La vida de Manfredini[I] no podría ser tranquila, de esas que son de quedarse en una casa y esperar la muerte. La historia que se crea comienza a mediados de la década del cincuenta, ya con su movimiento artístico[II] fuera de moda en los círculos literarios de Turín, decide dejar su hogar adoptivo y viajar a Roma, afincarse una temporada en esa ciudad, donde cree que está el futuro, dejando atrás por algún tiempo el Piamonte. Allí se había afiliado ni bien llegado al partido político neofascita “Movimiento Social Italiano”. Había militado en la línea más extrema y rápidamente empezó a escalar posiciones, hasta tener un cierto poder y generar una masa de seguidores que lo apoyaban, dio discursos en mítines y salió a la calle varias veces, algunas veces terminó siendo corrido por los carabinieris por desmanes callejeros. Pero los movimientos de los otros miembros más centristas, terminó de aislar a su rama y dejarla de lado en un ostracismo molesto para Manfredini. Eso hizo que se desencante de la acción de los partidos políticos, con todas las marchas y contramarchas internas, las discusiones y los predicamentos.
Pero aún así eso le había abierto las puertas de la sociedad y había
conocido a mucha gente y generó contactos con el mundo cultural de esa ciudad,
por más que muchos desdeñaban al poeta austriaco, como lo llamaban. Los años pasaron
lentos, escribía poemas, trabajaba solamente en el ámbito del partido, en el
área cultural, pregonando que la primera batalla que había que ganar era
precisamente la de la cultura, a nadie de las otras ramas le importaba la
cultura y ninguno pensó que desde allí podía hacer daño. No tardó en tener un
séquito de jóvenes poetas y narradores, de adentro y de fuera del partido
(alguno hasta era parte del PCI)[III],
que escuchaban sus palabras como mesiánicas, siempre había tenido ese poder,
desde sus primeros días en Trieste.
Uno de esos muchachos de las reuniones culturales, un tal Carlo Massara, iba
a ser importante en los contactos que lo iban a llevar a surcar su futuro. Un
día lo invitó a conocer en una cena a su padre[IV],
éste era un banquero importante que partía los meses del año entre Londres,
París y Nueva York, donde había abierto oficinas en esos días. Con ese hombre
de negocios hizo muy buenas migas de entrada y hasta le consiguió un trabajo en
la fundación del banco, dándole carta blanca para todos sus proyectos. Nunca le
preguntó nada sobre la Fundación, la consideraba más una fachada para desviar
impuestos que lo que Manfredini creó desde allí, una usina cultural de dónde
salieron varios artistas italianos de mediados de los sesenta. De esta forma
fue como desistió de todo lo que tenía que ver con el partido, aunque nunca se
desafilió, en inclusive se volvió a afiliar cuando se refundó con el nombre de
Alianza Nacional. El banquero de a poco lo fue también lo fue ingresando,
lentamente, en otras esferas de poder, y así fue como Manfredini se convirtió
en uno de los miembros de Propaganda Due, la logia masónica italiana. De esa
manera se pone en contacto con los miembros italianos de la Operación Gladio,
para esto ya eran los finales de la década del sesenta y Manfredini conocía a
muchísima gente de poder.
Su archivo en el servicio de inteligencia interna italiano se engrosaba
cada vez más con las operaciones que muchas veces él mismo planeaba y ejecutaba,
pero en ningún momento nadie intentó hacer nada contra él, en un principio era
considerado simplemente como un peón. El servicio de inteligencia tenía abierto
su archivo desde finales del cuarenta y ocho, desde los tristemente celebres sucesos
de Trieste[V].
En algún momento de los años de plomo
Manfredini, que había renunciado al trabajo en la Fundación pero manteniendo
buenas relaciones con el banquero, que ya vivía todo el año en Nueva York,
participó (algunos también dicen que los planeó) en ciertos actos dentro de la
esfera de la denominada strategia della
tensione que se salieron de cause, que hasta el atentado en la estación de
Bolonia fue uno de los más graves atentados en la Italia de la postguerra, y
así fue como se marchó al exilio antes que la policía italiana empezara a
preguntar por él. La protección del banquero y de varios miembros de la logia
fue clave para eso. Nunca más volvió a Italia[VI],
aunque siempre se consideró, antes que nada, italiano e irredentista.
Su primer destino estuvo en París, donde se hizo conocido en un círculo de
poetas exiliados del Barrio Latino. En esa época se lo encontraba en los cafés
del Bulevar Saint-Michel, siempre al costado de alguna bella señorita mucho más
joven que él. Pocos sabían que estaba casado desde hacía varios años, casi
nadie conocía a su señora. Estos son los años donde publica por primera vez sus
poemas[VII].
