“...Como el dique entre Guzzante y Brujas levantan los flamencos...”
Canto Decimoquinto.
Divina Comedia, Dante Alighieri
La noche, una de las últimas del invierno, era asimismo una de las noches más frías de toda la estación. La temperatura rondaba los cero grados, siempre en positivo, pero la térmica andaba en negativo. La noche es oscura y sin estrellas, llueve. Caen gotas chicas que son movidas por el viento, que las arremolina y las lleva a morir contra las paredes.
Él, Gastón, está despierto. La habitación está iluminada tenuemente por la luz que proviene del reloj despertador que está en la mesa de luz de ella, su esposa. Infelizmente casado desde hace casi diez años, mira el techo de la habitación. Un techo blanco que conoce de haber dormido todas sus noches por los últimos diez años en esa cama, mirando el techo blanco. Ella a su costado duerme profundamente desde que le dio la señal (un golpecito con el hombro, eso le indicaba que estaba profundamente dormida).
El viento hacía que la cortina se mueva y genere ruidos guturales. A veces la lluvia arreciaba y golpeaba contra su ventana. Generaba una sensación de frío que le iba desde los pies hasta la medula. Gastón sale de su cama y poniéndose las chancletas (Su abuela, cuando estaba viva, las llamaba chinelas) camina hasta la sala de estar. Allí, entre sombras, busca el secreter. Lo encuentra y a tientas abre uno de los cajones del costado. Agarra un bulto envuelto en un trapo raído y sucio, es pesado pero lo lleva en una mano. Luego va hasta el baño, sus pasos suenan por toda la casa, va arrastrando los pies y generando un ruido que lo lleva a la infancia, un ruido que recuerda que su abuelo hacía cuando estaban de vacaciones en Colon, Entre Ríos. Su hermano lo imitaba cuando era chico, todavía tenía ese sonido en su mente cuando entra en el baño.
En el baño, que esta congelado por causa de una ventana abierta por donde entran las ráfagas de viento, se sienta en el inodoro. Pero se sienta sobre la tapa. Cruza las piernas y apoya el bulto cubierto por el trapo en su regazo. Se mira en el espejo. Ve sus ojeras (Deben ser cerca de las tres de la mañana), ve su barba muy crecida (hace mucho más de un mes que no se afeita), se ve viejo y cansado. Piensa en Mersault.
Se queda un rato hipnotizado con su reflejo hasta que escucha una voz en el viento que le dice: “Hoy es la noche”. Esas palabras que oye lo sacan de su imagen inversa, de su imagen buena. Empieza a desenvolver el bulto, chiflando una canción que hace mucho que no escucha, desenredando el trapo metódicamente, mostrando su contenido. Pero lo hace sin pensar, lo esta haciendo sin mirarlo realmente como lo viene haciendo casi todas las noches desde hace un mes. Su mente se queda pensando en cómo le gustaría conocer Praga y Brujas, solo esas dos ciudades, estar allí un tiempo largo; feliz, riendo de nuevo, siendo feliz al sol y al calor del verano boreal, justo en esta época.
Los trapos esconden (escondían) un revolver calibre 32 largo. Una hermosa arma pavonada, perfectamente limpia y lustrada. Un arma que había pertenecido a su abuelo parterno y, según contaban algunas historias (Que Gastón nunca realmente creyó), disparada en la Segunda Guerra Mundial. La luz del baño se reflejaba en el negro mate del revolver, casi podía verse en el arma. Casi como en (el) un espejo, podía ver su cadenita del Espíritu Santo que colgaba allí desde hacía casi veinte años. Toma el arma por el mango, la levanta y la examina. Le apunta a su figura en el espejo.
Se ve apuntándose, se está apuntando dos veces. Él mismo y su doble inverso. Se siente el suicida que siempre soñó ser. Piensa en las balas que estarían en el tambor, en todos los movimientos mecánicos que se tienen que generar desde que el apreta el gatillo hasta que la bala sale, generando ese sonido seco y terrorífico en las noches oscuras. Toma el arma y se la pone en la boca.
