Puse mis pies por primera vez en ese lugar. No sabía cómo caminar ni me sentía seguro. Cuando la nave central del pequeño templo, iluminada por primera vez en los seis meses que llevaba en ese lugar, me muestra la cara de Jesús colgado de la cruz de madera. Me quedo un rato mirándolo, me doy cuenta que además de los míos son los únicos ojos que hay en la estación. El único par de ojos que me mira en kilómetros a la redonda. Me siento en uno de los largos bancos de madera, mientras pienso en cómo los habrán traído, ya que parecen muy pesados, y el tema para salir de este lugar siempre fue el peso. Antes de hacer el primer alunizaje los científicos de la NASA se había dado cuenta que el principal problema que iban a tener que enfrentar era el del peso, y por eso se buscó, de todas las maneras posibles, encontrar bajar la menor cantidad de kilos a la superficie de la luna. Tal vez en algún momento mientras el Apollo XI estaba en la luna en esos días de julio de finales de la década del sesenta, todavía algún ingeniero estaba con sus reglas de cálculo en Houston pensando en si la potencia del pequeño motor del modulo lunar iba a poder sacar a los dos astronautas de la poca gravedad lunar.
Juego con mis dedos mientras miro a Jesús en la cruz, recuerdo que en el formulario decía si yo tenía alguna fe, y puse que era católico, mi madre era irlandesa y muy creyente, todos los domingos íbamos a misa, ella, mi hermano y yo, a la Saint Lawrence en nuestro barrio. Mamá rezaba y nosotros nos hacíamos caras, nos aburríamos, éramos los únicos niños en toda la congregación. Ya casi nadie tenía fe, nadie creía en nada. Yo no creía, creo que mi hermano tampoco. Con el tiempo, nos empezamos a quedar con nuestro padre, que iba a la cancha, lo cual era otro ritual de domingo. Mamá iba a la iglesia y nosotros íbamos a ver los partidos. Pronto dejé de ir a las dos cosas, mi hermano siguió yendo con mi padre, hasta que falleció, luego empezó a ir solo. Yo me quedaba tranquilo en la cama, despierto, siempre me desperté temprano, saludaba a mi mamá, y volvía a la cama a leer los cuentos de ciencia ficción. La colonización de Europa era el tema que estaba de moda en aquella época, yo leía todos los tomos de la “Colección Despertar”, fantaseaba con llegar a escribir un cuento para que aparezca ahí, todos eran autores fantasmas, tal vez si hubiera escrito lo que me está pasando ahora, si pusiera en escrito todos mis pensamientos y lo que estuvo pasando en estas últimas horas, me lo publicaran. Y mi cuento sería el último publicado en la “Colección Despertar”; no tendría ningún lector, pero eso ya no importa. No importaría.
Me doy cuenta que el banco de madera está escrito por los anteriores técnicos que ocuparon mi posición. Están sus nombres, número de código y fechas: James Stuart, TW192E3, 2098 enero dos, Juan Tripple, TW192F4, 2099 marzo, y así hay muchísimos más. El banco me sigue pareciendo un gasto superfluo, casi extraño, supongo que habrá sido una forma de intentar de aplacar la soledad, la máquina de pinball, más allá de todo lo antigua que es, es una reliquia del pasado y no se encuentran en casa. Pero los bancos de iglesia en la estación lunar, son bastante extraños, traeros debe haber sido un esfuerzo monumental, además de muy caro. Pero claro, yo estoy pensado lo difícil que sería sacarlo de aquí y estos bancos estarán aquí para toda la eternidad. En el plan trazado por la Royal Astronomy Office nunca se planteó la posibilidad de volverlos a llevar a la tierra, supongo que sí estaba la posibilidad de volverme a llevar a mí, pero parece que ese buque ya partió y jamás volverá. Hay que aceptar el destino de cada uno.
