domingo, febrero 28, 2010

Fantastmal.



I


Lo había perseguido muchas veces. Muchas veces ella pensó que lo había visto. En alguna esquina del centro porteño le pareció que estaba comprando un paquete de cigarrillos en un quiosco cerca de una boca de subtes. Otra vez, Vivi estaba sentada tomando un café con una compañera de la facultad en una tranquila mesa al aire libre en Recoleta, estaban haciendo un trabajo práctico, cuando levantó la vista le pareció que estaba caminando directamente hacia ella. Pero nunca terminaba apareciendo más que en sus fantasías.

A veces, luego de verlo y perderlo en el camino de su imaginación, pensaba en el porqué lo seguía viendo. No llegaba nunca a una clara conclusión. Pocas veces lo había hablado con alguna otra persona. Las pocas veces que lo había hecho le habían dicho cosas que a Vivi le parecían poco importantes. También a veces, cuando se daba cuenta que él se desvanecía en algún espacio del éter pensaba en lo poco que habían estado juntos ellos dos. Recordaba esos días hacía tantos años en que ella actuaba en una obra de teatro en el barrio. Lo recordaba con una sonrisa, nunca supo del todo bien porqué apareció en su vida y tampoco supo del todo bien cómo hizo para desaparecer tan rápidamente. Una vez, una amiga le dijo que era mejor, “porque vos, Vivi, sólo ibas a sufrir con ese chico” y algunas veces, cuando estaba racional, pensaba que esa amiga tenía razón.

Pero no podía dejar de pensar en él a nivel subconsciente. La última vez que le pasó verlo estaba con su pareja caminando por el centro mirando vidrieras, él se tenía que comprar unas zapatillas y ella lo acompañaba sólo para intentar que compre algo que no sea muy feo. Mientras su pareja estaba agachado mirando el precio de un par – tenía que ponerse anteojos rápidamente – ella lo vio. Iba de espalda abrigado como en esos días, no había cambiado un ápice, y ella se asustó. Un escalofrío subió por su espalda hasta su cuello, su cuerpo se puso tenso y una sonrisa surcó su rostro como hacía mucho tiempo nadie le veía. Pero entre remolinos de gente su figura desapareció tan rápido como apareció. Su pareja la sacó del ensueño y le preguntó porqué sonreía tanto. Ella, entre palabras y gestos desvió su atención. Al rato pensó que Dylan O’Keefe fue el hombre que más puramente amó y que tal vez haya sido el amor de su vida.

Con el tiempo esas apariciones fueron disminuyendo. Aunque su búsqueda no cesó. Fue al velorio y al entierro de la abuela de Dylan en la espera de verlo, aunque sea de lejos, tal vez hasta saber cómo había estado y cuánto había cambiado. Pero no apareció, hablo con sus padres y nada sabían de él desde hacía mucho tiempo. Ella quería mucho a la abuela de Dylan, al vivir en su mismo edificio, la visitaba mucho y la ayudaba con las compras, o en situaciones de ese estilo. Ninguna de las dos nunca habló de Dylan. Ni Vivi, ni la abuela. Cada tanto lo buscaba en el pasillo o en las escaleras. Las pocas veces que volvió a ir al Teatro Colón lo buscaba entre el publico, y escuchaba a esos tres chicos que se peleaban por su atención decir: “Tal vez ahí es donde compra la droga”. A la larga se dio cuenta que había simplemente desaparecido de su vida, pero no solamente de la vida de Vivi sino que también de la de su abuela, sus padres y de Tomas Mancuria.

Ese día, Vivi está sentada con un vaso largo de jugo de naranja que suda por los costados. Cuando levanta el vaso la servilleta que está debajo sube con el vaso, bien pegada a este. Mientras tanto come algunos maníes que le habían traído a Julia Suaznabar con su cerveza. Julia lee y corrige unos papeles que tiene frente a ella. Cada tanto levanta la voz y le habla a Vivi, pero ella no le presta demasiada atención. “No entiendo a este tipo. Cuando era joven escribía sobre reflexiones, sobre cuestiones paternales. Con el tiempo, en su madurez, empezó a escribir sobre muertes, policías y ladrones. A veces se trae historias de la fundación del pueblo y otras sobre fantasías tiradas de los pelos. Al final de sus días, por las fechas que les pone abajo a los cuentos, escribía casi sólo sobre el amor, sobre jóvenes que buscaban, perdían o encontraban al amor en diferentes formas. Siempre sobre la base de su paraíso ficcional. Y en este cuento los personajes hablan en alejandrinos…” Vivi la mira pero no le responde y toma su jugo de naranja. Se habían encontrado en el café sólo porque ella se había peleado fuertemente con su pareja y necesitaba salir de su casa por algún momento.

