La última vez que supe de él fue una vez que un amigo de la facultad leía el diario en voz alta, estaba jugando con otros nombrando los títulos de las novelas que habían quedado finalistas en el concurso de novelas que ese año organizaba el diario. Levantaba apuestas, algunos nombraban algunas y otros otras. Yo estaba tranquila muy a la derecha de la mesa fumando lentamente mi cigarrillo mientras sorbía mi café. En un punto llegó a una novela y mencionó al autor. El nombre era un pseudónimo. Yo sabía quién era, ese había sido mi pareja por más de seis años y hacía mucho tiempo, más de medio año que no lo veía u hablaba con él. Me quedé pensando en él todo el día y cuando llegué a casa no pude más que mandarle un mensaje para preguntarle si el que pensaba que era él, era verdaderamente él. Al otro día, había un mensaje en mi casilla, y era él. Ahí él me confirmaba que era él, también de una manera muy casual me decía que todavía me extrañaba y me adjuntó la novela en el mensaje. Leí la novela, me pareció que era lo mejor que había escrito. No se lo dije, no sé porqué y nunca más hablamos. La novela sólo quedo entre los diez finalistas y no ganó, como él decía en el mensaje. Con el tiempo, leí la novela ganadora y realmente me parecía que era mala y la de mi ex pareja era mejor. Pero siempre pensé que quizá los sentimientos estaban entre medio.
El tiempo nos perdió de nuevo y yo no había tenido más noticias de él, mas que alguna información de un amigo en común que cada tanto se le escapaba algo de lo que hacía, de cómo estaba y esas cosas. Yo no le daba demasiada importancia, lo extrañaba, siempre lo extrañé, pero no podíamos estar juntos. Todo hasta que un día, como cinco o seis años después de aquel suceso de la novela y, tal vez, siete años después de vernos por última vez recibí un mensaje de él, en donde me decía que si no me molestaba estuviera a tal hora en tal café en el centro de nuestra ciudad. Siempre vivimos a quince minutos pero nunca nos vimos.
Fui. No sé porqué, le dije a mi pareja que tenía que atender unas cuestiones luego de la cátedra de la facultad y, que por eso, llegaría tarde. No le dio demasiada importancia, pero yo no dejé todo el día de pensar en él. No sabía para que me querría, y el mensaje había sido muy escueto. “Si podes venir mañana a eso de las seis de la tarde al café, la verdad que me harías muy feliz, porque necesito pedirte un favor, y creo que sólo vos me lo podrías cumplir”. Y además terminaba con un: “Y no es pedirte que volvamos a estar juntos ni nada parecido, así que podes venir sin miedos”. Recuerdo que sonreí cuando leí aquella frase. Ese día di una de las peores clases de la materia que recuerdo, sólo podía pensar en qué querría. Y así me pasé todo el día, entre las materias que daba en la facultad y las clases en los colegios privados de la zona, pensando en qué necesitaba después de tanto tiempo. También pensaba si todavía estaría lindo y qué sentiría a verlo luego de tanto tiempo. Admito que estaba muy nerviosa.
Tenía mucho frío mientras caminaba desde la estación hasta el café. No había llevado bufanda y el cuello se me congelaba a cada cuadra. Me di cuenta que había llegado temprano y no me importó, me senté en la mesa en que siempre nos sentábamos cuando éramos pareja y ordené un café. Me lo tomé rápido para calentarme el cuerpo y, mientras tanto, leía algunas cosas que tenía para hacer la tesis. Pero no me podía concentrar y cada tanto miraba para la puerta y luego el reloj en mi muñeca.
Me pareció verlo en la puerta. Con su largo sobretodo gris, una bufanda negra bien enroscada en su cuello. Le miré los pies y vi que tenía unas botas bien atadas. Supe que era él, aunque estaba muy flaco, su cara era cadavérica y tenía unas muy fuertes ojeras. Mientras se acercaba su rostro se hacía cada vez más macilento, pero cuando cruzamos los ojos su sonrisa se hizo muy grande y yo me quedé encantada de verlo de nuevo. Me saludó desde donde estaba y caminaba hacía mí. Me dio un beso en el cachete, sólo nos habíamos dado besos así dos veces, la primera vez que lo vi y la última. Él se sentó de costado y me volvió a sonreír. Se me estremeció todo el cuerpo y casi lloro. Estaba emocionada pero no lo quería demostrar. Siempre lo quise y siempre lo querré, aunque las cosas con el tiempo cambien. Me preguntó cómo estaba y yo empecé a hablar, nerviosa sobre mi carrera, las clases y todas esas cosas. Mientras él se sacaba el sobretodo y se quedaba en saco, con la camisa blanca abierta. Estaba muy flaco. Él me habló de cómo estaba todo en sus negocios y como estaban todos en su familia. Me contó de su hermano y de sus padres. También me comentó cosas de otros parientes. La conversación se daba fluida, anclada en el pasado y trayendo a esos personajes al presentes. Viendo los cambios en las personas. Yo lo miraba e intentaba recordar en como era mi novio, cuando lo era. Estaba más hombre, pero sus ojos estaban tristes, se lo notaba muy cansado y muy flaco, aunque él siempre lo había sido.
