuentos, se los tira por la cara, le pregunta si en Julien Sorel había bien o había mal, si existen esos pequeños campos de la ética normativa. Le habla sobre cosas que están más allá de su capacidad de comprensión empieza a citar filósofos que sólo conoce de oírlos como Kant, u otros que no conoce como Bentham. Le menciona el Dilema del Tranvía y otras cosas. Todos asuntos de ese estilo, que el Negociador desconoce, se siente impotente ahí sentado, escuchando.
Empieza a pasear en un espacio un poco más amplio, el negociador sabe todavía que no entra en el campo visual de los francotiradores, y que si lo estuviera mientras todavía está en el recinto no dispararían porque la orden la tiene que dar él, y sólo él, como se lo aclaró al jefe del operativo ni bien llego a la escena.
Pero el Profesor se calma y deja de dar esos pequeños paseos. Se queda quieto mirando para abajo, al lugar donde los alumnos, los participantes de la cátedra de escritura creativa de la facultad, están tirados maniatados y con la boca tapada, gimiendo, intentando pedir ayuda, sin lograrlo. Cada tanto el Negociador los mira y les pide calma con la mirada, que él está allí para ayudarlos, pero la situación los desborda.
El Profesor se vuelve a sentar y el negociador se para, intenta acercarse hasta las ventanas, pero el otro agarra el arma que siempre estuvo en la mesa, entre sus manos, le apunta directo al cuerpo, por primera vez, y el negociador levanta las manos, están lejos, a unos cinco metros, entre bibliotecas llenas de libros, debajo de una araña muy ornamentada en el techo. Vuelve sobre sus pasos. Se da cuenta que va mucho más en serio de lo que temía y que él sólo está ganando tiempo. No ganará en una batalla dialéctica, tiene que hacer que se pare y empiece a pasear por la habitación.
Retoman la conversación, el Negociador le pregunta si necesitan algo de comer o algo de tomar. Los estudiantes parecen querer hablar entre los sollozos que siempre estuvieron en el ambiente, quieren hacerse entender, pero no pueden emitir más que gruñidos por entre la cinta aisladora que tapa sus bocas. El Profesor dice que sí, que podrían tirar pizzas o algo así para los chicos. El Negociador le responde que va a salir unos minutos, que va a pasar el pedido, que volverá para seguir charlando, intentando solucionar el asunto.
Mientras abre la pesada puerta el Profesor apunta el arma a los chicos, que aúllan, se pueden hacer sentir por entre la cinta que tapa sus bocas. Con un gesto pequeño, casi imperceptible, el Negociador detiene a los SWAT que están cerca de la puerta. No es la mejor solución, tampoco es el momento, puede llegar a disparar, lo mejor son los francotiradores. Mientras empieza a salir, detenido detrás del umbral, le dice que debería mirar por la ventana, intentar pispear a toda la gente que está siguiendo el asunto, que hay mucha gente que lee su cuento Profesor.
Este responde: “Sólo resta saber si nuestro cuento sigue la Teoría del Iceberg, esa que propone que lo más importante no hay que decirlo”. El negociador se queda en el umbral, pensando si ha incitado la curiosidad del Profesor a mirar por la ventana. Y luego lo escucha susurrar despacito, por lo bajo, casi para sí mismo: “¿Qué tiempo es éste / en el que una conversación / es casi un crimen / porque incluye / tantas cosas explícitas?[1]
Sale, completamente, allí le pide a uno de los policías, vestidos de negros, enfundados hasta la cara, su radio. Se la pasan e informa al centro de comando que no hay más opción que dispararle, que cuando los francotiradores tengan disparo que lo tomen.
El negociador espera. Y escucha un disparo. Luego otro, otro, otro y otro.


[1] “Una hoja sin árbol”, Paul Celan, de Parte de Nieve.

miércoles, julio 20, 2011

Anomalía Magris.

