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domingo, septiembre 14, 2008

Milanesa a la suiza

Los domingos al mediodía (Aunque no lo sean tanto por las trasnoches largas) cuando llega a comer y se da cuenta que va a comer milanesa a la Suiza, le genera algo raro en su ser. Primero cuando termina de comer se siente satisfecho, es algo rico y que le gusta, con papas al horno. Pero durante y toda la comida (Y aunque no es lo segundo sino tal vez lo único) el alma se le vacía de una forma especial. Preferiría comer la mitad y tener el alma llena, plena, entera. O comer cualquier otra cosa, como tarta de jamón o queso o lo que fuese.
Luego, viene una parte más extraña. Va hasta la cafetera y se para frente a ella. La mira, esta totalmente limpia y brillante. Desde hace un tiempo no se usa. Quiere hacer café, para él y para otro más pero no se atreve. Se queda un rato mirando si la cafetera tiene agua, si tiene granos de café para moler, pero no lo hace.
Así que va hasta el aparador, allí busca la cosita de después del almuerzo. Encuentra un montón de golosinas que pueden llegar a ser eso: cosita. Pero no agarra ninguna, ya que tampoco ve a nadie que le haga el gesto que viene con esa tan bella palabra.
Por momentos está seguro que le gustaría café de otra cafetera y tal vez sin cosita, o la cosita siendo chocolate en rama o algo más que tal vez en el más allá todavía hay, y te ofrecen.
Al final, lo último del ritual del almuerzo del domingo es leer el diario. Pero lo hace sin café y sin nadie al costado que lea las revistas que trae, o que lea la cosmopolitan o la pronto que ahora compran cada tanto. Se molesta cuando nadie busca en la revista del diario a esa mujer que aparece en todos los números. Y así lee el diario rápido empezando por el suplemente de cultura, termina no leyendo nada y mirando todo.
Sintiendose todavía raro. Sintiendose algo vacío, como si le faltara algo.
Pero el día sigue. Y ese algo seguirá faltando.

jueves, septiembre 04, 2008

En las escaleras relativas de Escher

Considero que mi obra es a la vez muy bella y muy fea”
M. C. Escher




Hay veces en que nos vemos representados en ciertas cosas.
Hoy (A cuatro letras del hay) estaba viendo algo. Cualquier cosa, no importa en este momento qué era; yo ni me acuerdo. Pero algo, ese algo, me hizo acordar vividamente a esa litografía de Escher en la cual los planos son difusos, donde las personas caminan por un mismo mundo en diferentes planos, realidades o ejes espaciales. Ese cuadro se llama Relativity(Relatividad, que fue pintando en diciembre de 1953). Se me vino a la mente y empecé a caminar por sus escaleras, sin recordar exactamente cómo era.
Recordaba todas las escaleras en esa casa, en ese lugar, en ese ambiente desdoblado en tres gravedades; pero no recordaba a las personas que habitaban ese mundo complejo. No recordaba que por esas escaleras, que por esas ventanas y en esas puertas, había seres que prácticamente no sabían de los otros que andaban por diferentes ejes espaciales. Sin embargo yo estaba allí, y yo sabía que vos estabas allí. Aunque nunca supe si la perdida eras vos, o si era yo, o si simplemente, andabamos los dos perdidos. Supongo que sabia que andabas por ahí por haber sido que, en algún momento, los dos caminamos por la misma escalera. Subíamos un escalón por vez agarrados de la mano o abrazados, pero subíamos hacia algún lado. No sé quién soltó a quién, pero de alguna manera yo me quedé perdido en este laberinto quijotesco mientras vos, quizá también estas perdida pero a tu manera.
Ese mundo paradójico, donde los dos andamos pisando el mismo mundo pero lo vemos en perspectivas diferentes. Es como si vos, vas caminando por la escalera que va en un nadir y yo ando caminando por la otra escalera que me lleva al cenit. Y los dos caminamos el mismo mundo, habiéndonos vistos antes; pero ahora es como si estuviéramos en diferentes gravedades. En diferentes relatividades, en diferentes realidades. Yo te quiero alcanzar, llegar a vos, es una lucha personal por lograrte.
Hoy, ni bien encontré esa idea, empecé a verme (o nos) caminar por ese mundo. En cierto punto te imaginaba a vos parada en algún sector del cuadro y yo andando por las escaleras caminando tus pasos, buscando alguna pista que me haga revertir mi carga física y llegar a vos directamente al alma. Era la vida misma. Yo intentando usar todas las escaleras a mi disposición para llegar a vos, subiendo y bajando realidades. Caminando, y además te veía. En algún momento estabamos parados hasta en la misma escalera. Pero yo estaba en un eje y vos en otro.
Vos, en otro momento, estabas parada en el centro de la litografía, en ese lugar donde está esa persona que carga una bolsa. Yo andaba por todos los ejes del dibujo. Intentaba encontrar la escalera que me deje a tus pies, para poder agarrarte, abrazarte y darte uno (o mil) beso (s). O cualquier cosa. Cualquier cosa que pueda hacerme caminar de nuevo con vos (por vos) por este mundo misterioso.
En algún punto lo metamorfoseé al darme cuenta que tal vez no es que estamos tan lejos, sino que estamos tan opuestos. Es casi como si yo te persigo, rápido o lento, tranquilo o desesperado, quieto o inquieto, y todos los antónimos que ocurran existir en esta representación de la realidad paradójica que se nos presenta.
Yo es como que corro por todas mis realidades. Ando por todas las escaleras en mi eje gravitacional buscándote, pero me es imposible encontrarte. Ahora me doy cuenta que vos estas del otro lado de la gravedad. Mientras yo subo la escalera, vos estas en el otro plano bajándola. Y así es como todo el tiempo yo ando detrás de tus pasos sin poder encontrarte. Así es como siento todo, casi como si todo el tiempo yo ando corriendo detrás de ti y vos andas caminando en otra realidad, en otro plano, en otra gravedad. Y a veces siento que mi gravedad es tan grande que me aplasta al piso, mientras que la tuya te hace flotar, y te hace empezar a “ser”. A ser qué; y me digo, cualquier otra cosa que quieras ser.
No sé qué tanto más se pueda seguir así. Si mis pasos son cada vez más pesados y me empiezo a cansar. A veces pienso que me tengo que sentar en algún escalón, o quedarme cerca de alguna puerta o perderme en algunos de los balcones, y simplemente mirar. Tal vez mirando voy a entender mejor el cuadro en que estoy viviendo.
Pero debo admitir que hace mucho que estoy mirando y no me llevó a ningún lado. Pensé mucho, quizá ese era el momento en que no tenía que pensar y que tenía que actuar. Ahora estoy actuando, y quizá sea el momento en que tenga que aceptar que vos andas en un diferente suelo al mío.
Pero es horrible saber que andas por ahí; y que yo tengo una oportunidad (¿Por qué quien dijo que todo esta perdido, si yo vengo a ofrecerte mi corazón?) de generar mi propia realidad y hacer que la escalera en la que estoy cambie de lado. Y así verte frente a mi, gritarte y correr a vos.
O tal vez eso no me corresponda a mi generar. Quizá seas vos la que tengas que hacer girar el plano de gravedad, y si estas de cabeza empezar a estar e pie; delante de mí. Así de una vez nos podemos agarrar las manos y seguir caminando tranquilos y felices como antes. Aunque sea solo por un rato o aunque sea solo por toda la vida.
Porque si eso no pasa, cualquiera de las otras personas que andan en cualquiera de los tres planos puede hacer que nosotros perdamos el norte y llevarnos con ellos. Si eso llegará a pasar, yo quisiera no volver a verte y caminar en mi plano dimensional toda la vida; pero sí quiero saber que sos feliz, que te ama más de lo que yo logré y que es tu media naranja; que hace que tu alma sea tan azul como siempre quisiste.
Supongo que todavía me quedan algunas fuerzas para seguir tus pasos o tus pistas (Si es que las dejas). Supongo que esta escalera que estoy tomando ahora me llevará por un momento a vos... Pero ahora se me ocurre otra variable; de llegar a vos, habiendo logrado la quijotesca hazaña de cambiar mi eje gravitacional; vos quizás en esa escalera delante de mí, empieces a correr; para no verme. Por alguna razón.
No sé; por lo pronto este escalón me llevará hacia allá arriba. Y luego veremos desde el descanso si veo algo que me haga reconocerte y llegar a ver si en algún lugar puedo alcanzarte para rodearte en mis brazos y no dejarte ir; para ir con vos hasta donde sea, por todo el tiempo que sea, pero sabiendo que yo luché por vos, luché por llegar ahí; como siempre quisiste. Es que no todo me da igual; y esto no me va a dar igual.
Nunca.