En algún momento me preguntó si yo ya estaba casada. Le dije que no. Me dijo que eso era un disparate y se rió tranquilo mirándome a los ojos, e intentando hacer que la moza le trajera un café. Al final lo tuve que pedir yo, y me pedí otro café para mí. Estaba lindo, pero no se lo dije, siempre lo vi lindo, aunque estaba físicamente mal, y se lo notaba. Yo en sus ojos veía que algo andaba mal en él, y por mucho tiempo tuve miedo. Le conté sobre mi pareja actual, y nuestros planes de casamiento. Me dijo que se alegraba por mí y que esperaba que fuese todo lo feliz que yo merecía. Con esas palabras yo me estremecí y recordé las veces que yo le decía que era demasiado bueno para mí. Yo le pregunté por si ya estaba casado, me dijo que no. Que estaba solo, que se había peleado con su pareja hacía un tiempo.
La conversación cada vez se nos hacía más larga y yo me olvidaba de la hora. Pareciera que él no, porque en un momento me dijo para qué me necesitaba. Y me lo dijo sin anestesia. Me dijo algo así. Me estoy muriendo. Y yo me estremecí, me reí para que me dijera que era un chiste, pero no lo era. Yo lo sabía, lo notaba en sus ojos, sus ojos negros cansados. Me dijo que era así, aunque luego lo ablandó todo un poco. Me dijo que tenía algunas posibilidades pero él tenía un presentimiento – en esto se puso a disertar sobre lo que él pensaba que era un error, porque cómo se puede sentir antes de sentir, y luego se puso a decir que quizá era una premonición o algo así – que no tenía muchas oportunidades en la operación que se avecinaba. Me contó todo sobre su enfermedad aunque yo no escuché demasiado. No sabía si llorar, si no llorar. No sabía qué hacer, qué sentir. Me dijo que había posibilidades y que todos estaban esperanzado, él hacía como que estaba esperanzado pero en las noches en soledad, no sentía nada de eso. Por supuesto que intenté de sacarle todas esas ideas de la cabeza, pero sabía que no me estaba mintiendo porque yo sé que él era así.
Yo no entendía que necesitaba de mí, pensaba en mi futuro marido y en lo feliz que éramos. También pensaba en lo feliz que había sido con él tanto tiempo y como no me había sentido acompañada – y al mismo tiempo, tan poco acompañada otras veces – con él. Le pregunté, entonces, qué necesitaba de mí. Y ahí me lo dijo. Tengo muchas cajas de papeles escritos, tengo varias novelas, multitud de cuentos, algunos sonetos, romances. También artículos periodísticos – esto me lo dijo haciendo las comillas – y críticos – eso lo dijo con sorna, y yo pensaba en sus reseñas – también lo de las revistas y esas cosas. Tengo muchas cosas, y no sé qué hacer con ellas. Pero sé que quiero que vos las tengas, por si acaso. Que las corrijas y las leas. Que hagas cosas como las que habíamos hablado en una época. Y me preguntó si lo haría por él. Estaba por llorar, y sentía que la voz me temblaba. En ese momento a él también le temblaba la voz, a casa rato parecía que iba a largarse a llorar. Por suerte no le vi ninguna lagrima, porque sino yo también hubiera llorado. Como tantas otras veces hemos llorado juntos. Yo acepté. Le dije que lo haría, que guardaría sus escritos.
Luego hablamos sobre otras cosas, todas parecían tontas. Me contó que de hecho se había separado de su última novia porque se dio cuenta que no la amaba, eso se dio al mismo tiempo que le habían encontrado la enfermedad y que no querría hacerla pasar por todo lo que eso implicaba. Pensé que era medio egoísta de su parte, pero luego me habló de cómo la había dejado inventando algo sobre que la había engañado y un montón de historias así. Yo no podía dejar de mirarlo a los ojos, notando una tristeza muy fuerte en ellos, pero a la vez un dejo de alegría. Se lo dije y me respondió que era porque me estaba viendo. Que eso lo hacía feliz. Ahí me fui para el baño. Allí lloré tranquila, mirándome al espejo lloré y vi mis ojos todos rojos. Luego me tranquilicé y me asee. Volví a la mesa y él estaba mirando cualquier cosa, con los ojos perdidos. Le pregunté por qué yo, porque yo tenía que hacer todo ese trabajo y ser su albacea, si llegaba a ser eso. Me habló con vez calma, como si lo tuviera practicado, mientras se tocaba la cabeza como si tuviera una muy fuerte jaqueca. Me dijo que era porque mientras examinaba su vida, veía que no había futuro y cuando el futuro era nada, sólo quedaba el pasado. Viendo eso había encontrado que los momentos en que había sido pleno totalmente y que había sido lo más infeliz de su vida, habían sido por mí, mientras tomaba unas pastillas con el vaso de agua de cortesía del café. Y que por eso, sólo podía dejar el legado de él, a quien más apreciara y que esa era yo. Ahí yo lloraba delante de él. Cada tanto me tocaba la mano que estaba en la mesa y me la acariciaba como nunca antes lo había hecho, no llores, decía. También dijo que además vos sos la persona que conozco más preparada para esto. Así que esto tiene un lado sentimental y un lado pragmático. Y sonrío. Creo que si volvía a sonreír podía volver a amarlo. Pero no sonreía tanto como antes, hacía comentarios graciosos como antes, pero casi ni se reía de ellos. Lo veía triste. Triste como nunca vi a una persona.
