martes, diciembre 30, 2008

El Pintor

Abre los ojos antes que el despertador empiece a pitar y a pitar. La luz roja de los números lo golpea en los ojos parcialmente abiertos y, aunque está despierto, todavía no entiende bien en dónde se despertó y porqué esta despierto. Remolonea en la cama, girando para la derecha y para la izquierda, se destapa.

El despertador empieza a pitar y a pitar en el tono estridente que más le molesta. Y él extiende la mano para apagarlo. Aunque ya tiene los ojos abiertos le cuesta encontrar el botón que apaga el aparato. No es la oscuridad que lo rodea lo que hace que le cueste, sino que es la ausencia de razón y conocimiento pleno al despertarse. Eventualmente, a pulso, a tacto, en incertidumbres, lo logra. Gira el cuerpo sobre la cama sintiendo el calor que había estado y que en ese momento ya se había ido. Una sonrisa se dibuja en su rostro, piensa que no tiene que echar a nadie por la puerta esa noche.

Se levanta de la cama. Se sienta en ella, mira la ventana abierta. Sus pies buscan las chinelas que están al borde de la cama, entran perfectos como una acción remota. Entraba una penumbra amarillenta por la ventana, el farol de la calle daba justo en su segundo piso. Agarra de la mesita de luz la botella con alguna clase de bebida alcoholica, una botella transparente sin marca. El liquido era incoloro y claro. No tenía ningún recuerdo que eso haya estado ahí, pero no le molesta. Toma un largo sorbo del el pico que le estremece hasta el alma.

Se para, desnudo y va hasta el baño. Prende la luz. Se mira en el espejo. Las canas, las ojeras, la nariz grande y aguileña, la panza, el mismo tipo todos los días nada más que un poco más viejo, más huraño, con menos sueños. Se toca la panza que cada vez estaba más grande. Se golpea rítmicamente haciendo un ruido hueco, de tambor tribal. Se enjuaga los ojos y se limpia un poco la cara.

Vuelve a su gran habitación en penumbras azuladas y el olor a sexo lo golpea como una pared. Se había desacostumbrado en el baño del olor, sintiendo el olor a jazmín del jabón. Camina hasta la ventana, un gran ventanal por donde entra toda la luz de la mañana en la mañana y por donde entra toda la luz del farol en la noche. Se para allí y primero mira el cielo. Busca las estrellas y ve sólo unas pocas. Recordó cuando en su infancia se podían ver casi todas las estrellas desde el suburbio; su hermano mayor le había enseñado el nombre de unas pocas constelaciones. Mira hacia abajo, la calle adoquinada y ve a un auto acercándose en ralentí, (Un Renault 21, en la noche el gris oscuro parecía negro) que para enfrente de su atelier. Bajan dos personas, una se queda fumando en la calle, un cigarrillo que enciende ni bien baja, mientras habla con la otra persona. El que fumaba se apoya en el capo de auto y le hace gestos ampulosos de “no me importa mucho”. La otra se dirige hasta la puerta de entrada del departamento del pintor y aprieta el timbre.

Escucha el timbre. Toca sin ritmo, un solo pitido largo y seco. El pintor imita el ruido. Genera su onomatopeya. Por un momento el pintor siente bronca contra la persona. Le molesta que se cuelguen del botón. Se pone una bata blanca para tapar su desnudez y baja las escaleras a las apuradas, para abrir la puerta al modelo. Llega al gran galpón donde estaban las pinturas, los lienzos y los trabajos terminados. Cada paso retumba en el galpón, el sonido de sus chinelas hace eco en las paredes vacías. Cruza el galpón al galope sintiendo el esfuerzo de estar hasta hace un rato dormido y ya estar caminando a la puerta a una velocidad considerable.

Llega al gran portón de doble hoja, una madera pintada de verde militar que se estaba descascarando lentamente. Una vez allí agarra el candado y hace el gesto de meterse la mano en el bolsillo, pero recuerda que sólo tiene puesta la bata. Vuelve sobre sus pasos hasta una mesita cerca de la escalera y agarra la llave del candado. En la puerta abre el candado primer y luego desenreda la cadena que estaba entre las dos puertas. Abre lentamente una hoja y saca la cabeza. Lo ve, este le sonríe y el pintor lo hace pasar.

Wilmar entra lentamente mirando a ambos costados, sin saludarlo más que con la sonrisa que le depositó antes en la puerta. El pintor enrosca de nuevo la cadena y pone el candado entre los eslabones pero sin cerrarlo. Se da vuelta y lo ve mirando los lienzos, las copias de las grandes pinturas que le había encargado. Le dice que lo espere “un chiquitín” y sube hasta su habitación. Busca sus ropas de trabajo y se pone unos jeans todos manchados con motas de pintura y también una remera blanca que encontró tirada encima de una silla. Ahí también estaba su calzoncillo y más allá las medias mostrado el camino hasta la cama. Tenía algo de frío pero así fue como bajo. Todavía Wilmar estaba admirando y observando las pinturas que le había encargado.

