martes, diciembre 02, 2008

Visiones de ella.

“Little is left to tell”.

Samuel Beckett.





Un relámpago entró por la ventana.

O mejor dicho, al acaecer el relámpago la luz que este proyectó sobre la tierra entró brevemente por la ventana abierta de par en par. La luz, infinita pero efímera, deja ver a los amantes regularmente ocasionales en la cama, acostados, desnudos. También singularmente efímeros.

La mujer estaba enroscada al cuerpo de él. Compartiendo transpiración en la noche fresca. Hacía que dormía, con los ojos cerrados, lo sentía como mucho antes lo había presentido. Respirando secamente el olor que emanaba de él. Mientras tanto, él, miraba por la ventana abierta el cielo encapotado. Fumando un cigarrillo rubio, Gauloises, con el cenicero apoyado en su estomago que subía y bajaba con las respiraciones cansadas que daba.

Por la ventaba entraba la luz mortecina de la noche. Esa luz sombría que no ilumina pero que una vez que los ojos se acostumbran a ella dejan ver entre medio de las sombras imágenes que están o imágenes que alguna vez estuvieron. Daba una pitada inconsistente mientras veía como las nubes (Negras, tupidas, espesas, espléndidas, bellas) cada tanto tapaban a la luna creciente.

La mujer roncaba cada vez más fuerte. Se podía mantener menos despierta, las penumbras y el cansancio ganaban la batalla contra la conciencia. Se dormía, cada vez se hacía menos la. Una sonrisa se formó en el rostro de la mujer cuando volvió a sentir la fuerza del cuerpo que reposaba al lado suyo.

Las nubes habían tomado todo el cielo nocturno. Los relámpagos eran cada vez más habituales pero él no escuchaba los truenos. O los sonidos no llegaban hasta él o los truenos (El crujir del cielo) no se producían. Aunque nada de esto le importaba a él. Él tenía los ojos clavados en el cielo, miraba por la ventaba, miraba para arriba, miraba al cielo. Miraba pero no veía. En sus ojos no estaban las nubes que tapaban la luna y las estrellas. No estaba la luz rojiza que se escapaba por entre medio de los pliegues que se dejaban ver.

Él pensaba en los momentos objetivos del día. Notaba lo objetivo que era estar ahí tirado, en la cama, con la mujer. Se habían encontrado de casualidad. La mujer estaba mirando una vidriera de colores y él estaba fumando en la esquina cerca de la ochava. Haciendo nada, simplemente dejando pasar el tiempo, la mujer que siempre lo había querido en secreto, se le acercó entre las personas anónimas y ajenas al encuentro de dos conocidos cuando el día era luminoso y el sol arreciaba, ofreciendo un calor espantoso para la época del año. Él vio en los ojos de la mujer, algo. Un cierto encantamiento que la hizo invitarla a tomar un café (Aunque termino siendo helado, por el calor). Luego la invitó a una cena. Y al caer la noche y las nubes, a su casa.

Habían hecho el amor. La mujer había hecho el amor con él. Y él había hecho el amor con ella. Entonces, quizá, no habían hecho el amor. Sino que habían hecho el amor separados en el mismo cuerpo.

Sus curvas sedosas se mezclaban con el recuerdo, mientras recorría los valles de su cuerpo buscaba las señas de identidad que indicaban el camino ya recorrido tantas veces. Mientras la mujer gemía en idiomas extraños él escuchaba los sonidos del amor perdido en tiernos momentos de pasión. Mientras mordía sus pezones, no eran los senos que tenía enfrente de su nariz los que veía, eran los que soñaba todas las noches, en silencio, en lagrimas, los que mordía. Las cosas que decía eran escuchadas por la mujer, mientras eran dichos para ella.

En toda la tarde, desde que vio algo en los ojos de la mujer, él no estuvo con la mujer. Estuvo con ella. La mujer había mutado de alma. Él había visto la trasmigración del alma de ella al cuerpo de la mujer. Los chistes, las caricias, las sonrisas y los besos, eran simplemente para la que no estaba allí. Se podía decir que él no veía a la mujer que tenía enfrente sino que veía lo que quería ver. A la que había perdido en el paso del tiempo, con desidia o con acción.

