domingo, enero 18, 2009

El Leteo

La brisa hacía que la cortina, blanca y distante, se hinche de aire cálido que entraba por fuera, por las rendijas de la persiana. La cortina se hinchaba momentáneamente en la penumbra de la habitación. La poca luz entraba oblicua en la dirección a la cama.

Ella despertó. Abre los ojos mirando al techo. Su vista se queda fija en el ventilador de techo. Por su velocidad no podía notar las aspas, pero luego fija la vista y una de las cuatro aspas del ventilador se hace visible por unos instantes hasta que saca la vista de allí.

Se sienta en la cama y se despereza. Se levanta y su bikini rosa armada resalta en la penumbra de la habitación. Camina a la ventana y su cuerpo, esbelto y hermoso, se mezcla con lo hinchado de la cortina. Esta un rato mientras la cortina toma toda la forma de su cuerpo. Dura un instante, luego la brisa deja de soplar y deja de sentir la caricia suave de la tela en su cuerpo casi desnudo.

Mira por la ventana y los ve en la playa. Suaznabar está parado con los pies en el agua mirando lo ancho del río que tiene un manto de olitas similares que parecen que van hacia él al unísono. Wilmar, ella nota, que está sentado en la reposera, la única que está al resguardo de la sombra de la sombrilla amarilla. Las otras dos reposeras están más alejadas y las dos están vacías. No hay nadie más en la playa, ya que es la playa de la estancia del padre de Julia, Don Jacinto. Los espía un rato más, mirando las líneas de árboles puestas desde el casco de estancia hasta la playita de arena. Mira el río que está mirando su marido en ese mismo instante, ve las mismas olas, ve la misma agua que no es siempre el mismo río.

Abre la cortina que se va enroscando en el palo que está escondido por el taparollos. Mientras ejerce fuerza la luminosidad va entrando en toda su prepotencia, tomando en luz toda la habitación hasta el recoveco más lejano que puedo tomar. Se da vuelta y ve lo grande que es la habitación principal, donde antes dormían sus padres cuando estaban juntos. Muchos de sus mejores recuerdos de infancia tenían como escenario esa estancia, esa casa y esos árboles, que parecen ser siempre los mismos. Nota sobre la silla de mimbre el pareo negro con flores blancas y se lo enrosca en la cintura. Hay un par de chinelas cerca de la silla también pero no se las pone.

Sale de la habitación y empieza a andar por el pasillo que tiene una gran baranda de madera que deja ver, hacia abajo, el living y todo el porche de entrada de la casa. El pasillo terminaba en la gran escalera en el extremo derecho, y había varias puertas de madera que llevaban a las demás habitaciones y al baño de la parte de arriba. Camina hasta la escalera, jugando con la mano con la baranda de madera. La luz entra por los ventanales de la planta baja. En el living nota todavía todas las valijas hechas, salvo un par que están abiertas sobre los sillones de pana marrón claro, de allí sacaron las mayas y algunas remeras. Había llegado hacia pocas horas desde Buenos Aires a la ciudad de Colón, aunque la estancia estaba un poco más al norte, por un camino vecinal, unos cuantos kilómetros más allá del río internacional.

Se queda un rato en el living mirando los sillones que hacen juego, los cuadros colgados de las paredes, lo grandes ventanales que dan al camino de entrada de la estancia (Que a su vez están dando la espalda al río Uruguay). Pasa por el costado de la gran mesa que también está en el living, es de roble macizo y tiene más años en su familia que la casa misma. Pasa por el umbral, con una puerta de doble hoja vidriada y entra en la cocina. Allí abre la heladera y toma agua desde el pico de la botella.

Sale por la puerta del fondo, que es un portón vidriado sin rejas como todas las demás puertas. La casa es muy luminosa pero a la mañana le da la sombra de todos los árboles que la rodean. Se queda mirando desde el alero de la parte de atrás, donde hay una mesa de plástico blanco y con varias sillas haciendo juego. Más allá sobre el pasto, cerca de la pileta, a la que nunca le da la sombra, hay varías tumbonas con almohadones finos amarillos. Agarra de la mesa de plástico el paquete de cigarrillos Saratoga de Suaznabar y el encendedor Zippo. Saca un cigarro, se lo pone en los labios y lo enciende. Con la mano todavía apoyada contra la mesa se queda mirando hacia el río que en ese momento estaba totalmente planchado. Su marido todavía estaba en el río, en la misma posición; pero desde donde estaba ahora ella no podía ver a Wilmar sentado en su tumbona.

Expira, y sus pies entran en el parque, donde el pasto estaba muy prolijamente cortado. Camina en dirección al río. Cerca de la pileta está el garaje, aunque la break chata está sobre el camino que lleva hacía ahí y al sol. El roce del pasto contra las plantas de sus pies le hace cosquillas y camina de una forma extraña intentando detener esa sensación que le produce sonrisas. El sol le da en la cara y recuerda que dejo los anteojos en la mesa de la biblioteca con todos los papeles que le entrego un muchacho que tratan sobre la vida de un pueblo, no del todo imaginario, llamado William Morris.

