viernes, agosto 29, 2008

Teléfonos públicos y dos disparos

Dejo el peso con veinticinco en monedas de veinticinco centavos, tiro el bolso en el piso con las películas de Blockbuster que alquilé el sábado a la noche, todavía no vi Oldboy. La veré más tarde a la noche, con todos mis horarios oblicuos y torcidos (Redundemos como cuando nos amabamos). Una vez abajo, le cuento a mi hermano, que está copiando el logotipo de Piero (Sí, parece que todo se conjugará para que te recuerde), todo el devenir de la noche. Más que nada todo lo que pasó al final, me mira y me dice, que suerte que no te pasó nada. Mientras tanto escucho que la pava eléctrica me avisa que el agua ya hirvió y tengo mi té listo.
Me doy cuenta mientras empiezo el cuento, que esto es el final. El final se me mezcló con el principio y ahora estoy pensando en cómo seguir contando la historia, mientras me paro para ir a buscar el té, le tengo que poner azúcar. Cosa que haré en el momento en que deje de poner letras sobre el fondo blanco. Tengo la necesidad de escribir esto, en forma de cuento, aunque todo lo que cuente me pasó. Pero, una vez que ya está todo escrito, me habrá pasado realmente. Yo no lo sé, tampoco sé realmente qué escribiré. Piensen que estoy en este punto del cuento.
Ya tengo a mi derecha (Izquierda en realidad, mientras mi hermano me dice que la película es una trilogía sobre la venganza) mi taza de té de tilo. Me falta revolver el azúcar todavía, pero siento que debo empezar por el inicio para contar lo que me pasó hace un rato.
¿Me pasó, el recuerdo muchas veces es ficción? ¿Metaficción? ¿Meta cuento? O ¿dale mete cuento? Supongo que esto es solo para vos, solo para tus ojos.
Me ardían los ojos cada vez que los cerraba. Sé que se debe a todo lo que lloré antes de estar en ese lugar. Todavía, ahora (Que no es ahora más que cuando yo puse ahora), me arden. Es por todo lo que lloré, mientras mi hermano me dice mira que dibujante, mira que silla, papá, no cualquiera. Un gol de Universidad Católica contra Olimpia en el minuto sesenta del partido o algo así.
Sí, me ardían los ojos cada vez que los cerraba. Estaba sentado en mi silla, mirando mi celular intentando actualizar para ver tu blog, pero en este día no anduvo en ningún momento. Así que no podía matar el tiempo de ese modo. Escuché toda la noche hablar sobre Resoluciones Generales de la AFIP (Un sorbo de mi té), impuesto a las ganancias y demás yerbas de ese estilo. La noche pasa interesante, aunque en ningún momento puedo poner la mente en lo que habla el contador. Toda la noche me la paso pensando en vos, ya que hace muy poco tiempo leí tu mail. Lo que me pasó ayer a la noche fue que mientras estaba leyendo Justine, me quedé dormido. Totalmente dormido, cuando me levanté eran las tres y pico de la mañana, igual fue difícil volver a quedarme dormido. Le tengo miedo a las pesadillas sinceramente. Me dan café y demás vituallas, preguntó por la situación de otro curso al que me había anotado con ese. Todavía no se junto la cantidad de gente necesaria para iniciar el curso. Preguntó por un par más pero la muchacha no me puede decir nada sobre ellos.
La noche sigue luego del intervalo y yo sigo sin poder concentrarme, pienso en vos. Sopesó tus palabras escritas ayer, te extraño y siento que te necesito junto a mi. Es lo que me pasa en ese momento, cada tanto puedo extraerte de mi mente y meter lo que esta diciendo el contador a cargo del curso. Cuando empieza a hablar sobre Impuesto a las Ganancias ya estoy totalmente metido. Por un rato, la concentración no me dura mucho. Hoy en el trabajo fue lo mismo, estaba en una reunión y yo ya sabía que tenía tu mail. Quería saber que me decías pero no lo podía leer allí, pensaba que tal vez me dijeras algo muy malo que yo no lo podría sobrellevar. Aunque ya cuando vi escrito mi nombre como lo decías vos estaba llorando. Y todavía al pestañear siento ese calor en los ojos que me hace pensar que no todo era ficción.