Pidió la cuenta cuando me di que se estaba haciendo de noche, esta vez la moza vestida de azul le prestó la debida atención. La chica volvió y el pagó la cuenta sin decirme nada. Yo lo dejé hacer, estaba shockeada por todo.
Me preguntó mientras nos parábamos y nos abrigábamos, cómo me podía dar los escritos. Yo no sabía qué decirle. Le dije que podía pasar por su departamento algún día. Dijo que sí, aunque también me comentó que estaba poco allí, se la pasaba dando vueltas. El estar enfermo me hizo más activo, dijo riendo sólo con una parte de la boca. Le dije que si quería podía ir con él hasta su casa y recoger en ese momento los archivos. Dije archivos no sé porqué, me dijo que él los llamaba así. Ya era de noche cerrada y yo llamé a mi pareja, estábamos viviendo en mi casa de toda la vida, por cosas como esas yo lo amaba, y le dije que iba a llegar más tarde, me dijo que me amaba y yo colgué, no quería que supiera por mi voz que estaba mal.
Fuimos hasta su auto, que era el mismo que cuando estábamos juntos. A mí me llamó la atención ya que pensé que lo había cambiado hace mucho. Se lo dije, muchos recuerdos en este coche, sigue funcionando y está por dejar de pagar patente dentro de poco, qué sé yo, no me preocupé por eso. Sentía que no lo conocía en ese momento, pero me senté en mi asiento y todo volvió rápido. En ese corto viaje, yo era quien había sido, quien no quise ser en el pasado, estaba siendo la otra, la muchacha más despreocupada por cuestiones laborales que todavía estudiaba en las facultad. Él manejó sin hablar demasiado, yo le conté sobre algunos problemas, sobre la vida, sobre cómo estaba mi hermano y mi hermana, sobre mi mamá y mi papá. Hablé para tapar el vacío del pasado y hablé para que todo estuviera mejor. Cuando llegamos al edificio, subimos por el ascensor. Me dijo que siempre subía por la escalera ya que eso lo ejercitaba. Me reí de eso. Recordé el edificio al que sólo había entrado una vez cuando lo estaba construyendo. Llegamos arriba y abrió la puerta. Entramos al departamento, en el que en un pasado pensé que iba a vivir pero en el que otro pasado supe que no me hubiera gustado vivir.
Me dijo que tomara asiento, y lo hice. Él se fue a buscar las cajas, me dijo, a su habitación y me dejó sola un rato. Yo miré todo el lugar que conocí un rato, y reconocí cuando entré. Volvió y sostuvo que los había dejado en la baulera, y se fue. Yo lo esperé mientras miraba todo el lugar. La mesa redonda, el sillón ajeado. Luego vi todos los libros apilados en una pared, recordé las veces que habíamos discutido de cómo pondríamos los libros, y de los pocos que tenía mi pareja actual. Me paré y mire los títulos. Noté que había muchos que yo conocía, muchos que había visto en su biblioteca, hasta encontré un libro que había sido mío. Lo abrí y vi mi letra en los costados y las notas pegadas en las páginas. Me fije si lo había leído – siempre hace una marca al libro en la última hoja – y sí, lo había hecho. Miré que estaban todos desordenados. Había papeles entre ellos. Revise la cocina, esperaba que allí estuviera todo desordenado, con las ollas sobre el fregadero y todo desordenado; pero me impresionó notar que estaba todo ordenadito. Tomé un vaso de agua y salí de la cocina. Un deseo morboso me hizo ir a su oficina y a su dormitorio más tarde. Vi en la oficina más libros, estos estaban más ordenados, en su biblioteca, la que yo conocía. Noté que allí estaban los libros más importantes, como habíamos hablado alguna vez. En el escritorio estaba la computadora y había notas manuscritas por todos lados, sobre enigmas e ideas de novela. Leí algunas pero no me detuve mucho en ellas. Respiré un aire de familiaridad que no sentía en años, todo parecía salido de algún recuerdo en común. Salí con fingida indiferencia por si me veía, pero todavía no había vuelto. Su habitación era espartana, una cama plaza doble, bien armada y ropa sobre una silla. Había algunos cuadros en las paredes. Imitaciones de pinturas. Yo las reconocía y encontraba su gusto en esos lugares.
