PRESENTE.
Él está sentado en el coche, un ford escort verde, iluminado sólo por el cigarrillo. Jugaba con su anillo de casado, mirando las letras iluminadas de neón. El resplandor rojo y verde daba contra el auto, generando otro tipo de luces y reflejos. Miraba intensamente la panadería que estaba enfrente. Había movimientos dentro, la empleada estaba en la caja tomando mate.
Jugaba con el anillo de casado y cada tanto miraba la pistola 9mm que tenía entre las piernas. Cada vez que veía un auto, cada vez que algunas luces iluminaban el camino, su mano dejaba de jugar con su anillo y agarraba la pistola. Tranquilo, con su mano derecha, deslizaba su dedo índice en el gatillo y con el dedo gordo sacaba el seguro del arma. Todos los autos habían pasado. Cuando veía las luces rojas deslizaba el dedo gordo hasta el seguro y volvía a poner la pistola entre sus piernas, sobre sus muslos. Siempre se miraba los ojos en el pavonado del arma. Se veía y las pesadillas volvían. Volvían los gritos, los alaridos y los llantos de las victimas. Volvían como en un eco raro pero desaparecían porque él los hacía a un lado, porque realmente mucho no le importaba el pasado.
Él vivía en el presente. A lo sumo, planeaba el futuro. Con su mujer o sus actos.
Imagina el futuro.
Ve sin ver todo lo que pasará.
Ve un auto con las luces iluminando el camino. Iluminando cada recodo de los viejos adoquines que ilustran el camino. El auto irá lento, tranquilo. Lo conducirá otra persona ya que últimamente el sujeto no está manejando su propio auto, sino que otro lacayo lo conduce por él. El auto, podrá ser cualquier auto, todos cumplen con su cometido. Y la experiencia de las últimas veces que estuvo allí le dice que el auto siempre cambia.
Normalmente el auto para, el conductor para el motor y apaga las luces. El blanco baja por la puerta del acompañante. Él había parado el coche del lado impar de la calle, el auto del blanco paraba del lado par. Bajaba siempre mirándolo, bajaba siempre sin mirar más allá de su nariz viendo nada, medio dormido de las noches arengando a sus tropas de izquierda, arengando a las tropas para que las revoluciones sean eternas. Y él siempre lo miraba, con la luz apagada a unos metros, detallándose al personaje, intentando entender qué era lo que lo motivaba.
Él nunca los entendió, nunca supo bien por qué hacían lo que hacían. Al principio siempre intentaba sacar las respuestas con los golpes. Y las palabras que le llegaban no eran las que necesitaba, él necesitaba información para pasarla a los mandos superiores; algo lógico. En eso consistía su trabajo. Pero su manera de pasar el tiempo, cuando ya sabía que la persona no tenía nada más que cantar, era intentar entender qué era lo que los motivaba, qué era lo que los movía, por qué quería lo que querían. Nunca lo supo. Durante mucho tiempo primero les sacaba entre los dientes llenos de sangre y los ojos que miraban sin vida entre medio de los hematomas y los moretones, lo que necesitaba. Luego se dedicaba al placer. Para luego terminarlos. Cuando el fin se respiraba en el aire, ya sabía que no entendía lo que los motivaba, y cada vez los motivos eran más abstractos.
Era bueno, sólo bueno, usando los métodos convencionales. Era excelente usando los métodos puestos en práctica por Leopoldo Lugones hijo. Antes de entrar y hacer el trabajo, siempre contaba la historia de cómo a Polo se le había ocurrido usar ese método para sacar información. Por supuesto él realmente no sabía más que había sido uno de los primeros durante la presidencia de Uriburu. Pero tenía un cuento, que se mantenía siempre igual. Sólo cambiaban las aristas. Cambiaba la iluminación, el momento, el lugar. La perversidad del personaje se movía entre la pasión y el patriotismo. Citaba algunos pasajes de memoria de “La Guerra Gaucha”, pero nunca había leído el libro. Y siempre sus compañeros lo escuchaban atentamente, mientras contaba el primero momento. La historia se llegó a refinar tanto que ya nadie pensaba que era todo creado. Todos la consideraban real, aunque siempre escuchaban los cambios. Ya a nadie le importaba.