Termino con esta trascripción (Supongo que se me haya representado la metáfora con una litografía de Escher no es casualidad sino una gran causalidad. Supongo que tiene ver con que vos me lo hayas metido en la cabeza; desde la primera vez que vimos juntos la tapa del disco de INVISIBLE homónimo):

Tres planos gravitacionales distintos se influyen respectivamente en sentido vertical. Tres superficies, sobre cada una de las cuales viven personas, se cortan en ángulo recto. Dos habitantes de mundos distintos no pueden andar sobre el mismo suelo, estar sentados o de pie, ya que no coinciden las ideas que tienen de los que es horizontal o de lo que es vertical. No obstante, pueden utilizar la misma escalera. En la mientras escalera superior, dos personas se mueven en la misma dirección. Pero una sube y la otra baja. Parece imposible que puedan llegar a establecer algún tipo de contacto entre sí: viven en mundos distintos y nada saben de la existencia del otro. Editorial Taschen.

viernes, agosto 29, 2008

Teléfonos públicos y dos disparos

Dejo el peso con veinticinco en monedas de veinticinco centavos, tiro el bolso en el piso con las películas de Blockbuster que alquilé el sábado a la noche, todavía no vi Oldboy. La veré más tarde a la noche, con todos mis horarios oblicuos y torcidos (Redundemos como cuando nos amabamos). Una vez abajo, le cuento a mi hermano, que está copiando el logotipo de Piero (Sí, parece que todo se conjugará para que te recuerde), todo el devenir de la noche. Más que nada todo lo que pasó al final, me mira y me dice, que suerte que no te pasó nada. Mientras tanto escucho que la pava eléctrica me avisa que el agua ya hirvió y tengo mi té listo.
Me doy cuenta mientras empiezo el cuento, que esto es el final. El final se me mezcló con el principio y ahora estoy pensando en cómo seguir contando la historia, mientras me paro para ir a buscar el té, le tengo que poner azúcar. Cosa que haré en el momento en que deje de poner letras sobre el fondo blanco. Tengo la necesidad de escribir esto, en forma de cuento, aunque todo lo que cuente me pasó. Pero, una vez que ya está todo escrito, me habrá pasado realmente. Yo no lo sé, tampoco sé realmente qué escribiré. Piensen que estoy en este punto del cuento.
Ya tengo a mi derecha (Izquierda en realidad, mientras mi hermano me dice que la película es una trilogía sobre la venganza) mi taza de té de tilo. Me falta revolver el azúcar todavía, pero siento que debo empezar por el inicio para contar lo que me pasó hace un rato.
¿Me pasó, el recuerdo muchas veces es ficción? ¿Metaficción? ¿Meta cuento? O ¿dale mete cuento? Supongo que esto es solo para vos, solo para tus ojos.
Me ardían los ojos cada vez que los cerraba. Sé que se debe a todo lo que lloré antes de estar en ese lugar. Todavía, ahora (Que no es ahora más que cuando yo puse ahora), me arden. Es por todo lo que lloré, mientras mi hermano me dice mira que dibujante, mira que silla, papá, no cualquiera. Un gol de Universidad Católica contra Olimpia en el minuto sesenta del partido o algo así.
Sí, me ardían los ojos cada vez que los cerraba. Estaba sentado en mi silla, mirando mi celular intentando actualizar para ver tu blog, pero en este día no anduvo en ningún momento. Así que no podía matar el tiempo de ese modo. Escuché toda la noche hablar sobre Resoluciones Generales de la AFIP (Un sorbo de mi té), impuesto a las ganancias y demás yerbas de ese estilo. La noche pasa interesante, aunque en ningún momento puedo poner la mente en lo que habla el contador. Toda la noche me la paso pensando en vos, ya que hace muy poco tiempo leí tu mail. Lo que me pasó ayer a la noche fue que mientras estaba leyendo Justine, me quedé dormido. Totalmente dormido, cuando me levanté eran las tres y pico de la mañana, igual fue difícil volver a quedarme dormido. Le tengo miedo a las pesadillas sinceramente. Me dan café y demás vituallas, preguntó por la situación de otro curso al que me había anotado con ese. Todavía no se junto la cantidad de gente necesaria para iniciar el curso. Preguntó por un par más pero la muchacha no me puede decir nada sobre ellos.
La noche sigue luego del intervalo y yo sigo sin poder concentrarme, pienso en vos. Sopesó tus palabras escritas ayer, te extraño y siento que te necesito junto a mi. Es lo que me pasa en ese momento, cada tanto puedo extraerte de mi mente y meter lo que esta diciendo el contador a cargo del curso. Cuando empieza a hablar sobre Impuesto a las Ganancias ya estoy totalmente metido. Por un rato, la concentración no me dura mucho. Hoy en el trabajo fue lo mismo, estaba en una reunión y yo ya sabía que tenía tu mail. Quería saber que me decías pero no lo podía leer allí, pensaba que tal vez me dijeras algo muy malo que yo no lo podría sobrellevar. Aunque ya cuando vi escrito mi nombre como lo decías vos estaba llorando. Y todavía al pestañear siento ese calor en los ojos que me hace pensar que no todo era ficción.
El curso termina y yo me debato entre no comer y dar una vuelta o comer. Decido por comer, no sé por qué. Supongo que era porque tenía auto y no tenía ganas de volver a casa todavía. Estoy seguro que si hubiera ido caminando como era el plan, como seguirá siendo el plan no hubiera ido a comer. Pero fui a comer, entre en el McDonalds de Laprida. Le pido un cuarto de libra con queso (Pienso, sin condimentos para vos, pero no lo digo). Me dicen que son quince pesos con cincuenta. Le doy diecisiete pesos, ella me da el vuelto en monedas de veinticinco. Siento el fangote en mi bolsillo de mi saco negro, me da la comida y me voy a sentar. Lejos de todas las parejas felices que están hablando, tomándose las manos, los odio a todos enérgicamente en este momento (También en aquel). Como muy rápido, también bebo muy rápido. Me paro y salgo velozmente de ese lugar, mientras sigo jugando con las moneditas en el bolsillo.
Salgo a caminar en esa (Esta, todavía... Sí, ESTA, para vos, dale, dame carcajadas) hermosa noche, agarro España (o es Italia, la que tenga el teatro, no sé cuál es ahora) y camino lentamente mirando a las pocas personas que andan por la calle. Todos andan tranquilos o muy nerviosos. Yo doy impresión de estar muy tranquilo, pero sigo teniendo un bolo a la altura de mi corazón, es un molesto bolo de nervios que no se va. Estuvo todo el día, desde que me levanté hasta ahora, que ya no tengo té a mi derecha (Izquierda).
Anduve caminando, estaba lindo para caminar, ahora estoy adentro así que no sé si esta lindo para caminar. Anduve caminando lento pero con una velocidad mental digna de un ajedrecista jugando contra Deep Blue. Camino creo que hasta la calle Sixto Fernández, pasando la zona de restaurantes, en ellos había poca gente. Se ve que los jueves no es un gran día en ese lugar.
Doble en esa calle y llegue a Meeks. No creo que haya en ninguna otra parte del mundo una calle llamada Meeks, solo porque esa calle se llama así porque los que eran dueños de la tierra en tiempos muy remotos tenían ese apellido. Es una hermosa calle, ancha y tranquila de noche.
Veo el primer teléfono público mientras juego con mis monedas. Pienso en llamarte. No me decido y sigo caminando ya un poco más intranquilo en mi exterior. Empiezo a jugar con la idea de llamarte. ¿Por qué desde un teléfono público? Para que no sepas quién te llama, aunque luego sepas que soy yo. Y eso no lo puedo lograr desde mi celular. Sigo caminando y voy viendo los teléfonos públicos, hay muchos en esa calle, mucho más cuando voy llegando al centro.
En ese momento en mi mente se empieza a gestar este cuento. Pero yo no soy yo en mi mente, yo soy Pérez. Aunque muchas veces yo me disfrazo de Pérez, hago que él piense en Virginia, como casi siempre. Hago que Pérez ande por Lomas de Zamora caminando cuando él vive, ahora solo, en un departamento de Capital. O por lo menos así fue hasta la última vez. Hago que Pérez juegue con sus monedas en su bolsillo, hago que él haga las cosas que yo iba haciendo en ese momento.
En algún momento paro enfrente del bingo y me pongo a ver la vidriera de las viejas. Tienen algunos libros que realmente tengo ganas de comprar. También tienen un libro de Todorov, otra de las cosas que me hacen acordar a vos. O, en ese momento, hacen a Pérez recordar a Virginia.