En el pasillo encontré una foto de Felisberto Hernández tocando el piano. La recordé y me sentí rara. Volví a la sala de estar. Allí me volví a sentar en la silla y me acerqué a la mesa redonda. También había libros ahí, tenían notas dentro. Me pareció raro que era una pila de novelas de aventuras de navegantes ingleses en las guerras napoleónicas. No sabía que le gustaran esas cosas, pero esos intereses le aparecían de la nada, y a veces se perpetuaban como obsesiones temporales. C. S. Forrester y Patrick O´Brien.
Volvío, con tres cajas de color papel madera. Las puso al lado de la puerta. Me preguntó si quería comer algo, que podría llamar o hacer algo. Le pregunté si cocinaba, me dijo que sí pero que no lo hacía demasiado bien y que además no le salían gustosos los platos. Se dijo mal cocinero. Yo sabía que era tarde, pero no tenía muchas ganas de irme. El pasado a veces tiene ese sentir adictivo que hace querer revivirlo aunque sea por una noche. Se sentó en la mesa, la pila de libros navales tembló pero no colapsó. Hablamos un poco más, casi todo fueron recuerdos. Le pregunté por el futuro, y me dijo que sólo tenía presente y pasado. Por supuesto repuse que no tenía que perder las esperanzas. Las esperanzas a veces son mentiras, lo aprendí con el tiempo, no vale la pena esperar nada, si esperas algo, te ahogas en el mar, porque en algún momento te cansas de nadar. Me di cuenta del juego de palabras, sonreí y no dije nada. Él era él todavía, más flaco y enfermo, pero él al fin de cuentas. Y yo todavía lo quería. En sus ojos vi amor, supe que todavía me amaba y me dio miedo. Mucho miedo. Pensé en mi pareja, que me estaría esperando en casa. Comiendo solo, mirando la televisión, sonriendo. Era la vida que había elegido. Y la vida que había dejado por el camino estaba delante de mí sentado en la mesa redonda. Supe que él quería verme desnuda, y supe también que no haría nada en pos de aquello.
Dije que me tenía que ir. Me dijo que me llevaba, pasaba a tomar algo de agua y nos íbamos dijo. Yo lo acompañé a la cocina. Allí me dio un beso en los labios. Como un beso de despedida. Y tomó agua. Lo miraba y no podía creer nada de lo que había pasado en ese día. Tenía miedo de que él no estuviera si algún día lo necesitaba. Pero hubo días en que lo necesité y no estuvo, hasta a veces estuvo y no estaba. Se disculpó por el beso, y me dijo que había sido una tontada. Y volvió a tomar agua. Miro por la ventana, yo le dije que todavía me parecía encantadora. Vi las plantas verdes. Le dije que le faltaban más para que fuese como yo había pensado y dicho en algún viaje que habíamos hecho antes de separarnos para siempre. Se me secan, me dijo con una sonrisa absolutamente encantadora. Y yo se la devolví. Le di un besito en el cachete y lo abrace. Todavía encajaba como una pieza del rompecabezas. Todavía cuando me abrazaba me sentía esa figura pequeña y dorada del beso de Klimt. Me dio dos besos en el cachete, siempre me dijo que era lo que más le gustaba de mí. Y nos separamos.
Bajamos. Él llevaba las cajas, aunque yo le dije que podía y quería hacerlo. Él estaba mal, y yo lo notaba. Mal de fuerzas, mal de enfermo. Tomó más píldoras en el coche. Tengo que tomar tantas por día, es insoportable y no sé cómo hago para no olvidarme. Me devolvió a mi casa. En el viaje me dijo que si llegaba a publicar alguna, ella se podía quedar con una parte, otra parte tenia que ir su familia y otra parte a caridad. Lo había pensado y le gustaría que vaya a una fundación en lucha contra la enfermedad. Yo asentí. Luego dijo que bajo ningún punto de vista tenía que poner plata para que se publicaran. Eso lo dijo muchas veces, lo repitió como cuatro veces en el viaje y lo había dicho mil veces cuando estábamos juntos. No hablamos más que de eso en el viaje.
Volví tarde a casa. Con las tres cajas. Me costó entrarlas. Me dijo que se iba para el sur. Más al sur. Necesitaba aire de campo, que allí pasaba la mayor parte del tiempo. En la soledad del campo, oliendo el aire puro, mirando las estrellas y con los pies en la pileta, el sueño de toda su vida de su madre. Mi pareja estaba dormida en el sillón, tenía un libro de su oficio en su pecho. Le di un beso en la frente. No se despertó. Fui hasta el baño y me puse a llorar. Lloré mucho fuertemente. Seguía dormido mi pareja. Luego me fui al quincho, con todo el frío que hacía en toda la casa y me puse a leer algunos de sus escritos. Había un testamento firmado. Sus novelas estaban allí, sus cuentos. Leí algunos de sus sonetos y algún romance. Me gustaba. Siempre me gustó como escribía. Recordé el libro que había quedado finalista en el premio. Ese lo había editado, yo lo había comprado. Encontré el manuscrito, tenía las correcciones a mano. Caóticas.
