jueves, septiembre 18, 2008

Las llamas

Mientras los aviones de la marina de guerra encendían sus motores y carreteaban por la larga pista de la base aeronaval, el General Nerón desayunaba en el palacio de manera frugal. Tranquilo, deglutía las medialunas de grasa, leyendo los diarios adictos al régimen y los que no lo eran tanto (Que cada vez eran menos).
La ciudad imperial, la ciudad a donde todos los caminos llevaban, se despertaba lentamente con una gran niebla matutina que lo atrasaba todo, que escondía el futuro de los sucesos. La plaza delante del palacio imperial empezaba a llenarse de gente lentamente que la cruzaban caminando apuradas para ir a sus trabajos o hacer los mandados. El Emperador ya estaba desde hacía un largo rato en la Casa de Gobierno, mirando desde su oficina el cielo cubierto por la niebla y las nubes bajas, buscando el horizonte y planeando los próximos pasos de su desesperado gobierno de masas. Miraba el cielo como intuyendo el fuego y la destrucción de la ciudad.
En algún momento de la mañana cerca de las diez y media, uno de sus muchos sicarios se acerca al sillón donde el general Nerón dormitaba haciendo que miraba documentos y planos de monumentos a su fallecida esposa, la emperatriz. El sicario, lentamente, sin hacer sonidos exagerados, como todo espía, se acerca al sillón. Se posa sobre el oído del Emperador y le susurra algunos comentarios en secreto, dejando notar en la cara del General Nerón algunos expresiones que esa mañana no debían estar en su larga cara, cansada y deteriorada por el peso del gobierno. No había nadie en la oficina, pero el secretismo y el verticalismo hacían que todo se susurrara.
El general Nerón dice: “Dígales que vengan a la plaza”. El sicario se aleja rápidamente y sale por la otra maciza puerta de doble hoja, en el otro lado de la oficina. Mientras el Emperador se levanta de su sillón y vuelve a mirar la plaza; ve el paso de las personas, anónimos moviéndose entre las multitudes de trabajadores, vestidos de sacos y corbatas, yendo y viniendo como hormigas o insectos. Desde su ventana parecían una masa sin sentido altamente influenciables para que vaya a tal o cual lado. En ese momento, mientras el General cantaba unas palabras de música popular, entra su guardia pretoriana y lo sacan corriendo de la oficina. Lo iban a llevar a los refugios antiaéreos del Ministerio de Guerra, antigua casa del emperador.
En esos instantes, los aviones ya estaban sobrevolando la ciudad, esperando la orden en latín para soltar su carga de fuego y destrucción sobre el palacio de gobierno y la plaza, donde ya la gente empezaba a gritar consignas espontáneas y consignas consignadas. Los aviones de la marina de guerra (Aunque suene a oxímoron pasó así) daban vueltas como moscas sobre la carne muerta.
El emperador llegó al ministerio de guerra cuando los aviones empezaban a picar sus alas y caer sobre la masa de la ciudad. El General Nerón entró al bunker y se quedó allí recolectando las informaciones de lo que iba sucediendo en su ciudad imperial. Las personas a su disposición (Que eran muchas) entraban y salían, llevando y trayendo información, alcanzado y sacando vituallas. El emperador sentado en el gran sillón de pana roja detrás de un escritorio de roble, estaba tranquilo con una sonrisa en la cara, haciendo gestos con unos planos en la mano.
Los aviones a pique caían como truenos en la mañana nublada de invierno. Soltaban las bombas pesadas que llevaban bajo cada semiplano, luego retomaban altura y daban un largo giro para apuntar sus cañones contra la Casa del Emperador y la plaza, donde la gente corría y buscaba refugios en los colectivos quemados, zaguanes abiertos y bocacalles.
Los aviones de la Marina de Guerra hicieron varias pasadas, escupiendo fuego por sus bocas, dando giros y dejando caer la destrucción desde el aire. Los aviones leales al régimen tardaron en aparecer, se dieron algunos combates aéreos sin importancia, ya que las bombas reposaban sobre la plaza.
Cuando la intensidad del bombardeo menguaba, el emperador subió a la terraza del ministerio de guerra para mirar la ciudad imperial. Veía el humo salir por todas las direcciones a donde mirara, el humo espeso que se mezclaba con el horizonte nublado, todavía notó algunos de los aviones blancos que tomaban rumbo a otras costas lejanas, tal vez amigas, tal vez extrañas, tal vez a extrañar.
El general Nerón miró a uno de sus colaboradores, que estaba a una distancia prudencial con su piloto volando por las grandes ráfagas de viento que recorrían la terraza. El emperador se pone a citar; en un idioma no desconocido para él, cantando y narrando de a ratos las siguientes frases:

