lunes, junio 16, 2008

Ronda Nocturna

- ¿Y en qué anda, Perez?
- Perdido...
- Así que perdido Perez, suena cacofónico.
-
Sí, suena cacofónico.
-
Perdido... ¿Por qué?
-
Perdido, he perdido el camino que llevaba.
-
Y... es un camino que quiere llevar ¿No?
La pregunta quedó en el aire cuando Perez se despertó. Estaba durmiendo poco, eso lo sabía pero no podía dormir demasiado. Mira el reloj despertador y era todavía temprano, era de noche afuera. Una corriente de aire le daba en la cama, miró para ese lugar. Se da cuenta que la cama esta en el lugar equivocado. Es muy grande la cama, tiene frío.

Se levanta igual, ya que tiene frío. No podrá dormir más. No quiere dormir más. Son las 3:32 de la madrugada. Mañana no tiene nada que hacer. Se viste, se tira mucha ropa arriba. Se arropa con la ropa. Se tira la remera manga corta, la remera manga larga, se pone una camisa, se pone un pulóver. Tiene el jean, tiene las botas y tiene unas medias muy gruesas. Camina hasta el vestíbulo de su departamento. Mira la biblioteca, su lado esta completo. El otro lado esta vacío. “Vaya parábola” se dice en voz baja, sin querer despertar al fantasma que esta dormido en esa habitación, tiene miedo de despertarlo de mal animo. De alguna forma Perez tiene miedo, miedo de levantar al fantasma. Si el fantasma quiere dejar de ser fantasma, piensa Perez, algo pasará.
Busca las llaves. No las encuentra. La casa es un caos. Busca en todos lados, en todos lados ve cosas que no quiere ver. Recuerda la fotografía dada vuelta, recuerda el día que él iba a morir, recuerda meta ficciones escritas para uno, recuerda los cronopios. Se dice que necesita lectores, pero Perez no va a escribir más. Ya se lo dijo las ultimas veces: “No voy a escribir más” “¿Por qué?” “No puedo escribir, tampoco puedo leer” “¿Por qué?” “No puedo, veo películas, paseo, pienso mucho... tal vez demasiado”.
Encuentra las llaves debajo del diario del domingo que tantos problemas le había causado en muchas mañanas inoportunas. El café, el diario, las manzanas, las conversaciones. Ese día no leyó el diario. Solo agarró algunas hojas y las quemó, miraba como se quemaban lentamente, consumiéndose como él se consumía en el drama. Por algún momento Perez jugo con la idea de quemar sus dos novelas. Un acto simbólico, Perez tiene copias en todos lados. También las tienen en el más allá. Más acá también. “Me quede sin lectores” se ríe Perez. Tal vez por eso dejó de escribir.

Un día como hoy, se dice Perez. Habló por teléfono, tenía miedo de hacer mal. De dañar. Sus actos dañaron, por más que él no quisiera. Un día como antes ver el cine y el calor, un auto y la luz en ventana. Humedad y los vidrios empañados. Miedo de hacer el ridículo. Perez que hace, pare. Perez. Vaya por este lado, este lado sí. Este párrafo no. Tachelo.

