viernes, noviembre 21, 2008

El Extraño

Estaba como siempre, sentado en su mesa. Jugando con el vaso, pasando el dedo índice por la boca, moviéndolo despacio y mirando su dedo. Haciendo poco y cada tanto bebiendo del vaso, del mismo vaso con que jugaba con su dedo. Sus ojos mirando a la nada, tal vez esperando que algo llegará, o tal vez esperando a alguien.

Siempre llegaba alguien, y siempre parecía como si sus encuentros no eran planeados, programados o avisados. La lluvia lo distrajo un momento de su juego con los bordes del vaso y se puso a mirar la calle, donde la oscuridad lo poseía todo. Algunas personas todavía esperaban el último colectivo de la noche en la parada de la estación, los taxistas se protegían de la lluvia en sus coches con sus ventanillas abiertas, fumando o leyendo, nadie pasaba por la vereda, aunque un peatón al encontrarse en medio del chaparrón se quedó quieto en una punta de la vereda del bar, debajo del techito. Pero fue solo un momento, luego volvió a jugar con su dedo sobre la boca del vaso.

La ginebra estaba cada vez más vacía. Yo lo notaba desde detrás de la barra, pero también sabía que lo mejor era dejarlo ser, si quería algo más él me llamaría. Lo que era extraño era que estuviera viniendo casi todas las noches. Normalmente venía una o dos veces por semana, tomaba algo, se encontraba con alguien y luego se iba. Pero estos días estaba viniendo todas las noches, se sentaba allí solo por un largo rato.

La lluvia era cada vez más fuerte, llovía a cantaros. Llovían perros y gatos, aunque los perros de la calle estaban juntándose debajo del techo, cerca del peatón que ya no se constituía en peatón. Me quedé pensando por algunos instantes en Malraux, en su “Ser y Hacer”. Tontamente pensaba que esa persona era un peatón hasta que había dejado de caminar, una vez que había dejado de caminar se había transformado en un ente que esperaba. ¿Qué? Que pare la lluvia, que lo vengan a buscar, que termine el cigarrillo que estaba fumando. Cuando vuelva a caminar iba a volver a ser peatón. O tal vez terminaría siendo automovilista cuando encuentre su auto. Y la lluvia no dejaba de caer, mientras me preguntaba que pasaría si la lluvia empezaba a subir.

No había mucho trabajo, era una noche lenta. Una noche de día de semana, con los parroquianos habituales. Además de él, había dos mesas ocupadas (una con un tipo que leía el diario obsoleto y otra con tres tipos que hablaban de política, mujeres y fútbol), atrás estaban dos personas jugando pool. Y yo estaba totalmente entretenido detrás de la barra, inspeccionándolo. Conocía de oído casi todas sus actividades, desde mi lugar me llegaban muchas historias y, por otro lado, escuchaba casi todo (Lo que era dicho directamente a mí y lo que era dicho cerca de mí).

Me llamaba mucho la atención que el taxista no hubiera llegado, me haya saludado con un gesto de cabeza y pasado al salón a jugar al pool por el poco dinero que hubiera ganado durante el día. Miré el reloj detrás de mí y vi que era más o menos el horario en que ese individuo extraño y casi sin vida llegaba; vi mi imagen en el espejo y a todos los demás.

Al rato, el taxi blanco estaciona delante del bar. Baja primero el taxista que corre para no mojarse y de la puerta de atrás baja Suaznabar, que camina mojándose el piloto. El taxista entra, me saluda con un gesto de cabeza y pasa al salón de atrás a jugar al pool. Suaznabar entra titubeando, como si estuviera en otro lado y va a la mesa donde está él sentado, que no se dio cuenta que había entrado su amigo. Cuando Suaznabar lo saluda, Wilmar levanta la cabeza y lo mira, le ofrece asiento. Este se sienta. Con un gesto Wilmar me dice que le lleve otro vaso. Busco donde están los vasos limpios, agarro uno y se lo llevo. Dejo el vaso sobre la mesa, mientras escucho algunos fragmentos de la conversación.