Por primera vez siente el seco calor del verano del litoral. Traspira aunque no lo nota. Su mirada está puesta en su marido, en su boca lleva el cigarrillo y en su mano derecha lleva bien agarrados el atado y el encendedor. Mientras hace el recorrido, la casa está a unos doscientos metros de la playa, piensa en el viaje. Piensa en Wilmar que desde que se recupero todavía no parecer ser él mismo. Está como cambiado, habla poco y con monosílabos. Cuando Suaznabar le propuso que los acompañara a la estancia, primero fijo su vista en la pared blanca de la habitación en donde estuvo un largo tiempo convaleciente, su mirada no decía nada y, al rato largo, sin sostenerle la mirada le hizo un gesto afirmativo, que luego refrendó con un “Sí”. En todos los años que Suaznabar y Julia vacacionaban en la casa, era la primera vez que Wilmar venía.

Llega a la playa y saluda a Wilmar, que la mira y la acompaña con la mirada hasta que llega hasta donde estaba su esposo. Lo abraza por detrás, el agua le llegaba un poco más arriba del tobillo. Le da un beso en el cuello y se queda así un rato. Él posa su mano izquierda sobre uno de sus brazos y con el derecho le saca el cigarrillo de la boca. Nunca le gustó a él que ella fumara, lo empieza a fumar él. Están así, con los pies en el río, mirando la costa de enfrente, mirando las islas que habían por allí. El río se había planchado aunque la brisa era cada vez más fuerte y hacia que el pareo de Julia tomara un vuelo extraño en rumbo este. Ella lo vuelve a besar en el cuello, él pasa el brazo por su cintura. Aunque hace calor están muy juntos.

Están un rato largo así, al sol. El río está hermoso en esa hora de la tarde. Transparente y muy tranquilo, aunque ambos saben que eso puede cambiar en cualquier momento. Nadie conoce la real personalidad del río aunque muchos baquianos de la zona cada tanto aciertan en alguna crecida o alguna bajante. Desde que está la represa en Salto Grande el río está mucho más controlable, aunque la zona donde estaba la estancia nunca se había inundado. Por eso esas tierras eran tan caras.

Una lancha entra en su campo visual. Los dos posan su vista en ella. Los ojos de Julia y los de Suaznabar están sobre el mismo punto, la mancha en el espejo del río. Ven una barcaza que lleva hacinados a un montón de personas. Primero entró la imagen y luego llega el sonido seco y repetitivo del motor. Va dejando una estela que se va abriendo tras de sí, la estela está mucho más calma que el resto del río donde las olas volvieron y generan un movimiento en la barcaza. La siguen con la vista de izquierda a derecha. En el momento en que se encuentra horizontal a su posición, él hace un gesto con la cabeza que el balsero agradece. Suaznabar lo conoce, es Diario Mojado, alguna vez él le dijo de ese hombre a Julia que tiene el Síndrome de Casandra en el habla. Ella se ríe sola al recordar esa conversación, ese día de febrero que se lo contó.

Salvo en la posición del piloto, todo el resto de la barcaza estaba llena de gente. Ellos suponían que debían ir a las islas, aunque les llamaba la atención ya que era bastante entrada la tarde. Julia piensa que los verían volver de noche, con las luces prendidas. Suaznabar nota que algunos estaban totalmente vestidos, no sólo en malla, y que no había muchos niños. Eran una masa bastante heterogénea en personalidad, pero muy homogénea en actitudes. Ninguno se movía demasiado, ninguno los miró realmente. A los dos les extrañó lo mismo, aunque ninguno le dijo nada al otro sobre eso.

La barcaza ya estaba más lejana y el ruido se estaba yendo. Pero ellos lo seguían con la mirada, las olas que había dejado atrás el barco ya llegaban hasta donde estaban ellos. El ruido de las aves empieza a tomar preeminencia sobre el ruido mecánico del fuera de borda de la barcaza. A Julia se le vienen unas estrofas a la cabeza y recita:



__Trogloditas del cerebro

__de la imaginación

intentan vitupearlos

y no les llegan

porque ellos están más allá

__ de la razón.

Ellos van a morir al mar;

donde los espera

los esperan.

Están más allá de mi razón.