“Muy buenas” le dice Wilmar “Creo que esta vez te esmeraste”.

“Sí” le responde él desde la escalera, caminando lentamente inclinado para mirar bien su obra “Esta vez intenté ponerle el mayor esmero que se le pueda dar”.

Él rebusca entre las obras y le muestra una en especial (Pareja, se llama). Está mucho más orgulloso de esa reproducción que de cualquiera de las otras. Wilmar se acerca y mira sobre su hombro, “La verdad, y te lo digo sin ningún dejo de ironía, que es hasta mejor que el original. Y yo lo tuve varias veces enfrente de mis ojos”. El pintor no puede hacer más que alegrarse, una gran sonrisa matinal en su cara.

Él se queda mirando la pintura un rato más, buscando sus defectos, buscando la forma en que sea identificada y no las encuentra. “La verdad que me gustaría que uno de los llamados expertos le hiciera una prueba para validar o desacreditar su autenticidad. Es una pena que nadie lo haga” y Wilmar que se estaba sentando en una taburete le dice desde allí “el experto dueño de los originales nunca se va a dar cuenta que han sido reemplazadas... Y tendrá tus reproducciones que las admirará como los originales el resto de su vida”.

El pintor se queda pensando en cómo ese se quedará viendo sus reproducciones.

Se sienta en el taburete, como otras tantas veces había posado en esos últimos días. Tranquilamente va tomando posición, mientras el pintor se pone detrás del lienzo a medio hacer. Mira el lienzo y mira a su modelo, que miraba al cielo. Al rato lo mira, haciéndole un gesto de “¿Así está bien, no?” y afirma con la cabeza.

Empieza a tomar el pincel y remarcar los contornos. Buscando la perfecta conjunción entre el modelo y todo lo demás. Las banderas roja y negras detrás, las cabezas de todos los muchachos, la masa, el pueblo.

Recuerda el momento en que llegó a su casa por primera vez. Era de día, un par de meses atrás. Lo hizo pasar mientras el pintor estaba trenzado en una reproducción de Paolo Uccelo; haciéndola para un amigo que quería tener los tres cuadros como se deberían ver en los museos.

Ese día Wilmar se presentó, sentadose en uno de los pocos sillones le propuso hacer varías copias, uso esa palabra. Aclarando que le iba a ser muy redituable. El pintor tardó en aceptar y luego hablaron sobre cuales iban a ser las obras. El modelo mencionó una por una, leyendo de una lista que sacó del bolsillo interior de su blazer negro. En ese momento el pintor empezó a sentir un escozor, estaba contra grandes obras.

Primero se negó. Estaba intentando no hacer más copias. Estaba intentando dejar de lado a sus antiguos pagadores. Wilmar luego alabo sus obras, hablo de que eran las mejores que él hubiera visto.

“Preguntado por ahí” dijo Wilmar esa tarde “todos me recomendaron una persona. A vos”, en ese momento el pintor le ofrecía un trago y se sentaba en el taburete donde en ese momento estaba sentado Wilmar, ahora posando como modelo.

Aceptó luego de estar hablando un buen rato. El modelo le dijo que además a todo, él quería que fuese inmortalizado en un lienzo. Le dijo que ese lienzo iba a ser puesto a los lados de las copias que el iba a hacer, iba a ser el único vestigio del crimen; pero las obras iban a estar allí todavía, nada más “Que tus copias” le dijo Wilmar; “Así que esforzate, nadie se tiene que dar cuenta”. Al Pintor eso le pareció una tontería e intentó disuadir al modelo de esa parte del plan, más que nada por su propia seguridad.

El pintor empezó a decir que no quería más hacer copias. Sólo hacía reproducciones desde ese momento. “Y... ¿Cuál es la diferencia?” Le preguntó.

“Ahora soy legal” Le dijo el Pintor.

“Legalidad o ilegalidad. Es todo lo mismo. No importa. Al final sos pintor”

“Yo no soy pintor. Trabajo copiando. Soy copista, soy el reproductor. ¿Te das cuenta? Yo soy la imprenta de los pintores... Yo soy la imprenta.” Dijo.

“No... No es así. Quizá sí lo tuyo no sea una IDEA original. Pero vos no sos una imprenta; vos estás creando un original. Vos... Como pintor, estas creando una nueva obra de arte. Estas creando algo nuevo. Tus trazos, por más que se parezcan a los antes dados por el gran artista, son tus trazos. Trazos nuevos generando una nueva obra”. El pintor se quedó callado, nunca nadie le había dicho algo así.