En la radio sólo suena el monótono radiofaro de la nave, la pantalla seguro que está mostrando la lluvia estática y debe sonar el ruido blanco que estuve escuchando toda la mañana. Ya nadie responde y no puedo ver la tierra desde el lado oscuro de la luna. Tengo que aceptar la posibilidad de que no haya nadie más allá afuera. Todavía recuerdo ver la Unión Jack pintada en el fondo blanco de la HMS Arthur C. Clarke, los muchachos gritaban cada vez que entraban en mi estación, yo hacía todos los esfuerzos para que ellos no pierdan contacto con nada, retransmitía todo lo que llegaba desde ellos. Además yo era el único que iba a ver, filmar y retrasmitir la partida de la nave hacia Marte a las islas británicas, era una de mis funciones, antes de salir, los gerentes me dijeron que era la función primordial que tenía: Todos los británicos debían ver cómo la Arthur C. Clarke, emprendía su viaje hasta Marte, el primero de nuestros muchachos. Por supuesto que en ese punto ninguno sabía que los chinos habían trazado un plan más arriesgado que no planteaba hacer un paso por la luna y orbitarla. Los americanos cuando se enteraron de esto cambiaron sus planes y lanzaron su nave sin escala lunar, algo que era considerado peligroso. Nosotros, siempre tomamos el plan seguro, además, sino, mi estadía en el lado oscuro de la luna, carecía de sentido. Cómo si no careciera de sentido en este momento.
Así fue cómo John Greene me gritaba cada vez que estaba en mi posición, me hacía chista, y me decía que me saliera al jardín de la estación, que así él me podría tomar fotografías a mí. Yo reía, estábamos todos muy contentos, con gran algarabía. Cierto es que sus visitas en mi telescopio eran muy cortas, la velocidad orbital de la nave era alta, y era el perihelio primero de su viaje, luego prenderían sus motores, yo vería la gran flama azul de un químico entrando en contacto con otro y los perdería de vista. Supongo que fue en su décima orbita, quizás en la onceaba, aunque pudo haber sido en la novena, la computadora llevaba esos datos, y no tengo ganas de acceder para sacarme la duda. Mientras el navegante Leonard Magris, canadiense con antepasados italianos, según me comentó en la segunda orbita, hacía el chequeo posicional de rutina, que consistía en reconocer y alimentar a la computadora con las constelaciones que iban a servir de guía para el viaje, me dice que ellos estaban escuchando una señal extraña, y que veía movimiento de una estrella, algo imposible. Reía, pensaba que me estaba haciendo un chiste, pero rápidamente me di cuenta que estaba serio. Me puse a comprobar con lo que yo tengo aquí en la estación, pero ellos tenían sistemas más avanzados para eso. Tomé los datos cómo pude y los mandé directamente a la tierra por medio del sistema de satélites fijos, sin que pase por la estación norteamericana en el otro lado, ni por la china, eso era algo secreto, todos lo sabíamos, aunque era probable que desde la Tierra algún observatorio ya tuviera los ojos puestos sobre ese evento.
El nerviosismo duró unos segundos, el de Magris y el mío, ya que era algo que no debía estar allí, pero él me dijo, el universo es tan grande que cómo va a ser que nosotros tengamos la certeza de qué tiene o no que estar en donde se supone, reímos, también rió Greene que ya estaba despierto, los otros tres ocupantes de la nave no hablaban conmigo, no estaba dentro del protocolo de misión, aunque yo sé, porque ellos me dijeron, que los astronautas, en viaje, no se atenían demasiado a ellos. Yo me puse a examinar la imagen y la volví a pasar por la computadora, luego me fui a dormir.
La alarma me despertó y vi las luces rojas que todavía ahora siguen sonando, aunque ya me acostumbre a su luz. Lo primero que hice fue ver dónde estaba la Arthur C. Clarke y, aunque no estaba en el lado oscuro de la luna, por telemetría pude saber que estaba donde debía estar, en cuatro horas tendría otro contacto con ellos. La alarma era por el objeto (Que pasará a ser denominado Anomalía Magris), había cambiado el rumbo. Una vez puesto la información en mi análisis, se había armado una proyección y tenía que ir directamente para mercurio, siendo atrapado por la onda gravitacional de ese planeta. Inexplicablemente, eso, había dejado de ir a donde debía ir, o por lo menos a donde la computadora había dicho que iba a ir, habiendo efectuado un giro. Yo sé que los objetos que conocemos no pueden hacer eso, ni siquiera nuestras naves pueden hacerlo, todavía usamos trayectoria libre y usamos la gravedad de los planetas, la fuerza de nuestros motores para ir a donde queremos. Pero eso había cambiado el rumbo.
