lunes, octubre 13, 2008

Vendrá la muerte, y tendrá tus ojos...

Para todos tiene la muerte una mirada. /Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. 



Podes cerrar la ventana que llueve” le grita desde lejos, entre el gentío que llevaba hastío, Ulises a Wilmar. Este último estaba con su vaso de ginebra, sentado en una silla de madera, vieja, que crujía a cada movimiento que hacía. Tiene la ventana abierta y las gotas fuertes chocan contra el cantero, que lo salpican. En ese lugar donde las flores reciben el agua que Ulises les venía negando “porque va a llover”.

Toma un sorbo, largo, y mira el paisaje. Dentro el gentío hablaba a altos volúmenes, jugaban al truco en algunas mesas por meses y en otras jugaban al póquer porque tenían esas cartas. Todos estaban en la fiesta que había organizado Ulises. Una bola de humo y encierros jugaba dentro del largo salón con libros apilados en sus cuatro paredes. Wilmar esperaba sentado mirando por la ventana, espiando a Suaznabar que estaba bajo la lluvia, con su piloto sin paraguas. Intentando fumar un cigarrillo sin que se apague.

- ¿Qué hace allá abajo en la lluvia? – Le pregunta Sixto por sobre su hombro. Sixto era un viejo amigo de colegio primario de Mariano, que estaba jugando al póquer porque había llegado tarde y se había quedado sin pareja de truco. La historia decía que la familia de Sixto era de origen italiano, su primer hermano se llamaba Primo (Por ser el primero y en honor a Primo Levi), el segundo se llamaba Segundo, y así seguían. Pero el se llamaba Sixto y era el quinto. Había dos historias sobre eso: Que su padre no sabía contar, o que sabía contar correctamente hasta cuatro. Dos opciones sobre la misma historia. Y, la más difundida por todos, que había en realidad seis, pero el quinto era extramatrimonial. Algunas personas como por ejemplo El Narrador, decían conocer a Quinto. Pero nadie sabía a ciencia cierta porque nadie conocía realmente al padre.

- Está esperando a la muerte. – Wilmar deja el vaso ahora vacío contra el cantero, y mira como algunas gotas son atrapadas y juntadas por el espacio vacío. Se llena lentamente, juntando el agua caída del cielo con el alcohol que quedó impregnado al vaso de bodegón.

- ¿La muerte? – Repite Sixto, apoyando su mano en el hombro derecho de Wilmar. A Wilmar le molesta ese gesto de cercanía pero no dice nada. Pero piensa, siempre piensa y no deja de pensar. Su mirada está puesta en Suaznabar, que se levanta las solapas de su piloto verde y mira para ambos costados antes de ponerse a resguardo bajo un techito del bar París. - ¿Por neumonía? – Lo dice con una gran carcajada.

- Sí. A la muerte. Y vos sos nuevo ¿No? - Gira lentamente Wilmar sobre su silla vieja, que cruje todo el tiempo, sosteniendo a su cuerpo cansado enfundando en ropas negras. Normalmente se viste de negro, también hay dos teorías por esto. Una es porque es anarquista y lleva los colores rojo y negros en el alma. La segunda es porque es gordo y el negro lo hace adelgazar. Nadie sabe realmente cuál es la verdadera respuesta, pero muchos se pregunta dónde están los vivos rojos.

- Bueno, nuevo lo que se dice nuevo no soy... Conozco a Mariano desde hace muchos años. – Como atajándose a la mirada furibunda que le tira Wilmar y levantando las manos en el aire con un gesto de disculpas.

- Bueno. Está esperando a la muerte. Ya que estoy esperando a Azul y sin él no puedo comenzar , te puedo contar una historia. – Azul era un muchachito que Wilmar había encontrado en el bar del gallego un verano caluroso, lo había encontrando y había reconocido el merito del pibe. Tenía el don de no perder a ningún juego. Habían hecho saltar la banca en varios casinos y bingos de la provincia de Buenos Aires. Wilmar lo usaba como su forma de solventar al movimiento. - Suaznabar, ese es su nombre, está esperando a la muerte. Es una persona con muchos problemas, emocionales más que nada. Hace cuatro años empezó a escribir un libro. Dedicado a Julia su esposa. Él, como muchos de nosotros, es un escritor novel e inédito. Gran escritor, quizá mucho mejor que tu amigo Mariano Sputnik. Julia sufrió mucho por un golpe del destino. De esos que no se pueden aguantar. Entró en una de las depresiones más difíciles en las que puede entrar cualquier persona. No encontraba salidas a su dolor. No encontraba perdones ni disculpas en ningún lado. S intentaba por todos los medios hacerle bien, pero hay que admitir que él tampoco estaba realmente bien.

