Hay una plaza. En temperley, acá, hay una placita. Pasto, casi nada. Adoquines. Juegos nuevos. Los chicos que crecen, que juegan en juegos de otras plazas. A otros juegos.
Salgo a caminar y veo, observo. La mariposa tirada en el suelo, la pelota estancada en el patio delantero de casa. La tristeza del chico que la perdió e intentó recuperarla, truncamente. Esa sensación de que su (el su con un énfasis solamente experimentado a esa edad) pelota estaba perdida para siempre. Que la vida, a los 5 años, ya no tenía razón de ser. Y cuántas pelotas pasarán por su vida. Cuántas realmente perderá para siempre.
Ese perro me sonrió. Juro que lo vi sonreir, antes de llegar a la segunda plaza que vamos a recorrer juntos, había un enorme mantonegro sonriéndole a la gente.
Plaza de adulto. Plaza de lejos. De no me esperen para comer.El mundo que nos espera. Que vive y transmuta inmutable esperando.
Que nos hace quebrar. Que esconde bellezas, tan bellas, tal escondidas. Que nos desvanece con la premura de un amanecer. Que no nos deja seguir soportando la soledad. Que nos hace desear cariño, caricias.
Sigo caminando y las cuadras se tornan vidas. En cada vida imagino, deshago y vuelvo a pensar vidas enteras, en sólo 2, 3, 4 minutos, dependiendo el tiempo que me lleve comprender que al final de estos 100 metros voy a tener que sobrellevar una encrucijada más, la dicotomía de elegir derecha o izquierda, de decidir el destino de nuestra caminata, de nuestras vidas, tal vez.
Vueltas, más vueltas. La rumba mental que sacude pensamientos sin cesar. Cha, cha, cha... el mundo sigue su rumbo, inmutable, inimitable.
Me empieza a acompañar gente en mi caminata. El músico loco, el del tren, el de la revolución. El chico piel se asoma, aparece, juega, se va y vuelve. Algún acompañante del pasado, por qué no. Se cuela trayendo recuerdos que luchan por ser presente, que con sus diálogos ya marchitos quieren convencer al alma que está todo donde uno quiere. Gente que quiere bailar gratis el cha, cha, cha.
¿Y los que no? ¿Dónde está toda esa gente que no me acompaña? ¿Esa gente que aún no puedo traer libremente a mi caminata?
El gusto a frutilla que me inunda la lengua me da antojos. Frenaría, sólo por un helado. Frutilla y chocolate con almendras. ¿Por qué no hacerlo?
Y la gente debe suponerme loca. Debe mirarme con esa estúpida expresión con la que se los mira a los locos, a los que eligen vivir en ellos, los que salen de los cánones establecidos... aquellos que seguramente nunca los conocieron. Esa expresión estúpida de compasión.
XXX
Analía llora. Mira la cara de su mamá, consternada y llora. A mares, a gritos, con olor a cebolla. LLora por no poder soportar más esa sucia y enferma sonrisa que le recuerda, cada vez que puede, lo que vivió cerca de aquel amor inventado por algún pintor loco.
Los mejores colores fueron usados al principio. Cuando necesitaba un verde de caricias, ahí estaba. No de parte de su madre, no de parte de alguna otra persona indispensable. Casi siempre brotaba ese verde de la mano de algún desconocido que jugaba a conocerla. Pero esta vez, a ese alguien se le había ido la mano con el cariño, con la comprensión.
Analía llora. Su mamá la mira a la cara y no la entiende. Nadie la entendería, piensa, miestras la mira con cara de nada, de pobre mina esta hija mía. Piensa. Piensa que la vida sigue siendo muy larga, muy tediosa, que tenerla delante de ella, llorando le da jaquecas. Piensa que se quiere ir. Mientras Analía llora. No buscando soluciones. Buscando algo de cariño, una verde caricia que le inunde el alma.
XXX
Pasarán años. El viejo se va a morir, porque ya es viejo. Los más jóvenes llorarán durante algún tiempo. Otros comenzarán a darle un rumbo a su vidas, se casarán, se volverán viejos.
Habitarán casas ya habitadas, reirán chistes deseosos de no ser más chistes, cansados de producir sonrisas.
Comerán, como cada día de sus vidas. Respirarán, porque así hay que hacerlo. Se mirarán al espejo en busca de una mirada de alegría. Llorarán. Silbarán y cantarán de vez en cuando. Sólo los más alegres.
Y las vidas van a repetirse. Porque la vida está ahí. Porque, si bien nos ama y nos respeta, la vida no sufre por no oirnos. La vida fluye... En algún momento encontrará al amor que la haga sufrir. No me gustaría estar viva para ver cómo se desmorona la vida ante algún amor no correspondido.
3 comentarios:
Lindos textos, pero por ahora nunca puedo leer mucho seguido, porque estoy entre apuntes y todo eso. Pregunta curiosa: son tres personas las que escriben en este blog o es la misma desde diferentes ''personajes''?. Un beso.
Lo que te puedo decir es que somos más que uno.
Ah. Y ninguno de estos textos es mio.
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