Sus poemas siguen estando cerca de los postulados de la Poesia Artificale, pero le agrega nuevos giros, ahora son versos de
larga extensión (su más famoso poema, La
inclusión de las armas, tiene casi 300 versos) y casi siempre giran en
torno a temas épicos, hasta algunos tienen algunos toques de heroicidad
impensados en otras épocas. Se hace un nombre, obtiene algunas reseñas
positivas en algunos semanarios franceses, alemanes, belgas e italianos.
Pero la vida en Francia no va con su talante, siente tranquilidad y eso
hace decaer su inspiración que necesita de movimiento. Además cree que la
sociedad francesa está aburguesada y que los rojos, africanos y demás están
avanzando. Cruza los pirineos, visita Andorra, Gerona, Barcelona, Valencia,
Granada, Sevilla y se afinca en Madrid, en los últimos años de la dictadura de
Franco. Esta estancia iba a ser sólo por un tiempo pero termina estando allí
varios años.
Por conocidos en común se encuentra en una cena íntima en una casa segura
de un miembro español de la logia con José López Rega con el que hace muy
buenas migas. A Manfredini desde siempre le interesó el espiritismo y esa
coincidencia de sentarse uno al lado del otro genera que hablen en susurros y
sobreentendidos toda la noche. Por intermedio de Pepito (que se sepa es el único que lo llamaba así, en su español
italianizado) visita a Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro. Éste no le causa
una grata impresión, no le termina de agradar por ciertos modos campechanos que
tenía. Aunque se dice que el General siempre habló muy bien, las pocas veces
que lo hizo, del poeta. Manfredini en esa época estaba empezando a escribir un
ensayo sobre la diáspora Nazi[VIII]
con entrevistas que empezó a hacer en España, se encontró con Wolfgang Jugler,
León Degrelle; pero el que más le interesó y por el que pensó que la idea podía
llegar a ser un gran legado para la historia fue cuando se entrevistó con Otto
Skorzeny en Mallorca. Ese proyecto nunca vio a la luz, nunca pudo terminarlo
por más que escribió más de mil folios, Manfredini nunca se sintió del todo
conforme y siempre reelaboraba el temario, sus postulados y demás. Algunas
páginas extraídas del ensayo fueron publicadas en revistas fascistas italianas,
neonazis españolas y argentinas en traducción de grandes plumas. Nunca tuvo
nombre, por más que cada vez que se encontraba con alguien lo llamaba de una
forma, que siempre era diferente a la anterior.
Cuando López Rega volvió a la Argentina en el 73 para ocupar la cartera de
Bienestar Social, se llevó a su amigo con él, para que pudiera entrevistarse
con los nazis que están en la Argentina. Manfredini tiene la mayor base de
datos sobre dónde viven los nazis en aquel país, sólo inferior (aunque esta
afirmación es todavía disputada) a las del propio Estado Argentino. A
Manfredini no le interesaba demasiado la política en Argentina, allí se dedicaba
a su ensayo y a escribir poesías. Todavía publicaba en Francia (donde aún hoy tiene
una base de seguidores importante) y en Italia, en el resto del mundo su obra
es virtualmente desconocida, aunque en los primeros días de su estancia escribió
una novela corta, que publica en castellano en España y Argentina, que versa
sobre un largo monologo del Conde de Saint Germain donde discute, con ningún
interlocutor en especial, sobre arte y política. La novela se llama Santo Hermano[IX], versa sobre un
largo monologo, donde el Conde cuenta su vida (varios hechos pueden leerse de
manera distorsionada y ficcionalizada como la del propio autor) a un
interlocutor que no participa, aunque se va demostrando durante el relato que
es el heredero del título, y que será el que represente en la próxima
generación al Conde de Saint Germain, su inmortalidad así se explica. El Conde
puede ser leído como una aliteración de las ideas de Manfredini.
El panorama cultural argentino le desagradaba. La realidad política
argentina no le interesaba, pero obviamente estuvo siempre del lado de su amigo
Lopecito. Participó de algunos
operativos de la Triple A, más que nada para apaciguar su espíritu guerrero
(Nombre de un poema de esa época de su vida, inédito). Se sabe que participó de
algunos ametrallamientos desde autos en movimiento y cosas así, no se sabe a
ciencia cierta que haya asesinado a alguien, pero si no lo hizo fue más por
impericia o casualidad que por otra cosa. Odiaba a los comunistas, pero no le
interesaba tampoco demasiado el peronismo, al que como extranjero nunca terminó
de entender. El llamaba a ese país, la
tierra joven y sin historia.