Salgo de la librería, camino un rato más. Sigo jugando con mi peso cincuenta en monedas de veinticinco centavos por la calle Meeks. Cuando llegó a la zona más céntrica, me acerco a un teléfono público y levanto el tubo. Se me acabó el té, y me arden los ojos, me duele el estomago ahora, no sé que me pasa. Me siento en una batidora, agarraron todos mis sentimientos y los metieron allí, apretaron el botón (Mientras mi hermano me pregunta si escribo un mail o para el blog, yo le digo que no a las dos, aunque sé que al final terminará en el blog, y cuando esto este allí, deberán dejar de leer todo aquello) y todo ser revuelve dentro de mi ser. Siento que tiene tono, juego con las monedas. Agarro una moneda de veinticinco de mis seis y la meto. Me la devuelve, nunca fui muy ducho con esas máquinas. Repito el procedimiento pero en ese momento me come la moneda.
Dejo el tubo, intento recuperar la moneda. Pérez también intenta recuperar la moneda, me empiezo a poner loco. Pérez con calma, me empieza a decir que me tranquilice, que son veinicinco centavos, que qué hubiera hecho si no me la tragaba. Le digo que yo hubiera hablado con vos esta noche (O cuando lo leas, si lo lees) y vos hubieras hablado con Virginia esa noche (Ya no esta, sí, otra vez: ESTA). Me agarra la mano que quiere reventar el tubo contra el aparato, lo miro a los ojos, mis ojos. Me doy cuenta que tiene razón. Le agradezco y me voy poniendo más tranquilo. Veo que sus ojos están colorados como pienso que estarán los míos. Pérez me agradece todo el tiempo que yo le pude dar con Virginia y realmente aprecio este gesto de él. Porque mientras vos te fuiste yo se la quite a él, a mi Pérez. A tu Virginia vos le quitaste su Pérez. Nosotros tenemos el poder sobre ellos. Ahora, también me doy cuenta que somos nosotros los que tenemos el poder sobre nosotros. Nosotros podemos ser nosotros si nosotros queremos. O podemos ser vos y yo. Como este último tiempo.
Me arden los ojos, casi tanto como me ardían cuando cruzaba Laprida de nuevo, por otra calle, una cuadra más abajo. La historia de Pérez terminaba allí, porque pasando la peatonal ya no hay teléfonos públicos. Así que deje a Pérez en paz y me concentré en mi por un momento. Pérez se tomo el tren, o el auto o simplemente desapareció. Yo me quedé pensado solo en vos, sin hacer ficción de mí ni de vos. Pero allí no nació la primera persona. Hasta allí el cuento seguía siendo sobre Pérez y Virginia. Hasta allí era un cuento, un suceso sin ton ni son.
Este igual, tiene algo más. Tiene ton no tiene son. Es medio sonso (o sonson o tonson). Seguí caminando, un poco más tranquilo recordando que en la revista de la facultad está mi nombre, la llevo en el bolso. Es que aparecieron todas las colaciones y yo estoy en una. Mi nombre, me busqué en las fotografías y no me encontré. Te lo querría decir, te lo querría mostrar. ¿Nos veremos alguna vez? Espero que sí. Por lo menos te quiero mostrar eso. Y te tengo que besar. Nunca no te bese; ni siquiera a primera vez. Ni siquiera la última. La próxima, realmente espero que sea la primera de nuevo. Quiero ser Buenos Aires, aunque hoy somos Cartago.
Camino un rato más. Veo a un chino que esta luchando con la cortina de su restaurante, toda la gente estaba haciendo cola para espera a los colectivos. Cruzo Boedo y luego cruzo Saenz. Allí paso al lado del Dalí, busco nuestra mesa. Cuando allí jugábamos al escritor y la editora, nos sentábamos bajo Gala. Ella estaba mirando al mar con sus anchas caderas sin importa lo que nosotros dijéramos bajo ella. Ella siempre nos dio la espalda, hasta cuando dormiamos en tu pieza y ella seguía mirando el mar. Ahora sé que no te levantas mirando a Gala, aunque tal vez tengas a Gala entre las piernas. No encuentro esa reproducción, recuerdo la vez que nos reímos tanto pensando que no era una reproducción, que la habían pagado con millones de café. Sería el mejor lugar para guardarlo. Sí vi el del reloj que se va derritiendo en el paso de las horas.
Empiezo a llegar a la esquina de Portella, mientras veo a tres personas sentadas cerca de un nuevo restaurante. Estan en una mesa afuera. Me paro, mientras mi hermano esta viendo La Batalla de Riddick en la televisón. Voy a dejar la taza en el lavado para que luego mañana tenga otro té, pero esta vez común. No de tilo, mientras voy hasta allí pienso (pensaré, todavía no lo hice) si tomo las pastillas que son un calmante natural con algunas vitaminas. Lo pensé y lo decidí, sí. Va a ser mejor. Hoy fue un día raro.
Mientras voy llegando a la esquina me doy cuenta que una chica viene caminando por Portella para el lado del paso nivel peatonal. Yo nunca pasaría por ese paso nivel peatonal de noche, sé que es muy peligroso. Allá ella pienso yo. Cuando siento un tiro. Aunque en ese momento seguí caminando porque pensé que era un cohete o algo así. Pero luego hubo otro tiro. Ya las tres personas que estaban sentadas en el nuevo restaurante de ahí (Que dice también que es almacén, nunca lo comprobé) se paran y sacan sus armas. Me dicen a mí y a la piba que vayamos para atrás. A mi uno me dice, para atrás flaco, para atrás. Yo doy dos pasos para atrás rápidamente y me quedó allí, mientras realmente pienso en vos. En lo que te preocupas cuando camino de noche, y que sería una ironía que me pase justo cuando estoy en auto, yendo al auto. Escucho otros disparos mientras me quedo agachado. En ese momento, mientras me acercaba a la ochaba, veo que en la esquina había un pibe. EL pibe era el novio de la piba que venía caminando por Portella. El cruza rápido y la abraza, por primera vez en mucho tiempo me da felicidad ver a una pareja abrazándose, como enamorados. Ellos luego se van por donde la piba había venido.
Yo, mientras cruzo el lugar del hecho y uno de los policías de civil vuelve corriendo a la comisaría (Que esta a una cuadra de allí; por eso los canas estaban tomando algo allí), pienso en vos. En todo lo que siento por vos y no te puedo decir. Pérez apareció allí un largo rato, yo me quedé pensando en que le pasaría a tu Virginia y a mi Virginia si nuestros Pérez morían allí. Me quedo pensando en que pasaba si me pasaba algo allí, me temblaban las piernas y yo no podía pensar en nada más que vos. Es sincero, pensé de nuevo en la noche del secuestro. Ahí decidó que el cuento será escrito pero con otra tónica, la del final. La de mi pensando en vos cerca de los tiros.
También allí me di cuenta que tenía que dejar a Pérez de lado. Esto me pasó a mi. Entonces dejo de lado la metaficción (O cualquier otro tipo de meta que pueda llegar a pasar por tu cabeza o la mía, como meta-guacha o meta cuchillo). Como me pasó a mi hace ahora una hora, tenía que escribirlo como yo. Para que sepas que estoy bien y estoy en casa. Todavía no sé si me respondiste el último mail; no sé si lo harás.
Pero como esto me pasó a mi ahora escribo en primera persona. Luego de eso me subo al auto, al auto de mi viejo y manejo. Para volver a casa tengo que pasar de nuevo por la esquina. Veo que pasa un tren y un policía de uniforme va corriendo para esa esquina. Sigo mi camino y luego doblo. A dos cuadras solo veo que una moto de pizzería esta mirando para allá. Veo un auto sospechoso en la otra esquina. Sigo de largo me meto en el bajo nivel y vuelvo a pasar por la esquina, pero del otro lado de las vías. Allí no hay nada pero a una cuadra, hay mucha gente. Doblo y vuelvo a casa.
Una vez en casa el portón automático se queda por la mitad como siempre. Yo no llamé a la seguridad, pienso en el secuestro que tuvimos cuando un auto pasa rápidamente zumbando detrás de mí. Me bajo y abro el portón. Todo esto pasó y ahora estamos mirando “Duro de Matar 4”; si no me crees en Movie City a las doce y veinte de la noche la están pasando. Ya van por la parte de los presidentes, se está desatando el caos. Fijate en la guía. Creeme, esto pasa ahora.
Luego entro a casa tranquilo, subo las escaleras y en mi pieza dejo el peso con veinticinco
en monedas de veinticinco centavos, tiro el bolso en el piso con las películas de Blockbuster que alquilé el sábado a la noche, todavía no vi Oldboy.

