domingo, septiembre 21, 2008

El Rapto de la Primavera

Y él fue a la cama de la abundante Démeter, quien concibió a Perséfone, la de blancos brazos, robada por Hades del lado de su madre.






Las flores coloridas estaba abiertas de par en par para que ella las vaya a buscar, por acción de su madre, la que le da vida a todo el mundo. Mientras tanto sus compañeras corrían a sus costados, jugando y profiriendo encantos a todo el que él que las quiera ver. Ella acariciaba cada tallo de la flor abierta, con todas las muestras de vida y las juntaba con toda la delicadeza que su alma tenía. Andando por el llano, iba tranquila, feliz, y las flores se abrían a su paso, el verde se conjugaba con expresiones de vida mientras sus manos se posaban en cada flor. Ella olía los olores y respiraba sus perfumes, mientras las risas resonaban en ese ambiente.
El día estaba celeste, diáfano, con algunas nubes por aquí y por allá que tapaban al sol, que todo lo ve. Era un perfecto día mientras la diosa correteaba y daba saltos cortos que eran acolchonados con el suave grava entre el pasto. Sus manos, llenas de flores, en su más maravillosa expresión de felicidad. Sus amigas le brincaban a sus costados y le hablaban sobre los viajes que estaba haciendo su madre, su querida y anciana madre, en esos mismos momentos. Ella le contestaba que estaba dando vueltas por las islas, las playas y las montañas griegas. “¿Cuándo se va a casar, oh, gran diosa?” preguntaban las ninfas cada tanto, deseosas de saber la voluntad de la diosa. Y ella solo sonreía y olía las flores recientemente recogidas, desdeñando las preguntas de casamiento y dando a entender lo poco que el importaban esos asuntos. Las miraba con su cara especial luego y se les escapaba corriendo por el prado.
Ella se iba acercando con su paso florecedor a la grieta oscura, escondida y oscura entrada a otros mundos. Las nubes se abrieron mientras Eolo las soplaba, tapaban la vista del dios que todo lo ve. Se agachó a recoger un lirio y un narciso (a su otro costado), oliendo su colorida esencia, cuando un sonido hueco anunciaba que la tierra se abría, mientras el mundo se movía y temblaba como en un terremoto. Ella tranquilamente miró a su compañeras, por sobre su hombro, que se habían quedado sorprendidas por la presencia oscura que reinaba en el mundo terrenal; sus amigas salieron corriendo cuando el raptor posó su mirada sobre ellas. La diosa se dio vuelta para ver en la grieta oscura el carro dorado y al gran dios raptor mirándola. Este le tiende su mano, abriendo sus dedos y esperándola, mientras la otra mano tenía agarrada una cadena que sostenía a su perro de tres cabezas. Ella entiende que no puede correr mientras busca en el cielo a su padre por ayuda, pero nada dice, ningún trueno o relámpago hablan en el cielo. Se da cuenta que el destino está echado y ella toma su mano oscura, que se cierra contra su mano blanca y dulce, ya sin el lirio y el narciso que han caído al piso marchitándose y desapareciendo. La carroza luego retrocede volviendo de nuevo a la caverna, bajando rápidamente, cayendo y yéndose del mundo celeste mientras las flores en su otra mano siguen con sus colores de arco iris, pero el verde del mundo se desvanece en marrón y colores oscuros al darse cuenta que la hija de la diosa que les da vida cae en el otro lado.
El camino era largo, en todo el recorrido por la caverna, una de las tantas entradas a ese otro mundo, la diosa grita de miedo. Estremecedor, el eco resuena por todos lados rebotando contra las paredes hasta salir al mundo. Un grito que fue lanzado por su garganta, su único intento de pedir ayuda, que resonó en toda la caverna y que llegó hasta el mundo que estaba mutando de verde en marrones muertos. Su madre, en la lejanía, a un mundo de distancia; muchas ciudades y algunos mares las separaban pero pudo escuchar su lamento, su suplica, su pedido de auxilio. La madre se quedó instantáneamente quieta, cerca de la playa donde las olas iban a morir a la costa, escuchando el eco perdido que resonó en su cabeza. La angustia empezó a oprimir su corazón y no iba a abandonar ese sentimiento en toda su recorrida por el mundo conocido hasta recuperar a su hija. Su periplo empezó en ese mismo momento, en el momento del grito. Instantes después la madre se encuentra en el lugar donde faltaba un lirio y un narciso, pero nada ve, no la encuentra en ninguno de sus cuatro costados. No hay rastros ni de cuevas ni de mundos abiertos en esa parte de Sicilia. Ve a las ninfas que vuelven corriendo pero terminan siendo transformadas en sirenas por su inactividad.
La diosa madre, se convierte en una vieja atiborrada en harapos, con una antorcha en cada mano, recorre por nueve días y nueve noches seguidas todo el mundo conocido. En el décimo día, encuentra a un testigo que le dice que también escuchó el grito lanzado por su hija, el cortado alarido llegó a su oídos mas su vista no pudo precisar al raptor ya que la oscura noche rodeaba su cara y su figura, le habla del carro dorado que sí había visto aparecer del cráter abierto momentos antes en el medio de la tierra. Agradece la diosa madre al testigo, dejándolo atrás en el camino que recorre. Ella, de pronto, recuerda que siempre hay alguien que todo lo ve y se dirige a él en plegarias para que le cuente lo que le ocurrió a su hija.