La computadora estaba calculando a dónde estaba yendo en ese momento, mientras la HMS Arthur C. Clarke hacía el último contacto planeado con Estación Lado Oscuro de la Luna, que soy yo, que siempre seré yo, al parecer. Ellos habían puesto el disco de Pink Floyd, estaban escuchando The Great Gig In The Sky, recuerdo que sonreí y pensé en serendipias que había en este mundo, en la última, que era, tal vez, la nuestra. Les comenté la situación, mientras Clare Torry canta su impresionante solo vocal, ellos con la cabeza fría empezaron a analizar la situación cuando la computadora cantó que el nuevo rumbo de la Anomalía Magris era de impacto directo con la tierra. Llamamos al cuartel general en la Isla de Mann para dar la noticia de alerta, pero ellos ya conocían de antemano la situación. Nos dijeron que la misión seguía de manera corriente, que eso no afectaría nada, ellos como buenos militares (dos eran de la RAF y otros par de la Royal Navy) aceptaron las ordenes dadas, mientras yo bramaba por los micrófonos que cómo podíamos seguir como si nada pasara, en algún punto llegue a decir que tal vez ellos llegaran a Marte, aterrizaran y luego emprenderían el regreso, pero a dónde. Me cortaron la comunicación con la nave cuando empecé con mis reproches, así que ellos no escucharon nada, aunque yo era su oráculo y les cantaba su no tan inmediato futuro. Quizás en ese momento, en la Isla de Mann pensaban que no debían contratar técnicos con pasado católico, aunque yo creo que era importante que sea así, ya que los bancos de iglesia para bien o para mal están en la base, y un protestante o judío los hubiera desaprovechado. Me dijeron que los norteamericanos y los rusos tenían un plan para situaciones así, no me detallaron demasiado, pero me imaginé cómo era.
La Estación Lado Oscuro de la Luna era un secreto cuando se inició su construcción, con el tiempo, los norteamericanos se dieron cuenta que aquí estábamos, luego los rusos lo supieron, creo porque un topo en la NASA robó esa información, para al final también los chinos verla desde su nave, sacarle fotos y enviarlas a 10 Downing Street como un chiste de mal gusto. Así que yo, o quien estuviera en ese momento en la estación, éramos un secreto británico, aunque todos los demás sabían que estábamos acá. Todos disimulaban saberlo y actuaban como si no lo supieran, yo vi a la nave rusa Leonov pasar por arriba de mi cabeza como veinte veces. Observe la USS Alan Shepard y su magnifico casco, totalmente moderno, que no tenía nada que ver con nuestras naves (o las chinas, o las rusas, llegado al caso), la analizaba con el telescopio, creo que en algún momento alguien me saludó desde dentro, pensé que era mejor que se vayan a jugar al golf, en alusión al nombre de la nave. Por eso me extraño que todas las demás bases, todas en el lado que da el sol, empezaran a contactarse conmigo de manera directa, hablándome y pidiéndome datos. Todos tenía autorización para eso, nosotros habíamos visto mejor que nadie el cambio de dirección, hasta lo habíamos filmado. Pasé los datos, y luego, todo, otra vez se calló. Hasta que observé como nuestra nave empezaba el largo periplo hasta Marte. Esa fue la última vez que los vi, aunque claro, aunque todo hubiera salido bien, y en el aspecto del vuelo salió todo bien, yo todavía no los tendría que volver a saludar.
Vuelvo a la sala de control, según el cronograma de trabajo, debería estar corriendo en la máquina para tener bien los músculos para cuando me vengan a buscar para llevarme de nuevo a la tierra. Parece que nunca más disfrutaré de nuestra gravedad, entonces, me parece bastante pesado intentar correr en la máquina. Para qué. Si total la Anomalía cada vez aceleró más rápido, como si eso también hubiera sido posible. Lo miraba desde mi computadora sin entender, por lo menos, hasta que los satélites dejaron de funcionar y yo, sólo tengo el radiofaro de la HMS Arthur C. Clarke. Todo dejó de funcionar. En un instante las comunicaciones con las otras bases lunares se abrieron de repente, como si la potencia de todos se ampliara potencialmente, cosa que pasaba a veces con alguna tormenta solar. Escuché muchas cosas descolgadas, gritos, llantos, lamentos, rezos, hasta algún insulto al pequeño hombre verde. Luego, eso duró unos quince minutos más o menos, todas las voces se callaron. Intenté comunicarme con la tierra pero no recibo nada, tampoco llegan datos o telemetría. Los satélites están rotos, siguen en la orbita lunar, pero los paneles solares están quebrados y por eso no tienen energía. No escucho a las otras personas en las otras bases de la luna, no somos muchos, seremos unos cuarenta, o cincuenta a lo sumo, si es que no somos sólo uno en este instante.