domingo, agosto 24, 2008

Pérez en Blockbuster

La noche anterior, cuando alquiló “Muerte en el funeral” y “los excéntricos Tenembaun” había notado un nuevo estreno que le había llamado la atención porque actuaba John Cusack, actor que desde había (re)descubierto en “Alta Fidelidad” había empezado a ver todas sus nuevas películas.
La noche de los hechos él salió tranquilo de su casa, poniéndose el saco negro, levantándose el cuello para cubrir justamente el cuello y, porque ya lo asume, le gusta como se ve cuando esta así. Camina solo por la calle y anda tranquilo, mirando los coches pasar y la poca gente ir a comer a los restaurantes o fiestas. Pérez anda solo, hablando solo con fantasmas todavía; pero lo bueno es que los fantasmas no lo dominan. Aunque no puede dejar de soñar con esos fantasmas. Lo despiertan por la noche, que será por eso que tiene los tiempos cambiados.
Cruza la primera avenida, cruza las vías y luego cruza la segunda avenida para llegar al video club. Entra en Blockbuster mirando los carteles de los estrenos. Ya es costumbre en él antes de entrar, mirar los horarios, todavía no son las doce. Están abiertos porque todavía no son las doce, alguna que otra vez ha llegado más tarde de las doce por dar demasiadas vueltas, por andar demasiado.
Entra tranquilo, hay pocas personas dando vueltas todavía. Deja las dos que había traído para devolver, una roja y otra blanca. Pérez tiene la idea que la película a la que le había puesto el ojo la noche anterior no debe estar. Es roja, un día de devolución y los sábados a la noche esas ya están totalmente agotadas. Hace el giro habitual, empieza en la A (Aunque en realidad lo primero son los números). Ve a “1408” con el mismo actor, que vio un par de semanas atrás. No esperaba nada bueno de ese film pero lo encontró bastante entretenido.
Siguiendo el abecedario llega hasta la película que había visto la noche anterior: “Un niño de otro mundo”. La toma solo para leer los datos, el tiempo de duración (un dato que se está transformando en fundamental en su vida) y otros misceláneos. Sabe que la va a llevar.
Mientras tiene la película en la mano, una muchacha se viene acercando. Pérez la ve por el rabillo del ojo, linda, no le importa demasiado su apariencia, estatura normal, se le acerca lentamente. Esta viendo el estante de donde él había sacado su película, la que tiene en la mano, la que está leyendo como para decidir. La muchacha nota que la que tiene Pérez es la última del día.
La muchacha le habla:
“Perdona, pero ¿La vas a llevar?” Eso es lo que le pregunta.
Pérez queda un poco desconcentrado, en sus códigos cuando una persona la tiene en la mano la otra persona tiene que esperar a que la deje o lamentarse porque la lleva. Pérez la mira tranquilo, la examina. Está tranquilo, se dice que él había pensado que no iba a estar y que igual ya tenía algunas otras opciones blancas, de cinco días, pensadas y que tenía ganas de ver.
“Mira... La iba a llevar... Pero ¡Qué importa! Llevala vos.” Le dice con su mejor humor, con su mejor sonrisa, esa que estuvo guardada durante tanto tiempo.
“No quiero imponer nada, no era mi intención” le dice ella totalmente avergonzada en ese momento.
“No es problema, yo tenía pensado llevar un par de películas orientales. Por favor, llévatela; yo no la quiero. La miraré la próxima semana”.
La muchacha agradece, tomando la película y se aleja. Mirándolo y saludándolo. Pérez se queda pensando que ese era uno de eso momentos de películas, donde si él fuese un poco menos tímido podría haber invitado a esa muchacha a un café o algo por el estilo.
Agarra las otras dos películas “Oldboy” y “El gran rescate”, esta última la elige luego de una disputa mental entre “Boling Point” y una con Daniel Craig. Decidió por la duración de los films. Mientras elegía cada tanto chequeaba la posición de la muchacha. La veía mirando unas películas en la sección de Comedia. No le dio demasiada importancia ya que Pérez piensa que el momento se había perdido. Llegó a la conclusión que eso es siempre momento de timming y ese requisito no lo cumple él.
Se acerca al mostrador y saca la tarjeta. Atrás de la tarjeta ve una foto carnet de Virginia, ella siempre se quejó que ahí estaba muy fea. Se dice que la tiene que sacar de ahí, pero hay algo que no lo deja hacerlo. Es como una fuerza, eso que estuvo ahí tanto tiempo, le da un “no sé qué” sacarla de ahí. Algún día lo hará, todavía no puede. Paga en el mostrador mientras nota que la muchacha está pagando en la caja de al lado. Pérez paga y sale, una vez afuera, antes de bajar las escaleras, por la forma de tomar la bolsa, se le caen las dos pelis y las golosinas.
Mientras estaba levantando las películas, la muchacha se acerca y le alcanza el “Milky Way” que compró por un impulso desenfrenado, ya que no tiene idea de qué es (Y el precio le pareció mucho - $4,90- ). Pérez le agradece la ayuda, y ella le agradece el haberle dejado la película.
“¿Por qué la querías ver” Le pregunta Pérez con muchos nervios e intentando armar conversación con la muchacha que sonríe, mientras a Pérez el estomago se le retuerce en nervios y el corazón late muy fuerte. Se siente muy colorado, y le da calor toda la ropa que tiene encima (Tres remeras – Dos manga larga y una manga corta – , un polar, más las botas y el jean).
“Más que nada por John Cusack, soy fiel seguidora de él. Me encanta como trabaja” le dice en las escaleras.
“¿Viste “Alta Fidelidad”?” le pregunta él, mientras ella hace el gesto afirmativo con la cabeza. “Con esa película me enamoré de él” Responde ella. “Yo siempre quise ser Rob y tener una disqueria” le responde entre risas. Ella ríe, Pérez piensa que es un acontecimiento agradable, una conversación con una total desconocida. “Mira vos” dice ella, o eso escuchó Pérez mientras la muchacha buscaba las escaleras del estacionamiento. En un ataque de caradurismo Pérez le pregunta, dando algún que otro rodeo si querría ir a tomar un inocente café a la heladería de la otra cuadra. La muchacha se queda como congelada, y le dice:
“Ni siquiera sabes mi nombre”.
“Es verdad, me presento: Yo soy Pérez y tu nombre es...”
“Natalia Natalia” dice ella. Un gusto mientras él le da la mano. Prontamente ella acepta el café, terminan en la heladería. Él pide dos cafés y se ponen a hablar, de películas antes que nada.
Pérez le recomienda de John Cusack “Señales de amor” a lo que ella le responde que esa película la vio un montón de veces. Él le dice que de la filmografía de ese actor hay un film que siempre se le termina escapando y es “¿Quieres ser John Malkovich?” Ella le responde que es una gran película, a lo que le responde que casi todo lo de Kaufman a ella le gusta. Pérez se quedó impresionado que la muchacha, Natalia, sepa el nombre del guionista. Charlan un rato más, y los temas van pasando. Las películas van quedando atrás y se van conociendo un poco más (O lo que la charla los deja); se enteran de sus relaciones, de sus edades, ella está terminando veterinaria y tiene 29 años, es más grande que él. El cumpleaños de ella había pasado hace poco, a lo que él la felicita con un sincero: “Feliz cumple”.
Charlan un rato más y los cafés se terminaron. Pérez llama a la moza y le paga los dos cafés aunque ella quiso pagar él no la dejo. Igual sin café charlan un rato más. La conversación vuelve al cine, mientras el celular de ella suena. Él dejó su celular en su casa, desde hace bastante tiempo los fines de semana cuando pasea o va a alquilar películas de noche, lo deja.
Él intenta no escuchar y se entretiene leyendo el ticket del video club. Leyendo las sinopsis de detrás de las películas. Ella cuelga el celular y le dice que su compañera de cuarto se fue a dormir a lo del novio. Pérez le dice que era una chica suertuda. Ella ríe y le dice que conociendo al novio, la verdad no lo era. Él ríe. Le pregunta qué hora es. Ella le dijo que era la una y pico de la madrugada. “Debe estar empezando el basket” dice él, “No sabía, lo querías ver” Le pregunta. “No, no me importa mucho... Quiero que ganen, pero no me importa demasiado”.
“Mira, yo no soy de hacer esto, pero me caíste muy simpático y todo eso. ¿No querrías venir a ver la peli de Cusack a mi casa.” Pérez no puede creer lo que oye, esas cosas nunca le pasaron en la vida y cree que esas cosas nunca le pueden pasar. Piensa en película, besos (Tan lejanos), sexo y un montón de cosas más. El corazón le late fuerte, entre todos sus pensamientos también está Virginia, se siente infiel, sabe que es estúpido pensar eso, ya no están juntos desde hace un tiempo largo, muy largo. Pero se siente infiel igual. Decide que se está haciendo la cabeza al pedo, que nada de eso va a pasar y que es una invitación de buena onda.
Acepta. Ella dice: “Bien, listo”.
Pérez le dice: “¿Cómo sabes que no soy un violador o algo así?”
“Me parece que sos bueno e inofensivo” le responde ella. Él se queda pensando que se le debe ver en la cara, lo boludo, que no la va a tocar. Por lo menos esta más tranquilo y siente que por primera vez en meses está haciendo algo más que hacer pasar el tiempo y evadirse.
Ella maneja, van al centro de Lomas. Pero alejado del centro, del otro lado de la avenida. Un PH cerca de la calle del centro. Entran, él pidiendo permiso en todo momento. Cosa que piensa que le debe molestar. Le ofrece un poco de vino, él rechaza; le pide agua. Le dice que es un chico sano, Pérez se define como abstemio. Ella se ríe.
El departamento es modesto, pero esta decorado con un gusto interesante. Pérez busca libros pero encuentra pocos; ve algunos discos. Los chequea intentado que Natalia Natalia no se dé cuenta, nota gustos femeninos y por cantautores. Hay algunos discos de Arjona, lo que no le llama la atención; muchos discos copiados y cuestiones similares.
Ella pone el DVD y se sientan en un sillón bastante cómodo, a una distancia prudencial de la tele, él piensa que la de su casa es más grande, pero esa esta bien. La película empieza con los títulos y con Cusack llorando en la tumba de su esposa. Cada tanto sueltan algún comentario sobre lo que ven, más que nada graciosos. Pérez siente que a veces ella no entiende sus comentarios, él tampoco algunos suyos.
Llegan un momento donde Cusack habla sobre Beisball, le comenta sobre las genialidades al chico marciano (“Martian Child” es el titulo original). Ella le dice que no entiende ese juego y Pérez intenta explicárselo desde la lejanía, mirándola cada tanto con esa luz azulada que daba la televisión. Le dice que es sencillo, que son carreras, llegar al Home, tres intentos, etcétera y etcétera. Natalia igual termina sin entender, se lo dice entre risas.
La película sigue hasta que en un momento, luego de un largo e incómodo silencio, Pérez dice: “A Amanda Peet YO le doy” dice. Ella le dice algo como no entendiendolo, y él se da cuenta que esos eran comentarios anteriores, comentarios que hacían con Virginia, a lo que normalmente ella le decía que ella también le daba.
Luego de eso la película se va poniendo más triste, es agridulce el sabor que va dejando en la boca. Se sienten bastante mal cuando el perro, “Somewhere”, muere. Pérez siente la congoja que se le forma, esa con la que viene luchando cada tanto. La controla mientras se ponen a hablar sobre animales, tema que a ella le encanta y le cuenta cosas sobre los Golden Retriever.
Al finalizar la película Pérez la hace esperar para ver cuál era la canción que sonaba a cada momento en la película, en los títulos finales lee que el tema era “Mr. Blue Sky” de la Electric Light Orquestra. Se queda pensando en lo lindo y agradable que era el tema. Ella prende la luz mientras saca la película.
Siente de nuevo que perdió algunas oportunidades para besarla, para llevarla a la cama. Le vuelve a pedir la hora y le dice que son las cuatro de la mañana. Pérez dice que se debería ir, ella le ofrece un café pero él lo rechaza. También se ofrece a llevarlo a su casa pero también lo rechaza, dice que el aire frío le hará bien.
Antes de irse intercambian msn y teléfonos. Vuelve caminando tranquilo, pensando que quizá la podría haberla besado; no le importa. Su plan era ver unas películas solo y terminó viendo una acompañado, con una buena charla y un largo café.
Cuando vuelve a la casa, la encuentra toda iluminada como la dejó. Sus padres están de viaje en Mar del Plata y cuando entra nota que su hermano sigue con esa chica que llegó a eso de las ocho de la noche del día anterior. Espera que quizá él tenga más suerte que él y sube a su pieza para escribir un cuento, eso que le pasó que le parece tan literario... o por lo menos tan cinematográfico.

