jueves, noviembre 13, 2008

Interludio

Ellos estaban sentados debajo del Jacaranda, en la vereda multicolor con figuras geométricas en las baldosas. Tranquilos, al fresco, tomando mate amargo. Esperando. La conversación sobre los gauchos, guachos y los mitos del gaucho guacho Zaucedo se iba evaporando como las amenazas de lluvia en el pronostico. Esperándolo. Mientras tanto sentían el fresco viento que se movía por entre ellos. Miraban las manchas violetas que dejaba el árbol en el piso y estaban extasiados con las manchas móviles de la sombra sobre el piso.

- Todos estos días anduve sintiendo que va a pasar una desgracia, viste. Una desgracia de esas fuleras. De esas fieras. – Le dice Mariano, mientras le entrega el mate lavado y frío.

- Pero qué son esas tonteras. – Le pregunta indirectamente Wilmar, mientras vuelve a poner agua, rociando en círculos alrededor de la bombilla. Los palos flotaban como buques en el mar tormentoso.

- Eso, ando sintiendo eso. Algo raro, viste. Como si alguno de nosotros se vaya a morir, o algo por el estilo. Un accidente. No sé. – Y con una sonrisa en la cara, mientras miraba a Wilmar chupar la bombilla, le dice: - Como si el destino estuviera hablando tragedias sobre nuestras cabezas.

- Pero qué decís. Ahora, sí son tonterías del todo. Idioteces. - Le dice Wilmar muy enojado, con la cara colorada, por la bronca o el calor que le daban sus ropas negras en el clima casi veraniego. Movía las manos para todos lados, haciendo que la yerba se caiga del mate y que se le moje el pantalón negro que estaba entre medio de las motas de luz y de sombra.

- Eso. Qué el destino está como confabulando para traer alguna tragedia. Aunque, todos sabemos que toda nuestra vida ya está escrita...

- Pero... Pero... – Wilmar estaba buscando la palabra correcta.

- ¿Dios? – Intenta, Mariano, enojar al anarquista.

- No. Ni Dios, ni destino. Mierda. Si decís Dios, decilo como digo yo: dios. Así, con d y no con D. – Hace una pausa. - A veces no se puede hablar con ustedes. Ni existe un Dios que nos manda, que nos mira desde el cielo. Ni justicia divina, ni nada. Destino, tampoco. Yo elijo todos mis propios caminos, yo voy. Ni el viento me lleva, no me lleva ninguna hoja de ruta, yo soy libre. Me llevo yo. Ante todo, libre. Libre como el sol, libre como todo.

- Bueno, che. No te enojes.

Se quedan en silencio un largo rato. Mirando como el sol se iba poniendo en el horizonte, entre las casas bajas y los colectivos gritando. Wilmar todavía bufaba, no le daba nada de mate a Mariano Sputnik, que se reía para sus adentros y agarraba las motas de violeta del piso y escribía palabras con ellas. Estaba riendo como hacía bastante tiempo que no lo hacia.

Ven un auto azul que venía hacia ellos a alta velocidad. Para de repente en la bocacalle y de allí baja Suaznabar, puteando al chofer; que le respondía cada uno de sus insultos con uno peor. Suaznabar cerró la puerta con todas sus fuerzas, golpeando y le tiro por la ventanilla delantera abierta el dinero del viaje, mientras lo insultaba de arriba abajo y era insultado de abajo hacia arriba.

Los dos, sentados en la vereda manchada de violeta, lo miraban impávidos. Wilmar se preguntaba por qué no había usado los servicios de su taxista, que no les cobraba ni los llevaba tarde. Mariano pensaba en cuentos, autores, dinero que tenía o no y mujeres que se habían ido. Pensaba en Marianela, que se alejaba a cada minuto de su mano. Luego, ellos ven como Suaznabar empieza a caminar hasta ellos, a paso lento y desgarbado; mientras el auto azul sale arando detrás suyo, chillando los neumáticos contra los adoquines y levantado hedor a caucho.

- ¿Qué te paso, S.? Te estamos esperando desde hace horas. – Wilmar mira su reloj, pero sabe que su hora es la hora en la que vive él, su hora, no la hora oficial y la que usa todo el mundo. - ¿Cuánto hace que lo esperamos? – Le pregunta a Mariano codeándolo.

- Diez horas. – Dice sin mirar el reloj, sin saber si es verdad o mentira.

- Bueno. Para empezar se sienten las diez horas arriba de ese auto, con ese chofer. Me hizo ver sirenas, brujas y magas. Me llevo a otras costas y luego, casi sin querer, no sé por qué Dioses me dejo acá. Y para terminar, nunca tomen un auto si la remiseria se llama “La Odisea”.

Y se sienta con ellos, dejando a Wilmar entre medio. Mientras Mariano le comenta sobre su mal sentir que se viene, Suaznabar acepta el mate y tomando asiente sin escuchar siquiera. Sabiendo (los tres) que no llegan a la charla-debate que tienen Ulises y José María Arce en “el bar de Lito” sobre cualquier cosa (Es la discusión mensual en “el bar de Lito” sobre cualquier cosa, la gente del publico se sienta y bebe ginebra mientras le tiran tópicos para que ellos discutan) y disfrutando de lo que queda del día, según el reloj de Wilmar o el del resto de los mortales.

Se quedan impertérritos a las horas del día, a lo que vendrá y a lo feo que se va poniendo el mate.

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