El curso termina y yo me debato entre no comer y dar una vuelta o comer. Decido por comer, no sé por qué. Supongo que era porque tenía auto y no tenía ganas de volver a casa todavía. Estoy seguro que si hubiera ido caminando como era el plan, como seguirá siendo el plan no hubiera ido a comer. Pero fui a comer, entre en el McDonalds de Laprida. Le pido un cuarto de libra con queso (Pienso, sin condimentos para vos, pero no lo digo). Me dicen que son quince pesos con cincuenta. Le doy diecisiete pesos, ella me da el vuelto en monedas de veinticinco. Siento el fangote en mi bolsillo de mi saco negro, me da la comida y me voy a sentar. Lejos de todas las parejas felices que están hablando, tomándose las manos, los odio a todos enérgicamente en este momento (También en aquel). Como muy rápido, también bebo muy rápido. Me paro y salgo velozmente de ese lugar, mientras sigo jugando con las moneditas en el bolsillo.
Salgo a caminar en esa (Esta, todavía... Sí, ESTA, para vos, dale, dame carcajadas) hermosa noche, agarro España (o es Italia, la que tenga el teatro, no sé cuál es ahora) y camino lentamente mirando a las pocas personas que andan por la calle. Todos andan tranquilos o muy nerviosos. Yo doy impresión de estar muy tranquilo, pero sigo teniendo un bolo a la altura de mi corazón, es un molesto bolo de nervios que no se va. Estuvo todo el día, desde que me levanté hasta ahora, que ya no tengo té a mi derecha (Izquierda).
Anduve caminando, estaba lindo para caminar, ahora estoy adentro así que no sé si esta lindo para caminar. Anduve caminando lento pero con una velocidad mental digna de un ajedrecista jugando contra Deep Blue. Camino creo que hasta la calle Sixto Fernández, pasando la zona de restaurantes, en ellos había poca gente. Se ve que los jueves no es un gran día en ese lugar.
Doble en esa calle y llegue a Meeks. No creo que haya en ninguna otra parte del mundo una calle llamada Meeks, solo porque esa calle se llama así porque los que eran dueños de la tierra en tiempos muy remotos tenían ese apellido. Es una hermosa calle, ancha y tranquila de noche.
Veo el primer teléfono público mientras juego con mis monedas. Pienso en llamarte. No me decido y sigo caminando ya un poco más intranquilo en mi exterior. Empiezo a jugar con la idea de llamarte. ¿Por qué desde un teléfono público? Para que no sepas quién te llama, aunque luego sepas que soy yo. Y eso no lo puedo lograr desde mi celular. Sigo caminando y voy viendo los teléfonos públicos, hay muchos en esa calle, mucho más cuando voy llegando al centro.
En ese momento en mi mente se empieza a gestar este cuento. Pero yo no soy yo en mi mente, yo soy Pérez. Aunque muchas veces yo me disfrazo de Pérez, hago que él piense en Virginia, como casi siempre. Hago que Pérez ande por Lomas de Zamora caminando cuando él vive, ahora solo, en un departamento de Capital. O por lo menos así fue hasta la última vez. Hago que Pérez juegue con sus monedas en su bolsillo, hago que él haga las cosas que yo iba haciendo en ese momento.
En algún momento paro enfrente del bingo y me pongo a ver la vidriera de las viejas. Tienen algunos libros que realmente tengo ganas de comprar. También tienen un libro de Todorov, otra de las cosas que me hacen acordar a vos. O, en ese momento, hacen a Pérez recordar a Virginia.
Salgo de la librería, camino un rato más. Sigo jugando con mi peso cincuenta en monedas de veinticinco centavos por la calle Meeks. Cuando llegó a la zona más céntrica, me acerco a un teléfono público y levanto el tubo. Se me acabó el té, y me arden los ojos, me duele el estomago ahora, no sé que me pasa. Me siento en una batidora, agarraron todos mis sentimientos y los metieron allí, apretaron el botón (Mientras mi hermano me pregunta si escribo un mail o para el blog, yo le digo que no a las dos, aunque sé que al final terminará en el blog, y cuando esto este allí, deberán dejar de leer todo aquello) y todo ser revuelve dentro de mi ser. Siento que tiene tono, juego con las monedas. Agarro una moneda de veinticinco de mis seis y la meto. Me la devuelve, nunca fui muy ducho con esas máquinas. Repito el procedimiento pero en ese momento me come la moneda.