Luego Wilmar siguió. “además, pensalo así. Tu trabajo es genial. Tu trabajo va a ser admirado por un crítico... Y esto no te lo dije antes, por el mismo crítico que debastó tus creaciones (Qué muy buenas eran), pensando que son los originales. Y este tipo, las va a ver con mucho más brillo que las que las veía antes. Va a ver tus originales. Va a ver tu obra. La obra de un pintor. La obra de un creador. Vos... Creas... Siempre”.

El pintor ese día se quedó pensando en la crítica, en cómo había destruido sus intento de crear nuevas obras y lo habían dejado en la calle, encontrando un nicho mucho más lucrativo que morirse de hambre años hasta ser descubierto. Encontró el fabuloso mundo de las copias, y se encontró en un mundo que le daba una buena vida, pagaba bien. Pero en el que había perdido su conciencia artística, había perdido la voz. Esa voz que los críticos tanto habían fustigado por tanto tiempo.

Luego Wilmar lanza la pregunta al aire: “¿Qué era Pollock antes que Peggy Guggeheim dijera que era genial? Realmente era poco. Poco y nada. Sólo hace falta que alguien, con voz y que la voz sea reconocida, diga que sos genial para que lo seas. Y Pollock antes de esa voz era genial y lo fue después. Vos eras genial antes de que esa voz dijera que eras malo y serás genial después de esa vos. Sos genial. Por eso te elegí. Para que además generes algo nuevo. A mí. ¿Quién mejor que vos? Generamos anarquía en el arte cambiando tus obras con las originales; luego se las regalamos a instituciones como reproducciones. Todo así sigue su curso. Estamos yendo en contra de las voces. Destruimos las ficciones sociales. El arte esta lleno de ficciones. Son todas estipulaciones. La crítica alaba o destruye. Y muchas veces a la misma persona en diferentes periodos. Hay que ser. Hay que acabar con todo. Le vamos a sacar los originales a este tipo, le vamos a dejar tus obras. Obras nuevas, únicas; y las otras las regalamos por ahí. Y además le dejamos algo que va a valer mucho en el futuro...”

Pero mientras posaba, Wilmar no hablaba. Sólo hacía gestos extraños. Gestos de impaciencia, sus ojos tenían algo extraño

“¿Qué te pasa, che? Estas como raro”

“Sabes qué”, le responde Wilmar, “No lo sé. Pero hace bastante tiempo estoy así.”

Y el pintor, pinta. Da pinceladas en el lienzo.

“¿Crees en el destino, Wilmar” Le pregunta el pintor para armar conversacón.

“Creo en la casualidad, no creo en los caminos, en los dioses o los estados. No puedo creer en la causalidad de las cosas” le responde, pero sin pasión, sin vida.

Wilmar mira la hora y le pregunta si se puede ir. El pintor le dice que sí, ya le falta muy poco, sólo algunos retoques para terminar el cuadro. Sabe que cuando hagan el cambio de los originales por sus reproducciones también dejarán el cuadro con el retrato de Wilmar.

El pintor esta dando los últimos trazos al cuadro. Con cada trazo que da, con cada último trazo que da; también está dando los disparos salen de la pistola, atravesándolo. Y mientras el cuerpo de Wilmar se desangra en la calle adoquinada, mientras sus compañeros anarquistas lo ayudan y lo suben al coche; el Pintor mira su obra terminada. Ve a Wilmar vivo en los ojos; mientras los otros ojos ve el techo de un coche con sus manos llenas de sangre.

Rojo y negro en su ropa. Roja sangre en el pecho. Roja pintura fue la de los últimos trazos.

5 comentarios:

Eclipse dijo...

¿"a pitar y a piar"? Está bastante raro eso.
Fuera de eso, me gustó, una escena mañanera muy imaginable, puedo verla, sentir la pesadez en los ojos y la pereza del cuerpo cansado.
Puedo hasta sentir la tibieza casi inexplicable de la ausencia...

g. dijo...

Igual que "Misma" este es uno de los relatos que hay que seguir dando vueltas.
La idea es valida y no está del todo plasmada en el texto.
Es todo de la misma "saga".

Luna dijo...

Creo que me falta alguna pieza del rompecabezas para comprenderlo totalmente.

Crudo final.
Saludos

g. dijo...

Bueno.
Es la Cuarta versión que está colgada.
Así que...
Todavía no estoy del todo satisfecho; mi idea era otra cosa. Termine escribiendo algo más.

No sé; supongo que seguiré dandole vueltas, el problema es que ya vienen otras ideas atrás.

Pero bueno, si alguna lo relee, digame que le parecen los cambios, y si, los notan.

Al principio era un par de párrafos.
Luego una hoja.
Hasta ayer eran dos.
Hoy ya son cuatro (Bahh, tres y un poquito).

Supongo que lo dejaré así, aunque no me termine de convenser.

Luna dijo...

Lo veo enriquecido. La parte agregada del "copista" es más contundente, encadena mejor la historia.
Me encantó el paralelismo temporal entre las últimas pinceladas y los disparos. Nada más para decir.

Besos