Puse mis pies por primera vez en ese lugar. No sabía cómo caminar ni me sentía seguro. Cuando la nave central del pequeño templo, iluminada por primera vez en los seis meses que llevaba en ese lugar, me muestra la cara de Jesús colgado de la cruz de madera. Me quedo un rato mirándolo, me doy cuenta que además de los míos son los únicos ojos que hay en la estación. El único par de ojos que me mira en kilómetros a la redonda. Me siento en uno de los largos bancos de madera, mientras pienso en cómo los habrán traído, ya que parecen muy pesados, y el tema para salir de este lugar siempre fue el peso. Antes de hacer el primer alunizaje los científicos de la NASA se había dado cuenta que el principal problema que iban a tener que enfrentar era el del peso, y por eso se buscó, de todas las maneras posibles, encontrar bajar la menor cantidad de kilos a la superficie de la luna. Tal vez en algún momento mientras el Apollo XI estaba en la luna en esos días de julio de finales de la década del sesenta, todavía algún ingeniero estaba con sus reglas de cálculo en Houston pensando en si la potencia del pequeño motor del modulo lunar iba a poder sacar a los dos astronautas de la poca gravedad lunar.
Juego con mis dedos mientras miro a Jesús en la cruz, recuerdo que en el formulario decía si yo tenía alguna fe, y puse que era católico, mi madre era irlandesa y muy creyente, todos los domingos íbamos a misa, ella, mi hermano y yo, a la Saint Lawrence en nuestro barrio. Mamá rezaba y nosotros nos hacíamos caras, nos aburríamos, éramos los únicos niños en toda la congregación. Ya casi nadie tenía fe, nadie creía en nada. Yo no creía, creo que mi hermano tampoco. Con el tiempo, nos empezamos a quedar con nuestro padre, que iba a la cancha, lo cual era otro ritual de domingo. Mamá iba a la iglesia y nosotros íbamos a ver los partidos. Pronto dejé de ir a las dos cosas, mi hermano siguió yendo con mi padre, hasta que falleció, luego empezó a ir solo. Yo me quedaba tranquilo en la cama, despierto, siempre me desperté temprano, saludaba a mi mamá, y volvía a la cama a leer los cuentos de ciencia ficción. La colonización de Europa era el tema que estaba de moda en aquella época, yo leía todos los tomos de la “Colección Despertar”, fantaseaba con llegar a escribir un cuento para que aparezca ahí, todos eran autores fantasmas, tal vez si hubiera escrito lo que me está pasando ahora, si pusiera en escrito todos mis pensamientos y lo que estuvo pasando en estas últimas horas, me lo publicaran. Y mi cuento sería el último publicado en la “Colección Despertar”; no tendría ningún lector, pero eso ya no importa. No importaría.
Me doy cuenta que el banco de madera está escrito por los anteriores técnicos que ocuparon mi posición. Están sus nombres, número de código y fechas: James Stuart, TW192E3, 2098 enero dos, Juan Tripple, TW192F4, 2099 marzo, y así hay muchísimos más. El banco me sigue pareciendo un gasto superfluo, casi extraño, supongo que habrá sido una forma de intentar de aplacar la soledad, la máquina de pinball, más allá de todo lo antigua que es, es una reliquia del pasado y no se encuentran en casa. Pero los bancos de iglesia en la estación lunar, son bastante extraños, traeros debe haber sido un esfuerzo monumental, además de muy caro. Pero claro, yo estoy pensado lo difícil que sería sacarlo de aquí y estos bancos estarán aquí para toda la eternidad. En el plan trazado por la Royal Astronomy Office nunca se planteó la posibilidad de volverlos a llevar a la tierra, supongo que sí estaba la posibilidad de volverme a llevar a mí, pero parece que ese buque ya partió y jamás volverá. Hay que aceptar el destino de cada uno.
En la radio sólo suena el monótono radiofaro de la nave, la pantalla seguro que está mostrando la lluvia estática y debe sonar el ruido blanco que estuve escuchando toda la mañana. Ya nadie responde y no puedo ver la tierra desde el lado oscuro de la luna. Tengo que aceptar la posibilidad de que no haya nadie más allá afuera. Todavía recuerdo ver la Unión Jack pintada en el fondo blanco de la HMS Arthur C. Clarke, los muchachos gritaban cada vez que entraban en mi estación, yo hacía todos los esfuerzos para que ellos no pierdan contacto con nada, retransmitía todo lo que llegaba desde ellos. Además yo era el único que iba a ver, filmar y retrasmitir la partida de la nave hacia Marte a las islas británicas, era una de mis funciones, antes de salir, los gerentes me dijeron que era la función primordial que tenía: Todos los británicos debían ver cómo la Arthur C. Clarke, emprendía su viaje hasta Marte, el primero de nuestros muchachos. Por supuesto que en ese punto ninguno sabía que los chinos habían trazado un plan más arriesgado que no planteaba hacer un paso por la luna y orbitarla. Los americanos cuando se enteraron de esto cambiaron sus planes y lanzaron su nave sin escala lunar, algo que era considerado peligroso. Nosotros, siempre tomamos el plan seguro, además, sino, mi estadía en el lado oscuro de la luna, carecía de sentido. Cómo si no careciera de sentido en este momento.
Así fue cómo John Greene me gritaba cada vez que estaba en mi posición, me hacía chista, y me decía que me saliera al jardín de la estación, que así él me podría tomar fotografías a mí. Yo reía, estábamos todos muy contentos, con gran algarabía. Cierto es que sus visitas en mi telescopio eran muy cortas, la velocidad orbital de la nave era alta, y era el perihelio primero de su viaje, luego prenderían sus motores, yo vería la gran flama azul de un químico entrando en contacto con otro y los perdería de vista. Supongo que fue en su décima orbita, quizás en la onceaba, aunque pudo haber sido en la novena, la computadora llevaba esos datos, y no tengo ganas de acceder para sacarme la duda. Mientras el navegante Leonard Magris, canadiense con antepasados italianos, según me comentó en la segunda orbita, hacía el chequeo posicional de rutina, que consistía en reconocer y alimentar a la computadora con las constelaciones que iban a servir de guía para el viaje, me dice que ellos estaban escuchando una señal extraña, y que veía movimiento de una estrella, algo imposible. Reía, pensaba que me estaba haciendo un chiste, pero rápidamente me di cuenta que estaba serio. Me puse a comprobar con lo que yo tengo aquí en la estación, pero ellos tenían sistemas más avanzados para eso. Tomé los datos cómo pude y los mandé directamente a la tierra por medio del sistema de satélites fijos, sin que pase por la estación norteamericana en el otro lado, ni por la china, eso era algo secreto, todos lo sabíamos, aunque era probable que desde la Tierra algún observatorio ya tuviera los ojos puestos sobre ese evento.
El nerviosismo duró unos segundos, el de Magris y el mío, ya que era algo que no debía estar allí, pero él me dijo, el universo es tan grande que cómo va a ser que nosotros tengamos la certeza de qué tiene o no que estar en donde se supone, reímos, también rió Greene que ya estaba despierto, los otros tres ocupantes de la nave no hablaban conmigo, no estaba dentro del protocolo de misión, aunque yo sé, porque ellos me dijeron, que los astronautas, en viaje, no se atenían demasiado a ellos. Yo me puse a examinar la imagen y la volví a pasar por la computadora, luego me fui a dormir.