Pero al final, ya no contaba la historia. Él era pragmático, nunca se dejó llevar por ningún impulso que no fuera el que necesitaba para ese momento. Al final ya se daba cuenta que no había razón, que no había motivos. Entonces ya no se regodeaba en cuentos fantásticos de historias ficticias, ni siquiera se esforzaba demasiado. Muchas veces pensaba que era mejor una bala y a otra cosa. Como pragmático que era, sabía que todo termina. Y como pragmático que era ninguno que haya pasado por sus manos sobrevivía.
Tenía muchos nombres. A veces le decían Polo. A veces lo llamaban El literato. A veces lo llamaba el hombre. Otras veces era simplemente el turco. En otros lugares era el árabe. Si iba lejos era el porteño y si estaba en capital federal era el bonaerense. Si se movía era invisible y si se quedaba quieto no existía. Y así fue como su dibujo se fue diluyendo entre el recuerdo y quedo libre de culpa y cargo. Quedo libre porque era pragmático.
Y estaba sentado en el auto con su arma. Y veía lo que pasaba.
Veía que el blanco bajaría por la puerta de la derecha. Sacando el pie izquierdo primero y luego se pararía en la puerta. Normalmente la luz de neón le daba en la cara, iluminando su ropa negra. No importaba el calor o el frío que hiciera, la ropa negra era la constante. Cerraba la puerta el coche y se quedaba un rato hablando con el conductor. De espaldas a él, que lo miraba desde lejos. Aunque esa noche, se ve justo enfrente del blanco. Sabe que le gritará su nombre, este se dará vuelta para buscar de donde vinieron las palabras. No es desconfiado en su terruño. Se dará vuelta y lo verá sentado en su coche, será cuestión de segundos nomás, pero al ver sus ojos sabrá a qué vino. Y su rostro cambiará de pleno, su sonrisa y sus ojos dormidos se trastocarán en ojos llenos de pánico y un rostro compungido. Sabiendo que las cartas están echadas.
Muchos días pasó persiguiéndolo. Y muchas veces él supo que el blanco sabía que era perseguido. No era un tonto, muchas veces al ver las fotos, al ver sus ojos, eso que nunca cambia en la cara de una persona, notaba que detrás de sus palabras llenas de utopía había una crueldad extrema que no dejaría pasar ningún momento entre él y su sueño. Él sabía que el blanco había matado, usado un arma. Había estado metido en muchos ilegales. A veces lo miraba, a los ojos, y pensaba que la diferencia entre el blanco y él, era que el blanco era una persona con un ideal. Él era un pragmático venido a menos. Pero eso lo había mantenido vivo.
En el momento en que sus miradas se cruzarán, él apretaría dos o tres veces el gatillo. Suavemente apuntando al cuerpo. En esos momentos sentiría pena por no haber nacido con la puntería que necesitó en su vida. No era un hombre de una bala, era un hombre de varias hasta a veces demasiadas. En el momento en que los casquillos vuelen a su alrededor y los fogonazos iluminen su cara sin expresión estaría pensando en que un solo disparo en la cabeza hubiera sido más efectivo que varios en el cuerpo Pero era demasiado arriesgado un solo disparo, necesitaría varios y en el cuerpo. Por suerte el cuerpo enfundado en negro era bastante grande y estaba a una distancia prudencial.
Sabía que el blanco cuando se percatará de la situación intentaría agarrar el arma (una Glock 9mm negro mate que en operaciones usaba con silenciador) que llevaba a su espalda. Sería su último intento desesperado. Él, igual, tendría la pierna en el embrague con la primera puesta. Una vez que el cuerpo empezará a caer lo soltaría y el auto saldría arando con fuerza, con un rugido del motor que se tragaría toda la nafta de un solo saque.
Escaparía porque el conductor tardaría en prender el motor, y buscarlo. Él ya estaría lejos a dos o tres cuadras haciendo la ruta de escape que ya había planificado. Además siempre estaba la posibilidad de que el conductor se bajara y descargará su cargador en el coche, en esos casos se imaginaba rodeado de pedazos del vidrio de la luneta por todos lados. Pero ese caso era mejor, podría andar más tranquilo. Luego llegaría a su coche y dejaría sin ninguna huella digital el auto usado para el trabajo.
Tenía la plena seguridad que el blanco no usaría ningún hospital regular por más que llegará muerto. Sabía que ninguna denuncia sería hecha, aunque sí tenía la seguridad que su sequito de anarquistas lo iba a estar buscando. Por un tiempo. Nunca realmente sabrían quién era él. Nunca nadie lo supo. Ni siquiera él mismo sabía quien era.