- ¿Qué fue exactamente lo que pasó? – Le pregunta Sixto mirando a Suaznabar que había vuelto a salir a la lluvia y miraba para los dos costados, pispeando a los autos que pasaban por la calle de un solo sentido rumbo norte. Con su mano formaba una casita para su cigarrillo y no dejaba de fumar. Prendía un cigarrillo con la colilla del terminado bajo techo, mientras paseaba en dos metros de vereda mojada.

- Eso, no te lo puedo decir. Pero imaginate el peor dolor que puede sufrir un persona, una persona alegre. Y ahí lo tenes. Eso es. Continuemos. Julia estaba deprimida y se quedaba en la casa que ellos tienen en Adrogue, él se iba a su oficina a leer novelas malas y ensayos aún peores para una editorial que no publica un libro en español hace por lo menos dos años. Una tarde noche, volviendo del trabajo, escondiendo las lagrimas que se le juntaban en los ojos de cristales entra a su casa y no escucha más que la televisión prendida. Saluda a su esposa repetidas veces, pero no escucha nada. Ese día también llovía. Son sus “episodios de lluvia”. S encontró a su esposa muerta en la cama, con los ojos cerrados, sin carta que expliqué nada, sin nada que le pueda decir bien que pasó. Muerta Julia, Suaznabar quedó desecho, vagando sin rumbo fijo por todos lados.

- Mierda. Mariano no me había contado nada de eso sobre ese tipo. Sí me había contado otro tipo de historias, pero nunca nada de eso.

- Nadie cuenta este tipo de historias, pero pasan más a menudo de lo que pensas. Suaznabar no entendía nada, y vagaba. Por las noches me lo encontraba en el bar “La Guillermina” llorando por ambas perdidas...

- ¿Ambas? – Pregunto perplejo Sixto, mientras Suaznabar se ponía en cuchillas y miraba para donde ambos lo miraban. S saludo a Wilmar que devolvió el saludo y luego levanta del cantero el vaso lleno de agua y la bebe de un trago.

- Sí. Ambas. Las que no te puedo contar y la de su esposa. Pero bueno. Suaznabar le tiraba las culpas a el psicólogo de su esposa. Por las drogas que le recetaba.

- Psiquiatra es el que receta. – Lo corrige Sixto, que ahora se había apoyado en la pared al lado de la ventana y miraba para dentro. Donde la puerta se abría y se cerraba cada dos por tres, el humo de los cigarrillos le daba un tono ocre a todo el ambiente y en donde una banda había empezado a tocar unas chacareras, una mujer empezó a zapatear al son de las notas.

- Bueno. Gracias. Es lo mismo. O tal vez esa era la mentira, él dijo psicólogo. La justicia no hizo nada y cuando la justicia no hace nada, como no existe la justicia divina (Por más que Julia creía en ella), tomamos cartas en el asunto. Matamos el psicólogo. Una tarde negra, histérica. No quiero entrar en detalles de cómo mate al dignatario, pero un tiro en la sien nadie lo resiste. Salimos de allí. Con justicia. Suaznabar mejoró un poco con aquello, pero en sus ojos se veía andar la muerte rondando. En sus ojos se notaba los recuerdos lo avasallaban. A veces para poder tener un presente placentero hay que dejar los recuerdos a un costado, si no te pueden ir carcomiendo la conciencia. Uno camina recordando y no escucha el llamado del presente que te invoca a sus costados. Y a Suaznabar le pasaba, le pasa, eso. Camina y recuerda. Recuerda todos los “episodios de lluvia” y los escribe. Cada vez que suena el teléfono, él habla con ella. Cada vez. Por más que lo llamé yo, o Ulises o, llegado al caso, vos. Solo habla con ella. Y escribe. Escribe todos los recuerdos en un diario. El diario de Suaznabar. Que está lleno de estos “episodios de lluvia”. En estos escritos, ponía la primera vez que la había visto en un colectivo, cómo se había separado por primera vez, cuando se reencontraron la vez que el abuelo de Julia estaba en el hospital muriendo, recuerdos tontos y felices. Se carcomía la memoria buscando en todos los estantes recuerdos de ella para ponerlos en el papel y así purgarlos, así tenerlos por siempre. Yo siempre creí que lo que hacía para dejar un recuerdo de lo felices que habían sido, dejar un recuerdo a la humanidad que ellos habían sido.