La alarma me despertó y vi las luces rojas que todavía ahora siguen sonando, aunque ya me acostumbre a su luz. Lo primero que hice fue ver dónde estaba la Arthur C. Clarke y, aunque no estaba en el lado oscuro de la luna, por telemetría pude saber que estaba donde debía estar, en cuatro horas tendría otro contacto con ellos. La alarma era por el objeto (Que pasará a ser denominado Anomalía Magris), había cambiado el rumbo. Una vez puesto la información en mi análisis, se había armado una proyección y tenía que ir directamente para mercurio, siendo atrapado por la onda gravitacional de ese planeta. Inexplicablemente, eso, había dejado de ir a donde debía ir, o por lo menos a donde la computadora había dicho que iba a ir, habiendo efectuado un giro. Yo sé que los objetos que conocemos no pueden hacer eso, ni siquiera nuestras naves pueden hacerlo, todavía usamos trayectoria libre y usamos la gravedad de los planetas, la fuerza de nuestros motores para ir a donde queremos. Pero eso había cambiado el rumbo.
La computadora estaba calculando a dónde estaba yendo en ese momento, mientras la HMS Arthur C. Clarke hacía el último contacto planeado con Estación Lado Oscuro de la Luna, que soy yo, que siempre seré yo, al parecer. Ellos habían puesto el disco de Pink Floyd, estaban escuchando The Great Gig In The Sky, recuerdo que sonreí y pensé en serendipias que había en este mundo, en la última, que era, tal vez, la nuestra. Les comenté la situación, mientras Clare Torry canta su impresionante solo vocal, ellos con la cabeza fría empezaron a analizar la situación cuando la computadora cantó que el nuevo rumbo de la Anomalía Magris era de impacto directo con la tierra. Llamamos al cuartel general en la Isla de Mann para dar la noticia de alerta, pero ellos ya conocían de antemano la situación. Nos dijeron que la misión seguía de manera corriente, que eso no afectaría nada, ellos como buenos militares (dos eran de la RAF y otros par de la Royal Navy) aceptaron las ordenes dadas, mientras yo bramaba por los micrófonos que cómo podíamos seguir como si nada pasara, en algún punto llegue a decir que tal vez ellos llegaran a Marte, aterrizaran y luego emprenderían el regreso, pero a dónde. Me cortaron la comunicación con la nave cuando empecé con mis reproches, así que ellos no escucharon nada, aunque yo era su oráculo y les cantaba su no tan inmediato futuro. Quizás en ese momento, en la Isla de Mann pensaban que no debían contratar técnicos con pasado católico, aunque yo creo que era importante que sea así, ya que los bancos de iglesia para bien o para mal están en la base, y un protestante o judío los hubiera desaprovechado. Me dijeron que los norteamericanos y los rusos tenían un plan para situaciones así, no me detallaron demasiado, pero me imaginé cómo era.
La Estación Lado Oscuro de la Luna era un secreto cuando se inició su construcción, con el tiempo, los norteamericanos se dieron cuenta que aquí estábamos, luego los rusos lo supieron, creo porque un topo en la NASA robó esa información, para al final también los chinos verla desde su nave, sacarle fotos y enviarlas a 10 Downing Street como un chiste de mal gusto. Así que yo, o quien estuviera en ese momento en la estación, éramos un secreto británico, aunque todos los demás sabían que estábamos acá. Todos disimulaban saberlo y actuaban como si no lo supieran, yo vi a la nave rusa Leonov pasar por arriba de mi cabeza como veinte veces. Observe la USS Alan Shepard y su magnifico casco, totalmente moderno, que no tenía nada que ver con nuestras naves (o las chinas, o las rusas, llegado al caso), la analizaba con el telescopio, creo que en algún momento alguien me saludó desde dentro, pensé que era mejor que se vayan a jugar al golf, en alusión al nombre de la nave. Por eso me extraño que todas las demás bases, todas en el lado que da el sol, empezaran a contactarse conmigo de manera directa, hablándome y pidiéndome datos. Todos tenía autorización para eso, nosotros habíamos visto mejor que nadie el cambio de dirección, hasta lo habíamos filmado. Pasé los datos, y luego, todo, otra vez se calló. Hasta que observé como nuestra nave empezaba el largo periplo hasta Marte. Esa fue la última vez que los vi, aunque claro, aunque todo hubiera salido bien, y en el aspecto del vuelo salió todo bien, yo todavía no los tendría que volver a saludar.
Vuelvo a la sala de control, según el cronograma de trabajo, debería estar corriendo en la máquina para tener bien los músculos para cuando me vengan a buscar para llevarme de nuevo a la tierra. Parece que nunca más disfrutaré de nuestra gravedad, entonces, me parece bastante pesado intentar correr en la máquina. Para qué. Si total la Anomalía cada vez aceleró más rápido, como si eso también hubiera sido posible. Lo miraba desde mi computadora sin entender, por lo menos, hasta que los satélites dejaron de funcionar y yo, sólo tengo el radiofaro de la HMS Arthur C. Clarke. Todo dejó de funcionar. En un instante las comunicaciones con las otras bases lunares se abrieron de repente, como si la potencia de todos se ampliara potencialmente, cosa que pasaba a veces con alguna tormenta solar. Escuché muchas cosas descolgadas, gritos, llantos, lamentos, rezos, hasta algún insulto al pequeño hombre verde. Luego, eso duró unos quince minutos más o menos, todas las voces se callaron. Intenté comunicarme con la tierra pero no recibo nada, tampoco llegan datos o telemetría. Los satélites están rotos, siguen en la orbita lunar, pero los paneles solares están quebrados y por eso no tienen energía. No escucho a las otras personas en las otras bases de la luna, no somos muchos, seremos unos cuarenta, o cincuenta a lo sumo, si es que no somos sólo uno en este instante.
Jesús está en la cruz, solitario, mira a un costado, como buscando algo, o pidiendo ayuda, pero no hay feligreses, tampoco hay creyentes. Pienso en mi madre, en su casa, con jardín, con el perro, en las afueras, tranquila, sentada, mirando la luz que se acerca, si es que fue así. O en mi hermano, con sus hijos, yéndolos a buscar del colegio, abrazándose a su esposa, encontrándose todos juntos. Nadie está realmente solo, solo Jesús en la cruz. Los sonidos que llegan no dicen nada, no hay datos, no hay movimientos, no hay informes, nada llega. La nave cada vez se aleja más, quizás haya dos o tres naves más yendo hacia Marte, en esa carrera desesperada que se armó por colonizar ese planeta rojo. Las bases en la luna no dicen nada, estamos solos. Estoy solo. Qué habrá sido la anomalía.
Me acuerdo cuando iba al colegio, mientras vuelvo al largo banco de madera de iglesia, nadie me esperaba a la salida, mamá nos esperaba en casa y cada uno iba por su lado, éramos libres de hacer lo que quisiéramos. No era un muchacho molesto, y un día antes de la salida le pedí a la maestra si podía ir al baño porque tenía muchos retorcijones en el estomago, ella me dio la autorización y me fui corriendo, sin que me importara que faltaban solo minutos para que sonara la campana y todos nos pudiéramos ir a nuestras casas. Pero llegué al baño, me senté en el inodoro y espere. Tenía grandes dolores pero nada pasaba. Cuando salí del baño el colegio estaba oscuro, entraban algunas luces por las altas ventanas, los pasillos estaban en tinieblas y mis pasos sonaban varias veces por los ecos que generaba. Iba con un libro de la “Colección Despertar” en el bolsillo de atrás del pantalón y buscaba gente. No encontré a nadie por ningún lado. Las puertas estaban cerradas por afuera y lo único que hice fue volver al aula, buscar algo de luz, y ponerme a leer. Se hablaba sobre la colonización de Europa, de los pueblos primigenios, los prusianos, los suevos, los eslavos, etcétera y se hablaba de la etapa de la germanización. Eso lo comparaban con la luna de Júpiter. Y yo me sentí solo por primera vez en mi vida, pero esa vez, pequeño, joven y asustado, no es comparable con lo solo y olvidado que me siento acá, en el lado oscuro de la luna.