Jesús está en la cruz, solitario, mira a un costado, como buscando algo, o pidiendo ayuda, pero no hay feligreses, tampoco hay creyentes. Pienso en mi madre, en su casa, con jardín, con el perro, en las afueras, tranquila, sentada, mirando la luz que se acerca, si es que fue así. O en mi hermano, con sus hijos, yéndolos a buscar del colegio, abrazándose a su esposa, encontrándose todos juntos. Nadie está realmente solo, solo Jesús en la cruz. Los sonidos que llegan no dicen nada, no hay datos, no hay movimientos, no hay informes, nada llega. La nave cada vez se aleja más, quizás haya dos o tres naves más yendo hacia Marte, en esa carrera desesperada que se armó por colonizar ese planeta rojo. Las bases en la luna no dicen nada, estamos solos. Estoy solo. Qué habrá sido la anomalía.
Me acuerdo cuando iba al colegio, mientras vuelvo al largo banco de madera de iglesia, nadie me esperaba a la salida, mamá nos esperaba en casa y cada uno iba por su lado, éramos libres de hacer lo que quisiéramos. No era un muchacho molesto, y un día antes de la salida le pedí a la maestra si podía ir al baño porque tenía muchos retorcijones en el estomago, ella me dio la autorización y me fui corriendo, sin que me importara que faltaban solo minutos para que sonara la campana y todos nos pudiéramos ir a nuestras casas. Pero llegué al baño, me senté en el inodoro y espere. Tenía grandes dolores pero nada pasaba. Cuando salí del baño el colegio estaba oscuro, entraban algunas luces por las altas ventanas, los pasillos estaban en tinieblas y mis pasos sonaban varias veces por los ecos que generaba. Iba con un libro de la “Colección Despertar” en el bolsillo de atrás del pantalón y buscaba gente. No encontré a nadie por ningún lado. Las puertas estaban cerradas por afuera y lo único que hice fue volver al aula, buscar algo de luz, y ponerme a leer. Se hablaba sobre la colonización de Europa, de los pueblos primigenios, los prusianos, los suevos, los eslavos, etcétera y se hablaba de la etapa de la germanización. Eso lo comparaban con la luna de Júpiter. Y yo me sentí solo por primera vez en mi vida, pero esa vez, pequeño, joven y asustado, no es comparable con lo solo y olvidado que me siento acá, en el lado oscuro de la luna.
Juego con mis dedos mientras miro a Jesús en la cruz, recuerdo que en el formulario decía si yo tenía alguna fe, y puse que era católico, mi madre era irlandesa y muy creyente, todos los domingos íbamos a misa, ella, mi hermano y yo, a la Saint Lawrence en nuestro barrio. Mamá rezaba y nosotros nos hacíamos caras, nos aburríamos, éramos los únicos niños en toda la congregación. Ya casi nadie tenía fe, nadie creía en nada. Yo no creía, creo que mi hermano tampoco. Con el tiempo, nos empezamos a quedar con nuestro padre, que iba a la cancha, lo cual era otro ritual de domingo. Mamá iba a la iglesia y nosotros íbamos a ver los partidos. Pronto dejé de ir a las dos cosas, mi hermano siguió yendo con mi padre, hasta que falleció, luego empezó a ir solo. Yo me quedaba tranquilo en la cama, despierto, siempre me desperté temprano, saludaba a mi mamá, y volvía a la cama a leer los cuentos de ciencia ficción. La colonización de Europa era el tema que estaba de moda en aquella época, yo leía todos los tomos de la “Colección Despertar”, fantaseaba con llegar a escribir un cuento para que aparezca ahí, todos eran autores fantasmas, tal vez si hubiera escrito lo que me está pasando ahora, si pusiera en escrito todos mis pensamientos y lo que estuvo pasando en estas últimas horas, me lo publicaran. Y mi cuento sería el último publicado en la “Colección Despertar”; no tendría ningún lector, pero eso ya no importa. No importaría.