Al rato noto que entran José María Arce y Ulises Margariño; Arce va directo a la mesa mientras que Ulises se queda cerca de la puerta abierta sacudiendo el paraguas negro. Se escucha la lluvia que es cada vez más fuerte, veo que por la bocacalle el agua fluye como en un río. Ulises, al rato se acerca, me saluda y me dice “Tiene correntada como un río, además esta picado... Ehh” mientras yo le acerco un par de vasos. Tengo la fuerte impresión que de un momento a otro llegará también Mariano Sputnik, mojado, con el piloto y el pelo totalmente húmedos y chorreando agua.

“Pst... Pst” Siento a mi costado. Sacando la vista del grupo numeroso que cada vez hace más ruido, veo a un hombre sentado. Siento que lo conozco de algún lado, pero es una sensación que tiene que ver con mi línea de trabajo.

“¿Qué desea, señor?” Le pregunto mientras me acerco. Él está sentado en el taburete, con sus dos brazos apoyado contra la barra, mirándose al espejo. No me responde instantáneamente, me deja un rato el aire mientras me pongo a algunos centímetros de él. No lo puedo terminar de definir ni de describir.

“Un café, negro...” Me dice mirándome, con una mirada ajena, abstraída y, a la vez, algo retraída. Lo desafié con la mirada mientras pude, pero no pude. Me llamó mucho la atención ya que la gente normalmente alejaba la vista antes que yo. Pero no pude contenerle la mirada, había algo detrás de esos ojos que tenían la fuerza de un creador, de un...

“La cafetera está rota desde hace un tiempo largo... Como dos meses, casi nadie pide café...” Le dije casi como disculpándome, en suplica. Mis palabras salían con un tono totalmente anormal.

“Fíjate de nuevo... Algo me dice que ahora va a andar” Eso me lo dijo con la absoluta sabiduría que sus palabras estaban totalmente certeras. Y luego, sin mirar, sin darse vuelta, mirando la barra me dice algo que me desconcierta totalmente: “Ahora va a entrar Mariano Sputnik con su piloto mojado y su pelo totalmente húmedo... Va a mirar en esta dirección y no te va a saludar, es más no te va a ver... Se va a quedar quieto, como abstraído y luego, cuando las palabras lo saquen de ese estado, va a ir a la mesa donde están todos los mitológicos”. Pienso para mí, este tipo esta loco de remate, pero luego se da vuelta en su taburete, apoyando y me dice: “Ahora”.

De la nada aparece Sputnik, mojado, en la puerta, chorreando agua de su piloto negro. De hecho cuando se quedó quieto parecía totalmente abstraído, hasta en algún momento me miró directamente a los ojos, pero yo me di cuenta que el extraño, que también lo miraba tenía razón, no me había visto. Luego, las voces lo sacaron de su mundo y lo trajeron de vuelta a este. Saludo con la mano y fue hacía allí. Dejando un camino de lluvia por donde caminaba. “Y el café...” Me dice el extraño cuando se sentó Mariano en la mesa y los cinco discutían sobre algo. Yo me quedé pasmado, fui hasta la máquina y note que andaba. Le hice un café y se lo entregue.

Él se dio vuelta y me miró, me dijo: “Soy Gastón, te escribo desde esa silla” Me dijo. Yo me quedé mirándolo, tratando de describirlo, intentado sacarlo de la bruma que se generaba en mis ojos, alrededor de su cuerpo. Mientras tanto él, Gastón, le estaba poniendo mucha azúcar a su café, girando la cuchara.

“No entiendo”. Y esa era la más absoluta verdad, no entiendo nada de lo que está pasando. Pero sentía que lo que decía era verdad. “Bueno... Te digo” me dijo “toda esta sensación que te embarga. Yo sé que me crees, pero te resulta irreal... Estar hablando con el escritor. Pero te soy sincero: Los tenía que ver de cerca. Porque ando en dudas de qué va a pasar con ellos. Con todos ellos”. Y luego empieza a tomar su café, luego de chupar la cucharita para sacarle la espuma. Saca de su bolsillo un chocolate y lo come, se da vuelta para mirarlos otra vez. En su mirada hay algo de padre para con ellos.