lunes, julio 07, 2008

Necromancia

Era sábado a la noche. Aunque en realidad era sábado de madrugada. Entonces no era ya sábado, era más bien domingo. Me encontraba dando vueltas por el centro, andando. Estaba dando vueltas por Palermo, antes me había encontrado con Mariano y Ulises que también estaban dando vueltas por esos pagos, nada más que ellos estaban llevando a cabo una teoría de la que ellos van a hablar.

Anduve por una zona extraña, estaba totalmente perdido. Llegué a un páramo donde nadie había y caminé una cuadra más. Sentí que era el jardín donde los senderos se bifurcaban. Todas las calles llevaban inclinaciones raras y yo no podía mantener mi brújula direccionada. En alguno de mis giros, ya a esa altura, incontables; veo a Pérez mirando para el cielo encapotado. Al principio me costó darme cuenta que era él, pero mientras me acercaba me fui dando cuenta que en realidad era él.

Él no se dio cuenta en ningún momento que yo ya estaba a su costado. Lo miré largamente antes de hablar. Me parecía perdido en el limbo. Se lo dije. “Estas en el limbo”. Él no me responde de entrada, sin mirarme me dice. “No, no estoy en el limbo. Además esta palabra ya está”. Yo lo miré de cerca sin llegar a entender sobre que me estaba hablando. Estaba de bufanda y piloto. Estaba con la mirada fija en el cielo, en el medio de la calle. No pasaban autos, ni taxis ni personas.

La última vez que lo había visto estaba con Virginia, estaban muy contentos. Le pregunté por ella. Por primera vez me miró. Me dijo que no estaban más juntos. Por lo menos por ese momento no estaban juntos. Le pregunté por qué. Él me respondió con evasivas y medias tintas. Dando por entendido que yo sabía mucho de lo que me decía. No puedo reproducir sus palabras porque no entendí demasiado de lo que me dijo.

Me daba la impresión que estaba mal. Se lo dije. Me dijo: “Estoy mal. Estoy perdido. No sé bien dónde piso”. Se calmo por un rato, se notaba que estaba esperando algo. “Estoy esperando algo que no va a pasar” dijo. Mientras miraba el cielo. “Si te preguntas si me volví completamente loco” me dijo tranquilamente, respirando entre medio, más bien, suspirando entre medio, “no. Completamente loco, no. Pero me dijeron que aquí va a caer un copo de nieve y quiero esperarlo”. Yo en ese momento miré el cielo pero me di cuenta que nada de eso iba a pasar. Además teníamos una temperatura de unos veinte grados, una humedad galopante y un cielo sin atisbos de nieve.

Le pregunté que sabía de Virginia. “Poco y nada. He mantenido contactos esporádicos. No sé si está en su casa, si está de fiesta, no sé qué hace, poco y nada. Quizás vos sepas más de ella que yo”. Luego le dije que todo dolor pasa. “Todo dolor pasa, el tiempo todo lo cura. Mi problema es que espero que el tiempo me la traiga de vuelta, por qué primero la perdí y luego se me fue”. No hay nada que puedas hacer, le dije intentando darle animo. “No. Yo no puedo hacer nada más de lo que ya hice. Ahora la pelota esta de su lado”. Me mira moviendo los ojos pero no girando el cuello. “Sabes que todo lo que siento por ella está intacto. Todo. Me siento solo, absolutamente solo. No entiendo lo que me dice nadie. Nadie. Siento que solo ella me entendía, entonces ando por un mar de locura. La gente me es ajena y no siento nada por ellas. Es como si todos estuvieran muertos. Por mí vos estas muerto. Es la necromancia. He venido al infierno. No hay Virgilio que me guié el camino a Beatriz. No hay Beatriz, tampoco.” Yo estaba un poco asustado por todo lo que me decía, pero no quería perderlo en esas palabras paranoicas.

De pronto. Dice: “No va a caer copo de nieve. Como ella no va a volver. Pero la extraño y pienso en ella. Y el copo de nieve lo puedo esperar, además no tengo nada más para hacer hoy a la noche”. Sentí plena lastima por él. Aunque la vida es así y él iba a tener que aceptar que todo lo que empieza, en algún momento, termina.

Se pone a enumerar en voz alta:

Lepra,

Latas,

Limos,

Lutos.

Yo me lo quedé mirando. Luego me dice: “Estas no están en la lista”. Seguía sin comprender lo que me decía. “En este momento me doy cuenta de todo lo que he hecho mal, de lo que podría hacer bien. De todo lo que la quiero, necesito y deseo. De todo lo que quiero estar con ella. Pero tengo que aprender a vivir sin ella. Poco a poco, paso a paso. Mi temor, es olvidarla, es que mis recuerdos terminen caricaturizándola. Que ella se me evapore. Tengo miedo de eso.” Lo consuelo, le digo que nunca la va a olvidar, que con el tiempo va a recordar solo lo bueno, que ella siempre estará en su recuerdo, como lo que fue. Un gran amor. “Mi gran amor. Estoy solo, hermano. Estoy solo y perdido. Estuve mucho tiempo sin ella, pero este es el primer momento en que siento realmente que no estoy con ella. Que se ha ido”. Me dice.

