sábado, septiembre 06, 2008

Qué contar cuando no hay nada que contar

El corredor fuma en su sillón, mirando la pared delante suyo. El cenicero está sobre su estomago. El cenicero sube y baja al ritmo de sus respiraciones, cada tanto se bambolea allí tranquilo cuando tiene un escalofrío. Deja algo de cenizas y luego una nube de humo lo rodea esporádicamente. El corredor no puede escribir, sumido en recuerdos siente que todo lo que escribe es sobre lo mismo, cuando una de las cosas que más lo enorgullecía era ser multi-tematico.

El sábado es gris. Él está en el sillón desde que volvió del trabajo, afuera el lago está picado (muy). No nieva, no llueve todavía; pero hay fuertes vientos desde hace varios días. El corredor (Que es también el escritor, pero que a la vez no lo es) fuma tranquilo, habito que encontró en el sur, entre medio de almacenes y supermercados en las profundas soledades de las mañanas austeras.

El departamento es un revuelo de libros desordenados en pilas de altas alturas. No hay un orden en particular, diferentes autores y diferentes colores se mezclan entre ellos. Dentro de su cabeza juegan los recuerdos frugales que entran a veces a destiempo. Él con su remera de Escher (Con la metamorfosis de los peces a pescados) corta de mangas fuma tranquilo mientras piensa leer la segunda parte del cuarteto de Alejandría.

Quiere escribir una autobiografía de sus días pero siente que no puede. El departamento parece vacío luego de haber llegado hace tan poco al sur. La soledad pesa sobre sus hombros caídos mientras las nieve empieza a caer.

Nieve que hará todo imposible. El tráfico será imposible. En algún momento irá al baño, se sentará en la computadora e intentará escribir un cuento, hasta que se de cuenta que su cuenta redunda en lo contado. Los cuentos cuentan imágenes contadas en tan contadas veces que le molesta.

Tiene otra vez la idea de dejar de escribir y dejarse llevar por la locura. Que sus seres tomen el control de su mente y lo hagan hacer lo que ellos le dicen que haga. Aunque está tranquilo, dejándose lentamente sumir en la soledad. Abrazando la soledad del sur, sintiendo que es otra vez su estado. Estado que ahora abraza y que le sienta bien. Recordando una cita de Leonard Cohen y otra de Durrell.

Fuma lentamente, mientras el libro a su costado se cae al piso. Siente el frío, ve a los títeres sin cabeza pero que bailan porque él los quiere ver bailar un slowly esa noche.

El frío pesa sobre las ventanas.

No hará nada, el dolor de cabeza galopante se quedará a trasnochar mientras sueña estar en Brujas, o siendo perseguidos por pájaros en películas en blanco y negro, las películas que pesarán sobre su noche iluminándola en auras azules y colores estridentes.

Dejará de escribir un tiempo mientras su opuesto sigue en pie.

Porque se da cuenta que su autobiografía es aburrida. ¿Qué contar cuando no hay nada reseñable que contar?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo le diría al corredor que cuente azulejos, como cuando el apuro nos hace prescindir del libro en el baño

me gustó el link de los títeres sin cabeza, bien ahí

y el suaznabar de mi relato es el mismo que g, el chico alto que conocí en lo de Nelsi, así que si acá hay más de una persona las cosas claras por favor...

Luna dijo...

Será esa la esencia de la creación, no tener nada para contar de uno mismo?