martes, agosto 26, 2008

La Intrusa

En la sala había pocas personas todavía, estaban esperando. Charlando en pequeños grupos esparcidos por el salón. Un señor de uniforme de la Real Fuerza Aérea estaba sirviéndose un coñac, usaba muletas para caminar por un accidente que había sufrido en un aterrizaje. Había intentado aterrizar su Spitfire dañado en un combate sobre el canal de la Mancha, el tren de aterrizaje no había bajado y tuvo que aterrizar con la panza del aeroplano.

En otro extremo del salón, una señora y un señor estaban sentados en muy finos sillones charlando bajo. La señora estaba con guantes y miraba cada tanto por la ventana que estaba sobre su hombro, solo para ver la inmensidad de la oscuridad que los rodeaba a todos. Charlaban sobre el curso de la guerra, el señor mayor le comentaba las escenas de heroísmo que había visto siendo el soldado de la Royal Army en las trincheras en Francia en la Gran Guerra. La señora cada tanto hacía algún que otro comentario del tipo “eso es lo que necesitamos” o “Dios salve al gran Imperio Británico”.

El salón era la sala de estar de un departamento muy grande en el centro de Londres. La sala había sido despejada en el centro, para poder bailar. Cerca del hogar encendido había un fonógrafo que todavía no sonaba. Un poco más a la derecha estaba la mesa llena de bebidas de donde el piloto con muletas no se había movido desde que había llegado. Entró diciendo que era amigo del novio, la señora de los comentarios patrióticos era la madre de la novia, la cual todavía no había llegado. Varios sillones y sillas muy finas estaban a todos los costados. Por las ventanas se podía ver la noche, oscura y solitaria. Ya no había tantas alarmas de bombardeos por esa época, desde el momento en que el Primer Ministro dijo que ese país nunca le “Había debido tanto a tan pocos”. Varios de esos pocos estaban invitados a la fiesta. Menos podrían ir, solo los que tenían el pase por el fin de semana.

Al tiempo, la puerta cada tanto se iba abriendo y el mayordomo se acercaba a la dueña de casa, sentada en el sillón, y le comunicaba quien iba llegando a la fiesta. Ella se levantaba, con mucho garbo, con mucha lucidez, se dirigía hasta la puerta. Los saludaba y se dejaba piropear por los muchachos que entraban, casi todos de uniforme, de distintas fuerzas, de distintos países. La señora luego los dejaba a su libre albedrío y ella volvía su sillón preferido a seguir escuchando las historias de su festejante, que jugaba con los hielos de su coñac.

Los pilotos y oficiales (Todos eran oficiales) se perdían entre la multitud creciente. Se generaban grupos de personas que se iban acrecentando entre saludos efusivos y abrazos de tanto tiempo de no volver a verse, ni tener noticias, hasta en algunos casos, de pensar que estaban muertos. Un último oficial entró en la sala sin la presentación del mayordomo, entró tranquilo, tenía un elegante uniforme azul de la RAF. Tranquilo se movió entre las personas esquivando algunos grupos muy numerosos. Fue directamente a la zona de las bebidas donde una mujer se estaba sirviendo un baso de gin y tónica. El piloto de Mustang se acercó y la saludó. La mujer lo reconoció al instante, era el mejor amigo del novio. Ella era la hermana de la novia. La mujer le preguntó si quería algo de tomar, él solo le dijo que tomaría lo que ella estaba tomando. La conversación siguió su curso normal, con preguntas con respecto al servicio y él le hacía preguntas sociales de costumbre, las mismas que se hacían antes de la guerra cuando se veían en el club luego de jugar al tenis o al golf. Ella le preguntó cómo podía hacer lo que hacía. Él solo contestó que era algo que debía hacer por el honor y la defensa de la patria. No dijo mucho más sobre sus derribos o sus caídas en paracaídas. Luego la mujer se alejo cuando la llamaron de otro grupo y el piloto se quedó tomando su bebida. El piloto mullido que estaba desde el principio de la fiesta se acercó al piloto recién llegado, el piloto mullido le hizo el saludo militar; el recién llegado le devolvió el saludo (Este último tenía mejor rango). Se pusieron a hablar sobre derribos y vuelos sobre Alemania, mientras que el murmullo de la sala se hacía cada vez más grande y las palabras en idioma inglés se mezclaban entre ellas. Enlazándose y deformándose, generando un idioma particular de lugar grande con gente. Las palabras quedaban suspendidas y se juntaban con otras de otras personas que se mezclaban y formaban diferentes palabras que llegaban a ningún oído en particular.