“¿Qué va a pasar?” Le pregunto, tal vez preguntándome qué me va a pasar a mí. Mientras las voces de ellos empiezan a elevarse en una discusión estéril.

“Realmente no lo sé. A vos no te va a pasar nada. Tengo real miedo por alguno de ellos, sinceramente. Desde acá los miro y pienso que les va a pasar algo. Tal vez es ganas que les pase algo a alguno de ellos. Casi como si siento que alguno tendría que morir para que esto, todo esto (Mientras decía “esto” hacía un gesto con los brazos) cobre un sentido de realidad. A veces pienso que si alguno muere todo esto entraría en otro plano” Toma otro poco de su café.

“Bueno... De llegar a matar a alguien usted tiene el poder para revivirlo”. LE digo, intentando encontrar las palabras que quería escuchar. Empezando a pensar si las palabras que yo le decía no eran en realidad palabras que él mismo se decía en ese momento, sentado en la mesa, mirando el papel cobrar vida.

“Sí... Tus palabras son las mías... En algún punto... Pero no dudes que vos tenés tu propia personalidad... Las veces que esos muchachos se me van de las manos... No sé que pasaría si mato a alguno. Aunque el gran, GRAN, sé que entendés las mayúsculas de las minúsculas, es que a mí me daría una pena. Una pena inmensa. Como cuando mate a Julia. Luego la tuve que revivir... Era una gran metáfora mía. No tenía por qué hacerle eso a S. No”.

Gastón estaba jugando con la taza, pasándole el dedo por la boca de la taza. Igual como lo hacía Wilmar al principio de la noche. “Relato” me dice. Yo me quede mirándolo y luego, mire a los muchachos que estaban allí sentados en la mesa. Hablando en grupitos, tomando, con la ginebra ya sin nada. Los miré con tristeza, porque no sabía si era la última vez que veía a alguno de ellos en “La Guillermina”. El extraño me miró largamente.

“Supongo que hablo con vos porque con alguien tengo que hablar. Y desde hace un tiempo, con la persona que discutía todos estos asuntos no está más. Así que tenía que entrar, mezclarme. Ellos me ven, pero no saben quien soy. Vos tenés curiosidad, querés saber sobre qué están hablando, ¿no?”.

“En realidad, supongo que yo no tengo curiosidad y vos querés decirme sobre qué están hablando”.

“No. Realmente no sé sobre qué están hablando. Ese es el encantó, mesero. Que realmente no sé de qué están hablando. Y que realmente no sé qué voy a hacer con ellos. Bueno, gracias por el café. Me voy”.

“Haga que deje de llover” Le digo en chiste.

“Listo” me dijo. Y cuando él estaba saliendo, yo lo pierdo de vista, mientras la lluvia ya no caía. Y yo me quedé pensando en Gastón, en como le gusta jugar a ser Dios. También en todos ellos, los cinco. Luego me pidieron una botella de ginebra más, mientras las risas empezaba a subir, la noche a perpetuarse y el día a cambiar de número.

5 comentarios:

Suaznabar dijo...

Así que era eso por lo que me sentía tan raro últimamente.
¿Lo podés hacer desaparecer?

Igual... Sabés que Wilmar, de saberlo se pondría en estado de "revolución permanente" contra usted.
¿No?

Luna dijo...

No me molestaría que desapareciese Suaznabar, ultimamente no está muy agradable. Hace un tiempo lo era, hasta hacía buenos comentarios.

El escritor tiene el poder, pero pienso que los va a extrañar.

Puede hacer que no llueva mañana a la noche?

Bueno, muy bueno

g. dijo...

Puedo hacer que "un" 22 de noviembre de 2008 no llueva... No necesariamente tiene que ser mañana.

Luna dijo...

Buena respuesta. Si no es mañana en particular no me sirve. Pero gracias por la oferta.

Buen fin de semana

Anónimo dijo...

gracias por tu comentario

me sorprendio verte después de tanto tiempo

y me sorprendió que me llamaras por mi nombre

saludos, gastón