Desperté a mi pareja y la mandé a la cama. Me dijo qué me había mantenido ocupada tanto tiempo. Le dije que un amigo me necesitaba. Mientras subía las escaleras me tiraba nombres de mis amigos. Yo negaba. Desde arriba me seguía hablando. Pero yo estaba inmersa en el pasado. Por lo menos por un tiempo. Sabía que soñaría con él. No sabía cómo pero sí que soñaría con él. Mi pareja querría hacer el amor. Yo no tenía ganas. Pensaba que una parte mía siempre estaría con mi ex. No pensaba que fuese a morir.
La verdad que no lo pensaba.
El tiempo nos perdió de nuevo y yo no había tenido más noticias de él, mas que alguna información de un amigo en común que cada tanto se le escapaba algo de lo que hacía, de cómo estaba y esas cosas. Yo no le daba demasiada importancia, lo extrañaba, siempre lo extrañé, pero no podíamos estar juntos. Todo hasta que un día, como cinco o seis años después de aquel suceso de la novela y, tal vez, siete años después de vernos por última vez recibí un mensaje de él, en donde me decía que si no me molestaba estuviera a tal hora en tal café en el centro de nuestra ciudad. Siempre vivimos a quince minutos pero nunca nos vimos.
Fui. No sé porqué, le dije a mi pareja que tenía que atender unas cuestiones luego de la cátedra de la facultad y, que por eso, llegaría tarde. No le dio demasiada importancia, pero yo no dejé todo el día de pensar en él. No sabía para que me querría, y el mensaje había sido muy escueto. “Si podes venir mañana a eso de las seis de la tarde al café, la verdad que me harías muy feliz, porque necesito pedirte un favor, y creo que sólo vos me lo podrías cumplir”. Y además terminaba con un: “Y no es pedirte que volvamos a estar juntos ni nada parecido, así que podes venir sin miedos”. Recuerdo que sonreí cuando leí aquella frase. Ese día di una de las peores clases de la materia que recuerdo, sólo podía pensar en qué querría. Y así me pasé todo el día, entre las materias que daba en la facultad y las clases en los colegios privados de la zona, pensando en qué necesitaba después de tanto tiempo. También pensaba si todavía estaría lindo y qué sentiría a verlo luego de tanto tiempo. Admito que estaba muy nerviosa.
Tenía mucho frío mientras caminaba desde la estación hasta el café. No había llevado bufanda y el cuello se me congelaba a cada cuadra. Me di cuenta que había llegado temprano y no me importó, me senté en la mesa en que siempre nos sentábamos cuando éramos pareja y ordené un café. Me lo tomé rápido para calentarme el cuerpo y, mientras tanto, leía algunas cosas que tenía para hacer la tesis. Pero no me podía concentrar y cada tanto miraba para la puerta y luego el reloj en mi muñeca.
Me pareció verlo en la puerta. Con su largo sobretodo gris, una bufanda negra bien enroscada en su cuello. Le miré los pies y vi que tenía unas botas bien atadas. Supe que era él, aunque estaba muy flaco, su cara era cadavérica y tenía unas muy fuertes ojeras. Mientras se acercaba su rostro se hacía cada vez más macilento, pero cuando cruzamos los ojos su sonrisa se hizo muy grande y yo me quedé encantada de verlo de nuevo. Me saludó desde donde estaba y caminaba hacía mí. Me dio un beso en el cachete, sólo nos habíamos dado besos así dos veces, la primera vez que lo vi y la última. Él se sentó de costado y me volvió a sonreír. Se me estremeció todo el cuerpo y casi lloro. Estaba emocionada pero no lo quería demostrar. Siempre lo quise y siempre lo querré, aunque las cosas con el tiempo cambien. Me preguntó cómo estaba y yo empecé a hablar, nerviosa sobre mi carrera, las clases y todas esas cosas. Mientras él se sacaba el sobretodo y se quedaba en saco, con la camisa blanca abierta. Estaba muy flaco. Él me habló de cómo estaba todo en sus negocios y como estaban todos en su familia. Me contó de su hermano y de sus padres. También me comentó cosas de otros parientes. La conversación se daba fluida, anclada en el pasado y trayendo a esos personajes al presentes. Viendo los cambios en las personas. Yo lo miraba e intentaba recordar en como era mi novio, cuando lo era. Estaba más hombre, pero sus ojos estaban tristes, se lo notaba muy cansado y muy flaco, aunque él siempre lo había sido.
En algún momento me preguntó si yo ya estaba casada. Le dije que no. Me dijo que eso era un disparate y se rió tranquilo mirándome a los ojos, e intentando hacer que la moza le trajera un café. Al final lo tuve que pedir yo, y me pedí otro café para mí. Estaba lindo, pero no se lo dije, siempre lo vi lindo, aunque estaba físicamente mal, y se lo notaba. Yo en sus ojos veía que algo andaba mal en él, y por mucho tiempo tuve miedo. Le conté sobre mi pareja actual, y nuestros planes de casamiento. Me dijo que se alegraba por mí y que esperaba que fuese todo lo feliz que yo merecía. Con esas palabras yo me estremecí y recordé las veces que yo le decía que era demasiado bueno para mí. Yo le pregunté por si ya estaba casado, me dijo que no. Que estaba solo, que se había peleado con su pareja hacía un tiempo.