Dejo el tubo, intento recuperar la moneda. Pérez también intenta recuperar la moneda, me empiezo a poner loco. Pérez con calma, me empieza a decir que me tranquilice, que son veinicinco centavos, que qué hubiera hecho si no me la tragaba. Le digo que yo hubiera hablado con vos esta noche (O cuando lo leas, si lo lees) y vos hubieras hablado con Virginia esa noche (Ya no esta, sí, otra vez: ESTA). Me agarra la mano que quiere reventar el tubo contra el aparato, lo miro a los ojos, mis ojos. Me doy cuenta que tiene razón. Le agradezco y me voy poniendo más tranquilo. Veo que sus ojos están colorados como pienso que estarán los míos. Pérez me agradece todo el tiempo que yo le pude dar con Virginia y realmente aprecio este gesto de él. Porque mientras vos te fuiste yo se la quite a él, a mi Pérez. A tu Virginia vos le quitaste su Pérez. Nosotros tenemos el poder sobre ellos. Ahora, también me doy cuenta que somos nosotros los que tenemos el poder sobre nosotros. Nosotros podemos ser nosotros si nosotros queremos. O podemos ser vos y yo. Como este último tiempo.
Me arden los ojos, casi tanto como me ardían cuando cruzaba Laprida de nuevo, por otra calle, una cuadra más abajo. La historia de Pérez terminaba allí, porque pasando la peatonal ya no hay teléfonos públicos. Así que deje a Pérez en paz y me concentré en mi por un momento. Pérez se tomo el tren, o el auto o simplemente desapareció. Yo me quedé pensado solo en vos, sin hacer ficción de mí ni de vos. Pero allí no nació la primera persona. Hasta allí el cuento seguía siendo sobre Pérez y Virginia. Hasta allí era un cuento, un suceso sin ton ni son.
Este igual, tiene algo más. Tiene ton no tiene son. Es medio sonso (o sonson o tonson). Seguí caminando, un poco más tranquilo recordando que en la revista de la facultad está mi nombre, la llevo en el bolso. Es que aparecieron todas las colaciones y yo estoy en una. Mi nombre, me busqué en las fotografías y no me encontré. Te lo querría decir, te lo querría mostrar. ¿Nos veremos alguna vez? Espero que sí. Por lo menos te quiero mostrar eso. Y te tengo que besar. Nunca no te bese; ni siquiera a primera vez. Ni siquiera la última. La próxima, realmente espero que sea la primera de nuevo. Quiero ser Buenos Aires, aunque hoy somos Cartago.
Camino un rato más. Veo a un chino que esta luchando con la cortina de su restaurante, toda la gente estaba haciendo cola para espera a los colectivos. Cruzo Boedo y luego cruzo Saenz. Allí paso al lado del Dalí, busco nuestra mesa. Cuando allí jugábamos al escritor y la editora, nos sentábamos bajo Gala. Ella estaba mirando al mar con sus anchas caderas sin importa lo que nosotros dijéramos bajo ella. Ella siempre nos dio la espalda, hasta cuando dormiamos en tu pieza y ella seguía mirando el mar. Ahora sé que no te levantas mirando a Gala, aunque tal vez tengas a Gala entre las piernas. No encuentro esa reproducción, recuerdo la vez que nos reímos tanto pensando que no era una reproducción, que la habían pagado con millones de café. Sería el mejor lugar para guardarlo. Sí vi el del reloj que se va derritiendo en el paso de las horas.
Empiezo a llegar a la esquina de Portella, mientras veo a tres personas sentadas cerca de un nuevo restaurante. Estan en una mesa afuera. Me paro, mientras mi hermano esta viendo La Batalla de Riddick en la televisón. Voy a dejar la taza en el lavado para que luego mañana tenga otro té, pero esta vez común. No de tilo, mientras voy hasta allí pienso (pensaré, todavía no lo hice) si tomo las pastillas que son un calmante natural con algunas vitaminas. Lo pensé y lo decidí, sí. Va a ser mejor. Hoy fue un día raro.