Julia remarca y corrige con rojo errores de tiempos verbales y con azul errores de tipeo. Con lápiz negro marca errores de continuidad en la historia madre – como ella la llamaba – y con resaltador marcaba otras cosas que nunca le dijo. A Julia Suaznabar la conoció por medio de Mariano Sputnik, y a este se lo encontró una vez en la mansión de su tío, Villa Grampa, mientras hablaban sobre literatura. Ella había leído una novela de Mariano y entre alguna conversación terminaron saliendo un par de veces, hasta que ella se dio cuenta que él estaba perdidamente enamorado de su ex, llamada Marianela McCaill. Pero la amistad con todo ese grupo de gente perduró y ella se hizo muy amiga de Julia, aunque muchas veces no la soportaba cuando se ponía obsesiva con algunas cuestiones. Y la saga William Morris la tenía atrapada desde hacía mucho tiempo.

En algún momento Vivi intenta hablar sobre cualquier cosa y le pregunta cómo está Suaznabar, su marido, pero ella responde con monosílabos y no le termina diciendo nada. Entonces ella bebe su jugo de naranja en el Café París del centro de Lomas, mientras se distrae mirando por la ventana.

Afuera hace mucho calor, rondando los treinta y cinco grados de sensación térmica. No hay mucha gente, y las pocas personas que caminan lo hacen por la vereda que da a la vidriera del café, donde está la sombra. Pero la sombra no ayuda mucho y la gente que vuelve de trabajar, o que está haciendo sus compras, se abanica con papeles o diarios enteros. Ella los mira desde su cómodo asiento, tomando jugo de naranja, pensando en la suerte que tiene por estar de vacaciones en esa ola de calor. Se pone a leer el diario mientras Julia suspira y se queja por el frío. Vivi la mira rara, muchas veces cuando la escucha se da cuenta que está casada con Suaznabar porque es tan rara como él. Una vez, en una fiesta en honor a Mariano a la que fue con su tío – al que perdió y lo encontró hablando con Mariano, cantándole una historia sobre el General Güemes – Julia le confeso que ella se había casado con S porque estaba completamente enamorada de él, que sabía que no podía vivir sin él, pero que también lo había hecho para no desistir tan fácil cuando surgían complicaciones como las que habían tenido cuando se habían separado. Para rematar todo con: “Lo amo tanto como para necesitar estar sin él mucho tiempo, y el estar casados hizo algún cierto clic entre él y yo, algo así como que no podemos desistir de esto tan fácilmente”.

La monotonía del momento la pone a pensar sobre su pelea. No tiene ganas de pensar en su pareja pero su mente la lleva a ello. Sabe donde está, en qué piensa y que no se va a disculpar por el momento. Todavía está muy enojada. En el camino al café, había venido caminando, la bronca por momentos le hacía dejar caer algunas lágrimas. A su vez también sabía que al final del día terminaría disculpándolo y él la haría reír como sólo él podía hacerlo; el problema quedaría hundido en dialécticas y en futuros problemas que harían que el problema de ese día, del momento, se pegara a problemas futuros.

Mientras piensa todo eso lo ve. Dylan va por la vereda del sol en mangas de camisa, con el saco colgado de su mano derecha y con un morral cruzado a su pecho. Hacía mucho tiempo que no lo veía de manera fantasmal y, por un instante, cierra los ojos y los vuelve a abrir. Y todavía está él allí, caminando rápido por el sol, con un libro en su mano derecha, que no llega a leer cuál es. Le pregunta a Julia si ve a ese muchacho que camina en camisa blanca y con el saco en el brazo. Lo confirma de mala gana. Vivi, sin mucho pensarlo, se para en el acto, se toma todo el jugo de un sorbo y sale del café. El calor la golpea fuertemente pero busca con su mirada a Dylan que camina por Gorriti mirando el piso. Para en las esquinas cuando los autos pasan y por los vidrios y espejos que hay en la ciudad, se siente perseguido por alguien.

Vivi lo persigue desde la vereda con sombra, escondida entre la gente que camina siempre en dirección opuesta a la de ella. Le gente parece ir en masa a la estación y ella camina en el mismo sentido que lo hace Dylan, que va para la avenida. Se golpea contra las personas y lo ve desde enfrente. Lo mira como puede, los ojos cansados, la camisa por afuera del pantalón, el primer botón abierto, la corbata un poco desarmada y sucia, los pantalones del traje negro algo arrugados. Lo mira y se reconfirma que es él, los ojos cansados, la barba crecida de unos días, el pelo arremolinado y despeinado, los labios hermosos y el andar perdido. Está más viejo, está más hombre, está cambiado. Pero es él. Lo recuerda caminando por Temperley o Banfield abrigado, fumando, joven y hablando de existencias, esencias y libertades.

Dobla en una esquina y camina alejándose de la gente, del centro, pero no del calor o de Vivi que lo persigue siempre por la manzana de enfrente sin saber bien qué hacer. Mientras camina tras sus pasos piensa en qué hacer. El instinto la hace caminar y sin perderlo de vista, a una lejanía emulada de cuentos policiales. En ningún momento se le ocurrió gritarle su nombre y, llorando, abrazarlo. O intentar preguntarle algo. Más que nada en ningún instante se le ocurrió dejarlo escapar entre las callecitas del centro.

