domingo, junio 22, 2008

El jardín de las delicias (El otro lado)

Mientras Julia vieja en colectivo, Suaznabar, tirado en su silla mira la ventana esperando que llueva, que se caiga en el mundo; aunque, en realidad, quiere que ella este bien, que ella llegue bien a la facultad y que luego pueda volver. Y ahí sí, que llueva, que caigan piedras, que se caiga el mundo. Suaznabar es extremista, no tiene mucho que hacer, piensa por demás, piensa por todos por demás. Wilmar lo trata de entretener, pero él esta mucho con sus asuntos anarquistas y de la panadería.
Suaznabar, mientras tanto, levanta un libro verde limón, muy chiquito. Se llama ojos de aguja y busca nada en especial. Moviendo las paginas llega a una estampita de la virgen Maria. Marca un cuento:


Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tus rodillas y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?

Jaime Sabines.

Suaznabar estaba llorando cuando cerró el libro. Mirando que la lluvia ya caía sobre la ciudad, el frío azotaba. Ella ya debía estar en el colectivo, seca, siendo vista por todos los hombres del mundo. Suaznabar no la veía, aunque vivía por ella. “¿Quién podría quererte más que yo, amor mío?” Se dijo, parafraseando el libro justo cuando se secaba las lagrimas e iba al baño, cuando la mujer entraba por la puerta y no encontraba a nadie.
Él, Suaznabar, estaba ya abajo, caminando en la lluvia, mojando sus penas.

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