Mientras voy llegando a la esquina me doy cuenta que una chica viene caminando por Portella para el lado del paso nivel peatonal. Yo nunca pasaría por ese paso nivel peatonal de noche, sé que es muy peligroso. Allá ella pienso yo. Cuando siento un tiro. Aunque en ese momento seguí caminando porque pensé que era un cohete o algo así. Pero luego hubo otro tiro. Ya las tres personas que estaban sentadas en el nuevo restaurante de ahí (Que dice también que es almacén, nunca lo comprobé) se paran y sacan sus armas. Me dicen a mí y a la piba que vayamos para atrás. A mi uno me dice, para atrás flaco, para atrás. Yo doy dos pasos para atrás rápidamente y me quedó allí, mientras realmente pienso en vos. En lo que te preocupas cuando camino de noche, y que sería una ironía que me pase justo cuando estoy en auto, yendo al auto. Escucho otros disparos mientras me quedo agachado. En ese momento, mientras me acercaba a la ochaba, veo que en la esquina había un pibe. EL pibe era el novio de la piba que venía caminando por Portella. El cruza rápido y la abraza, por primera vez en mucho tiempo me da felicidad ver a una pareja abrazándose, como enamorados. Ellos luego se van por donde la piba había venido.
Yo, mientras cruzo el lugar del hecho y uno de los policías de civil vuelve corriendo a la comisaría (Que esta a una cuadra de allí; por eso los canas estaban tomando algo allí), pienso en vos. En todo lo que siento por vos y no te puedo decir. Pérez apareció allí un largo rato, yo me quedé pensando en que le pasaría a tu Virginia y a mi Virginia si nuestros Pérez morían allí. Me quedo pensando en que pasaba si me pasaba algo allí, me temblaban las piernas y yo no podía pensar en nada más que vos. Es sincero, pensé de nuevo en la noche del secuestro. Ahí decidó que el cuento será escrito pero con otra tónica, la del final. La de mi pensando en vos cerca de los tiros.
También allí me di cuenta que tenía que dejar a Pérez de lado. Esto me pasó a mi. Entonces dejo de lado la metaficción (O cualquier otro tipo de meta que pueda llegar a pasar por tu cabeza o la mía, como meta-guacha o meta cuchillo). Como me pasó a mi hace ahora una hora, tenía que escribirlo como yo. Para que sepas que estoy bien y estoy en casa. Todavía no sé si me respondiste el último mail; no sé si lo harás.
Pero como esto me pasó a mi ahora escribo en primera persona. Luego de eso me subo al auto, al auto de mi viejo y manejo. Para volver a casa tengo que pasar de nuevo por la esquina. Veo que pasa un tren y un policía de uniforme va corriendo para esa esquina. Sigo mi camino y luego doblo. A dos cuadras solo veo que una moto de pizzería esta mirando para allá. Veo un auto sospechoso en la otra esquina. Sigo de largo me meto en el bajo nivel y vuelvo a pasar por la esquina, pero del otro lado de las vías. Allí no hay nada pero a una cuadra, hay mucha gente. Doblo y vuelvo a casa.
Una vez en casa el portón automático se queda por la mitad como siempre. Yo no llamé a la seguridad, pienso en el secuestro que tuvimos cuando un auto pasa rápidamente zumbando detrás de mí. Me bajo y abro el portón. Todo esto pasó y ahora estamos mirando “Duro de Matar 4”; si no me crees en Movie City a las doce y veinte de la noche la están pasando. Ya van por la parte de los presidentes, se está desatando el caos. Fijate en la guía. Creeme, esto pasa ahora.
Luego entro a casa tranquilo, subo las escaleras y en mi pieza dejo el peso con veinticinco
en monedas de veinticinco centavos, tiro el bolso en el piso con las películas de Blockbuster que alquilé el sábado a la noche, todavía no vi Oldboy.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

a mi criterio, el mejor escrito de este blog

espero que estés mejor

maga dijo...

Solo pase a saludar y decirte que pase, no obstante no lei todo lo nuevo que hay, ya lo hare, estoy con policial negro y no puedo dispersarme mucho. Besos.

Luna dijo...

Vos que sos hombre de ficciones, esta vez fuiste superado por la realidad