Sólo encontró eco de sus actividades culturales en la Argentina en un grupo
de artistas (se hacían llamar Artificialistas[X]) perdidos en una
ciudad al sur de la Provincia de Buenos Aires, a donde viajaba seguido, y se
cree que tenía una amante. Su esposa, se casó en Turín en el 59, luego de un
ataque terrorista organizado por integrantes de la Operación Glauco, se queda
en el gran Buenos Aires, en la ciudad de Merlo. Están distanciados pero a cada
nuevo país que va la lleva. Ella también le era infiel, lo fue con varios de
los poetas de los diversos grupos de los que fue cabeza su marido.
Sintió un odio irrefrenable por Juan L. Ortiz. Nadie sabe porqué, pero esto
lo comentaba su grupo de poetas al sur de la provincia de Buenos Aires. Según
palabras de estos, era porque escribía los poemas opuestos a los que escribió
él, probablemente por la forma contemplativa que tenía el poeta entrerriano de
describir la selva, el río y su provincia. Planeó matarlo, con o sin la ayuda
de la triple A, una vez, se sabe viajó hasta Paraná y esperó a encontrarlo a la
salida de su casa, pero cuando lo hizo, apareció con un grupo de amigos, entre
los que estaba Juan José Saer, aunque Manfredini no lo sabía ni lo supo nunca,
por un momento pensó en matarlos a todos, pero desistió de eso, nadie sabe
porqué. Ese odio fue fuerte y profundo, quizás para toda la vida, pero efímero
su deseo de asesinarlo.
El golpe militar del 76 lo encontró en la cordillera de los Andes, en la
ciudad de San Rafael. Durante esa época no tiene ningún problema con las
autoridades, hasta algunas voces señalan que se llevó bien con uno o varios
miembros de la Junta Militar. Al parecer las relaciones con la logia P2 nunca
cesan y estuvo en contacto con varios de los miembros que vivían en el Cono Sur.
Su figura es bastante conocida en ciertos círculos. Se entrevistó con
varios jerarcas nazis en Argentina y Chile, les hizo largas entrevistas, donde
hablaron del Eje, de los errores tácticos en la guerra y, hasta alguno de ellos
(las entrevistas siempre fueron escritas manteniendo el anonimato, con nombres
ficticios, aclarado desde un principio, por más que varios teóricos puedan
llegar a saber quién es quién y no haya mucha discusión sobre eso), en alguna
ocasión, llegó a decir que el Führer, varias veces, más al final del conflicto,
luego de las batallas de Stalingrado y Kursk[XI],
había tenido errores tácticos que habían costado material y hombres en el
frente este. Esto se lo encontró en una carpeta que olvidó en su casa, y quedó
en posesión de su mujer, de la cual ya a esa altura separado de facto. Se
pierden sus rastros cuando llegó la democracia a la Argentina.
Su nombre aparece en la lista que se le encontró a Liceo Gelli en el
ochenta y uno. Algunos dicen que se quedó en Argentina y otros, la mayoría dice
que volvió a Europa. No se ponen de acuerdo si volvió a España, Francia o a
Italia. Muchos dicen que siendo como toda la vida fue miembro de la Poesia Artificialle no puede haber
muerto de muerte natural, sino que se pegó un tiro en algún hotel perdido. Eso
lo señaló una persona que se hacía llamar Naptha, diciendo: “Siempre me comentaba, cuando estaba ebrio
que era cuando se ponía más sincero, que no iba a morir en una cama, dejando
que la muerte me lleve sin luchar, decía levantando la voz. Voy a elegir el momento y va a ser de una
forma artificial, ni una enfermedad o el destino me va a llevar, sino que me
moriré por una bala, por un camión que me atropelle; quiero morir de una forma
artificial”. Pero sobre su muerte, nada se sabe, de estar vivo hoy, tendría
más de noventa años.
[I] Manfredini. Nació en la ciudad de
Trieste en 1914, ciudad del Imperio Austrohungaro.
[II] El (Su) movimiento se llamaba Poesia Artificialle, se inició con la
proclama de su manifiesto en un diario regional del Piamonte, al mismo tiempo
que se publicó en el diario de la ciudad de Turín, La Stampa, de donde era oriundo el
movimiento. Luego, se publicó, a su vez, en diarios italoparlantes de Suiza y
en el Corriere Della Sera de Milán.
[III] Enrico Mansaro, Piero Costacurta,
Giovanna DelSanto, Kunrad von Manstein, entre los más conocidos.
[IV] Carlo Massara padre.
[V] Operación “Fuime”, llamada
internamente por los revolucionarios.
[VI] Aunque tampoco nunca se probó que
haya retornado.
[VIII] El Diario de la Huida. Nazis en el exilio. Manfredini,
edición al cuidado de Carlos Machado. 2008. Buenos Aires. Editorial Thule SA.
[X] Manifiesto Artificialista. Publicado
en el semanario –sí, semanario- Diario Nuevo Sur, Viedma, 1973.
[XI] Página 623, El Diario de la Huida.
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