La conversación cada vez se nos hacía más larga y yo me olvidaba de la hora. Pareciera que él no, porque en un momento me dijo para qué me necesitaba. Y me lo dijo sin anestesia. Me dijo algo así. Me estoy muriendo. Y yo me estremecí, me reí para que me dijera que era un chiste, pero no lo era. Yo lo sabía, lo notaba en sus ojos, sus ojos negros cansados. Me dijo que era así, aunque luego lo ablandó todo un poco. Me dijo que tenía algunas posibilidades pero él tenía un presentimiento – en esto se puso a disertar sobre lo que él pensaba que era un error, porque cómo se puede sentir antes de sentir, y luego se puso a decir que quizá era una premonición o algo así – que no tenía muchas oportunidades en la operación que se avecinaba. Me contó todo sobre su enfermedad aunque yo no escuché demasiado. No sabía si llorar, si no llorar. No sabía qué hacer, qué sentir. Me dijo que había posibilidades y que todos estaban esperanzado, él hacía como que estaba esperanzado pero en las noches en soledad, no sentía nada de eso. Por supuesto que intenté de sacarle todas esas ideas de la cabeza, pero sabía que no me estaba mintiendo porque yo sé que él era así.
Yo no entendía que necesitaba de mí, pensaba en mi futuro marido y en lo feliz que éramos. También pensaba en lo feliz que había sido con él tanto tiempo y como no me había sentido acompañada – y al mismo tiempo, tan poco acompañada otras veces – con él. Le pregunté, entonces, qué necesitaba de mí. Y ahí me lo dijo. Tengo muchas cajas de papeles escritos, tengo varias novelas, multitud de cuentos, algunos sonetos, romances. También artículos periodísticos – esto me lo dijo haciendo las comillas – y críticos – eso lo dijo con sorna, y yo pensaba en sus reseñas – también lo de las revistas y esas cosas. Tengo muchas cosas, y no sé qué hacer con ellas. Pero sé que quiero que vos las tengas, por si acaso. Que las corrijas y las leas. Que hagas cosas como las que habíamos hablado en una época. Y me preguntó si lo haría por él. Estaba por llorar, y sentía que la voz me temblaba. En ese momento a él también le temblaba la voz, a casa rato parecía que iba a largarse a llorar. Por suerte no le vi ninguna lagrima, porque sino yo también hubiera llorado. Como tantas otras veces hemos llorado juntos. Yo acepté. Le dije que lo haría, que guardaría sus escritos.
Luego hablamos sobre otras cosas, todas parecían tontas. Me contó que de hecho se había separado de su última novia porque se dio cuenta que no la amaba, eso se dio al mismo tiempo que le habían encontrado la enfermedad y que no querría hacerla pasar por todo lo que eso implicaba. Pensé que era medio egoísta de su parte, pero luego me habló de cómo la había dejado inventando algo sobre que la había engañado y un montón de historias así. Yo no podía dejar de mirarlo a los ojos, notando una tristeza muy fuerte en ellos, pero a la vez un dejo de alegría. Se lo dije y me respondió que era porque me estaba viendo. Que eso lo hacía feliz. Ahí me fui para el baño. Allí lloré tranquila, mirándome al espejo lloré y vi mis ojos todos rojos. Luego me tranquilicé y me asee. Volví a la mesa y él estaba mirando cualquier cosa, con los ojos perdidos. Le pregunté por qué yo, porque yo tenía que hacer todo ese trabajo y ser su albacea, si llegaba a ser eso. Me habló con vez calma, como si lo tuviera practicado, mientras se tocaba la cabeza como si tuviera una muy fuerte jaqueca. Me dijo que era porque mientras examinaba su vida, veía que no había futuro y cuando el futuro era nada, sólo quedaba el pasado. Viendo eso había encontrado que los momentos en que había sido pleno totalmente y que había sido lo más infeliz de su vida, habían sido por mí, mientras tomaba unas pastillas con el vaso de agua de cortesía del café. Y que por eso, sólo podía dejar el legado de él, a quien más apreciara y que esa era yo. Ahí yo lloraba delante de él. Cada tanto me tocaba la mano que estaba en la mesa y me la acariciaba como nunca antes lo había hecho, no llores, decía. También dijo que además vos sos la persona que conozco más preparada para esto. Así que esto tiene un lado sentimental y un lado pragmático. Y sonrío. Creo que si volvía a sonreír podía volver a amarlo. Pero no sonreía tanto como antes, hacía comentarios graciosos como antes, pero casi ni se reía de ellos. Lo veía triste. Triste como nunca vi a una persona.
Pidió la cuenta cuando me di que se estaba haciendo de noche, esta vez la moza vestida de azul le prestó la debida atención. La chica volvió y el pagó la cuenta sin decirme nada. Yo lo dejé hacer, estaba shockeada por todo.