("Anomalía Magris", Anónimo, Nueva York, Colección Despertar nº 17, Julio 1971)

martes, marzo 22, 2011

Campos de Marte.

1.

Puesto que no hay inicio y no hay final, nos podemos encontrar en un café o un helado, helados de momentos, puesto que frisamos todo en el pasado, con eso quisimos que el futuro sea nuestro, pero sólo conseguimos que el presente sea eterno.

2.

Pero en algún momento te paras, te cambias de silla. Dejás la amarilla y me mirás desde la azul. Me decís palabras dulces, como "no se me entiende porque hablo vomitando conejitos" o "no se me entiende porque no me escuchas cuando no vomito conejitos". Y se mueve, entre movimientos dejados y canciones que salen por la radio. Sé que así es el puntapié inicial para algo no empieza, para algo que nunca termina. Sé que ahí estás vos y acá estoy yo, con todo el mundo en el medio. Nuestro tablero de mesa.

3.

Pero confío en que haya fuego y llamas, y entre nuestro medio hay un campo de batalla. Mis movimientos son lentos y pensados, los tuyos, son rápidos, sin pensamiento, sólo sentimiento. Así mis ejércitos te atacan de frente, intentando envolver. Tu caballería está detrás de mis líneas, y me doy cuenta que ya no hay retorno. Mis ejércitos caerán y mi imperio será tuyo, tendrás tu victoria pírrica.

4.

Y yo volveré sobre mis pasos, volveré a ese campo, mientras tu ejército no está del todo rearmado. Mi Austerlizt, mi Waterloo, mi Borodino. Ahí, en la mesa, mientras te cambias de silla. Yo soy la pelota que va para adelante, y vos sos León Tolstoi que sabe que estoy haciendo. Soy Kutúzov, soy Napoleón, soy Murat. Soy todos los grandes generales.

5.

Suenan los cañonazos de 1812. Te escucho, te movés, te sacás el vestido y te quedás viva delante de mí. Mis ejércitos intentan rodearte, o arrasar tu centro, intentar entrar y cortar tu ejército al medio. Intento y mando olas y olas de fusileros, soldados, la artillería se mueve; pero vos resistís. Vos estás hecha para resistir. Vos sos la que no abdica, que nunca se rinde, la que no se priva.

6.

E intento. Te grito. Soy Napoleón, soy Kutúzov, soy Murat. pero vos silbás, mientras las balas pasan por el cielo. En la luna, me decís, soy Nelson. Y yo sé que por el mar no te puedo tomar. Soy un hombre de tierra, y miro las olas. Sé que por ahí te podrás alejar. Oh, maldita Trafalgar, morirás, una bala atravesará tu corazón, sin ojo, sin brazo.

7.

Y mi esfuerzo es fútil. Nadie se atreve a llegar a estas líneas. La vida sigue, y la lucha es continúa. Te imagino todavía en la mesa, con una ginebra o un vermouth. Tu bovarismo, tu terquedad, tu falta de sentido, tus oídos perfectos, tu amor sensible, tu boca suave y tus brazos abiertos. Vos, que me tratas como a un amante, como a un esposo, como a un todo.

8.

Sin espías, tus movimientos llegan a mí, desde la colina miro. Escucho los vituperios del zar, los insultos del reich, los caprichos del rey. Te siento, allá, del otro lado de los campos de Marte. Te veo sin final, en un eterno devenir de movimientos.

9.

Alguna vez me dijiste que el tiempo no existiría si nosotros no pudiéramos sentirlo. Y yo ahora siento todo el tiempo sobre mis hombros, sobre mi pecho, sobre mi alma. El tiempo que me toma mover a mis ejércitos. Vos, almirante rojo, capitán blanco, general azul, allá, hermosa, mi vida. Y yo acá, horrorosa, mi muerte.

10.

Mis mosqueteros me protegen como a un Luis XVI, pero todos saben que la República está viva, todos cantan la Marsellesa. Y yo te miro, y sonreís como uno de los Robespierre. El terror que le tengo a tu mirada, el terror a tu corazón, y tu sonrisa en tu rostro. Así, vos serás la salvación pública y yo seré el antiguo régimen. Vos serás esto que pasa y yo seré el pasado helado. Mi cabeza en un cajón, viendo mi cuerpo sin vida y la hoja que nos separa, uno del otro. Allá vos, acá yo; allá mi cuerpo, acá mi cabeza.

11.

Pero Napoleón, Kutúzov, Murat; no morirán así como así. Porque yo soy hijo de Suvórov, y él nunca perdió una batalla. Me rió de tus ejércitos, los desprecio. Para ganarme a mí, el delfín, tuviste que ensamblar la coalición más grande que el mundo haya visto. Necesitas miles de hombres de todas las nacionalidades para vencerme. Necesitas todo, y yo soy todo, me necesitas para vencerme. Yo soy el que puede llegar a que esto termine acá y no dure una vida futura, sin pasado o presente.

12.

Von Clausewitz se ríe de tus tácticas, Sun Tzu no entiende tu guerra, Sun Pin no puede terminar tus panfletos. Y yo estoy acá, al otro lado de la mesa, mirando todo el campo de Marte. Oh, las musas me aman, Oh, los dioses están conmigo. No puedo morir, no puedo terminar perdiendo, no puede pasarme esto a mí.

13.

Pero el final puede ser pronto algo que no entendemos. Tu helada cabeza hermosa, tus pechos dulces y tus tacos finos. Dónde has dormido anoche, deseo saberlo. Y te miro desde el monte en que libramos la batalla. Abajo mueren todos mis soldados, abajo mueren los tuyos, abajo la línea se mantiene. Foch dice que esto no sirve, Petain quiere atacar, Nivelle se va a África. Arriba mío los aviones rojos del Von Richthofen derriban a todos mis Spads. Se cae mi imperio, el que vive mil años.

14.

Y todo por tu sonrisa, por tu bovarismo, por tu necesidad de tener todo cuando podés tener todo esto. Y te movés, como Italo Calvino (¡Átalo Calcino!) en sus libros metaficcionales. Y me lees el libro a la noche, y se mezclan todos y todas. Y vos sos mi amante, mi exclusa y mi puerto. Yo, Yo Napoleón, Yo Kutúzov, Yo Murat, Yo general. Vos héroe y martir. Vos el Almirante Nelson de los siete mares, vos y tu plaza en Trafalgar Square, yo y mi arco del triunfo. Yo muerto en los inválidos. Yo y mi retrato; y en la guerra y la paz. Yo olvidado y el más grande general napoleónico. Vos y yo, en el campo de batalla.

15.

A esto hemos llegado.

domingo, enero 02, 2011

Película Independiente.