Me doy cuenta que el banco de madera está escrito por los anteriores técnicos que ocuparon mi posición. Están sus nombres, número de código y fechas: James Stuart, TW192E3, 2098 enero dos, Juan Tripple, TW192F4, 2099 marzo, y así hay muchísimos más. El banco me sigue pareciendo un gasto superfluo, casi extraño, supongo que habrá sido una forma de intentar de aplacar la soledad, la máquina de pinball, más allá de todo lo antigua que es, es una reliquia del pasado y no se encuentran en casa. Pero los bancos de iglesia en la estación lunar, son bastante extraños, traeros debe haber sido un esfuerzo monumental, además de muy caro. Pero claro, yo estoy pensado lo difícil que sería sacarlo de aquí y estos bancos estarán aquí para toda la eternidad. En el plan trazado por la Royal Astronomy Office nunca se planteó la posibilidad de volverlos a llevar a la tierra, supongo que sí estaba la posibilidad de volverme a llevar a mí, pero parece que ese buque ya partió y jamás volverá. Hay que aceptar el destino de cada uno.
En la radio sólo suena el monótono radiofaro de la nave, la pantalla seguro que está mostrando la lluvia estática y debe sonar el ruido blanco que estuve escuchando toda la mañana. Ya nadie responde y no puedo ver la tierra desde el lado oscuro de la luna. Tengo que aceptar la posibilidad de que no haya nadie más allá afuera. Todavía recuerdo ver la Unión Jack pintada en el fondo blanco de la HMS Arthur C. Clarke, los muchachos gritaban cada vez que entraban en mi estación, yo hacía todos los esfuerzos para que ellos no pierdan contacto con nada, retransmitía todo lo que llegaba desde ellos. Además yo era el único que iba a ver, filmar y retrasmitir la partida de la nave hacia Marte a las islas británicas, era una de mis funciones, antes de salir, los gerentes me dijeron que era la función primordial que tenía: Todos los británicos debían ver cómo la Arthur C. Clarke, emprendía su viaje hasta Marte, el primero de nuestros muchachos. Por supuesto que en ese punto ninguno sabía que los chinos habían trazado un plan más arriesgado que no planteaba hacer un paso por la luna y orbitarla. Los americanos cuando se enteraron de esto cambiaron sus planes y lanzaron su nave sin escala lunar, algo que era considerado peligroso. Nosotros, siempre tomamos el plan seguro, además, sino, mi estadía en el lado oscuro de la luna, carecía de sentido. Cómo si no careciera de sentido en este momento.
Así fue cómo John Greene me gritaba cada vez que estaba en mi posición, me hacía chista, y me decía que me saliera al jardín de la estación, que así él me podría tomar fotografías a mí. Yo reía, estábamos todos muy contentos, con gran algarabía. Cierto es que sus visitas en mi telescopio eran muy cortas, la velocidad orbital de la nave era alta, y era el perihelio primero de su viaje, luego prenderían sus motores, yo vería la gran flama azul de un químico entrando en contacto con otro y los perdería de vista. Supongo que fue en su décima orbita, quizás en la onceaba, aunque pudo haber sido en la novena, la computadora llevaba esos datos, y no tengo ganas de acceder para sacarme la duda. Mientras el navegante Leonard Magris, canadiense con antepasados italianos, según me comentó en la segunda orbita, hacía el chequeo posicional de rutina, que consistía en reconocer y alimentar a la computadora con las constelaciones que iban a servir de guía para el viaje, me dice que ellos estaban escuchando una señal extraña, y que veía movimiento de una estrella, algo imposible. Reía, pensaba que me estaba haciendo un chiste, pero rápidamente me di cuenta que estaba serio. Me puse a comprobar con lo que yo tengo aquí en la estación, pero ellos tenían sistemas más avanzados para eso. Tomé los datos cómo pude y los mandé directamente a la tierra por medio del sistema de satélites fijos, sin que pase por la estación norteamericana en el otro lado, ni por la china, eso era algo secreto, todos lo sabíamos, aunque era probable que desde la Tierra algún observatorio ya tuviera los ojos puestos sobre ese evento.