Abre la puerta. La cierra despacio, no quiere que nadie se despierte. Ni los vecinos, ni el fantasma, ni la cuñada ni la cuna de los hijos que no despertaron todavía. Ya tienen nombres pero no existen. El futuro a veces no se vislumbra con los ojos abiertos, solo con los ojos cerrados.
Él llama al ascensor para bajar, muchas veces pensó, escribió y comentó estos temas en el mismo ascensor, en sus novelas o cuentos, con ella. No da gestos de vida, igual lo espera un rato hasta que se da cuenta que nada va a pasar. Piensa que se puede pasar la vida en ese lugar, esperando o actuar. No va actuar, va a dejar al ascensor tranquilo. Supone que es lo que el ascensor quiere, aunque no tiene ganas de bajar las escaleras. Quiere estar tranquilo en su ascensor bajando lentamente, viendo los colores de los pisos. No viene. Busca la escalera, baja lentamente. Un escalón por vez.
Llega al palier. Una vez allí mira la calle. Fría, solitaria y terrorífica. Sale igual, no le queda otra. Una vez afuera se pone a caminar sin rumbo fijo. Agarra para la izquierda, solo porque vio una luz a la izquierda. Escucha disparos cerca, se agacha, se tira. Esta en el piso, recuerda momentos, ve un arma. Lo amenazan con dejarlo libre a él, dar vueltas en el coche (Que Perez no tiene) con su bien más preciado. Al final nada de eso pasa. Exorciza sus demonios. Los disparos le suenan como la segunda guerra mundial, piensa estar en Holanda, esa noche vio como bombardeaban Eindhoven. La bombardeaban los aviones alemanes, mientras todo pelotón esperaba las ordenes. No habría más banderas naranjas en su vida. Volvería a la patria de la soledad y el desagrado. Miró de nuevo la calle y notó un par de taxis parados en el café de la esquina.
Estaba abierto toda la noche. No quería un café. Tenía ganas de ver una película. Woody Allen. Tenía algo de eso en su casa. Podría volver, pero si vuelve vuelven los fantasmas. Fantomas en la lucha contra los fantasmas nunca ganaba, porque Perez siempre lo dejaba atrás. Perez lamentó cosas que hizo, aunque más lamentó cosas que dejó de hacer.
Qué podría decir que no haya dicho. Uno de los taxis arrancó levantando un sonido familiar y un olor a nafta. Le pareció raro. Todo le parece raro. No se deja ver, esta escondido detrás de una muralla. Le parece que caminó cientos de kilómetros. Se encuentra dentro de un diccionario de mitología viendo como los grandes personajes de la historia mutan de griegos a latinos. Y de pronto se dio cuenta que ese mundo no existe, que todo eso esta en otro lado. Lejos, muy lejos.
Necesita un café. Necesita algo que lo mueva, moverse para repelerse. Siente que todos se están evadiendo. Intenta poner buena cara mientras le hablan pero no puede, no puede evadirse. Es parte de su obsesión. Cuando cree que lo domina PUM otra vez vuelven los sentimientos a joderlo, a martirizarlo. No puede estar tranquilo, es su mente de escritor. Tiene miedo de no ver nunca más, de no ver nunca más. Por eso quiere dejar de escribir, piensa que si deja de escribir volverá. Mas ahora siente un PUM y luego siente otro PUM. Policías y ladrones disparan sin cesar detrás de él. Pasan corriendo mientras el otro pasa volando.
Vuelve a caminar mientras la noche le devuelve una gran luna. Pocas estrellas, el cielo de la ciudad, no es bondadoso con las almas que necesitan navegar en el mar de dudas. No encuentra el cinturón de Orión. No sabe para dónde esta el sur, para donde el este, para donde el norte y para donde el oeste. Este o este. Este oeste. Esta. Esta. Mascapito. Meta-guacha. Se ríe solo. Una risa, siente que una gran platea lo empieza a aplaudir. Lo aplauden de píe. Él se agacha y se levanta, hace reverencias como gran novelista que es; encuentra la respuesta del publico en la platea. Ahí están los aplausos, hasta que se da cuenta que son palomas cagando sobre su vida.
Nadie anda, tranquilo espera. Juega con las llaves en su bolsillo. ¿Cuánto dormiste anoche? Bien después de la guerra, poco, cuando me desperté. El frío en mi cara y mis manos vacías. Extraño sentimiento de extrañes. Extraño extrañas a lo que no sabes si se fue. Ex, de ex. La vida te da sorpresas sorpresas te da la vida.