Es una clásica historia de amor. En alguna medida casi todas las películas lo son. Salvo cuando son de guerra, pero en algún lugar, siempre hay un pedacito para el amor. Aunque sea nada más un minuto donde el soldado está de licencia y se encama con una prostituta francesa que luego resulta ser clave para destruir los planes del malvado enemigo nazi. Entonces es una historia de amor. Chico conoce chica, se enamora perdidamente. Chica se enamora de chico. Pero ambos no pueden declarar su amor. Más que nada por ellos mismos.
Será filmada con poco presupuesto porque los personajes son típicos de las historias de cine independiente norteamericano. Un poco excéntricos y alunados. En la presentación, mientras suena alguna música independiente compuesta especialmente para la película de alguien que luego se hará muy famoso y firmará con un gran sello internacional, haré planos cortos sobre los personajes. El camino que recorren, el ojo de chico, los ojos de chica, un detalle en el vehículo que los trasporta, el pelo de chica desde atrás, el zapato de chico sobre el acelerador, los dedos de chica sobre la libreta, una bailarina hawaiana bamboleándose al compás del movimiento del vehículo. La música se irá lentamente desvaneciendo con la cámara fijada en la bailarina con su pollera de ramas secas y tocando el ukulele. El plano se hará terriblemente largo, además de la bailarina se verá el camino que llevan y el vidrio algo sucio, hasta que no haya más sonido que el rumor eléctrico. Se sienten los movimientos incómodos de ellos dos pero no se dicen palabras. Hará un giro, entrando en una calle de adoquines, la bailarina bailará frenéticamente. Los autos lo pasarán por el costado. Ya no hay títulos, mi nombre, cómo director, escritor y productor, fue lo último que leímos.
Los nombres pueden ser o terriblemente comunes o terriblemente excéntricos. O una mezcla entre ellos. El primer fade-out se dará cuando ellos dos bajen del vehículo, que es un carrito eléctrico, como uno de golf, de la Municipalidad de Lomas de Zamora. Son empleados municipales.

Se me ocurre que durante toda la presentación pueda haber un espejito –o varios espejos- en el habitáculo del vehículo. Y que en ese espejo –o en plurales- se vea la cámara, como componente ficcional de la historia. Como una burda forma de mostrar la metáfora explicita en la historia que la película cuenta.
Sería una forma de destruir, algo sutilmente, la cuarta pared que sea hace tan presente en el cine. Mostrar la cámara en espejos, encontrar un micrófono en la ropa o en el cuadro, pero nunca que los personajes hablen con el espectador. Eso no. Porque ninguno de los personajes soy yo, pero en realidad esa es mi historia.
Hacerlo de alguna manera algo sutil, que el espejo esté escondido o que sea como un dèjá vu solamente por unos segundos. Algo así para quebrar las paredes. Para ser algo más que una simple película de amor independiente. Porque la historia de amor que estaría contando es la mía pero con un cambio. La de chico y chica sería un amor sin palabras, totalmente enamorados, pero que se da por miradas en roces. Y mi historia de amor es una que sólo tiene muchísimas palabras. Una historia de amor en donde te digo que te amo pero no te lo muestro, donde nos tocamos pero no nos sentimos. Pero en las dos historias hay algo que no permite que ese amor llegue a su verdadero puerto, si es que tienen que tener alguno.

Lo principal a mostrar es la ausencia de sonidos. En el vehículo o entre ellos. Muchas veces, casi todas las veces, la interrupción del silencio (Si ese concepto pudiera llegar a existir en al ciudad) es por factores exógenos. Los autos que pasan por el costado, el sonido de un colectivo abrir las puertas en la esquina, el frenado de algún camión de basura, el viento cuando está fuerte. Demostrar que las palabras a veces no son necesarias para generar un amor profundo o duradero. Estos dos personajes están terriblemente y profundamente enamorados el uno del otro.
Chica siempre parece mucho más ensimismada ya que sólo lleva la planilla y anota cosas que nosotros no sabemos qué son. Tal vez la chica tiene ansias de poeta, porque siempre enfrente suyo tiene libros de poesías. Byron, Pushkin, Galvin, Castellanos. Libros que no lee, pero que están ahí como parte del ambiente.
Por lo demás no sabemos mucho de ellos, pero sí tenemos la impresión que por las pocas e inhabituales palabras que ellos intercambian el uno con el otro que ellos sí saben muchísimo sobre ellos. Sus gestos y su química es esencial en esto, por eso del casting dependerá mucho el futuro de la película.

Al final del día el la mirará cómo se pierde entre la multitud de gente que hay en el garage de la municipalidad. Caminará tranquilo hasta el bar, en donde lo esperará su amigo del alma que tiene un trabajo extraño (Algo con botánica o física). Ella por otra parte subirá las escaleras hasta la oficina de su padre, que tiene un cargo político. A él no lo veremos ya que los planos serán cerrados en la belleza de ella. Se escuchará la conversación por detrás, quizá ni siquiera están en la misma oficina y chica lo espera en la ante sala o algo así. Se escuchan negocios turbios y corrupción, para mostrar la parte que siempre se muestra de la política. Además lo podemos mostrar como dos almas –chico y chica- inocentes metidos en un mundo corrupto.

Por eso siempre hay espejos. Para que se vea la cámara. Además toda la ciudad es un espejo. Si no es el espejo retrovisor, es una vidriera espejada o el espejo del baño. Para que se me vea. Para que ella me vea y sepa que soy yo.
Porque ella sabe que yo la amo. Yo sé que ella está enamorada de mí. Pero sólo podemos hablar el uno con el otro. Y yo le conté a ella, antes que a nadie, el proyecto de película. Aunque sólo tenía los dos personajes y el principal escenario. Quisiera que ella pudiera develar el secreto entre chico y chica. Porque el final es feliz. Pero es más que nada porque sé que el final entre ella y yo no lo va a ser.
Pero yo la toco sin que ella lo sienta y le hablo sin que me escuche. Y ella me abraza sin que note sus brazos en mi cuello y me besa sin labios. Con su nombre inusual que lo susurro mientras se la beso. Ella entre mis brazos sin que la sienta.

En algún momento, rápidamente en el metraje, pasará algo que cambiará el statu quo de la situación de ellos dos. Todavía no está del todo decidido pero supongo que tendrá que ver con que el padre consiga meter una licitación de autos para los policías municipales, lo que hará que el trabajo que hacen chico y chica no sea necesario.
Chica empezará a estar mal cuando van a trabajar y él la mirará pensando en que algo la tiene preocupada. Pasarán los días y chico la interrogará con la mirada pero ella está aún más esquiva y en esos días estará leyendo Evgeni Oneguin, que dejará como siempre en algún lugar frente a la cámara, cerca del parabrisas.
A la larga, y en boca del amigo de chico, escuchará que piensan licitar autos para hacer el trabajo que hacen ellos. Léase, vigilar las calles y pasear. Aunque él nunca lo consideró así, ni hacen nada cuando ven –y esto en la película se mostrará en repetidas ocasiones- robos, autos mal estacionados o problema de transito –ellos pasan rápidamente por esos lugares sin prestar atención a eso. Esto tal vez hará pensar a chico que el tiempo se le acaba para declarar el amor que siente por chica. Pero pensará en cómo una chica como ella pudiera llegar a mirar a alguien de su calaña. No es que piense en las clases sociales o algo por el estilo, él se siente tonto cerca de ella. Ya que él no disfruta ni de la literatura o la poesía, pero sí le gusta el cine. Las únicas conversaciones que tuvieron, fuera de cámara, antes del periodo contado en la película –puesto que hace foco sólo unos días de sus vidas- fue cuando hablaron sobre el cine independiente de los primeros años noventa, que a él le gustaba mucho.
Ella a su amiga le dice que se siente Tatiana y que su amor es Evgeni. A veces le dice que supone que terminarán como esos dos personajes. La amiga no sabe de qué habla, en realidad ni se podría decir que son amigas, pero van siempre juntas desde sus casas a la municipalidad y eso les generó un cierto vínculo extraño.