Mira a la empleada que sigue tomando mate. Cada tanto aparece el panadero de la cocina con alguna canasta llena de flautitas o miñoncitos. Algunas veces aparece con unas grandes fuentes donde llevaba bolas de fraile, vigilantes y demás nombres que los anarquistas le habían dado a las facturas.
Mira por su espejo. Ve un auto que viene con las luces encendidas. Entonces toma su arma que reposaba en sus entrepiernas, con vigor toma por el mango. Su dedo índice queda en el pasamonte, mientras que con su mano izquierda retrae la corredera y una bala (la primera) queda en la recamara. El percutor está tranquilo en posición de disparo, su dedo gordo saca el seguro moviendo la pequeña palanquita. El auto viene lento, mientras su dedo índice derecho ahora reposa sobre el gatillo.
Relojea por el espejo el auto todo el tiempo. Algo le dice que ese auto es. Que esta a tiempo de vengar a la infidelidad de su mejor por las garras de ese hombre sin ideas. Ve a su esposa desnuda con ese hombre en su cama, él sabe que el blanco lo hizo porque sabía quién era él y se la quería pagar donde le doliera. La venganza será dulce. Será.
E imagina el futuro.
Al pie de la letra.
Y todo, es.
PASADO.
Wilmar llegó al edificio. No supo bien porqué pero miró para arriba, miró el cielo. Allí también se puso a contar los pisos. Él tenía que llegar al séptimo b. Lentamente se acerca a la botonera y se puso a buscar el séptimo b. Primero leyó los números, su dedo se posó en el primero y fue subiendo hasta llegar al séptimo. Una vez que su dedo estuvo en la séptima línea movió su dedo hasta la b. Notó que ese edificio en particular tenía hasta la d. Le gustó que las letras estuvieran en minúscula. Siempre las veía en mayúscula. Se dijo que hubiera estado bueno que los números fueran romanos, pero se dijo que en las minúsculas se le había ido todo el sentido de revolución a quien hubiera elegido eso.
Apretó el boto son la punta de su dedo índice. Pensó que ese era el dedo del gatillo. Apretó una vez larga y otra segunda vez mucho más corta. Se quedó con el dedo sobre el botón frío de metal. Su imaginación lo llevó a ver la Iglesia en Banfield, hacía años y años que no entraba a una iglesia. Recordó a la señora que estaba sentada en la puerta de rejas pidiendo monedas para darle de comer a su bebe que estaba aúpa de ella, dormido profundamente, con la boca abierta chorreando baba en el hombro de su madre. Wilmar pensó que eso era injusto, que el capitalismo dejaba, generaba más bien, la necesidad de gente muerta de hambre. Hurgó en sus bolsillos y encontró cuatro billetes de diez pesos, se los dio en la mano a la señora, poniéndoselos en la palma abierta y le cerro la mano contra esos billetes. Luego se alejo de la señora que le agradecía desde atrás, pero él no se dio vuelta ni le devolvió favores. Miró la Iglesia recién pintada de blanco, con las puertas de doble hoja de madera pesada, las rejas y los vítreo con figuras bíblicas, vio el dinero negado a la señora que estaba pidiendo monedas para comer gastado en el templo. Mientras daba los pasos para entrar la Iglesia pensó en: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”. Algunos feligreses pasaban por sus costados, eran deglutidos por la fe del templo. Metían sus dedos en el agua común bendecida por una persona de sangre y hueso como ellos y caminaban a los bancos para agacharse y rezarle al dios que sólo los escuchaba en el templo.
El sonido de una voz en medio de la lluvia eléctrica lo deshizo de sueños y recuerdos. La voz preguntó: “¿Quién es?” y él acercando su cara al intercomunicador, a ese receptor emisor de pequeños agujeros dice simplemente: “Wilmar” mientras que la persona no dijo ni subí, ni pasa ni nada de ese estilo; solamente el zumbido de la puerta le indicó que el mensaje había sido pasado y aceptado. Abrió la pesada puerta y entró al edificio. Vio espejos a ambos costados, se veía de negro, algo gordo. Había subido unos kilos. Al verse recordó una discusión que tenían normalmente Suaznabar y Julia sobre él. S decía que él era flaco y Julia sostenía que para lo que era Wilmar era gordo. Se reían de él, él lo sabía pero los quería a ambos, aunque la relación con Julia siempre fue espesa y tirante. Julia lo llamaba Willie para molestarlo, a él lo molestaba pero no tanto como ella pensaba que le molestaba.