Yo me lo quedo mirando un rato más. Unos minutos. Algunos minutos después, él se pone a mover el brazo. Y atrapa algo. Baja la cabeza y se mira la mano. “Mira, un copo de nieve. Un copo de nieve solitario como ella nunca vio. Así que esto se cumplió. Quizás haya alguna luz al final del túnel. Una ínfima esperanza”. Yo me quede azorado viendo el copo de nieve en su mano que lentamente iba desapareciendo con el calor de su palma lastimada y colorada. “Pero es mentira, me dice, tengo que aceptar la realidad”. Luego de un gran suspiro, me empieza a decir somos separados. Somos separados, somos singulares hasta que encontramos a otros que nos hagan feliz. “Yo quiero que ella sea feliz, que este bien”. Y se va caminando mirando el piso, metiéndose las manos en los bolsillos.

Desde ese día no lo vi más a Pérez. Tampoco nunca más vi a Virginia. A veces me imagino que nunca más se vieron. Otras veces me los recuerdo juntos cuando eran tan felices y se reían de cosas que los demás no entendíamos. Pero así es el amor. Como tan fugaz aparece, tan rápido se puede ir.

martes, julio 01, 2008

Último Opus

Había caído hacía un largo rato en su sillón de computadora. Las manos ya no estaban puestas en el teclado, están cruzadas sobre su pecho. Su vista esta clavada en la ventana, que está delante de su escritorio. Mira la niebla que rápidamente cayó sobre la ciudad, recubriendo todo, escondiendo los caminos y no dejando ver mucho más que el lugar donde estaba uno. Él pensaba que ese era uno de los problemas, solo mirar donde estaba uno. La niebla era la perfecta metáfora de su situación.

El cursor pestañeaba en una palabra cortada a la mitad desde la pantalla, esperando palabras que no llegaban. Pestañeaba constantemente en una secuencia rítmica de segundos contados. Su mirada no estaba puesta en el cursor, aunque él no lo veía esto sucedía constantemente. También de esa forma se podrían decir que muchas cosas pasaban a sus costados y él no las veía. Le dolía no poderlas ver, le dolía no poder verla. Estaba abstraído fuera de la realidad, mirando la niebla que se movía entre luces estrambóticas y haces en movimiento. Está en su propio mundo esperando que algo suceda o planeando, tal vez, sus próximos pasos.

Mirando la nada se va perdiendo cada vez más rápido en su ser, se va perdiendo cada vez más en lo que fantasea y en lo que no escribe. En un momento cierra los ojos, dejando de ver todo lo que veía para abrirlos y no ver nada de lo que veía. Abre los ojos y se ve viejo, cansado e intranquilo en una oficina que es la de su jefe. Se da cuenta que es su oficina ahora y él es el jefe. Mirando hacia afuera, ve en la puerta vidriada su nombre (él lo lee al revez) y más allá en los cubículos a las personas que trabajan para él. Ve su viejo cubículo. Pero ahora se ve sentado en su oficina.

Se acerca un cronista que conoce poco, hacía poco había ingresado a trabajar a la redacción. Está mucho más viejo, con el nudo de la corbata deshecho y poniéndose el saco, pronto para salir. Se acerca a la puerta de vidrio, golpea tres veces, seguidas, fuertes y seguras. Sin esperar respuesta abre la puerta.

- Salgo para esa entrevista en la feria del libro, hacerle esa entrevista para el suplemento a esa tal Virginia.

Pérez, intranquilo lo analiza tratando de entender lo que le decía. En un tris toma la decisión de ir él mismo; le dice que deje, que ira él, que necesita aire. Mientras palpa su bolsillo superior de la camisa, busca el atado de cigarrillo. Se da cuenta que no fuma, que nunca fumó, que solo fumaba en la ficción. Se para, mientras el cronista se vuelve tranquilo a un grupo de cinco que están hablando en torno a un escritorio.

Conoce el edificio como la palma de su mano aunque no recuerda ninguno de los afiches que hay colgados en la pared, ni reconoce las tapas del suplemento que va viendo mientras baja la escalera. No lo gustan los ascensores, lo marean. Mientras va bajando va recordando todo de Virginia, su pelea, su discusión, su ida del departamento. Recuerda cuando se encontraron a tomar un café para hablar, sin saber que era la última vez que la iba a ver. Recuerda como la vio irse en el remis mientras ella lo saludaba con la mano; recuerda el último beso de amor que se dieron cuando estaban sentados esperando el auto. Te llamó el sábado, le dijo Pérez. No la llamó ese sábado, la llamó otro día, desconsolado sabiendo que todo se les caía. Luego hubo un par de mails, y el resto el futuro. En esa época Pérez andaba sus días pensando y recordando, como cuando bajaba la escalera; porque este Pérez que baja la escalera es el mismo Pérez que hacía poco tiempo la había saludado y besado, era el mismo que todavía fantaseaba con que al tiempo, los dos se dieran cuenta que estaban enamorados y debían volver. Pero perezoso Pérez estaba viejo cuando llega al estacionamiento de la redacción. Pide un auto y le da la indicación a la feria del libro de Buenos Aires.

El auto atraviesa velozmente la ciudad desde el bajo hasta Palermo. No era hora pico, el trafico era espeso pero fluido para los patrones normales de la ciudad. Él mientras tanto fue sacando de un bolso que tenía cuando salió, algunos apuntes. En ellos leyó varios cuadernos escritos con su letra de los cuales no recordaba haber escrito. También encontró el libro de Virginia. Pérez lo ojeó por arriba. Se llamaba “mil cuatrocientos noventa y dos”, lo empezó a ojear y se dio cuenta que era su historia. En el libro estaba la historia de ellos dos, desde que se conocieron pero contada desde el punto de vista del pasado. En el libro ellos no se llamaban igual, Virginia había tenido el tino de cambiar los nombres. Ella, Virginia en el libro se llamaba Laura, él, Pérez, en el libro se llamaba Gastón. Mientras el viaje se consumía, él leía la historia de esos dos, Laura y Gastón. Se encontraba en varios puntos, muchos de sus frescos recuerdos coincidían.

Las primeras paginas del libro eran sobre su ruptura, luego había un breve desvarío donde ella contaba un poco de su vida luego de él. También imagino su vida, que aunque ciertamente era él en las respuestas, era un ente de ficción. Se fascino leyendo sobre su alter vida, encontró cosas que él hubiera dicho u echo. Pero de hecho no las había hecho, no se había casado, ni había tenido hijos, no había tenido muchas cosas que el personaje del libro de Virginia sí. Esa era la parte de ficción, el futuro, que era la segunda parte. En realidad era la primera porque la primera parte en realidad era una introducción que era su último encuentro.

Miró luego la tercera parte que era la más larga de todas, y allí encontró todos los buenos recuerdos. Allí se contaba de forma asincrónica la historia de su vida juntos. También en algunos momentos había breves partes de ficción, eran a veces cuentos que él le contaba a ella. Como por ejemplo la vez que la espero bajo la lluvia y vio los retratos dados vueltas. O la vez que ellos eran cronopios que se levantaban enamorados a la mañana. También estaba como última parte la vez que Pérez iba a morir. Se ríe un buen rato con el libro. Esa parte era la más autobiográfica aunque el único que sabía que realmente lo era, precisamente era Pérez. La tercera parte eran todos los momentos malos, contados también de forma asincrónica. Todos los momentos dolorosos como las muertes, o las peleas o los malos entendidos. Viajes y frustraciones.

Le llamó la atención el final del libro. Lo leyó cuidadosamente, era la parte donde la critica se hacía presente y analizaba todo. Sin dejar rastros de que ella hubiera sido una de las dos partes de la historia. Buscaba los errores que había tenido Pérez y también, sin falsa gloria, analizaba todos sus errores. En el libro decía que se habían visto un par de veces luego de la separación y que ella intuía que aun estaban enamorados. Eso no había pasado, era simplemente ficción. Aunque Pérez realmente no los sabía ya que él estaba ahí de paso, habitando por un rato otro tiempo y espacio.

El auto lo deja en la puerta de la feria, él pasa entre la multitud mostrando su credencial de prensa. Mira la hora y nota que esta adelantado, entonces mira las bateas con los libros, novedades y ofertas que hay. No encuentra nada para comprarse, pero entra a un local. Allí siente un deja vu. Allí ya había estado con ella hacía muchos años en el eje del tiempo en que se encontraba, pero solo meses en su recuerdo. Una chica muy jovencita y bonita se le había acercado a él y a ella se le habían puesto los pelos de punta de celos. Una sonrisa recorre su rostro en ese momento. Abre un libro, una muchacha se le acerca y le pregunta si desea saber algún precio. Gentilmente declina el ofrecimiento y sale del local. Se encuentra en el pasillo verde y camina un rato entre la multitud que cada vez se hace más presente. En ese pasillo encuentra a la gente que solo va a la feria para tomar bebidas gratis, que hacen cola con un montón de bolsas basura. Gente que debería tener prohibido el acceso a ese lugar, ellos lo habían discutido muchas veces en varias visitas.