_____________SOY AQUERONTE.



Se suelta de Suaznabar y empieza a caminar hasta la reposera que está al sol. Su marido se da vuelta y deja de mirar al río, mientras la barcaza ya se perdía en un recodo del río, donde la visión de ninguno podía llegar. Le pregunta: “Mi amor, ¿Eso qué es?” y ella, girando la colchoneta amarilla para evitar quemarse la cola le responde: “Esperaba que vos me lo dijeras”, y luego continúa mientras se saca el pareo y se sienta, “no sé bien qué es, pero recuerdo que estaban entre los papelitos que me tipeabas en la máquina de escribir, al principio principio de nuestra relación, antes de nuestra primera separación”. Suaznabar se pone pose, con una sonrisa canchera en la cara y le dice: “única”; mientras ella le manda un beso desde su reposera.

De improviso, Wilmar dice: “Yo sé qué es”, se para en dirección al río, se cruza con su amigo mientras vuelve para sentarse cerca de su esposa. Cuando mete los pies en el agua se da vuelta y les dice a los dos, que ya están acomodados y tomados de la mano; “cuando salga del agua les digo quien es”. A los dos les parece muy extraño, primero, que él sepa quién es el autor, y segundo, la actitud que tienen sus palabras, suenan huecas e idas, sin la pasión que caracteriza cada afirmación por más carente de sentido que salga de su boca.

Lo miran mientras se va metiendo al agua. Primero desaparecen sus pies, a los pocos segundos ya el agua le llega hasta las rodillas. En ese punto se tira cortando la aparente calma del río. Empieza a nadar, entrando en la corriente, hasta el punto que ellos sólo ven su cabeza. Por momentos se mete debajo del nivel del agua y lo pierden por completo.

Julia en algún momento se para, agarra un cigarrillo y lo enciende. Fuma tranquila, mientras mira a Wilmar, pensando en lo cambiado que está desde esa transfusión de sangre que, inexplicablemente, le salvó la vida. En vez de sentarse de nuevo en su reposera, se sienta en las piernas de su marido, recostando el cuerpo a su costado. Él la besa, primero la cabeza y luego hace que sus bocas se acerquen. Se dan un beso que empieza tierno y termina apasionado, como si hiciera meses que no se besaran. Los labios de ambos se separaran para volverse a juntar en pequeños besos que son ecos del gran beso. Ella había cerrado los ojos, pero él la miraba, amándola, no creyendo que esa mujer esté enamorado de él. Cuando Julia abre los ojos, él le dice: “Hola” en un tono tan tierno que hace que todo el cuerpo de ella se estremezca, generándosele una sonrisa gigante instantánea y responde en un susurro “Hola”. Se quedan un rato mirándose a los ojos, hasta que él la besa de nuevo y al separarse ella recuesta su cabeza entre su hombro y su cara. Los dos están mirando el río de nuevo.

Ven como al rato Wilmar reaparece de cuerpo entero. Chorreando agua. Se agacha en la orilla y hace un pocillo con sus dos manos. Lleva un poco del agua del río a su boca y bebe las aguas de ese río. En la cabeza de Julia siguen retumbando las palabras que pronunció que fueron las primeras que destruyeron el silencio natural de la zona.

Wilmar se acerca a ellos con una sonrisa y les empieza a hablar sobre planes que tiene pensando hacer, empieza a hablar de parquímetros y que no sabe cómo lo pudieron convencer (Cuando esto no es cierto) de haberlo traído a ese paraíso de la burguesía y de la propiedad privada. Empieza a hablar hasta por los codos, mientras ellos lo miran pensando que su amigo ha vuelto de la muerte, o de donde sea que estuvo todo ese tiempo.

Y... ¿no nos vas a decir de quién era el poema” Le pregunta Julia con una sonrisa gigante en su cara por los besos de su marido, por saber que su amigo ya está bien y sabiendo que eso va a calmar las ansias de cada noche de Suaznabar; que siempre en la cama le comentaba que no parecía ser el mismo.

No tengo idea sobre qué me estas hablando, Julia” Wilmar la miraba con los ojos vacíos sin saber bien sobre qué le hablaba. Julia ríe y piensa que tal vez perdió algo de masa encefálica en todos esos días en cama.

Del poema” Eso lo dice Suaznabar ayudando a su esposa, se queda perplejo, ya que sabe que Wilmar no olvida nada, en años y años.

No sé de qué poema hablan”. Julia lo repite, y luego Wilmar le dice: “Es la primera vez que lo escucho”.

Pero si te lo recitó ella hace sólo un ratito

Yo no lo escuché” y se pone a hablar de panaderías, flotas anarquistas y que tenia que volver a Buenos Aires rápido para estar con todos sus camaradas. La conversación luego fue tomando un camino natural, pre-evento, en algún momento de la charla, Julia le pregunta qué recuerda sobre todo. Wilmar le dice que nada. Nada desde hace mucho tiempo, que lo último que cree recordar es una imagen de él en un lienzo. A Suaznabar eso le resulta raro porque en la única conversación más o menos normal que habían tenido, cuando todavía estaba postrado en la cama, le contó con lujo de detalles todos los sucesos previos y, hasta había hablado de una luz blanca que era la luz del techo. Había mencionado algunas palabras de Julia como: Ponete bien, gordo mío. O flaco mío. Yo ya no sé. O otras como: Ciencia, Dios, milagros, doctores, fuerza, tu amigo S. En algo tenés que creer, zopenco. Mientras se reía de Julia, diciendo que él creía en los postulados anarquistas y en las personas. Que creía que la utopía es posible. Y en ese momento, S sabía que su amigo no le estaba mintiendo.