Las palabras generaban una música especial que poco se escuchaba en esa zona desde hacía tiempo. Por algunos instantes algunas personas se olvidaron de la guerra que todavía estaba visible en el horizonte, en las alarmas y en los relampagueos nocturnos como fuegos artificiales. Pero las palabras eran lo importante era lo que hacía que esas personas estén bien, desde hacía mucho tiempo que no podían hablar tanto y de tantos temas, en el tono que quisieran. La música de las palabras subía y bajaba. Había momentos en que casi todos se callaban y momentos en que todos subían el tono. Eran como un coro de palabras, palabras pegadas a otras palabras que deformaban su significado, hasta a veces, deformaban su idioma.

Mientras tanto más gente llegaba, hasta que solo quedaba un espacio reducido en el medio de la sala. Cerca del gran umbral, que daba a la puerta de calle había una persona de uniforme blanco, de la Royal Navy. Una de las instituciones más aclamadas en la Gran Bretaña imperial. Este señor, empezó a caminar desde una punta del salón hasta otra, en su recorrido iba saludando gente que conocía y señoritas que lo festejaban efusivamente. Era alto, de físico atlético y llevaba su uniforme con gran porte; sin ninguna arruga, sin ninguna mancha. Cruzo de una punta a la otra y se encontró enfrente del gramófono. Cerca del aparato había un Mayor que estaba hablando con otra persona sobre Von Clausewitz, destacando que el objetivo de una guerra era aniquilar al enemigo. El marinero no le prestó demasiado atención al oficial del ejercito que hablaba sobre un teórico de la guerra alemán, él prefería siempre las palabras del Almirante Nelson cualquier día. Se agachó y se puso a buscar los discos, los encontró debajo del aparato. Ahí se puso a ver cual era la selección musical, hasta que encontró un disco para ese momento en particular. Saco el disco redondo y negro de su cubierta. Con un cepillo especial limpió de polvo la superficie del disco y lo puso en el aparato. Luego con su mano derecha puso la púa sobre el disco que giraba a una velocidad estable. Primero salieron sonidos guturales y expresiones no entendibles, pero luego la música empezó a tronar sobre las palabras que seguían suspendidas en el ambiente de la fiesta. Algunas parejas se formaron en el centro y empezaron a bailar, lentamente primero, un poco más festivo después. El marinero se quedó mirando la ventana dejándose llevar por la música que lo transportaba a otro lugar, antes de la guerra y las responsabilidades de los mapas y las rutinas. Se encontró en su casa, bailando lentamente con su amada que ya no estaba junto a él. La veía bailando apretada a su cuerpo, con sus brazos rodeando su cuello a la luz del hogar que chispeaba. Estuvo un rato así hasta que el piloto mullido le alcanzó una bebida que este agradeció y tomó mientras pensaba en la cara redonda de su amada, su cuerpo hermoso y su pelo marrón. Veía los ojos detrás de los lentes de la mujer, recordaba la foto que llevaba en cada viaje que hacía en el destructor al que estaba destacado. Ella se había ido, se había cansado de esperarlo, pensando que quizás nunca volvería y que sería compañero de los peces en el fondo del mar. No supo nada de ella. Ni ella supo nada de él.