Los recuerdos se agolpan en su mente, reviviendo momentos pasados perdidos entre los deseos del olvido. Lo ve en la lluvia grande de la inundación. Lo ve en la cama mirando el techo en Villa Grampa. Lo ve gimiendo en esa misma cama. Lo recuerda con su abuela. Lo siente sonriendo. Pero todo eso le parece tan fantástico e idealizado que la asusta. Siempre lo veía por todos lados, como buscándolo, pero gran parte de su búsqueda era saber que nunca lo iba a encontrar. Y ahí está él, Dylan O’Keefe, más viejo, caminando, tal vez sin rumbo, piensa ella. Vivi no lo puede creer, no sale de su asombro.

La gente empieza a menguar y están entrando en el barrio inglés. Andan cerca de la casa de su tío, mientras ella cada vez camina más lento para no levantarle sospechas, aunque en ningún momento Dylan dio vuelta la cabeza para mirar para atrás. Recuerda las calles con árboles desnudos. Siente como que está entrando al pasado por caminos ya andados en otro momento, caminados de otras formas con él. Los árboles tendrían que estar pelados de hojas verdes y ellos abrigados y jóvenes. Caminando juntos riendo.

Lo mismo le había pasado a Dylan la primera vez que volvió a hacer ese camino. Miraba para atrás y no sentía ningún genio maligno en forma de un Dite volando por encima de su cabeza. Las casas no eran un cuadro cubista y el cielo no tenía esos colores impresionistas. Y caminó por primera vez, otra vez, por ese lugar. Volvió a ir a la casa grande, viendo desde la esquina intentando encontrar algún movimiento, quizá ver en alguna ventana el largo cuerpo cansado de Tomas Mancuria, pero no vio ninguna figura por entre las ventanas abiertas.

Y esa tardecita, mientras el cielo baja tan lentamente como lo hace en verano, Dylan sabe que alguien lo sigue, aunque le parece totalmente incompresible que alguien lo hiciera. No se le ocurre que a nadie le podría llegar a interesar el trabajo de un traductor en la embajada de Francia. Pero siempre cosas más raras han pasado, así que sigue su camino. Por un momento piensa en dar vueltas y perderlo. Al rato se da cuenta que era una mujer que está haciendo un trabajo bastante amateur, por lo que se dice que eso no representa ningún riesgo y sigue camino para su casa. Está cansado, tiene mucho calor luego de haber viajado en el subte y el tren. Quiere darse un baño y descansar un poco. Por más que esa muchacha lo este persiguiendo.

Vivi en ningún momento se dio cuenta que Dylan sabía que alguien lo estaba siguiendo. Ni le importaba. Está metida en sus pensamientos, intentando develar qué decirle, cómo sería ese encuentro tan deseado durante tanto tiempo. Quería saber si estaba tan lindo para sus ojos como lo había sido hacía tantos años atrás. Lo ve entrar a una casita pequeña. Entra y cierra la puerta de rejas detrás de él. Luego lo pierde por la posición de su caminata y lo diagonal de la casa.

Camina hasta esa casa y la mira desde afuera. Otra vez desde la vereda de enfrente. Intenta ver alguna figura, pero no ve nada. La casa tiene bastante verde y es pequeña a diferencia de todas las otras del barrio. La examina y toma el número. Sabe como volver y se queda esperando un rato, a ver si aparece. Pero no lo hace. Cruza y se acerca al timbre, piensa tocar y plantearle la sorpresa en la puerta de su casa. Tampoco lo hace. Ya que ni siquiera saber si es su casa, si está casado, ni siquiera tiene la certeza total que sea él. Un fuerte miedo se apodera de su alma y se aleja caminando casi espantada de sus ideas.

Al caer la noche se encuentra en la puerta de su casa. Está toda oscura y su pareja todavía no ha vuelto. Ella se baña largamente con agua fría, pensando en Dylan y en el pasado. A su vez también piensa en todos sus novios desde ese momento a la fecha y como ninguno pudo hacerlo olvidar. Siempre la figura de ese muchacho que desapareció una noche, dejando tras de sí una carta, la persiguió. Su pareja llega entrada la noche, llega abriendo la puerta delante de ella y buscándola. La ve con la toalla rodeando su cuerpo desnudo. Se acerca pidiendo disculpas y diciendo que hace esas cosas tontas porque la ama. Ella no tiene ganas de discutir y le abre los brazos a un abrazo. Él la abraza fuerte y ella lo respira, y su esencia no es la que quisiera oler. El cuerpo que la abraza no es el que quisiera que la abrace esa noche. Hacen el amor y se duermen el uno en el otro. Vivi sueña en pasados mezclados con futuros inalcanzables.


II



3 comentarios:

g. dijo...

Esta historia tiene otras partes que se irán publicando en el futuro (por eso los números romanos).

- Tal vez ahí es donde compra la droga. Esencia, pág. 13.

Información sobre Villa Grampa:
http://www.villagrampa.com.ar/home.html

Luna dijo...

Quién no carga con sus fantasmas?

Eclipse dijo...

me encantó este cuento... me pareció efectivo porque me dejó con la intriga... ahroa quiero leer más.
no entendí lo de Esencia, pág 13