(...) The Trojans were suspicious of the wooden horse
and standing round it debated
what they ought to do. Some thought they ought
to hurl it down from the rocks,
others to burn it up, while others said they
ought to dedicate it to Athena.
At last this third opinion prevailed.
(...)

La trampa, aunque prevista en su plan, ya estaba puesta. El Emperador no podría hacer nada para detener la rueda que se había puesto en movimiento, aunque desde siempre esto había sido parte de su accionar. Nunca pudo ver todas las consecuencias.
Los aviones aterrizaron en la otra costa, mientras en el auto el General Nerón se dirigía a la casa de gobierno, hablando con uno de sus sicarios, que iba sentado a su costado, mirando por la ventana con una de sus manos en la cartuchera donde estaba su pistola. El Emperador iba diciendo que esto no iba a terminar así y que esa noche la ciudad seguiría en llamas. Las llamas durarían cinco días y cinco noches. Luego de eso, todo sería reconstruido; con los monumentos que el movimiento merecía, la ciudad nacería de nuevo, con su figura triunfante sobre la muerte que caía del cielo de los antiguos poderes que no cejaban en sus intentos por volver.
Pasaban por la plaza destruía y quemada, todavía algunos autos y edificios aledañas estaban en llamas. Los muertos se iban apilando en algunos costados, cerca de árboles en llamas. El agua no daba abasto para saciar la sed de las llamas, el oxigeno de la noche proveía todo lo que se necesitaba para sobrevivir. El Emperador seguía su parloteo, diciendo que la ciudad nunca sería la misma y que quedaría moldeada a su ser, la ciudad sería de él y aunque no estuviera siempre sería su figura recordada por los majestuosos edificios y monumentos que iban a construir en su memoria.
Los sicarios ya andaban recorriendo los lugares de siempre buscando gente con palos y antorchas para quemar la ciudad, para quemar a los enemigos del régimen. Destruir los lugares donde se escondían las personas del zoológico.
Y mirando por la ventana del auto, el General Nerón le dijo a su sicario: “no se crea que esto no es parte de mi plan, eh”. Y se puso a cantar, con una voz ida y desesperada, en voz baja, para él y nadie más:

(...) The Greeks then sailed in from Tenedos,
and those
in the wooden horse came our
and fell upon their enemies,
killing many and storming the city. (...)



Idea de texto que deberá ser releído y planeado mucho más.
En mucha mayor extensión, esto es
una prueba de la idea más que nada.
Tengo que revisar mucho más las historias para que tenga
mayor sentido y ser un poco menos "gorila" en
mis concepciones, pero creo que el texto nacé
por mis ideas de mono.
Las citas que se citan son del Iliupersis.
Ideas de nombre: "La Lira", "Lira", "Las llamas",
"El fuego desde el aire", "Los planes",
"La ciudad incendiada", "La ciudad Imperial",
"Bruma" y "Caballo de Madera".
Tal vez borre el texto si recibo muchas críticas.

1 comentario:

maga dijo...

Me parece que funciona mal el blog, y no me aparecen algunas cosas y comentarios, te o digo por si ves lo mismo, no te suprimi nada eh!!, besotes