La madre de la novia ya se estaba empezando a preocupar, miraba el reloj mientras el festejante todavía hablaba de su campaña en Francia empujando al ejercito imperial alemán a su propio país. Hablaba de los aviones triplanos rojos que había visto sobre sus cabezas, los combates de los cuales él había sido testigo privilegiado desde las trincheras. La madre tenía temor que algo les hubiera pasado. Los había dejado en su hogar esa misma tarde, luego de la intima fiesta civil que habían tenido. Recordaba a su hija abrazada a su nuevo marido mientras posaban para la foto, el tío de él les tiraba arroz, mientras su hermana tomaba la fotografía. Pensaba en lo bonita que estaba ella, y lo buen mozo que era él, con su uniforme de oficial de la fuerza aérea, con la gorra sobre sus ojos y su bondad en la vista. Tenía miedo que algún bombardero haya pasado sobre ellos y haya dejado caer sus bombas sobre su casa. Por más que los bombarderos enemigos por esos días eran cosas del pasado, pero cada tanto, en alguna noche aislada y oscura, los aviones alemanes con esos impronunciables nombres a los cuales todos estaban acostumbrados, pasaban y dejaban caer su mortal carga incendiaria contra la ciudad y el puerto. Fue perdiendo los miedos mientras se dejaba llevar por la música y la poesía de las palabras que se mezclaban con ella formando una especie de nueva compañía entre todos.

Algunas parejas bailaban al ritmo de la música. Otros seguían hablando y tomando su bebida mientras están abstraídos del mundo, porque han visto mucha muerte o porque todo eso les parece tan ajeno a sus vidas actuales que no pueden disfrutarlo. Algunos habían combatido en África, a otros les había tocado participar de la operación Overlord, otros habían defendido los cielos de la Luftwaffe, algunos (pocos) había llevado bombas a las ciudades y puntos estratégicos alemanes y también los había que habían intentado detener a los U-Boats en la batalla del Atlántico. La guerra no les daba respiro, algunos eran militares de carrera, otros se habían hecho voluntarios al iniciarse el conflicto bélico a otros los habían hecho voluntarios. Pero ahora estaban todos allí, algunos en mejores condiciones que otros, físicas y mentales. Aunque también estaban las presencias de los que no estaban allí, como por ejemplo uno de los hermanos del novio que había fallecido en la invasión a Italia, y su cuerpo nunca había sido recuperado. Otros, no menos, eran prisioneros de guerra y estaban en el continente sufriendo el frío y la nieve, esperando volver a casa, mientras esperaban que el frente se acerque a ellos y los liberen. Esas palabras sonaban en el espacio vacío de la fiesta, sonaban huecas en donde no había palabras que alcanzasen a llegar ese lugar. Era como si las palabras de los presentes, que tapaban y amenizaban todos los sonidos, no pudieran tapar el recuerdo de las palabras de los que no estaban, las palabras no dichas por personas que eran fantasmas cercanos en la habitación.

En un momento el mayordomo se acerca al umbral abovedado que daba a la puerta de calle y hace la introducción por primera vez del señor y señora. Todos empiezan a aplaudir cuando aparecen tomados de la mano debajo del umbral. Les tiran arroz, los que tienen, pero no demasiado porque todo está racionado por esos días. Algunos dan vítores, mientras el marino había sacado la música para dejar hablar al mayordomo. Ese fue el primer momento de silencio absoluto de la fiesta. El momento feliz, donde todas las palabras de los presentes y de los ausentes se unieron en un zumbido insonoro que demostraba la alegría de todos en esas épocas duras. Hasta en la guerra puede haber momentos felices y todos los combatientes, las enfermeras que habían estado en la primera línea, lo sabían. Hasta en algunos momentos en las trincheras congeladas los soldados mirando la primera línea de los alemanes (O italianos o rumanos) podían generar sonrisas y risas. Era un momento de felicidad entre todos los momentos de amargura, de perdidas, de muertes y de desesperanzas que reinaban en esos días.

Ante la mirada de todos los nuevos esposos se besaron, mientras todo les gritaban cosas alegres. Ella estaba hermosa con un vestido azul francia que brillaba y generaba tornasoles. Él estaba elegante con su uniforme, sacándose la gorra para besarla mejor. No se soltaban del brazo y sus sonrisas iluminaban sus caras, en especial a ella que la sonrisa le quedaba tan bien, era tan hermosa cuando mostraba toda su dentadura, sus ojos daban muestra del amor que le tenía cuando lo miraba. Él, un poco más parco, pero en sus ojos se notaba la felicidad del alma, se notaba que el alma era una fiesta y no dejaba de mirarla. Él dijo unas palabras de agradecimiento en nombre de los dos, recordó a los que no podían estar, pero que estaban presente en el recuerdo y las experiencias de todos ellos. En ese momento lagrimas rodaron por algunas mejillas, pero luego, alguien propuso que la pareja recién casada tome la pista de baile y bailen para todos los presentes.

