Los domingos al mediodía (Aunque no lo sean tanto por las trasnoches largas) cuando llega a comer y se da cuenta que va a comer milanesa a la Suiza, le genera algo raro en su ser. Primero cuando termina de comer se siente satisfecho, es algo rico y que le gusta, con papas al horno. Pero durante y toda la comida (Y aunque no es lo segundo sino tal vez lo único) el alma se le vacía de una forma especial. Preferiría comer la mitad y tener el alma llena, plena, entera. O comer cualquier otra cosa, como tarta de jamón o queso o lo que fuese.
Luego, viene una parte más extraña. Va hasta la cafetera y se para frente a ella. La mira, esta totalmente limpia y brillante. Desde hace un tiempo no se usa. Quiere hacer café, para él y para otro más pero no se atreve. Se queda un rato mirando si la cafetera tiene agua, si tiene granos de café para moler, pero no lo hace.
Así que va hasta el aparador, allí busca la cosita de después del almuerzo. Encuentra un montón de golosinas que pueden llegar a ser eso: cosita. Pero no agarra ninguna, ya que tampoco ve a nadie que le haga el gesto que viene con esa tan bella palabra.
Por momentos está seguro que le gustaría café de otra cafetera y tal vez sin cosita, o la cosita siendo chocolate en rama o algo más que tal vez en el más allá todavía hay, y te ofrecen.
Al final, lo último del ritual del almuerzo del domingo es leer el diario. Pero lo hace sin café y sin nadie al costado que lea las revistas que trae, o que lea la cosmopolitan o la pronto que ahora compran cada tanto. Se molesta cuando nadie busca en la revista del diario a esa mujer que aparece en todos los números. Y así lee el diario rápido empezando por el suplemente de cultura, termina no leyendo nada y mirando todo.
Sintiendose todavía raro. Sintiendose algo vacío, como si le faltara algo.
Pero el día sigue. Y ese algo seguirá faltando.
Luego, viene una parte más extraña. Va hasta la cafetera y se para frente a ella. La mira, esta totalmente limpia y brillante. Desde hace un tiempo no se usa. Quiere hacer café, para él y para otro más pero no se atreve. Se queda un rato mirando si la cafetera tiene agua, si tiene granos de café para moler, pero no lo hace.
Así que va hasta el aparador, allí busca la cosita de después del almuerzo. Encuentra un montón de golosinas que pueden llegar a ser eso: cosita. Pero no agarra ninguna, ya que tampoco ve a nadie que le haga el gesto que viene con esa tan bella palabra.
Por momentos está seguro que le gustaría café de otra cafetera y tal vez sin cosita, o la cosita siendo chocolate en rama o algo más que tal vez en el más allá todavía hay, y te ofrecen.
Al final, lo último del ritual del almuerzo del domingo es leer el diario. Pero lo hace sin café y sin nadie al costado que lea las revistas que trae, o que lea la cosmopolitan o la pronto que ahora compran cada tanto. Se molesta cuando nadie busca en la revista del diario a esa mujer que aparece en todos los números. Y así lee el diario rápido empezando por el suplemente de cultura, termina no leyendo nada y mirando todo.
Sintiendose todavía raro. Sintiendose algo vacío, como si le faltara algo.
Pero el día sigue. Y ese algo seguirá faltando.
1 comentario:
Ops Gas. Que sabor amargo. Besos, arriba, chico.
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