jueves, octubre 09, 2008

Besos al aura

Para ella... que todo lo ilumina...

(Antes: Toda la Historia tácita)


O sea, esto pasó. O puede estar pasando ahora. Aunque elijo que pase ahora, entonces es presente, esto me pasa. Constantemente, todo el tiempo la historia vuelve a mí. Me pasa ahora, sí. O me pasó; siendo un lunes feriado de junio. Hoy es el lunes catorce de junio de este año. O eso fue hace meses, años o minutos, segundos o mundos, galaxias o con otro yo y con otra ella (otra vos, otra voz, otras voces; tal vez más amorosas). Una tarde de invierno. Es una tarde de invierno en esta primavera.

Yo estaba, estoy, en la fresca sombra de un puestito de venta de flores, pintado de verde, cerrado. Estoy al acecho, esperando, espiando de reojo sabiendo por donde vendrá, por donde vino, por donde se fue. Llegue temprano, caminando; a paso rápido. Por un camino que transité muchas veces, caminé nervioso todo el tiempo mirando las baldosas sin pisar las rayas como me decía mi abuela cuando caminábamos por las aburridas calles del pasado lejano y pisado que no puede ser olvidado. Caminé pensando y repensando. Repensando y planteando. Replanteando todo lo que me pasó, replanteándome el sábado a la noche en soledad. Pensando en los por qué de todo lo que pasa, de todo lo que nos pasa. De todo lo que nos pasó.

La tarde es bella. Hermosamente bella. Hubiera sido un hermoso fin de semana para estar enamorado, un gran fin de semana largo para estar con esa otra parte del cuerpo, del alma. Para ver al aura. Hubiera sido. Podría haber sido cualquier cosa. Pero fue esto. Es esto. Esto que nos pasó porque estaba en el camino y no supimos evitarlo, o que lo encontramos porque quisimos. O todavía es lo que nos pasa, nos seguirá pasando mientras nosotros nos pasamos la vida pasándonos por el costado sin vernos, sin hablarnos, sin sabernos, sin lamernos, sin besarnos, sin pensarnos (Aunque eso es mentira, señorita, nos pensamos ajenos).

Miro el cielo, lo veo celeste... siempre celeste, hay cuestiones que no cambian por más que cambien los ejes del tiempo. Tan lejano a mis manos como diáfano. Alguna nube blanca partida en algodones usados flota en el cielo siendo movida por el viento; que es frío y que no genera mi piel de gallina. Nunca supe que esperar de este encuentro. Ahora sé que pasó, pero en este momento no que pasará. Los ejes del tiempo se me confunden en las temporadas de felicidad y enojo. Pero las nubes en el cielo se mueven, mientras yo estoy escondido en la sombra, detrás del puesto de flores verde.

Miro en dirección a las vías del tren por donde los autos cruzan por el paso a nivel y las personas, juntas o separadas, enamoradas o desenamoradas, alegres o tristes, molestas o contentas, mías o ajenas, poseídas o desposeídas, perdidas o encontradas, caminan a paso lento, evitando el frío que acecha, buscando el sol. Siempre todos buscando el sol, esperando el tiempo. Ninguna de esas personas me importan, son anónimos.

Me doy cuenta que soy uno de los dos polos, soy de esta historia la mitad. La otra historia, la contrapartida, la otra parte, la parte de adelante, es la que yo no puedo contar. Pero es la que me gustaría contar(me). Es la historia que me atrapa todo el tiempo, hasta hoy, días lejanos a estos sucesos que pasaron y que significaron el último primer beso de un noviazgo que hoy ya no existe, que hoy ya fue, que hoy vive solo en los recuerdos de las dos partes, de los dos polos, de las dos historias. La historia ajena es la que me contaba en ese momento, en esa tarde de invierno, detrás del puesto de flores verde. En esta tarde de invierno, mientras me saco la bufanda gris corta que no usaré nunca más en mi vida, porque quedó o quedará impregnada de su olor y sus recuerdos. De tu olor y tus recuerdos. Agarro la bufanda gris, mientras miro la hora en mi celular negro, me enrosqué la bufanda en la muñeca derecha.

Mire donde mire te veo. Aunque no estés ahí. Aunque no estás ahí. Veo tu fantasma en la silla, veo tu espectro en el sillón, veo tus recuerdos en mis ojos, siento tu gusto en el café, siento tu boca en tu taza. Ahora, en este mismo momento estás allí del otro lado. Y el concepto del otro lado es tan grande, el otro lado es fuera de mí. Mientras me doy cuenta que la historia está escrita hasta el día de hoy, pero yo sigo reviviendo ese día. Esa tarde fría y bella de junio.

Mientras caminaba para llegar a ese lugar. Recordaba cómo me había dicho a mí. Me nombró con un cariño latente, me nombró por mi nombre acortado como a ella le gustaba. En ese momento me enojé porque no entendí nada; aunque luego supe que ella fue a buscar mis llamadas no hechas a su teléfono. Todo se me enroscaba en las explicaciones. Mis nervios demostraron enojo, mientras aprendía a hacer cosas que nunca quise hacer. Aprender a perderte desde ese momento, aprender a olvidarte, aprender a no verte, aprender a no sentirte, aprender a vivir con tu fantasma. Aprender a saber que no volvería a dormir con ella (Con vos), aprender a no ver al aura, ajena, cerca de mí, ya que siempre me sería lejana, extraña, con voz y ademanes serios. Pero caminando llegué al banco, donde nos habíamos encontrado tantas veces y tantas veces para reír. Yo sabía, yo supe, yo , que ese día las risas serían agridulces. Y me escondí luego en la sombra del puesto de flores verde, que estaba cerrado por el feriado movido, mientras miraba la vidriera del negocio que vendía (Y sigue vendiendo a hoy) artículos deportivos.