Tal vez la cita de la novela en verso de Pushkin sea algo forzado. Pero siendo cine independiente y que las salas nunca se llenarán, ni que la película entrará al circuito comercial, se pueden hacer cosas como esta.
La verdad que la cita de Pushkin sería más que nada un gusto personal. Yo siento que mi historia de amor tendrá un final como el de esa novela. Que ella se casará con un general joven y yo andaré vagando perdiendo el tiempo sin que nadie sepa mi destino. Muchas veces también me aburro con las cosas y miro todo con hastío. Además en esa novela el amor entre los personajes es explícito y ambos, amándose y todo, se pierden por las vueltas de la vida. Quizá sea que el hado no los quiere juntos.
Quizá es que el destino no nos quiere juntos. Algunas veces hemos analizado los momentos en que si hubiéramos girado para otro lado estaríamos juntos. Y son varios, pero había ciertas cuestiones que no permitían. Mas hoy nos amamos y no podemos estar juntos. O estar más juntos de lo que estamos.
La última vez que hablamos yo le dije a ella que nuestra historia de amor era como la de Evgeni y Tatiana. Le conté algo de la historia, puesto que ella no la había leído. Me tradujo algunas citas en francés que el traductor no lo había hecho. Cada tanto nos ponemos a hablar de mi obsesión por los autores rusos y ella me cuenta sobre los libros que tenía su padre. Yo le digo que ella me tiene que decir cuáles son los que tiene pero nunca lo hace. Igual, nunca podrían ser míos esos libros, aunque me gustaría que ella lo fuera.

Primero el chico intentará luchar contra la adquisición de esos patrulleros. Pero se dará cuenta eso es una utopía, él sólo no puede contra el poder del estado. Además la gente está bastante de acuerdo con que pongan más policías, aunque sean municipales, en las calles. En una cena con su madre y padre, el chico escucha cómo ellos sostienen que con más policía es la única forma de bajar el delito creciente en la comuna.
El chico manejará su vehículo y mirará las cosas que pasan a su costado, afuera del auto, porque siempre iba mirando de reojo a la chica. Que ella mirará para el costado, pensando, mirando su reflejo en el vidrio –y el reflejo de mi cámara-, pensando en cómo hacer para seguir estando juntos.
Algo pasará para que todo lo implícito se torne explícito, pero ambos saben que no será en el vehículo. Allí reina el silencio metafísico entre ellos, el amor se expresa sin palabras, en miradas y sonrisas cortadas. Se encontrarán de casualidad en el centro de Lomas. Tal vez en una librería. Ella estará comprando libros de poesía y el chico estará acompañando a su amigo a comprar libros de botánica o física). Se verán y se tendrán que saludar. Con un beso. Eso electrificará sus cachetes. El amigo se excusará y ellos charlaran despacito y de a poquito. Ella de literatura, más que nada, de autores franceses o poetas ingleses. Él hablará de cine primero.

Esto también sería un guiño a mi amor. Yo le he dicho que la única forma en que podamos estar juntos es que nos encontremos algún día sin que medio más que el destino. Cuestiones que no pasan porque vivimos uno muy lejos del otro.
Pero si pasará nos veríamos sorprendidos, fuera de los horarios laborales. Hablaríamos un poco de cosas muy pequeñas y nos besaríamos. Con fuertes abrazos. Luego yo la llevaría del brazo afuera y nos iríamos a un hotel donde haríamos el amor. Sintiéndonos enteramente el uno del otro. Para luego volver a vernos puesto que nunca nos dejaríamos en paz. Y eso sería el primer momento de un amor.
Pero eso no pasará. Por eso estará en mi película. Porque a la lejanía el chico soy yo y ella es mi amada. Por supuesto que muy lejos. Y el silencio de estos dos personajes es todo el ruido que hay entre nosotros, en nuestras conversaciones en los cubículos de nuestro trabajo.

El beso, el verse fuera del trabajo y todo eso hará que hablen. Y que se besen. Sutilmente, despacito, muy leve. Un beso corto pero que desatará la pasión entre ellos.
Harán el amor como canto de cisne de su silencio. Lo harán sin mediar palabras, con pocos gemidos. Será una escena bastante explicita que se iniciará con el sacándole la remera en el cuarto de ella, donde hay ositos y libros de poemas. Ella le sacará el pantalón, pero sin suspiros, sin te amos, sin nada hablado. Ella quedará rápidamente en tetas –porque el cine independiente que se precie de serlo tiene que mostrarlas- y se le hará un primer plano. Luego, el chico se meterá todo el pezón y al aureola de ella en la boca. Ella gemirá muy despacito. Se desvestirán. Chico subirá en ella y harán el amor. Los dos son muy lindos actores lo que hará que esa escena se vea más que la película entera en todos los foros de los pajeros. Harán el amor. En el cielo la luna. La noche. Las estrellas. La cámara se verá, primero en los anteojos de ella, luego en el espejo del closet, también lo hará en los vidrios de la ventana, para terminar reflejándose en un vaso con agua en la mesita de luz, cuando ella habrá llegado y el chico se duerma arriba de la chica.
A la mañana siguiente irán a trabajar de nuevo. Uno de sus últimos días como les comenta su supervisor. Ella pasará a planta permanente en la oficina de Obras Públicas y el chico será despedido. Pero no le importará a ninguno de los dos. Están enamorados.
En el vehículo, el carrito eléctrico blanco, pintado con los colores de la municipalidad en un costado. No hablarán. El poemario estará cerca del parabrisas, se escuchará en rumor del viento y de los coches. Chica irá mirando para el costado, pero su semblante será mucho más feliz que de costumbre aunque de manera sutil. Chico irá mirando el camino como siempre con una media sonrisa en la cara.
El silencio no será cortado por palabras de amor y seguirán como si nada sucediera. Se verá el reflejo de mi cámara en el parabrisas y la imagen, con una canción independiente –quizá en tono irónico sea Unsatisfied de The Replacements-. El plano bajará y notaremos que la mano izquierda de él estará sobre el asiento y la mano derecha de ella estará sobre la de chico. Los títulos empiezan a rodar sobre las manos agarradas, mientras los espectadores tendrían que pensar si las manos no estuvieron durante toda la película agarradas.