El nerviosismo duró unos segundos, el de Magris y el mío, ya que era algo que no debía estar allí, pero él me dijo, el universo es tan grande que cómo va a ser que nosotros tengamos la certeza de qué tiene o no que estar en donde se supone, reímos, también rió Greene que ya estaba despierto, los otros tres ocupantes de la nave no hablaban conmigo, no estaba dentro del protocolo de misión, aunque yo sé, porque ellos me dijeron, que los astronautas, en viaje, no se atenían demasiado a ellos. Yo me puse a examinar la imagen y la volví a pasar por la computadora, luego me fui a dormir.
La alarma me despertó y vi las luces rojas que todavía ahora siguen sonando, aunque ya me acostumbre a su luz. Lo primero que hice fue ver dónde estaba la Arthur C. Clarke y, aunque no estaba en el lado oscuro de la luna, por telemetría pude saber que estaba donde debía estar, en cuatro horas tendría otro contacto con ellos. La alarma era por el objeto (Que pasará a ser denominado Anomalía Magris), había cambiado el rumbo. Una vez puesto la información en mi análisis, se había armado una proyección y tenía que ir directamente para mercurio, siendo atrapado por la onda gravitacional de ese planeta. Inexplicablemente, eso, había dejado de ir a donde debía ir, o por lo menos a donde la computadora había dicho que iba a ir, habiendo efectuado un giro. Yo sé que los objetos que conocemos no pueden hacer eso, ni siquiera nuestras naves pueden hacerlo, todavía usamos trayectoria libre y usamos la gravedad de los planetas, la fuerza de nuestros motores para ir a donde queremos. Pero eso había cambiado el rumbo.
La computadora estaba calculando a dónde estaba yendo en ese momento, mientras la HMS Arthur C. Clarke hacía el último contacto planeado con Estación Lado Oscuro de la Luna, que soy yo, que siempre seré yo, al parecer. Ellos habían puesto el disco de Pink Floyd, estaban escuchando The Great Gig In The Sky, recuerdo que sonreí y pensé en serendipias que había en este mundo, en la última, que era, tal vez, la nuestra. Les comenté la situación, mientras Clare Torry canta su impresionante solo vocal, ellos con la cabeza fría empezaron a analizar la situación cuando la computadora cantó que el nuevo rumbo de la Anomalía Magris era de impacto directo con la tierra. Llamamos al cuartel general en la Isla de Mann para dar la noticia de alerta, pero ellos ya conocían de antemano la situación. Nos dijeron que la misión seguía de manera corriente, que eso no afectaría nada, ellos como buenos militares (dos eran de la RAF y otros par de la Royal Navy) aceptaron las ordenes dadas, mientras yo bramaba por los micrófonos que cómo podíamos seguir como si nada pasara, en algún punto llegue a decir que tal vez ellos llegaran a Marte, aterrizaran y luego emprenderían el regreso, pero a dónde. Me cortaron la comunicación con la nave cuando empecé con mis reproches, así que ellos no escucharon nada, aunque yo era su oráculo y les cantaba su no tan inmediato futuro. Quizás en ese momento, en la Isla de Mann pensaban que no debían contratar técnicos con pasado católico, aunque yo creo que era importante que sea así, ya que los bancos de iglesia para bien o para mal están en la base, y un protestante o judío los hubiera desaprovechado. Me dijeron que los norteamericanos y los rusos tenían un plan para situaciones así, no me detallaron demasiado, pero me imaginé cómo era.
La Estación Lado Oscuro de la Luna era un secreto cuando se inició su construcción, con el tiempo, los norteamericanos se dieron cuenta que aquí estábamos, luego los rusos lo supieron, creo porque un topo en la NASA robó esa información, para al final también los chinos verla desde su nave, sacarle fotos y enviarlas a 10 Downing Street como un chiste de mal gusto. Así que yo, o quien estuviera en ese momento en la estación, éramos un secreto británico, aunque todos los demás sabían que estábamos acá. Todos disimulaban saberlo y actuaban como si no lo supieran, yo vi a la nave rusa Leonov pasar por arriba de mi cabeza como veinte veces. Observe la USS Alan Shepard y su magnifico casco, totalmente moderno, que no tenía nada que ver con nuestras naves (o las chinas, o las rusas, llegado al caso), la analizaba con el telescopio, creo que en algún momento alguien me saludó desde dentro, pensé que era mejor que se vayan a jugar al golf, en alusión al nombre de la nave. Por eso me extraño que todas las demás bases, todas en el lado que da el sol, empezaran a contactarse conmigo de manera directa, hablándome y pidiéndome datos. Todos tenía autorización para eso, nosotros habíamos visto mejor que nadie el cambio de dirección, hasta lo habíamos filmado. Pasé los datos, y luego, todo, otra vez se calló. Hasta que observé como nuestra nave empezaba el largo periplo hasta Marte. Esa fue la última vez que los vi, aunque claro, aunque todo hubiera salido bien, y en el aspecto del vuelo salió todo bien, yo todavía no los tendría que volver a saludar.