Siente el gusto del metal frío. Siente el gusto, ya lo conoce, varias veces hizo lo mismo. Luego tira para atrás el percutor, el arma se martilla con un ruido a resortes. Sin dudarlo, apreta el gatillo y el percutor retoma abruptamente su posición original. Pero no hay disparo. El tambor, como todas las noches, está vacío.
Pero esa noche es especial. Abre el cajón del baño, el que esta debajo del gran espejo, y ahí encuentra una caja de balas .32 que había dejado allí antes de irse a dormir. Lentamente recita algunos versos de la Divina Comedia (Nunca revelados, casi guturalmente escupidos por su boca) para sí. Mientras abre el tambor y va poniendo una a una las seis balas que entran allí.
Con el revolver en su mano derecha, se para y va de nuevo hasta su dormitorio. En el camino vuelve a martillar su arma. Sin el seguro y con el arma cargada por el diablo, entra a su dormitorio y ve a su esposa, dormida en su lado de la cama. Su cara estaba iluminada por la luz roja del reloj despertador. La lluvia golpeaba contra la persiana cerrada.
Gastón levanta el revolver. Apunta. Se toma el tiempo. Hace que el alza esté perfectamente alineada con la mira al punto donde él quiere que la bala vaya. Sin pensarlo demasiado hace que esa noche sea diferente a todas las demás. Apreta el gatillo como todas las noches, pero esta vez no es solo sonido a engranajes y resortes. Esta vez suena el ruido seco de un disparo. Luego, repite la acción. Apreta el gatillo varias veces, mucho más de seis veces. Las últimas veces el arma ya no tiene balas. El primer disparo fue mortal, los otros cinco fueron disparados a un cuerpo sin vida (¿Cómo será el más allá? Se pregunta mientras el arma escupe humo por su cañón).
En el ambiente queda un olor a pólvora que tardará varios días en irse. No le importa, no será asunto de él ni el olor ni la manchas. Ve a su esposa muerta, ve la cama manchada en sangre. Con el ruido de las chancletas camina hasta su lugar de la cama, el derecho. Deja el revolver en la mesa de luz y se vuelve a acostar en la cama.
Se queda dormido dejando inconclusa la historia de Gastón, mi nombre. Me resulta raro llamar a un asesino con mi nombre. No sé por qué lo he hecho, pero la historia estaba rondando en mi cabeza desde que anduve dando vueltas en la lluvia charlando, a veces me costaba concentrarme al tener estas ideas. A esta hora de la madrugada (O es de mañana ya, no lo sé bien) ya no pienso realmente bien.
No sé porque mi homónimo, aunque en mi mente mientras iba relatando sus pocos movimientos, sus pocas acciones y sus, todavía menos, pensamientos, lo veía con mi cara y le incorporaba tics y manías mías. Aunque no las narré. Todo el relato está lleno de omisiones que pueden ser rellenadas por los lectores machos que deben leer entre las líneas vacías.
O pueden no hacerlo. Yo realmente no sé porque estaba ese personaje homónimo triste con su matrimonio o porque soñaba con matarse. Sí sé que el decimosexto canto no corresponde a los suicidas, creo que es sobre los que comenten actos contra la naturaleza. Ahora que lo pienso pueden ser tanto suicidas como asesinos.
Tal vez no es necesario. Ni siquiera creo que sea un cuento. El tipo se levanta, va a buscar el arma a la sala de estar, se encierra en el baño, se quiere suicidar pero decide matar a su mujer que estaba durmiendo en su cama. Luego, se duerme seguro entre las sabanas manchadas y el cadáver todavía caliente.
Una historia simple. Que puede estar pasando en este momento, en esta madrugada... O ya es de mañana. Supongo que son como sueños que hay que sacarse del sistema, sino te enloquecen. Quizá ese personaje era yo, pero era el yo que no escribe, el que se vuelve loco y quiere matar a su esposa (Que yo no tengo).
O tal vez no soy yo. O sí en un futuro. Eso quiere decir que nunca fui a Brujas; ni a Praga. Tal vez debo ir allí para no terminar como ese Gastón.
Tal vez solo hay que esperar para que esta historia tenga muchas más hojas.
1 comentario:
hí te agregué a mis links suaznabar!!!
abraxo!
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