Final feliz. Tal vez el público se sienta desencantado con el final o con la ausencia de historia, pero eso me lo permito.
Aunque yo terminaré la película pensando en si ella la verá alguna vez y si ella dejará todo para estar conmigo.

viernes, agosto 28, 2009

Las escaleras de Odesa.


El café es interesante y es muy rico, aunque no es colombiano. Es de Costa Rica y yo no sabía que allí se podía hacer buen café, pero no es colombiano. Todavía quisiera probar el café colombiano pero el de los ticos está bastante bien. Por mucho café que me tome no puedo quedarme despierto.

Las imágenes son caóticas en sepia. El blanco y negro se adueña de casi todo, salvo en los millones de tonos de grises de las miradas de las mujeres que lloran y los hombres que corren. La masa crítica de soldados se acerca bajando las escaleras, tranquilos en exacto orden militar. Caminan en formación, moviéndose tranquilos, yendo en contra la gente. La escalera es una obra de arte en los planos más lejanos. Se nota que la perspectiva juega un gran papel, desde arriba parece sólo escaleras y desde abajo sólo parece descansos, son tantos de cada uno que los ojos se pierden mientras el olor a pólvora debe infestar todo el lugar.

El sonido es de las imágenes. La música es el movimiento. Las cosas pasan sin que nada pare y pasará siempre que eso suceda. El sepia y los cortes en negros con letra cirílica. La gente abuchea porque no entiende las cosas que dice mientras la orquesta impávida sigue tocando, porque la banda siguió tocando. Las explosiones de la artillería cada tanto llenan las imágenes. Los soldados se mueven a una velocidad irreal, se mueven casi como si no fueran personas, se mueven como maquinaria a revoluciones por minuto. Todos toman el rifle que llevan de la bandolera y apuntan. Al unísono, mientras el caos y el descontrol hierve a la masa proletaria que corre y se pierden entre ellos. Con los rifles apuntando esperan que el oficial les de la orden para apretar el gatillo. Al bajar la espada, reluciente en blanco, los soldados apretan el gatillo y una nube que se presume ocre y pálida sube desde los cañones mientras los civiles caen al piso.

En algún momento, bajando por las escaleras. Por los cientos de escalones un carrito de bebe cruza por la pantalla y se trasforma en una de las escenas más recreadas de la historia. Pero los cadáveres y el olor deben llenar esa tarde imaginaria en la Odesa de principios de siglo. La música puede seguir pero los corazones se paralizan y el publico sólo tiene ojos para la desesperaciones de su propia alma. Las cosas que pasan llenan de efecto revulsivo la esperanza de los espectadores por un mundo más justo, mientras el barco es tomado por la gente y la ciudad, que luego será heroica, se desplaza del mar Negro al corazón de la gente.

Y de pronto palabras en castellano de distintas extensiones y calores, se encierran en mi pecho. Las palabras vuelan y se mezclan con el sepia tapando con nuestro alfabeto a las palabras en cirílico que antes veía. Todas las palabras son en mi mente recreadas y puestas en frente de mi recuerdo. Las palabras vienen sin conjunción u orden sintactico. Vienen solas, como monjes buscando su monasterio. Sé que forman algo pero nada tengo. Están allí, viniendo entre mi huida de las ciudades en la antigua Unión Sovietica y volviendo a mi momento. A este momento.

Porque salgo de la cama. Dejándola a ella, mi novia, durmiendo tranquila. Por un instante la miro mientras intento retener las palabras en mi cabeza para llegar a mi Moleskine que está en el bolsillo interior de mi saco que reposa sobre la silla cerca de la mesa. Siento que las palabras, todas, las soñadas y las creadas son para ella, para poder decirle cuánto la quiero y la necesito. Ella duerme, tranquila, imperturbable. No ha sentido que yo he salido de la cama y me he sentado para mirarla, despertándome con las palabras atragantadas en el alma como si de un mal sueño se tratara. Tiene la boca un poco abierta para respirar mejor, y su olor es divino. No hace ruido más que un leve susurro. Levemente, me deshago de las sábanas que todavía rodean mi pierna y doy pasos disimulados. Sólo la ilumina la luz nocturna que entra como un resplandor por la ventana abierta.

Camino tranquilo hasta el escritorio y me siento allí. Miro por el gran ventanal abierto. Veo la calle de la costanera iluminada sólo por pequeños reflectores y el ancho río Uruguay que se agita en una noche picada. Las estrellas reverberan en el agua que siempre se mueve. Me quedo absorto con el paisaje y me doy cuenta que hace años que no veo todo lo que se me despliega delante de los ojos. La ciudad de la infancia, la ciudad de mi abuela y la que despierta viajes fantásticos desde el mundo este hasta el más allá. Una de mis tantas ciudades fantásticas donde la ficción de mi recuerdo pasea mezclándose con la no-ficción de lo vivido.

Siento que mi amada se mueve en la cama y la miro, con mi mano en la lapicera Mont Blanc. Como si ella fuera mi lapicera con mi dedo la rozo levemente para sentir la suave piel. En unos instantes de furia, en una página en blanco anoto todas las palabras sueltas que antes tenía dentro de mí. Primero las anoto como vienen, sin sentido, sin orden, sin instrucción de nada. Luego las releo y busco en ellas algún sentido que me indique algo, algún qué para hacer con ellas. Pero el esfuerzo es fútil, las palabras están allí dispersas, ajenas a mi comprensión. Me doy cuenta, casi sin realizarlo, que vinieron a mi las palabras de un poema.

No soy poeta. No entiendo de métricas, menos de rimas asonantes o de cualquier técnica que tenga que ver con armar algo en ese estilo. Tal vez es algo que me gustaría poder hacer, pero como tantos otros narradores, no tengo la paciencia para jugar con ese instrumento. No tengo el poder de generar lo que hay que crear para mostrar. Como tantos otros tuve que dejar los versos y moverme a la prosa donde los errores están diluidos en un montón de palabras. No puedo ser poeta porque no puedo buscar mil años por la palabra perfecta en el lugar perfecto. Pero en este caso una parte se me ha allanado. Tengo todas las palabras en algún orden de un perfecto poema. Y creo que sé qué es lo que quiero decir con todas esas palabras. Me doy cuenta que es un poema para ella que está dormida a mi costado, o lo que era mi costado.