Al rato, Wilmar se paro y se puso a caminar al sol que ya estaba bajando, como la temperatura, para secarse el agua. En ese momento, mientras Suaznabar le besaba el pelo y respiraba la esencia de su esposa, le decía: “Es casi como si nuestro amigo ha revivido en el río. Hasta se podría decir que Wilmar bebió de las aguas del Leteo y olvidó todo lo que le pasó en este tiempo.

Al rato se pararán, se pondrán remeras ellos y un solero ella. Suaznabar se sentará en el asiento del conductor, Julia en el del acompañante y Wilmar justo detrás de ella. Wilmar hablará todo el viaje en contraposición al viaje en la ruta cuando habían ido a la estancia que no había dicho más de tres palabras seguidas. Todo el tiempo hablará, mientras que Julia fustigará todos los comentarios que él dirá, hasta en algunos momentos lo llamará el Willie, que tanto odia. Saldrán de la calle vecinal de tierra y entrarán a la ruta 14. Harán unos cuantos kilómetros hasta doblar en donde un par de rutas dibujan una T vista desde arriba. Pararán por la Shell que esta en uno de los codos de la T. Suaznabar manejará cada vez más rápido mientras la brisa irá cambiando en viento, y el viento irá trayendo las nubes cargadas de lluvia.

El auto entrará en la ciudad de la provincia de Entre Ríos, mientras que Suaznabar citará a Juan José Saer y dirá que: “Todos los entrerrianos son o bandidos o poetas”. Mientras que Julia largará una carcajada sincera mientras le irá indicando el camino al supermercado. Estacionarán en la puerta y Julia bajará, mientras ellos se quedarán charlando en el coche.

Al rato ella volverá y pondrá las bolsas de plástico blanco con el logo del supermercado en el baúl, se sentará de nuevo en el asiento que había ocupado en el camino de ida y les dará, uno a cada uno, un helado de agua de limón para Suaznabar (como sabe ella que a él le gusta) y uno de naranja a Wilmar, porque en la heladera ella supuso que le gusta esa fruta.

Con el helado en la boca Suaznabar avanzará entre las calles de la ciudad cabecera del partido del mismo nombre, mientras la noche irá cayendo lentamente, primero generando un patinado rojizo sobre el horizonte para luego dejar caer la noche.

Encenderán el fuego los hombres y comerán asado mientras la lluvia caerá como si fuera el diluvio universal. Suaznabar en algún punto de la cena creerá ver la barcaza de Diario Mojado que volvería al puerto de Colón vacío. Nunca estará seguro de verlo, aunque le preguntará un par de veces, pero no le entenderá ni una palabra que le responderá ese par de veces. Como siempre.






3 comentarios:

Jorgelina Mandarina dijo...

Wow. Te juro, al principio pensé que no lo iba a terminar, pero a medida que ibas describiendo ese río hermoso que habita mi otra orilla me fue atrapando.
La manera que describis mi litoral, porque aunque uno no quiera, el lugar que uno habita se hace de uno. Y me siento del litoral y siento que eso es mío tambien.
Y casi al final, esa frase que me hizo sonreir hace un tiempo: “Todos los entrerrianos son o bandidos o poetas”. Y hay algo de razón en eso.


Besos G. Tus cuentos cada vez me gustan más. Y escribís bien, que le vamos a hacer.

Luna dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Eclipse dijo...

uff, sí, un buen chapuzón.
he vuelto, extrañada o no, he vuelto para quedarme y retomar algunas cosas, ponerme al día.
se me olvidó lo que iba a comentar acá, salvo que me dio gracia lo de Diario Mojado porque le oí ese apodo a mi padre para un par de personas y nunca lo había escuchado por boca de alguien más.
No sé qué hago a estas horas despierta, debería haberme ido con tu dolor de panza, aparte mañana me tengo que levantar temprano.
(me acordé, el comentario iba a empezar así:)
"Caronte: Yo seré un escándalo en tu barca (...)
yo iré como una alondra cantando por el río
y llevaré a tu barca mi perfume salvaje"
Qué mujer esta Juana, hay que leerla y no quedarse en primeras impresiones. Ya te lo había dicho, pero a mí este poema de Juana me encanta.
Ahora sí me voy, me queda uno nomás y ya estoy al día.
(jejeje, seguiste la sugerencia de los __ en blanco)