El marinero, ni lento ni perezoso, puso una tonada apropiada para ese momento, mientras miraba a la novia y en su cuerpo veía a su amada, se veía e él casándose con su adorada. Mas esos fueron pensamientos fugaces en su mente, mientras cada tanto gritaba algo a su amigo y su reciente esposa. Algunos pilotos gritaban, este me salvo la vida tantas veces, para luego explicar a algunos como se la había salvado. Uno decía que estaba siendo perseguido sobre el canal por un BF109 alemán que no se lo podía despegar de sus seis, todo el tiempo por más maniobras que haga siempre estaba ahí, pidió auxilio por la radio, y de repente, cayendo desde el sol (cegando al enemigo), descargando sus seis ametralladoras sobre el morro del avión lo derribo y él pudo volver para combatir otro día más. Muchos pilotos hacían gestos con las manos demostrando las posiciones de tal o cual avión, diciendo los nombres de las maniobras como ser: Zoom, Immelman, tijeras invertidas, tijeras planas y demás nombres técnicos que a algunas mujeres les parecían atractivas y a otras les generaba un autentico rechazo automático.

Pero la pareja toma la pista de baile, y bailan hasta el fin del amor, mientras el disco gira lentamente y las personas se acercan luego de la danza para saludarlos y felicitarlos. En un momento, en el momento en que un disco se acababa, mientras todos hablaban y generaban ese murmullo especial con las palabras que se cruzaban y se mezclaban, se partían y se creaban, que se inmiscuían y relinchaban, el piloto mullido mirando por la ventana fue el primero que la escucho. La intrusa se acercaba en esa noche de felicidad. El disco llegó a su fin, mientras las palabras de los presentes se iban acallando para dar paso al silencio, esta vez más absoluto que la vez anterior. Cada vez se escuchaba más fuerte el sonido de la intrusa y las alarmas, mezcladas con el fuego antiaéreo. Los pilotos pensaban que alguno de sus compañeros tendría que estar en la cola de esa bomba voladora intrusa que se había metido como un invitado sin invitación más a la fiesta. El novio y la novia estaban agarrados y abrazados, decididos a morir juntos si debían morir. El zumbido se esparcía por toda la ciudad y no solo por la fiesta, generando los mismos silencio en todo Londres. Nadie veía a la bomba V-1, pero todos sabían que venía, algunos de los pilotos la habían visto de cerca, hasta uno había podido poner su Spitfire tan cerca que la derribo con su ala, tocándole el ala al aparato y haciéndole perder el rumbo. El zumbido generaba terror en todas las personas, era casi lo misma psicología que generaba el Stuka con su atronadora sirena cuando caía en picado sobre sus blancos.

Siempre el zumbido se terminaba con una explosión, en la cual podía uno verse inmiscuido. El zumbido de la intrusa lo ganó todo, hasta que una explosión gigantesca y muy cercana llegó hasta el oído de los presentes y los ausentes. Esa vez se habían salvado. Algunos siempre pensaban que le apuntaban a ellos. Todavía estaban presentes, mientras las palabras se habían ido y la música tardaba en retornar; la intrusa había logrado hacerles acordar que la guerra seguía su curso y ellos en cualquier momento podían morir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace poco vi Locos del aire, jaja

Me hiciste acordar un poco a Pearl Harbor, y a YMCA con tantos marineros y uniformados!

Me gustó que la intrusa no sea lo que uno se imagina que va a hacer cuando comienza a leer


y me gustó el final

el almirante Nelson, jajaja

saludos

(ah, fijate que se te coló un "baso" con "b" por ahí...)

g. dijo...

Ahora me doy cuenta sobre lo del Almirante Nelson... Y tenés razón, me generaste una sonrisa, sincera.

A ver... No se me escapo, seguro que esta tomando algo con su organo ¿No?

... Dejando la joda de lado, si lo encuentro cuando lo relea lo cambio, gracias...

Termnaré de leer tus seis partes cuando estén tus seis partes.

Saludos.