Me preguntó mientras nos parábamos y nos abrigábamos, cómo me podía dar los escritos. Yo no sabía qué decirle. Le dije que podía pasar por su departamento algún día. Dijo que sí, aunque también me comentó que estaba poco allí, se la pasaba dando vueltas. El estar enfermo me hizo más activo, dijo riendo sólo con una parte de la boca. Le dije que si quería podía ir con él hasta su casa y recoger en ese momento los archivos. Dije archivos no sé porqué, me dijo que él los llamaba así. Ya era de noche cerrada y yo llamé a mi pareja, estábamos viviendo en mi casa de toda la vida, por cosas como esas yo lo amaba, y le dije que iba a llegar más tarde, me dijo que me amaba y yo colgué, no quería que supiera por mi voz que estaba mal.
Fuimos hasta su auto, que era el mismo que cuando estábamos juntos. A mí me llamó la atención ya que pensé que lo había cambiado hace mucho. Se lo dije, muchos recuerdos en este coche, sigue funcionando y está por dejar de pagar patente dentro de poco, qué sé yo, no me preocupé por eso. Sentía que no lo conocía en ese momento, pero me senté en mi asiento y todo volvió rápido. En ese corto viaje, yo era quien había sido, quien no quise ser en el pasado, estaba siendo la otra, la muchacha más despreocupada por cuestiones laborales que todavía estudiaba en las facultad. Él manejó sin hablar demasiado, yo le conté sobre algunos problemas, sobre la vida, sobre cómo estaba mi hermano y mi hermana, sobre mi mamá y mi papá. Hablé para tapar el vacío del pasado y hablé para que todo estuviera mejor. Cuando llegamos al edificio, subimos por el ascensor. Me dijo que siempre subía por la escalera ya que eso lo ejercitaba. Me reí de eso. Recordé el edificio al que sólo había entrado una vez cuando lo estaba construyendo. Llegamos arriba y abrió la puerta. Entramos al departamento, en el que en un pasado pensé que iba a vivir pero en el que otro pasado supe que no me hubiera gustado vivir.
Me dijo que tomara asiento, y lo hice. Él se fue a buscar las cajas, me dijo, a su habitación y me dejó sola un rato. Yo miré todo el lugar que conocí un rato, y reconocí cuando entré. Volvió y sostuvo que los había dejado en la baulera, y se fue. Yo lo esperé mientras miraba todo el lugar. La mesa redonda, el sillón ajeado. Luego vi todos los libros apilados en una pared, recordé las veces que habíamos discutido de cómo pondríamos los libros, y de los pocos que tenía mi pareja actual. Me paré y mire los títulos. Noté que había muchos que yo conocía, muchos que había visto en su biblioteca, hasta encontré un libro que había sido mío. Lo abrí y vi mi letra en los costados y las notas pegadas en las páginas. Me fije si lo había leído – siempre hace una marca al libro en la última hoja – y sí, lo había hecho. Miré que estaban todos desordenados. Había papeles entre ellos. Revise la cocina, esperaba que allí estuviera todo desordenado, con las ollas sobre el fregadero y todo desordenado; pero me impresionó notar que estaba todo ordenadito. Tomé un vaso de agua y salí de la cocina. Un deseo morboso me hizo ir a su oficina y a su dormitorio más tarde. Vi en la oficina más libros, estos estaban más ordenados, en su biblioteca, la que yo conocía. Noté que allí estaban los libros más importantes, como habíamos hablado alguna vez. En el escritorio estaba la computadora y había notas manuscritas por todos lados, sobre enigmas e ideas de novela. Leí algunas pero no me detuve mucho en ellas. Respiré un aire de familiaridad que no sentía en años, todo parecía salido de algún recuerdo en común. Salí con fingida indiferencia por si me veía, pero todavía no había vuelto. Su habitación era espartana, una cama plaza doble, bien armada y ropa sobre una silla. Había algunos cuadros en las paredes. Imitaciones de pinturas. Yo las reconocía y encontraba su gusto en esos lugares.
En el pasillo encontré una foto de Felisberto Hernández tocando el piano. La recordé y me sentí rara. Volví a la sala de estar. Allí me volví a sentar en la silla y me acerqué a la mesa redonda. También había libros ahí, tenían notas dentro. Me pareció raro que era una pila de novelas de aventuras de navegantes ingleses en las guerras napoleónicas. No sabía que le gustaran esas cosas, pero esos intereses le aparecían de la nada, y a veces se perpetuaban como obsesiones temporales. C. S. Forrester y Patrick O´Brien.