Ahora ve. “VE”. Se ríen. Los fantasmas. Un fantasma. Solo un fantasma. Fantamas. Más fantasma que los mismos muertos. Los vivos cuando andan lejos son más fantasmas que los fantasmas mismos. Caminan entre él. Son los muertos del Titanic los que vienen a por él. Perez también ve a los muertos del Apolo I. Vienen corriendo quemándose como en una escena Dantesca de grandes proporciones, uno de los círculos del infierno, el de Ulises. Están entrando a los palacios de Dite, mientras la vieja y el viejo sostienen a la gurisa que no nació. Los astronautas le preguntan por su nombre. Perez responde: Lou Reed, Max Aub y Ricardo Piglia. Ellos extrañados desaparecen dejando solo fuego para su cigarrillo y pasión para su copa. Tomar beber y dormir. No puede evadirse. El tiro le sale por la culata.
Toda acción, para Perez, tiene una reacción. Física pura. Pero la acción fue mínima y la reacción fue máxima. Máxima de Holanda. Le disparan los alemanes mientras él cae en paracaídas en la ciudad tomada por los sinsabores y las pasiones desesperadas. Recuerda sus formas, el arco de sus glúteos, la forma de la sonrisa, el murmullo de sus ronquidos, sus pelos, sus defectos. Recuerda su corbata, su uniforme y sus medias. Sus medias tintas y sus tintas coloradas. Le dicen: “No hagas nada, no te muevas”. Le entiende, le hablan como su familia, pero son soldados alemanes en la ciudad que lo tiene encañonado. No disparen, no disparen. Grita y grita. Explosiones mientras Eindhoven se quema. Se quemó porque los Junkes y los Stuka cayeron con sus bombas sin que sus aviones Mirages no pintados ni armados pudieran defenderlo.
Se escapa de todos. Corre en la noche mirando el cielo. El cielo se evade, y las estrellas rotan sus indicaciones. Le dicen: VUELVE. VUELVE QUE LA VIDA SE TE VA. Él no puede ya que atrás los disparos rugen. Fuego y más fuego.
Flak ilumina el ambiente. Mientras tanto los contadores vienen marchando. Están seguros de lo que hacen, vienen marchando. Son como los santos que vienen marchando. Se van a chocar. Ya que estos vienen y esos van. Él tiene que tomar su lugar, cree que puede mezclarse con los santos, pero sabe que no lo es. No es un santo, es bueno, pero no es un santo. Tiene sus ribetes malignos que tanto daño han hecho y que tanto dolor han generado. Desea corregirlo, otra oportunidad, grita Perez al aire gélido de la heladería de los sentimientos. Siempre luego de las películas y dormir y dormir. Es un contador. Cuenta cuentos de contadores que andan marchando. Se mezcla en su marcha. Aunque sabe que no es uno de ellos, no tiene la impronta. Ellos van seguros caminando y él va mirando el piso. Es para que los alemanes no lo vean.
Los fantasmas del Apolo I se mezclan con los fantasmas en general. Los taxis pasan mientras las letras fluyen en el mundo. Ve el cuadro Pareja. Ve a Vivi y a Dylan. Ve a todos los mitológicos. Va a vomitar.
Agh. Que asco. La música sale de los parlantes del campo de concentración. Son cantautores conocidos que le son familiares pero no recuerda sus nombres ni sus melodías. Lo llevan a otro mundo, a un mundo que fue jueves y anarquista. A un mundo de café y discusiones. El drama es lo de él. Solo que no hay publico que lo admire.
Nadie lo lee. Los que aman pueden dejar de hacerlo. Los que no aman no pueden dejar de quererlo. No dar señas de vida mientras Rembrant lo mira con la cara descolocada. Todos mis hermanos llegan en este momento, mientras los fantasmas del Apolo I y los alemanes con sus aviones y sus fabricas se escapan por la derecha.
La república perdida. El Timeo y el Crisas. La ronda nocturna y la escuela de Atenas. Leonardo Da Vinci con su mano apuntando al cielo, imagen repetida en tantos cuadros. Perez mira el cielo. El cielo llora. Todo anda por ahí. Mientras Perez vuelve a ser Perez, las piernas le tiemblan. Volvió a su casa sin siquiera salir de la esquina. El frío le genera vapor de la boca. Bocha de vapor por la boca. ¿Qué va a hacer? Va a volver arriba, y esperará otro rato.
Luego llegará el trabajo, luego llegará algo. Mientras ve volando la moneda, piensa como puede hacer para que caiga de su lado. No puede. Solo así lo desea.

2 comentarios:

g. dijo...

He notado que Pérez ahora es Perez.
Me llamó la atención.
¿Otra persona, S.?

Anónimo dijo...

lindo blog!