Se veía en los espejos mientras pasó por el costado del escritorio del portero o la persona de seguridad, él no lo sabía, que en ese momento no estaba. Pasó al costado de los ascensores, viendo que uno estaba en el tercero y moviéndose, el otro estaba en el cuarto y estable, mientras que el último estaba allí. A él los ascensores lo molestaban, le generaban un mareo muy espeso mientras este se movía y todo el cuerpo se le iba para arriba cuando este paraba. Siempre subía por las escaleras. Así que busco en la puerta del costado y encontró las escaleras, iluminadas por una lamparita que disparaba luz amarilla
Emprendió la lucha con las escaleras, mientras volvió a verse en la Iglesia en Banfield. Había ido porque Ulises una noche, entre ginebras y picadas, le había contado una historia que le pasó una vez. Este le dijo que una vuelta, hacía un par de años, luego de regresa de su diáspora de diez años, había estado escuchando un inesperado discurso de Tomás Mancuria en el bar “París” sobre qué lo hacía escribir y qué lo hizo dejar de escribir. Mancuria se había equivocado de dirección y había entrado, se paró en el medio, mientras todos lo miraban y se preguntaban qué le pasaba a ese tipo. Alguno lo ha reconocido como el escritor que no publicaba más desde hacía por lo menos una década. Luego de ese evento peculiar, al salir del bar luego del escritor, nota que alguien le había robado la billetera. Supo que se la habían robado al salir nomás del bar, porque había pagado antes. Y nota a un cura, que iba mirando el contenido de su billetera. Lo persiguió pensando que no era cura, pero la ropa de los siervos del señor le llamaba mucho la atención. Hasta que llegaron a la Iglesia “Sagrada Familia” en el centro de Banfield, ahí Ulises le dijo que había tomado la comunión y el bautismo. El tipo vestido de cura, que al final era un cura, agarra la billetera cerca del canasto donde dejan el diezmo y tira todo el dinero (poco) que Ulises tenía en la billetera. Luego lo enfrentó y le preguntó si le podía devolver la billetera, el cura luego le contó que cada vez iba menos gente a las misas y que desde hacía algunos años para mantener a la Iglesia todos los curas habían desarrollado esas habilidades especiales. Ulises nunca recuperó la plata, pero le contó la historia entre carcajadas a Wilmar en el “Bar de Lito” mientras se metía un maní pelado y salado en la boca.
Ese día Wilmar supo que tenía que ir a la Iglesia a ver como el cura, plural, revisaban las billeteras que habían tomando en gracia del señor para depositar su contenido pecuniario en las canastas que estaban a ambos costados de la nave.
Entró y no vio más que a algunos feligreses sentados en los grandes bancos de madera. Una ráfaga de aire frío recorrió su cuerpo mientras subías las escaleras llegando al primer descanso a mitad de trayecto del primer piso. El escalofrío que tuvo fue muy similar al que le agarro al ver los murales y los dorados en las paredes del templo. Se sentó en uno de los largos bancos mirando a la gente que estaba arrodillaba con las manos unidas en puño delante de sus caras con los ojos cerrados, los labios se le movían pero no hablaban, le rezaban a Él o a su Hijo. O a la Virgen o a algún Santo. Vaya a saber a quién se dijo Wilmar. Estaba concentrado buscando a algún cura, para agarrarlo con las manos en la masa. No había creído la historia, si los veía en esa actitud sabría que él estaba en un camino mejor, en un camino mucho más correcto que los curas y, que tal vez, estos podrían ser llevados al camino de la anarquía que imperaba en el cielo y el infierno.
Pero no vio a ningún cura. Y se quedó distrayendo la mirada en una mujer bonita de casi cincuenta años que estaba sentada dos bancos adelante en la otra hilera. Estaba mirando el altar vacío donde el alter ego de Dios yacía colgado muriendo para volver al reino del padre. Notó en la mujer algo peculiar, estaba allí mirando pero no rezando. Se dio cuenta que estaba casada por el anillo dorado en su dedo anular. Tal vez hasta se había casado en esa misma iglesia.
Llego al segundo piso, viendo el gran dos pintado de negro en una pared lateral. Estaba medio cansado pero tenía que seguir. Se preguntó con qué fuerzas iba a sacarle la ropa, besarla y recorrerla si llegaba cansado. Pensó que tal vez era mejor tomar el ascensor, pero cuando sintió el ruido que se movía a su costado se dijo que un poco de ejercicio no le vendría para nada mal.