Este, el que todo lo ve, le cuenta con lujo de detalles todo lo ocurrido ese desgraciado día cálido aunque no en demasía. El relato empieza desde que su hija estaba cortando flores en el llano hasta que la tierra se abrió en una gruta y que su tío (su mismo tío, el raptor) se la llevó a los lugares donde la luz del sol nunca llega ni llegará, donde las almas pagan por sus penas o disfrutan por sus glorias en vida. Le dice que su hija adorada ya no está más en el palacio terrenal, sino que esta en los imperios de las almas. La diosa madre, grita al cielo, al palacio celestial donde Él la escucha, le informa que reniega de todas sus funciones en la tierra, en el Olimpo, hasta que su hija no le sea devuelta. Y con esta sentencia se pone a vagabundear en su forma de anciana harapienta. A cada paso, junto al destierro de su hija, generaba que la tierra se tornara estéril, alterando el orden del mundo, generando hambre y muerte entre todos los mortales que la veneraban toda su vida.
Los mortales no entendían por qué sus cultivos no germinaban, por qué los pastos no se volvían verdes como siempre lo habían hecho. Invocaban santas hecatombes a todos los dioses que les eran caros al corazón, implorando que sus desdichas terminaran. Imploraban que vuelva la vida a los pastos. Los dioses no podían hacer oídos sordos a las invocaciones de los mortales
Mientras tanto en el inframundo el raptor miraba a su diosa sentada a su lado en el trono, mirando toda la extensión su nuevo hogar por ese momento, los campos elíseos, sin saber que su vida estaría destinada a pasar allí la mitad del período solar, todos los años por todos los tiempos. Nunca nadie supo bien cómo fue, si ella comió las granadas voluntariamente o si el raptor la engaño para que las coma, pero el hecho es que sí las tomo quebrando el ayuno (una o seis, tampoco nadie lo sabe) y eso generó su imposibilidad de huida de ese mundo al que solo por eso había quedado atada. Tal vez fue por no poder sostener el ayuno que se había impuesto o un enamoramiento repentino ante el poderío de su raptor, tal vez fue solo una treta de su posterior esposo. Quizás ella quería quedarse en el palacio oscuro, teniendo un reino para ella como consorte de su raptor. Lo que pasa en el más allá, queda en ese lugar y por eso las versiones siempre son difusas. Los que entran a ese lugar nunca salen y sus historias quedan encerradas entre las paredes donde reina la oscuridad, la noche y los sueños.
Al momento de probar ese bocado, la granada, la diosa estaba para siempre condenada a ese mundo de oscuridades. Su padre, en el celeste cielo, al darse cuenta de la situación que en cierto modo, él también había generado con su complicidad, viendo que los campos estaban negros, que las plantas no tenían ese verdor habitual y que las flores no florecían; decide que tiene que mediar en la situación.
Baja al inframundo a buscar a su hija y restituírsela a su madre, que andaba vagando por el mundo terrenal cumpliendo otras tareas sin volver a la mansión celeste para generar sus trabajos. Una vez allí el gran Dios ve a su hermano, sentado, esperándolo en la oscuridad de su imperio subterráneo y le dice que es necesario que su raptada vuelva al mundo, que sino ni él tendría su ejercito de almas, ni el gran dios a nadie en su tierra adorada. El raptor, su hermano y tío de la raptada, lo miró largamente y luego le espetó que era imposible que su diosa se vaya de su mundo, ya que había quebrado el ayuno y eso ayudaba a sus fines. El gran dios, el dios mayor, entiende la situación, comprende que la diosa estaba atada al Hades. Pero en su gran afán por devolver la normalidad al mundo propone un trato, que la diosa vuelva con su madre la mitad del año y que la otra mitad la pase como su consorte en el palacio oscuro.
Hades acepta y Démeter, desde lejos también acepta.
Y así es como en los inicios de la primavera la diosa Perséfone se eleva desde el mundo subterráneo al Olimpo, dejando allí a su esposo Hades por ese tiempo fijado por Zeus en su mediación. Cuado se eleva la diosa los primeros tallos se tornan verdes y las plantas florecen, los campos pueden ser labrados y cosechados, ya que se junta con su madre Démeter en el Olimpo, y esta hace el trabajo de volver a poner la vida en el mundo. Hasta el momento en que su hija vuelve a la oscuridad, a su reino subterráneo y el suelo por ese lapso queda estéril en la estación triste del invierno.
Un día como hoy Perséfone está subiendo al cielo.



Fuentes:
Diccionario de Mitología Griega y Romana - Pierre Grimal.
Wikipedia.com

Imagen:
Rapto de Proserpina de Rembrandt Van Rijn

2 comentarios:

g. dijo...

Y Suaznabar terminó de leerle a Julia, su esposa, el cuento que había escrito para ella.
- ¿Qué te pareció? - Le pregunta él.
- Me gustó. - Le dice ella, luego con una media sonrisa en su rostro, lo mira y le dice: - ¿Y si lo quiero en romano?
- Sencillo, mi amor, agarramos y cambiamos todos los nombres. En vez de Hades, ponemos Plutón. En vez de Perséfone ponemos Proserpina y en vez de Démeter ponemos... Eh... No me acuerdo.
- Ceres. - Le dice Julia, sabiendo que nunca se acordaba de esa diosa.
Luego, Suaznabar se para y la abraza por detrás, besándole el cuello y respirando su cabellera; y simplemente le dice:
- Te amo, mi amor. Vos siempre serás mi Perséfone; por más que siempre en algún momento te me vayas de mi vida, siempre te amaré, mi amor.

Dolores Eidán dijo...

si por acá me comunico con g. le informo que dejé una aclaración en mi blog, por si se malentendió.
saludos.