Vuelvo a la sala de control, según el cronograma de trabajo, debería estar corriendo en la máquina para tener bien los músculos para cuando me vengan a buscar para llevarme de nuevo a la tierra. Parece que nunca más disfrutaré de nuestra gravedad, entonces, me parece bastante pesado intentar correr en la máquina. Para qué. Si total la Anomalía cada vez aceleró más rápido, como si eso también hubiera sido posible. Lo miraba desde mi computadora sin entender, por lo menos, hasta que los satélites dejaron de funcionar y yo, sólo tengo el radiofaro de la HMS Arthur C. Clarke. Todo dejó de funcionar. En un instante las comunicaciones con las otras bases lunares se abrieron de repente, como si la potencia de todos se ampliara potencialmente, cosa que pasaba a veces con alguna tormenta solar. Escuché muchas cosas descolgadas, gritos, llantos, lamentos, rezos, hasta algún insulto al pequeño hombre verde. Luego, eso duró unos quince minutos más o menos, todas las voces se callaron. Intenté comunicarme con la tierra pero no recibo nada, tampoco llegan datos o telemetría. Los satélites están rotos, siguen en la orbita lunar, pero los paneles solares están quebrados y por eso no tienen energía. No escucho a las otras personas en las otras bases de la luna, no somos muchos, seremos unos cuarenta, o cincuenta a lo sumo, si es que no somos sólo uno en este instante.
Jesús está en la cruz, solitario, mira a un costado, como buscando algo, o pidiendo ayuda, pero no hay feligreses, tampoco hay creyentes. Pienso en mi madre, en su casa, con jardín, con el perro, en las afueras, tranquila, sentada, mirando la luz que se acerca, si es que fue así. O en mi hermano, con sus hijos, yéndolos a buscar del colegio, abrazándose a su esposa, encontrándose todos juntos. Nadie está realmente solo, solo Jesús en la cruz. Los sonidos que llegan no dicen nada, no hay datos, no hay movimientos, no hay informes, nada llega. La nave cada vez se aleja más, quizás haya dos o tres naves más yendo hacia Marte, en esa carrera desesperada que se armó por colonizar ese planeta rojo. Las bases en la luna no dicen nada, estamos solos. Estoy solo. Qué habrá sido la anomalía.
Me acuerdo cuando iba al colegio, mientras vuelvo al largo banco de madera de iglesia, nadie me esperaba a la salida, mamá nos esperaba en casa y cada uno iba por su lado, éramos libres de hacer lo que quisiéramos. No era un muchacho molesto, y un día antes de la salida le pedí a la maestra si podía ir al baño porque tenía muchos retorcijones en el estomago, ella me dio la autorización y me fui corriendo, sin que me importara que faltaban solo minutos para que sonara la campana y todos nos pudiéramos ir a nuestras casas. Pero llegué al baño, me senté en el inodoro y espere. Tenía grandes dolores pero nada pasaba. Cuando salí del baño el colegio estaba oscuro, entraban algunas luces por las altas ventanas, los pasillos estaban en tinieblas y mis pasos sonaban varias veces por los ecos que generaba. Iba con un libro de la “Colección Despertar” en el bolsillo de atrás del pantalón y buscaba gente. No encontré a nadie por ningún lado. Las puertas estaban cerradas por afuera y lo único que hice fue volver al aula, buscar algo de luz, y ponerme a leer. Se hablaba sobre la colonización de Europa, de los pueblos primigenios, los prusianos, los suevos, los eslavos, etcétera y se hablaba de la etapa de la germanización. Eso lo comparaban con la luna de Júpiter. Y yo me sentí solo por primera vez en mi vida, pero esa vez, pequeño, joven y asustado, no es comparable con lo solo y olvidado que me siento acá, en el lado oscuro de la luna.
("Anomalía Magris", Anónimo, Nueva York, Colección Despertar nº 17, Julio 1971)
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