La mujer, la que vivía en el edificio, estaba sentada, su cara de perfil le había parecido a Wilmar hermosa y triste a la vez. La observó un largo rato, pensando en cómo sería esa mujer. Supo que era una católica devota, cuando vio el rosario en su mano. Se quedó pensando en revoluciones. Wilmar se dijo que esa mujer solo había hecho el amor (Si es que sentía amor) con su marido. Pensó que tal vez era una forma de ir destruyendo al catolicismo, de ganar la batalla contra la idea de un ente eterno y omnipresente, destruyendo la fe en las cosas que hay que hacer según él. Define una nueva forma de tergiversar la fe, buscando devotas y generando en ellas el deseo del pecado.
Probaría su teoría. Mientras ya esta en el quinto piso. Corrió un piso y transpiró, se siente cansado. Pero la mente no deja de traer el hecho que trajo todo ese experimento. Se acercó a la mujer, tranquilamente y se le puso a hablar. En susurros en la iglesia. Hacía mucho que no intentaba levantar a una mujer y, además, se dio cuenta que la mujer tenía una gran fe y una gran moral. La invitó a un café y ella rechazo entre pudores y mejillas coloradas. Pero siempre para Wilmar un “no” era un “conveceme, por favor” y siguió hablándole, generándole una confianza hablando sobre los libros del nuevo testamento, libros que Wilmar había leído desde la primera letra hasta la última. Su rezo era que si alguien iba a atacar a algo tenía que conocer. Wilmar era un experto en leyes y religión. Y conocía de personas, de a poco, poco a poco, fue comprando crédito y a la larga aceptó el café. Y al tiempo, la señora casada con una gran fe católica lo invitó a su departamento.
El séptimo b, donde Wilmar estaba. Parado mirando la puerta de metal. Golpea dos veces, repetidas y, luego, vuelve a golpear rítmicamente dos veces más. La puerta se abre.
Wilmar entra.
Piensa: Vamos a profanar el templo.
Era casi como ver al cura dejando el dinero de las billeteras robadas.
FUTURO.
Julia taconea por la vereda de largos dibujos geométricos. Las baldosas generan dos dibujos geométricos, la baldosa misma es un dibujo de cuatro bastones dentro de un cuadrado que al parecer es casi perfecto, y el dibujo que generan las baldosas en el piso, un gran rectángulo que recorre todo el piso. Baldosas iguales de dos colores. Un marrón raro y un blanco grisáceo de las pisadas.
Mira de nuevo el mensaje de texto de su celular. Suaznabar la había mandando para que ayude a Wilmar en todo lo que pudiera. Él estaba muy lejos y estaba volviendo rápido para ver a su amigo. Ella camina, taconeando, vestida para la reunión que tuvo que cancelar.
La noticia la golpeo como un mazazo. Pero siempre, ella y él, supieron que eso le podía pasa. Ella conocía sólo algunas historias, las que Suaznabar le contaba. Y había otras, que su marido conocía pero que no le contaba. También estaban las historias que Wilmar no les contaba a ninguno de los dos.
Busca la dirección, es una casa particular. Toca timbre, varias veces, no las cuenta, toca reiteradas veces muy seguidas. El tiempo se le hace eterno y piensa en el gordo Willie en la cama, o tirado en el piso sintiendo el peso de su propia sangre. Lo que le habían contado a ella no tenía mucho sentido.
Recuerda la llamada de Suaznabar, casi sin conversación le dijo: “Amor, anda a ver a Wilmar que enfrente de la panadería lo cagaron a tiros. Esta en lo del doctor, viste. Te mando la dirección por mensaje de texto. Esperamé allá, que voy. Te amo, nena. Te amo mucho.” La voz se le quebraba, y el llanto cada tanto lo invadía.
Salió una señora mayor que sin preguntar le abrió, primero la reja verde y luego la hizo pasar a la casa. Un olor a farmacia embargaba las habitaciones donde había gente esperando turno, algunos heridos de bala, otros con puñaladas. Matones y malevos pululaban por las habitaciones de la improvisa enfermería. El medico comunista, el único comunista en que confiaba Wilmar estaba esperándola.
Le informa del estado de Wilmar y la deja pasar.
