martes, enero 06, 2015

La Partida

La novela, de título La Partida, era la historia de unos cinco días de Gregorio Astley, un hombre de cuarenta años, viviendo de las regalías de su primera, y única, novela Partida Doble. Esta, a su vez, trababa sobre la huída existencial de un contador público nacional luego de perder todos los ahorros de su familia en una noche de vacaciones de verano en el casino de Mar del Plata. Astley era, como el personaje de su novela, contador público y jugador, nada más que contaba con mucho más recursos que su personaje, que era un simple empleado en un estudio grande del centro. Astley era ludópata, pero había tomado ciertas precauciones, sabía que los fondos de su libro entraban a su cuenta del banco los finales de mes, por lo que había instruido que una cierta cantidad necesaria para pagar impuestos y otras menudencias, se pasaran a otra cuenta dentro del mismo banco, a la que él no tenía acceso. Esta la manejaba su ex mujer, que con eso mantenía a la hija de ambos, Flora. Gregorio Astley nunca ganaba dinero en sus muchas excursiones por boliches, bingos, casinos, legales o no tanto. Según lo que se implicaba en la historia Astley tenía problemas con el dinero, pero no de la manera usual, esa sería la de no-tenerlo, sino que le molestaba tenerlo. Tal vez por eso iba a todos esos lugares, donde todos lo conocían, pero pocos lo apreciaban, porque era un tipo ordenado, aunque andaba casi siempre zaparrastroso y flaco como una hoja, con ojeras grandes y el pelo grasoso. El lugar al que más iba era un garito llamado “El Partido” donde todos eran tahúres y usureros que lo miraban mal porque siempre era honesto y nunca pedía prestado. La novela seguía esos hilos conductores, donde todos los días se parecían al anterior, en el que Gregorio Astley se levantaba tarde, tipo una o dos, e intentaba escribir, no consiguiéndolo, hasta que a la noche se iba, primero a tomar unos tragos al bar de siempre y luego a jugar la plata que tenía encima. El giro en la trama se daba cuando un muchacho de barrio, un chiquilín, le hacía una apuesta por todo el dinero que tenía a la resolución de una partida de naipes. Gregorio Astley tenía sólo unos mil pesos y se los apostó, toda la noche venía de racha, perdiendo consistentemente. Pero en un giro del destino, ganó y el chiquilín le pagó. De ahí en adelante empezó a ganar todo lo que jugaba hasta que sintió que se tenía que ir porque si no seguiría ganando. A su casa volvió borracho y durmió intranquilo hasta que se aparecieron frente a él dos patovicas que le informaron que el dueño de “El Partido” estaba seguro que había hecho trampa y quería que le devolviera todo más intereses en dos días. Ahí empezó su espiral descendente, tomando el dinero que había ganado la noche anterior fue a todos los lugares que conocía e intentó seguir su racha de suerte, para darse cuenta que la normalidad había vuelto y perdió todo el dinero. Le pidió a su exesposa un préstamo, cuando fue a buscar a su hija Flora, que se lo negó. Con Flora jugaron en la plaza de la estación de trenes y comieron helado mientras Astley creyó haber visto a los matones del dueño de “El Partido” rondando por todos los lugares a donde llevaba a su hija. Por miedo a que algo le pudiera pasar a Flora, intentó ir al banco a sacar dinero, pero su cuenta estaba seca, la de su exesposa tiene todo el dinero que le quedaba. Cuando devolvió a Flora a lo de su madre, le informó que vuelve a casar con quien estaba viviendo desde que se separaron y que se irían a vivir a Córdoba, a donde su próximo marido tenía que ir a vivir porque lo habían ascendido en su trabajo en una automotriz. La mudanza era inmediata, se irían en cuestión de dos días. Astley no demoró en poner sus objeciones, pero luego desistió. Esa noche volvió a jugar a “El Partido” y consiguió que el dueño le hiciera un préstamo, algo que quería desde hacía mucho tiempo. Perdió todo el dinero del préstamo, y le pidió dinero a sus amigos del garito, que le prestaron y volvió a perder. Cuando volvió a su casa, lo hizo caminando, sin un peso, se encontró sólo con la luz del alba. Allí no tenía nada para comer, nada en la heladera, su lugar estaba despojado de todo, salvo de unos cuantos portarretratos que no empeñó y de todos los libros que le habían dado de la editorial para regalar, que no regaló porque no tenía amigos. Se quedó en el sillón mirando la televisión, no tenía cable, miraba ATC, las películas blanco y negro de la noche, mientras en una radio sonaba una canción de Kenny Rogers, el Jugador. Agarró su anillo de bodas, que lo tenía en la caja fuerte, de la que había olvidado la combinación hacía años, con algunos dólares, que cambió en la madrugada a unos conocidos arrebatadores y pungas. Se subió al tren a Constitución, ahí tomaría el subte y se iría a Retiro, donde tomará el tren a Córdoba. Mientras hacía el viaje le cuenta su historia a su compañero de asiento, con el que había empezado hablar cuando éste le ofreció un trago de su petaca. Le comentó que su secreto era saber qué es lo que puede gastar y qué es lo que tiene que guardar. Y le recitó su credo, que lo mejor a lo que se puede aspirar es a morir en el sueño. La novela terminaba con él mirando por la ventana, viendo pasar el paisaje, mientras el otro le contaba a su vez su vida, que a él no le interesaba. Gregorio Astley se fue quedando dormido mientras escuchaba que la partida nunca era la solución, pero que a veces había que hacer partir a los que no pagaban, que lo conocía, lo había visto y lo había seguido, había visto a su hija jugar con él en la plaza. Lo último que se narraba es que Astley se iba durmiendo profundamente luego de apagar su cigarrillo.


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