Intento devanar las palabras e intentar darles el orden correcto. Uso hojas y hojas de mi Moleskine para encontrar el poema que está ahí. Creo varios, cada variación de palabra crea algo ajeno a lo que estoy buscando, pero que a su vez es algo hermoso. Sé, me doy cuenta, que allí hay más hermosura de la que me siento capaz de pulir. Y sigo con el juego, moviendo verbos en un mismo tiempo de lugar, cambiando adverbios para crear lo que quiero e intentando devanar conectores. No encuentro lo que busco, cada paso que doy me muestra que la tarea es larga y el esfuerzo mucho. Sé que me pierdo en este camino mientras el cielo clarea y la taza larga olor a café costarricense.

Espero. Me doy cuenta que a veces hay que esperar a que la musa se pare en tu hombro y te dicte algo que te lleve. Pero la musa está dormida a mis espaldas, sé que se mueve, siento su movimiento con mis oídos y el alma. Respiro lentamente, y siento amplios deseos de arrancar las paginas de mi libreta y hacerlas volar con el viento que mueve las estiradas hojas de los sauces de la playa. El río está bravo, mientras los primeros pescadores de la madrugada caminan por las playas de arena amarrilla.

Escucho ruidos en la puerta. Una llave parece intentar entrar en la cerradura. Yo sé que la puerta está abierta y casi en ese mismo momento el que está afuera se da cuenta que la puerta sin llave ni cerrojo. Agarro un jarrón que tengo a mano en el escritorio para golpear el intruso. La puerta se abre y trastabillando entro yo. Yo me quedo mirando a mí, mientras yo lo miro a él, que es yo pero que no soy yo. Nos miramos. O me miro. O nos miro. Él se queda mudo y yo no sé que decir. Tengo en una mano el jarrón y en otra mi lapicera. Camina lentamente y se sienta cerca de mi, él está menos shockeado que yo; pero no se lo nota impertérrito.

Me susurra por lo bajo:

- Vos sos yo.

- Sos mi doble. – Le digo.

- No. – responde, debería decir respondo.

- ¿Qué sos?

- Tu yo-personaje.

- ¡¿Mi yo-personaje?! – Le digo en un grito susurrado para no despertarla.

- Sí. – me dice entendiendo todo.

- No entiendo.

- Cada vez que vos hablas de vos en algún cuento o lo que sea, y te nombras (o no), ese ente que sos vos, soy yo.

- No entiendo bien, tal vez es la madrugada.

- O tal vez estás haciendo que no entendes aunque sabés todo lo que va a pasar.

- Tal vez. – Le digo mirándolo raro. - ¿Y qué haces?

- En realidad, te tendría que preguntar eso a vos.

- ¿Por qué? – Empiezo a exaltarme.

- Porque vos no normalmente no pisas este mundo. Este mundo es el mío, es tu espejo, no ves que todo está al revés. Tenés la lapicera agarrada con la mano izquierda y escribís en una libreta que todavía no te regaló.

En ese momento me empiezo a dar cuenta de todo. Y se lo digo. Busco en la libreta las palabras que había escrito luego del sueño de la batalla, le pregunto pensando que tal vez todas esas palabras para él tienen el significado que sé que tienen que tener pero no se las puedo encontrar. Me responde que no, mientras por lo bajo, mirando el río un poco más iluminado – el sol está saliendo por detrás de la cortina de árboles verde de la otra costa – canta las siguientes estrofas: “Quisiera morir ahora de amor / para que supieras cómo y cuánto te quería”. Y me lo quedo mirando, recordando las palabras y la entonación de la canción. Recordando esa mañana de martes en que iba por la calle Croce en mi ciudad, tranquilo, escuchando la AM. Y doblando para agarrar la avenida Alvear, allí aparecieron esas magicas palabras y en la única persona que pude pensar fue en ella, que ahora ronca un poquito con extraña entonación de amor. Esas palabras que canté varias veces por tantos días sólo para pensar en ella solamente; mientras me hacía el ofendido por cosas tontas y no tenía ningún contacto posible con su ser cercano pero lejano por la acción de un océano que ahogaba mi canto de palabras ajenas y de amorosas caricias.

Lo miro como él me mira, me mira como un espejo desde el otro lado pero imitando todos mis movimientos. Él me mira como ficción y yo soy su ente no-ficcional. No entiendo porqué pero él parece saber más que yo de mi. O tal vez sabe más que yo de él mismo.

- Ni siquiera necesitas explicarte – Me dice – sé porqué estas acá.

- Por favor levanta el velo que me estás haciendo sudar la gota gorda con la emoción de saber qué es lo que pasa – le digo mientras pienso que es extraño que yo diga algo así.

- Es extraño que vos digas algo así, lo que te tiene que demostrar que no hablas con la boca sino con los dedos. Yo soy tu creación, soy tu yo de este lado. Vos, simplemente, te metiste por un momento en el cuento para verla a ella. Esto que estamos sintiendo ahora es simplemente lo no-narrado de un cuento en que vos, yo, estas en la ciudad de tu infancia con ella. Y vos, querías estar con ella, porque hace mucho que no la vez, y te metiste acá para dormir un rato con ella. Todo es un poema para ella, no la sentías hacía demasiado tiempo y estabas acostado con ella, para sentir su piel, para sentir su alma, para sentir su amor.

- Pero entonces, ella también es el doble de mi novia.

- Sí. Ella es la creación de ella. La que duerme allá, tan apacible, tan hermosa, con esos ojos cerrados que siempre sentís que se pueden abrir en cualquier momento, y que de hecho el otro día admiraste por largo rato antes que le apagues la luz para que duerma más tranquila después del largo viaje, es tu ficción de tu novia. Es mi novia y no la tuya. La tuya en este momento está de viaje. Aunque siento que atrasaste tanto este proyecto que ya se lo contaste en un restaurante algún lunes primaveral en invierno.

Lo miro, entiendo todo. Entendiendo el café, la lapicera y la Moleskine que hoy no debería tener. Es un resabio del futuro que se entremezcla en una ficción pasada. Miro la libreta con las palabras escritas y sé que en ella sólo hay escritas algunas palabras como: Entelequia, fuerza centrífuga y fuerza centrípeta.

- Todo esto es ficción.

- Todo esto es ficción y vos lo sabías desde que te levantaste de la cama o que sentiste el café costarricense.

- ¿Y todo lo de las escaleras de Odesa?

- Es un eco, una pista, un susurro.

- Ya que tampoco nada de eso paso. – Le digo.