Volvío, con tres cajas de color papel madera. Las puso al lado de la puerta. Me preguntó si quería comer algo, que podría llamar o hacer algo. Le pregunté si cocinaba, me dijo que sí pero que no lo hacía demasiado bien y que además no le salían gustosos los platos. Se dijo mal cocinero. Yo sabía que era tarde, pero no tenía muchas ganas de irme. El pasado a veces tiene ese sentir adictivo que hace querer revivirlo aunque sea por una noche. Se sentó en la mesa, la pila de libros navales tembló pero no colapsó. Hablamos un poco más, casi todo fueron recuerdos. Le pregunté por el futuro, y me dijo que sólo tenía presente y pasado. Por supuesto repuse que no tenía que perder las esperanzas. Las esperanzas a veces son mentiras, lo aprendí con el tiempo, no vale la pena esperar nada, si esperas algo, te ahogas en el mar, porque en algún momento te cansas de nadar. Me di cuenta del juego de palabras, sonreí y no dije nada. Él era él todavía, más flaco y enfermo, pero él al fin de cuentas. Y yo todavía lo quería. En sus ojos vi amor, supe que todavía me amaba y me dio miedo. Mucho miedo. Pensé en mi pareja, que me estaría esperando en casa. Comiendo solo, mirando la televisión, sonriendo. Era la vida que había elegido. Y la vida que había dejado por el camino estaba delante de mí sentado en la mesa redonda. Supe que él quería verme desnuda, y supe también que no haría nada en pos de aquello.
Dije que me tenía que ir. Me dijo que me llevaba, pasaba a tomar algo de agua y nos íbamos dijo. Yo lo acompañé a la cocina. Allí me dio un beso en los labios. Como un beso de despedida. Y tomó agua. Lo miraba y no podía creer nada de lo que había pasado en ese día. Tenía miedo de que él no estuviera si algún día lo necesitaba. Pero hubo días en que lo necesité y no estuvo, hasta a veces estuvo y no estaba. Se disculpó por el beso, y me dijo que había sido una tontada. Y volvió a tomar agua. Miro por la ventana, yo le dije que todavía me parecía encantadora. Vi las plantas verdes. Le dije que le faltaban más para que fuese como yo había pensado y dicho en algún viaje que habíamos hecho antes de separarnos para siempre. Se me secan, me dijo con una sonrisa absolutamente encantadora. Y yo se la devolví. Le di un besito en el cachete y lo abrace. Todavía encajaba como una pieza del rompecabezas. Todavía cuando me abrazaba me sentía esa figura pequeña y dorada del beso de Klimt. Me dio dos besos en el cachete, siempre me dijo que era lo que más le gustaba de mí. Y nos separamos.
Bajamos. Él llevaba las cajas, aunque yo le dije que podía y quería hacerlo. Él estaba mal, y yo lo notaba. Mal de fuerzas, mal de enfermo. Tomó más píldoras en el coche. Tengo que tomar tantas por día, es insoportable y no sé cómo hago para no olvidarme. Me devolvió a mi casa. En el viaje me dijo que si llegaba a publicar alguna, ella se podía quedar con una parte, otra parte tenia que ir su familia y otra parte a caridad. Lo había pensado y le gustaría que vaya a una fundación en lucha contra la enfermedad. Yo asentí. Luego dijo que bajo ningún punto de vista tenía que poner plata para que se publicaran. Eso lo dijo muchas veces, lo repitió como cuatro veces en el viaje y lo había dicho mil veces cuando estábamos juntos. No hablamos más que de eso en el viaje.
Volví tarde a casa. Con las tres cajas. Me costó entrarlas. Me dijo que se iba para el sur. Más al sur. Necesitaba aire de campo, que allí pasaba la mayor parte del tiempo. En la soledad del campo, oliendo el aire puro, mirando las estrellas y con los pies en la pileta, el sueño de toda su vida de su madre. Mi pareja estaba dormida en el sillón, tenía un libro de su oficio en su pecho. Le di un beso en la frente. No se despertó. Fui hasta el baño y me puse a llorar. Lloré mucho fuertemente. Seguía dormido mi pareja. Luego me fui al quincho, con todo el frío que hacía en toda la casa y me puse a leer algunos de sus escritos. Había un testamento firmado. Sus novelas estaban allí, sus cuentos. Leí algunos de sus sonetos y algún romance. Me gustaba. Siempre me gustó como escribía. Recordé el libro que había quedado finalista en el premio. Ese lo había editado, yo lo había comprado. Encontré el manuscrito, tenía las correcciones a mano. Caóticas.
Desperté a mi pareja y la mandé a la cama. Me dijo qué me había mantenido ocupada tanto tiempo. Le dije que un amigo me necesitaba. Mientras subía las escaleras me tiraba nombres de mis amigos. Yo negaba. Desde arriba me seguía hablando. Pero yo estaba inmersa en el pasado. Por lo menos por un tiempo. Sabía que soñaría con él. No sabía cómo pero sí que soñaría con él. Mi pareja querría hacer el amor. Yo no tenía ganas. Pensaba que una parte mía siempre estaría con mi ex. No pensaba que fuese a morir.
La verdad que no lo pensaba.
3 comentarios:
El viejo y querido Dylan... Tanto tiempo.
El pasado, a veces , golpea la puerta demasiado fuerte.
Besos
sorprendente la piel de mujer en tus letras.
me ha gustado aunque sea sumamente triste.
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