Nota que el horario cada vez le es más tirano, se da cuenta que “el tiempo” le jugó una mala pasada. En la vorágine casi no se dan cuenta de donde estaban, pero al pensar las cosas, todo se diluyen en razones y fundamentos. Cuando todo tiene que ser acción. Va hasta la sala, nota que esta atiborrada de gente. Encuentra un lugar, donde puede ver la mesa donde se hará la presentación. Se acomoda contra una pared y mira la silla que será de ella por un rato, mientras hable y responda algunas preguntas del publico. Nota que la mayoría de las personas en la sala son mujeres jóvenes. Hay muchos hombres también, pero no son tantos.

Espera un rato. Se esta atrasando y los rayos del sol van cayendo ya. Pero con una explosión de aplausos entra ella. Entra detrás de un hombre (A Pérez le dio celos, celos que nunca tuvo mientras estuvieron en pareja pero que tiene de todos desde que no están juntos). Ella está hermosa. Con una pollera larga verde y una muy bonita remera. Arriba tiene un blazer. Esta un poco más vieja, pero esta espléndida. Con esa hermosa sonrisa de oreja a oreja donde te muestra todos los dientes. Los anteojos eran nuevos, pero eran como los que tenía cuando ellos andaban. El pelo lo tiene mucho mas corto que siempre, le llega hasta los hombros. Él se ríe de algunos recuerdos mientras la aplaude. Ella hace una reverencia y luego se sienta en el medio. Entre dos hombres que le suspiran cosas cada tanto. A uno lo conocía Pérez, era un editor local de mucho renombre. Al otro, no. Pérez con la destrucción en el alma, pensó que podía ser su nueva pareja.

- Este libro. – Dijo ella. – Es solo una pequeña historia de amor. Sí. Una pequeña historia de amor, mostrada por ciertos momentos como algo bueno, malo o regular. Una historia tan pequeña como cualquier persona pero tan grande como puede llegar a ser el amor mismo. Todos saben que no tiene un final feliz. Nunca me gusto “El túnel” de Sábato pero hice lo mismo que él, conté el final al principio. Hice eso, porque creo que el final de esa historia de amor, no es lo más importante. Lo más importante es lo que los hizo ser uno. Los que los hizo ser un solo ente de amor. Esas dos personas estaban enamoradas, de eso no había dudas. Aunque por alguna razón no pudieron estar juntas más tiempo del que estuvieron. El dolor también es parte del amor. Hay que aceptarlo, aunque el personaje masculino nunca lo aceptó. Son personajes que están conmigo desde hace mucho tiempo. Todos saben que ellos, siempre separados son la base de mi creación literaria. Con ellos yo hice todos los juegos posibles, pero desde el después. Esto es lo que los hizo. Ellos están siempre en “la zona”. Ellos viven ahí, y allí gozaron. Siempre uso estos personajes para cualquier historia porque quiero demostrar como ellos crecen, viven y se desenamoran. Ahora están juntos, como siempre quise en este libro. Acá nosotros vemos quienes eran antes de que les pasen las ficciones de la literatura. Como ellos están en “la zona”, como ellos son reales dentro de ese mundo, todo lo que les pasa es realidad. Por más que sea la más absoluta mentira...

Continuó expresando todo lo que para ella era la novela. Luego dio su concepto de literatura. Pérez entendió que ella había crecido pero era realmente la misma.

La reunión termino con mayores aplausos para ella, mientras muchas personas del publico fueron a pedirle fotos y firmas en sus libros. Ella aceptó gustosa. Fue en ese momento que sus miradas se cruzaron. Ella se congelo en el acto, sus dos ojos marrones avellana lo miraron fijo. Su sonrisa se contrajo. Pero había algo en la mirada. Pérez no sabía que cara tenía pero sus dos ojos negros la miraron.

Ella luego, se acercó. Se saludaron como dos viejos amigos. Él la quería besar. Virginia quizás también, pero eso él no lo sabía. Se abrazaron, ella le autografió el libro.

- ¿Sabes porque se llama así? – Le preguntó ella.

- Supongo que es porque allí termina la edad media. Y eso es lo que yo fui. La edad media. – Le dice él.

- Sí. Sabes que es por eso. No porque vos hayas sido mi edad media.

- A vos te encantaba la edad media.

- Soy medievalista.

- Me imaginé.

- ¿Y vos?

- Sigo en el suplemento.

- ¿Escribís?

- No. Me dedico a la critica ahora. No puedo escribir más, entonces hago mío todo lo de los otros. – Ella se rió.

- No te creo. – Le dice Virginia a Pérez con los ojos puestos en él.

- Sí. Se me fue la musa. No escribí nunca más.

Pérez se pierde en su mirada y pestañea. Cuando abre los ojos se encuentra mirando la niebla. Luego el cursor esta titilando en la pantalla. Pérez intentará escribir. Lo logrará porque no puede estar como ese Pérez sin familia, sin vida que vivió un rato antes. Pérez seguirá escribiendo. Y en algún momento, se dará cuenta que Pérez y Virginia ya no existen más como plural. Existe Pérez. Existe Virginia. Pero no juntos. Por lo menos eso es lo que sabe en ese momento. El futuro es incierto y en ese momento, Pérez no sabe donde esta Virginia. Ella tampoco sabe donde está él. Pero tampoco saben si Pérez y Virginia, en algún momento, volverán a ser; volviendo a tener la conjunción copulativa.


lunes, junio 16, 2008

Ronda Nocturna

- ¿Y en qué anda, Perez?
- Perdido...
- Así que perdido Perez, suena cacofónico.
-
Sí, suena cacofónico.
-
Perdido... ¿Por qué?
-
Perdido, he perdido el camino que llevaba.
-
Y... es un camino que quiere llevar ¿No?
La pregunta quedó en el aire cuando Perez se despertó. Estaba durmiendo poco, eso lo sabía pero no podía dormir demasiado. Mira el reloj despertador y era todavía temprano, era de noche afuera. Una corriente de aire le daba en la cama, miró para ese lugar. Se da cuenta que la cama esta en el lugar equivocado. Es muy grande la cama, tiene frío.

Se levanta igual, ya que tiene frío. No podrá dormir más. No quiere dormir más. Son las 3:32 de la madrugada. Mañana no tiene nada que hacer. Se viste, se tira mucha ropa arriba. Se arropa con la ropa. Se tira la remera manga corta, la remera manga larga, se pone una camisa, se pone un pulóver. Tiene el jean, tiene las botas y tiene unas medias muy gruesas. Camina hasta el vestíbulo de su departamento. Mira la biblioteca, su lado esta completo. El otro lado esta vacío. “Vaya parábola” se dice en voz baja, sin querer despertar al fantasma que esta dormido en esa habitación, tiene miedo de despertarlo de mal animo. De alguna forma Perez tiene miedo, miedo de levantar al fantasma. Si el fantasma quiere dejar de ser fantasma, piensa Perez, algo pasará.
Busca las llaves. No las encuentra. La casa es un caos. Busca en todos lados, en todos lados ve cosas que no quiere ver. Recuerda la fotografía dada vuelta, recuerda el día que él iba a morir, recuerda meta ficciones escritas para uno, recuerda los cronopios. Se dice que necesita lectores, pero Perez no va a escribir más. Ya se lo dijo las ultimas veces: “No voy a escribir más” “¿Por qué?” “No puedo escribir, tampoco puedo leer” “¿Por qué?” “No puedo, veo películas, paseo, pienso mucho... tal vez demasiado”.
Encuentra las llaves debajo del diario del domingo que tantos problemas le había causado en muchas mañanas inoportunas. El café, el diario, las manzanas, las conversaciones. Ese día no leyó el diario. Solo agarró algunas hojas y las quemó, miraba como se quemaban lentamente, consumiéndose como él se consumía en el drama. Por algún momento Perez jugo con la idea de quemar sus dos novelas. Un acto simbólico, Perez tiene copias en todos lados. También las tienen en el más allá. Más acá también. “Me quede sin lectores” se ríe Perez. Tal vez por eso dejó de escribir.

Un día como hoy, se dice Perez. Habló por teléfono, tenía miedo de hacer mal. De dañar. Sus actos dañaron, por más que él no quisiera. Un día como antes ver el cine y el calor, un auto y la luz en ventana. Humedad y los vidrios empañados. Miedo de hacer el ridículo. Perez que hace, pare. Perez. Vaya por este lado, este lado sí. Este párrafo no. Tachelo.