Te esperaba. Tranquilo. O, mejor, denotando tranquilidad. Nervioso, en realidad. Tal vez sabiendo como sé ahora que nada había que hacer. Tengo mi regalo en el bolsillo en un sobre con mi nombre para vos, por nuestro aniversario perdido en los desencuentros y los enojos. Entradas que compré a futuro para nos y que el tiempo dirá si la veremos juntos. Aunque ahora que pasará en lo que no sé en este momento que te espero mirando las vías del tren.

A la legua te vi. A la legua te veo. Te saco la lengua. No sé qué hacer. Si ir en tu búsqueda o mirarte de lejos, como te miro ahora. Como un intruso mirando por el ojo de la cerradura. Elijo por un momento verte desde lejos, mientras te dibujo con mi caja de crayones, te marco al aura. Te marco al agua. Por un momento te miró para recordarte, pero en ese momento me doy cuenta que tengo que ir a tu encuentro. Salgo, salí, de mi refugio en el que estuve todo este tiempo, en el que estuve unos quince minutos. Camino, cruzando la calle, escondiendo mi figura detrás de un puesto de diario que estaba (Está) enfrente.

Aunque vos sos miope (O eras miope), siempre tuviste la gran cualidad de encontrarme a la distancia. Tal vez presintiéndome, sin verme claramente. Viéndome en brumas, viéndome borroso sin contornos. Tal vez, veías mi alma, al aura. Quizás. Tal vez. Quizá. Eso fue lo que siempre pensé, pienso. Por eso voy, fui, escondiéndome con los obstáculos. Vos venís, viniste, toda atiborrada de ropa, con capas y capas, tal vez por el frío que hace o quizás porque caerás, caíste, enferma al otro día de este (ese) encuentro. Andas mirando el piso, no me buscas como siempre, venías rara, perdida. Escuchando tu música. Drexler quizás, o algo más; será siempre nuestro último misterio. Me hice, hago, visible cuando vos estabas en el paso a nivel, me viste. Caminaste hasta donde yo me puse a esperarte.

Llegas hasta mi altura en el mundo. Te paraste cerca de mí. Yo te miré, te miro todavía, hermosa, con los lentes, tu pelo soplado por el viento frío. Tu buzo alemán, tu chaleco y tu tapado negro de corderoy. Quiero darle (darte) besos al aura. Quiero darle muchos besos al aura. Por eso paso las manos alrededor de tu cuerpo, para con mis dedos sentir la electricidad de tu alma azul, jugando con mis dedos y empezando a tocarte desde la cintura para ir subiendo. Acunar tu cara (Acunada y arropada) en mis manos, para darte el beso con el cuál había soñado todos esos días, para besarte como yo quisiera hacerlo ahora. Para besarte toda. Para besar al aura. Vos no decías nada, y no hacías nada, dejabas hacer. Y yo hago. Hago todo lo que puedo y me dejas.

Mis brazos te abrazan mientras mis ojos te miran a los ojos. Nuestras alturas se anulan porque vos estas sobre el cordón y yo estoy debajo, sobre la calle. Estábamos a diferencias normales, mientras los autos pasan por detrás de mí. Al aura, vamos al aura. Ahí es a donde quiero ir, a ella es a la que quiero poseer. Al aura. Te beso. Con mis labios toco tus labios y mis manos están a dos centímetros de tu cuerpo, quizá por las capas de ropa o quizás porque esa es la distancia de nuestras almas, de nuestros seres. A kilómetros de vos estoy hoy, a kilómetros del aura estaba en ese (este) momento. Perdido en tu mirada dulce y soñadora.

Te beso. Recorro los caminos que he recorrido desde el primer beso en las escaleras mecánicas, luego de ese tan afamado NO gestual en tu cara. Recorro lo que iba a ser nuestro último primer beso de novios. O por lo menos así lo recuerdo.

Tus ojos son dos cristales líquidos que se mueven entre las lagrimas, mientras me decís: “Mira que fácil que eras” en respuesta a mi comentario para nada apropiado. Caminaremos, caminamos, separados de la mano. Hasta que te de tu regalo en el paredón del otro banco. Estaremos juntos en el café. Mientras te di el resabio de besos que no eran, resabio de besos que no tenían que ser. Los últimos. Nos separaremos, separados para siempre, en la noche, en la fría noche; para no vernos nunca más así. Para no vernos más como nos vimos esa tarde noche.

Nos vimos como yo te quiero ver esa vez.

Sabía que te extrañaría. Ahora cuanto me pesa el alma, por no poder ver al aura azul que jugaba con la mía en ocasiones. Porque te extraño, te extrañ(ar)é, hasta que no extrañe más al aura. Hasta que no te extrañé más a vos.

Pero hoy lo hago. Hoy lo siento. Al tiempo de eso. Al tanto tiempo de esos sucesos que suceden ahora, aunque sucedieron.

Por eso le quiero dar besos al aura.


(Después: Toda la historia continúa sin un final; hasta que todo termine)

1 comentario:

g. dijo...

Realmente: Lo siento.
Realmente: Mil perdones.

Es burdo y feucho. Pero necesitaba escribirlo.
Y no, no esperó que me digas nada. En el anterior escrito, tampoco esperaba nada.

Y no creo que sea lindo.
Realmente.

...el resto será sólo resto...