- Mira vos, che. No se lo ve tan mal. – Dijo dándose vuelta, mientras Suaznabar debajo de ellos, debajo de la lluvia pateaba algo que desde la distancia Wilmar no podía deducir que era. Asumió que era una tapita de Coca Cola o una piedra. Una persona extraordinaria no puede tener un día ordinario. Y Suaznabar no era la excepción. La voz del Espectro sonó detrás de ellos, el primo de Julia. Empezó a cantar chamamés con tonada entrerriana. Truco” escucharon gritar a Dora, que formaba pareja con Ulises, la única pareja que podían formar estos entes enamorados separados. Debajo, en la lluvia, el taxista con su 504 blanco, llamaba a Suaznabar que no le daba ni la hora. Y sin chistar, siguió en la lluvia, remontando para la estación de Banfield.

- Pero está mal. Y ahora está esperando a la muerte. Su madre murió hace poco, y él decidió que ya puede morir. Era lo único que lo retenía en esta tierra, según la mirada de S ningún hijo debe morir antes que su madre. Entonces aguardaba el momento del suicidio dentro de sí, esperando cuando el destino le de el OK. Y ya está dado, ahora solo espera verle los ojos a la muerte.

- ¿Y no vas a hacer nada para ayudarlo? – Le dice preocupado mientras todos dentro cantan al son del chamamé y la puerta se abre y cierra como puerta giratoria. Una gresca y la lluvia siguen el ritmo del día feriado.

- Nadie puede ayudarlo. Él se tiene que solucionar solo. Y sólo él sabe qué siente, por qué sufre, por qué ya la vida no tiene sustento. Suaznabar solo sabe esas cosas. Y yo ya lo ayudé, porque soy su amigo. Porque soy su amigo cuando quemé su casa yo voy a sacar su libro y publicarlo en la editorial anarquista amiga. Así nadie lo olvidará.

- Mierda. No te creo nada. – Y como vino, Sixto se va, llevando su nombre numerado lejos de Wilmar, que vuelve su atención a Suaznabar. Este lo mira, desde detrás de los anteojos negros mojados. Vuelve a salir a lluvia, mientras en la esquina aparece el fantasma de Julia, que va corriendo hacia él. Suaznabar, al verla, sale corriendo hasta donde estaba su esposa. Se abrazan y se besan bajo la lluvia. S le saca los pelos mojados de la cara, mientras la mira, enamorado. Él le dice Lady Bogart cuando esta mojada y de piloto. Wilmar, mira con su entendimiento cambiado, los quiere mucho a los dos. Imagina el dialogo: “Vendrá la muerte, y tendrá tus ojos”, le dice él a ella desde la distancia minina que se dejan “¿Estos ojos?” con una sonrisa (Eso lo ve y no se lo imagina) y Suaznabar le dice “No sé que haría sin vos, mi amor. Realmente no sé.” Y se besan, justo cuando un grito le avisa que había llegado Azul y tenían que barrer las mesas para La Causa.

5 comentarios:

Lucas.- dijo...

Holas Holas!!

Bueno.. para serte franco.. no pude leer toda la entrada.. me ganaste con la frase de Pavese.. mi poeta de cabecera...

you had me at hello, you had me at hello!!! jaja..

Sls.

ai dijo...

los cuentos son cada vez mas lindos.. disfruto mucho estas lecturas..


y es complicado fumar un cigarrillo bajo la lluvia sin que se apague.. demasiado complicado..


beso!


[Me hizo recordar eso. Si interesa, explico más y mejor. - esto quedo pendiente..]

g. dijo...

Explique más y mejor. Me interesa.

Ayelen dijo...

Me gusto mucho tu cuento!
Yo tengo toda una técnica para fumar bajo la lluvia, la cual consiste en hacer una especie de "techito" con la mano, dejando el cigarrillo hacia dentro.
A mi me funciono hasta ahora!

g. dijo...

Bueno, aunque yo no lo describí (Este cuento no iba en descripciones, creo) en eso estaba pensando.

Eso hace Emma Thompson en "Más extraño que la ficción".

Gracias a todos.
Y lucas.- Pavese es un grande, estuve en muchs dudas entre ponerle un nombrio mío o robarle esa explendida frase a Pavese.
AL fin, opte por lo segundo.