Abre la puerta. La cierra despacio, no quiere que nadie se despierte. Ni los vecinos, ni el fantasma, ni la cuñada ni la cuna de los hijos que no despertaron todavía. Ya tienen nombres pero no existen. El futuro a veces no se vislumbra con los ojos abiertos, solo con los ojos cerrados.
Él llama al ascensor para bajar, muchas veces pensó, escribió y comentó estos temas en el mismo ascensor, en sus novelas o cuentos, con ella. No da gestos de vida, igual lo espera un rato hasta que se da cuenta que nada va a pasar. Piensa que se puede pasar la vida en ese lugar, esperando o actuar. No va actuar, va a dejar al ascensor tranquilo. Supone que es lo que el ascensor quiere, aunque no tiene ganas de bajar las escaleras. Quiere estar tranquilo en su ascensor bajando lentamente, viendo los colores de los pisos. No viene. Busca la escalera, baja lentamente. Un escalón por vez.
Llega al palier. Una vez allí mira la calle. Fría, solitaria y terrorífica. Sale igual, no le queda otra. Una vez afuera se pone a caminar sin rumbo fijo. Agarra para la izquierda, solo porque vio una luz a la izquierda. Escucha disparos cerca, se agacha, se tira. Esta en el piso, recuerda momentos, ve un arma. Lo amenazan con dejarlo libre a él, dar vueltas en el coche (Que Perez no tiene) con su bien más preciado. Al final nada de eso pasa. Exorciza sus demonios. Los disparos le suenan como la segunda guerra mundial, piensa estar en Holanda, esa noche vio como bombardeaban Eindhoven. La bombardeaban los aviones alemanes, mientras todo pelotón esperaba las ordenes. No habría más banderas naranjas en su vida. Volvería a la patria de la soledad y el desagrado. Miró de nuevo la calle y notó un par de taxis parados en el café de la esquina.
Estaba abierto toda la noche. No quería un café. Tenía ganas de ver una película. Woody Allen. Tenía algo de eso en su casa. Podría volver, pero si vuelve vuelven los fantasmas. Fantomas en la lucha contra los fantasmas nunca ganaba, porque Perez siempre lo dejaba atrás. Perez lamentó cosas que hizo, aunque más lamentó cosas que dejó de hacer.
Qué podría decir que no haya dicho. Uno de los taxis arrancó levantando un sonido familiar y un olor a nafta. Le pareció raro. Todo le parece raro. No se deja ver, esta escondido detrás de una muralla. Le parece que caminó cientos de kilómetros. Se encuentra dentro de un diccionario de mitología viendo como los grandes personajes de la historia mutan de griegos a latinos. Y de pronto se dio cuenta que ese mundo no existe, que todo eso esta en otro lado. Lejos, muy lejos.
Necesita un café. Necesita algo que lo mueva, moverse para repelerse. Siente que todos se están evadiendo. Intenta poner buena cara mientras le hablan pero no puede, no puede evadirse. Es parte de su obsesión. Cuando cree que lo domina PUM otra vez vuelven los sentimientos a joderlo, a martirizarlo. No puede estar tranquilo, es su mente de escritor. Tiene miedo de no ver nunca más, de no ver nunca más. Por eso quiere dejar de escribir, piensa que si deja de escribir volverá. Mas ahora siente un PUM y luego siente otro PUM. Policías y ladrones disparan sin cesar detrás de él. Pasan corriendo mientras el otro pasa volando.
Vuelve a caminar mientras la noche le devuelve una gran luna. Pocas estrellas, el cielo de la ciudad, no es bondadoso con las almas que necesitan navegar en el mar de dudas. No encuentra el cinturón de Orión. No sabe para dónde esta el sur, para donde el este, para donde el norte y para donde el oeste. Este o este. Este oeste. Esta. Esta. Mascapito. Meta-guacha. Se ríe solo. Una risa, siente que una gran platea lo empieza a aplaudir. Lo aplauden de píe. Él se agacha y se levanta, hace reverencias como gran novelista que es; encuentra la respuesta del publico en la platea. Ahí están los aplausos, hasta que se da cuenta que son palomas cagando sobre su vida.
Nadie anda, tranquilo espera. Juega con las llaves en su bolsillo. ¿Cuánto dormiste anoche? Bien después de la guerra, poco, cuando me desperté. El frío en mi cara y mis manos vacías. Extraño sentimiento de extrañes. Extraño extrañas a lo que no sabes si se fue. Ex, de ex. La vida te da sorpresas sorpresas te da la vida.
Ahora ve. “VE”. Se ríen. Los fantasmas. Un fantasma. Solo un fantasma. Fantamas. Más fantasma que los mismos muertos. Los vivos cuando andan lejos son más fantasmas que los fantasmas mismos. Caminan entre él. Son los muertos del Titanic los que vienen a por él. Perez también ve a los muertos del Apolo I. Vienen corriendo quemándose como en una escena Dantesca de grandes proporciones, uno de los círculos del infierno, el de Ulises. Están entrando a los palacios de Dite, mientras la vieja y el viejo sostienen a la gurisa que no nació. Los astronautas le preguntan por su nombre. Perez responde: Lou Reed, Max Aub y Ricardo Piglia. Ellos extrañados desaparecen dejando solo fuego para su cigarrillo y pasión para su copa. Tomar beber y dormir. No puede evadirse. El tiro le sale por la culata.
Toda acción, para Perez, tiene una reacción. Física pura. Pero la acción fue mínima y la reacción fue máxima. Máxima de Holanda. Le disparan los alemanes mientras él cae en paracaídas en la ciudad tomada por los sinsabores y las pasiones desesperadas. Recuerda sus formas, el arco de sus glúteos, la forma de la sonrisa, el murmullo de sus ronquidos, sus pelos, sus defectos. Recuerda su corbata, su uniforme y sus medias. Sus medias tintas y sus tintas coloradas. Le dicen: “No hagas nada, no te muevas”. Le entiende, le hablan como su familia, pero son soldados alemanes en la ciudad que lo tiene encañonado. No disparen, no disparen. Grita y grita. Explosiones mientras Eindhoven se quema. Se quemó porque los Junkes y los Stuka cayeron con sus bombas sin que sus aviones Mirages no pintados ni armados pudieran defenderlo.
Se escapa de todos. Corre en la noche mirando el cielo. El cielo se evade, y las estrellas rotan sus indicaciones. Le dicen: VUELVE. VUELVE QUE LA VIDA SE TE VA. Él no puede ya que atrás los disparos rugen. Fuego y más fuego.
Flak ilumina el ambiente. Mientras tanto los contadores vienen marchando. Están seguros de lo que hacen, vienen marchando. Son como los santos que vienen marchando. Se van a chocar. Ya que estos vienen y esos van. Él tiene que tomar su lugar, cree que puede mezclarse con los santos, pero sabe que no lo es. No es un santo, es bueno, pero no es un santo. Tiene sus ribetes malignos que tanto daño han hecho y que tanto dolor han generado. Desea corregirlo, otra oportunidad, grita Perez al aire gélido de la heladería de los sentimientos. Siempre luego de las películas y dormir y dormir. Es un contador. Cuenta cuentos de contadores que andan marchando. Se mezcla en su marcha. Aunque sabe que no es uno de ellos, no tiene la impronta. Ellos van seguros caminando y él va mirando el piso. Es para que los alemanes no lo vean.
Los fantasmas del Apolo I se mezclan con los fantasmas en general. Los taxis pasan mientras las letras fluyen en el mundo. Ve el cuadro Pareja. Ve a Vivi y a Dylan. Ve a todos los mitológicos. Va a vomitar.
Agh. Que asco. La música sale de los parlantes del campo de concentración. Son cantautores conocidos que le son familiares pero no recuerda sus nombres ni sus melodías. Lo llevan a otro mundo, a un mundo que fue jueves y anarquista. A un mundo de café y discusiones. El drama es lo de él. Solo que no hay publico que lo admire.
Nadie lo lee. Los que aman pueden dejar de hacerlo. Los que no aman no pueden dejar de quererlo. No dar señas de vida mientras Rembrant lo mira con la cara descolocada. Todos mis hermanos llegan en este momento, mientras los fantasmas del Apolo I y los alemanes con sus aviones y sus fabricas se escapan por la derecha.
La república perdida. El Timeo y el Crisas. La ronda nocturna y la escuela de Atenas. Leonardo Da Vinci con su mano apuntando al cielo, imagen repetida en tantos cuadros. Perez mira el cielo. El cielo llora. Todo anda por ahí. Mientras Perez vuelve a ser Perez, las piernas le tiemblan. Volvió a su casa sin siquiera salir de la esquina. El frío le genera vapor de la boca. Bocha de vapor por la boca. ¿Qué va a hacer? Va a volver arriba, y esperará otro rato.
Luego llegará el trabajo, luego llegará algo. Mientras ve volando la moneda, piensa como puede hacer para que caiga de su lado. No puede. Solo así lo desea.