Julia ve a Wilmar en la cama, con tubos por todos lados. Dormido, el medico le dijo, “estable, pero grave”. Julia le habla al oído a Willie, le dice: “Hola gordo, soy Julia... Ponete bien tonto, S está viniendo para verte... No nos podes dejar solos, Wilmar... Qué hacemos sin vos, todos”. Las lagrimas se le juntaban en los ojos.
Sale de la sala, llorando. Y se sienta en una silla que encontró desocupada mientras la señora que le había abierto la puerta le trae un vaso con agua que ella toma y agradece. Toma pequeños sorbos de agua mientras las lagrimas le inundan la cara.
Wilmar es el sustento de Suaznabar, ella lo sabe. S no sería él mismo sin dos personas que son ella misma y su mejor amigo. Muchas veces ella los ha visto hablar son palabras, ella cela mucho a Wilmar porque a veces piensa que... “Tonterías” se dice.
Aunque Wilmar nunca estuvo de acuerdo con que Suaznabar se case con ella, no por ella, sino por la institución del casamiento, Julia sabía que él la apreciaba, y mucho. Por más que la tensión en el aire sea muy grande cuando están los dos en la sala.
Lo recuerda al gordo, de negro, la primera vez que lo vio. Ella llora con recuerdos frescos en la mente, como pintados con brocha gorda con colores extemporáneos. Wilmar acercándose el día que su abuelo entró al hospital para morir meses más tarde. Ella estaba separada de Suaznabar, estaban peleados en ese momento, Wilmar fue, la consoló y le dijo que se lo diría a S. Ella no respondió, quería verlo, necesitaba verlo pero tenía mucho miedo de pedírselo. Y Willie en sus palabras encontró la necesidad no verbalizada, yendo al trabajo de S y poniéndolo al corriente de todo. Ese fue el momento fundacional de su segundo noviazgo, su eventual casamiento y su vida en común.
Ella se tapaba la cara, llorando. Mientras los anarquistas con números primos no correlativos de Wilmar la intentaban consolar. Ninguno sabía exactamente qué había pasado, solo tenían lo que contaba el anarquista N°7, que era él que manejaba el auto esa madrugada.
Le decía, y repetía, y le repetía a todo el que preguntaba. Que los disparos habían salido de un auto estacionado enfrente de la panadería. Luego de descargar varios disparos en el pecho de Wilmar salió arando con rumbo Lanús. “Intenté perseguirlo, pero fue en vano... A la larga encontré el auto estacionado, pero ya lo había abandonado”. Al rato decía que antes de los disparos el tipo grito: “Ey” y luego seguido por un: “Sic semper tyrannis”. Ahí terminaba el relato del anarquista.
A Julia le llamaba mucho la atención la frase en latín, ella sabía que era lo que había dicho el actor John Wilkes Booth al matar a Lincoln en el teatro. Se queda pensando en el “Así siempre a los tiranos” sabiendo que quizá sea la única pista realmente fuerte que tienen para hallar al autor de los disparos.
¿Quién podría considerar tirano a Wilmar? Se queda pensando mientras ve a Suaznabar que entra corriendo, él la ve. Se acerca para abrazarla y besarle, le pregunta dónde esta Wilmar. Ella le dice, cuando el medico sale de la habitación donde Wilmar estaba yendo de tubos y les habla a todos los presentes informándoles las noticias.
3 comentarios:
Notas:
7 hojas de word sin interlineado.
No leído luego de escrito.
trabajo de un par de horas.
Los párrafos "El sonido..." y "A Julia..." no tienen porque estar en bastardillas, pero el bastardo de blogger quiere que estén así.
Cuando lo relea, este comentario será suprimido.
Emprendí la lectura con la idea de hacerlo por partes, ya que el texto mismo estaba dividido en tres: presente, pasado y futuro. Preanunciado como largo, supuse que así podría dedicarle a cada fragmento su tiempo. Pero una vez más, el autor me ha jugado una mala pasada y no pude detenerme en el primer punto y aparte. Tuve que seguir. Y una vez que pasé ese umbral, llegué hasta el final. Atrapante desde las primeras oraciones, me permitió, ahondar en el conocimiento de los personajes que todavía me parecían extraños. Detalles, citas del pasado, me dieron pequeñas pistas de estos habitués del sitio.
Nada puedo decir de la parte literaria, porque no es lo mío, sólo mis sensaciones como lectora.
Saludos
gracias!
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