domingo, junio 22, 2008

El jardín de las delicias

Julia recuerda estar mirando a Escher con Suaznabar. Recuerda que siempre Suaznabar lo escribe sin la c del medio. Sonríe. Levemente. Tiene frío en las manos y parece que va a empezar a llover. Se olvido los guantes en el departamento. Y el colectivo no llega.
Sabe que no va a llegar por un buen rato. También sabe que desde que no ve a Suaznabar este debe haberse imaginado que tuvo sexo con todos los hombres que se le cruzaron por el camino. Julia lo conoce y sabe lo que piensa. Ella sabe que podría llegar a decir lo que esta pensando él en ese mismo segundo, dondequiera que este, lejos.
Muchas veces se pregunta si habrá cambiado. Si se habrá cortado el pelo o afeitado. Se descubre muchas veces pensando en él. Y Julia sabe. No pocas veces en lo que lleva de no verlo tuvo miedo de que le pase algo. Sabe que estuvo enfermo, Wilmar se lo dijo la última vez que la vio. No mucho más que eso. ¿En que andará? Piensa.
Camina hasta la oficina de su departamento, allí tiene que agarrar unos papeles de Jerónimo Van Aken. Sube las escaleras, abre la puerta y las encuentras. Sus ojos siempre, primero, van a las fotos. Las fotos están dadas vueltas, solo se ve el blanco y la marca Kodak. La mirada se pasea por la imagen, ella sabe que hay detrás de lo blanco. No es necesario que las vea para saber que esta sonriendo con ella, en otra manejando, en otra boludeando con ella, haciendo gestos. Ella sabe que él también hizo algo con las fotos. Agarra los papeles y se los lleva, metiendolos en el bolso.
Una vez abajo, le pareció haberlo visto. Un fantasma que anda suelto. Sabe que es probable verlo. Pero también sabe que él esta lejos en ese momento, lejos. Trabajando, o lo que se dice su trabajo, tal vez esta mirando por la ventana esperando la lluvia, se dice. Con los papeles corre hasta la parada de colectivo y toma el primer colectivo rojo que pasa por la avenida. Tiene suerte y se sienta en un asiento, detrás de una vieja pacata y al costado de un tipo que le mira el escote.
“Debe estar con carácter huraño, masticando puteadas por lo bajo a todos”. Julia a veces cae en la tentación de verlo. El colectivo sigue su camino. El camino es proporcionalmente opuesto a donde está él. Se aleja de Suaznabar y lo siente.
Lo que Julia no sabe, es que se van a reencontrar. En un hospital, por su abuelo, que le dirá palabras de aliento a S. Porque Wilmar es que le avisará. Sonará un poco de Dylan en la imaginación de Suaznabar. Ella terminará adoptando el apellido. Lo que Julia hace todo el viaje en colectivo es recordar esa vez en que Suaznabar viajó en un colectivo de la misma línea junto a ella. Él iba metido en sus ideas mirando por la ventana, imaginando una novela. Los dos estaban mojados. Llovía. Él iba del lado de la ventanilla, ella del lado del pasillo, en el ultimo asiento, ella lo miraba. Estaban muy cansados. Recordaba cuando él le decía que la lluvia le quedaba sexy, en esos momentos él la dañaba sin darse cuenta. Luego llegaron hasta el destino, tomaron un café y hablaron sobre Cortázar. Ella se decía Talita. Él no se decía nadie. Pero en su mente, él se decía que si ella era Talita, él iba a ser Traveler toda la vida. Y ella viajó, y él, como buen Traveler, se quedó siempre en casa. Pero eran cronopios, se encontraban, se buscaban, se leían.
Esperando. Fumando. Hablándola, como en ese momento. Los dos que se buscan. Andan buscando por los pasos perdidos. Suaznabar no sabía si ella iba a volver. Volvieron. Y mejor. Mejor para casarse (por civil).
Aunque él siempre ande con Wilmar y los muchachos. Ellos se aman. Por eso, por el pasado. Julia mirando la vereda, deja entrever una sonrisa. Cuatro años, manuscritos, bares, Dalí, Gala. Julia recuerda y ella sabe quién es ella. Tiene miedo. No llora más. No piensa de más. Sabe que él sí.

Llegará a la facultad, dará su conferencia sobre el nativo de Hertogenbosh, volverá a su casa con algún amigo, charlando. Y ella sabrá que todo esta bien. Lo que pasará ella no lo sabe. Pero el destino esta escrito, según los griegos.

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