Da una última pitada al cigarrillo. Una larga pitada. Iluminando su cara con luz espectral, amarilla y rojiza. Tira el cigarrillo por la ventana abierta. Desde su posición no lo ve volar, no ve su vuelo en forma de campana, dejando el trazo de color naranja y humo azulado. Tampoco lo ve caer en el pasto dos pisos debajo de donde está. No le importa. Mirando las nubes, sabe que detrás de ellas está la luna. Escondida, agazapada, esperando aparecer en cuanto las nubes se desentiendan de ella. Miraba el cielo, buscando la luna. Él, en sí, veía la luna como sentía a su lado a ella.

Pero en las dicotomías de la vida, sabía que el cuerpo que estaba dormido a su lado no era el de ella, sino que era el de la mujer. Y también sabía que la luna estaba detrás de las nubes, escondida. Quería ver la luna, porque ellos muchas noches, de invierno o verano, se la habían pasado en esa misma cama, mirando el cielo, buscando el mar de la tranquilidad y diferentes lugares reconocibles del satélite. Se imaginaba que en esa noche de viernes, ella también estaba en su cama viendo la luna, o esperando ver la luna.

Quería que por un instante sus dos miradas recorrieran el mismo camino para llegar al mismo punto. Juntándose en la meta, estando juntos otra vez en la luna. En la superficie blanca de la luna, viéndose polvo cósmico, evanescente.

La mujer se mueve y patea, y lo saca del ensueño que se diluye entre realidades desparejas y apariencias objetivas. Prefería la hermosura de lo subjetivo, ese mundo que no cambia mas que en ciertos aspectos. Andaba caminando por el mundo onírico, el mundo de la fantasía donde ella estaba junto a él.

...”Mataría por un cigarrillo”, se dice ella desde el escritorio; sintiendo una presencia rara e inoportuna. Una ráfaga de viento abre la puerta que da al fondo, se toma los hombros y analiza a los hombres. Se le pone la piel de gallina al escuchar unas palabras fantasmas llevadas por el viento. Se levanta y va hasta la puerta de vidrio esmerilado que golpea por el viento contra el marco. Antes de cerrarla mira el cielo encapotado, amenazante de lluvia y piedras...

Espera el eco de las palabras que susurro. La mujer a su costado abre los ojos, amenazante de plegarias desatendidas. Mientras le besa el hombro y se acurruca entre su cuerpo, enredando las piernas en las de él, escondiendo su cara entre su cuello y el colchón, mientras un beso embustero lo lleva de nuevo hacia ella.

La lluvia, empieza, como todo, de a poco. Tirando primero un hilo muy fino de gotas. Que con el tiempo se van engrosando entre los corazones de los amantes que miran la lluvia caer, pensando si la han visto alguna vez tan linda. Empiezan a caer repetidas gotas, con más fuerza, con más poder. La lluvia empieza a golpear contra el techo y contra el marco de la ventana. Las esquirlas de la lluvia empiezan a dar contra su cuerpo desnudo, despertándolo de las fantasías.

Él mira a la mujer, viendo a ella. Las visiones de ella eran cada vez más frecuentes en su vida, mientras que las mujeres eran sinónimos de vidas pasadas. Todas iban adquiriendo las formas, los colores, los matices, los encantos y los recuerdos de ella.

Por primera vez la abraza, objetivamente a la mujer pero subjetivamente a ella. Y a las visiones de ella le dice,

Te amo

aspirando el todavía como en un paréntesis silencioso. Y escucha en unas palabras ajenas, pero que en los segundos siguientes a ser pronunciadas el recuerdo las transforma en ficción y las retuerce, las crea y procrea a la forma en que él quiere que sean:

Yo también

Y él la abraza, la besa y le hace el amor a ella, en el cuerpo de la mujer.







6 comentarios:

Luna dijo...

Es posible que nos enamoremos siempre de la misma persona pero en distintas versiones, distintos cuerpos, buscando el correcto, el que nos corresponde.
En el relato es al revés, la perfección ya existió y fue perdida (supongo) y el protagonista no se resigna y sigue buscándola en otras, o sabe que está con otras y prefiere ignorarlo, cerrar los ojos y soñar que es ella.
El problema es que aunque uno haga el amor con otro soñando que está con quien sigue amando, el otro no puede responder igual, la comunión no existe. El oasis resulta ser un espejismo. Y termina siendo sólo sexo.

Saludos

maga dijo...

Pavor, no sea exagerado!, jaja. Beso.

lexi dijo...

yo tampoco te leo más!
x eso dije adiós en el anterior post, suerte!

Ayelen dijo...

Siempre me gustó la idea de que dos personas se junten por una mirada en común desde distintos puntos de vista, desde distintos lugares. Lastima que uno no vive con pantallas divididas para verlo, aunque a veces no haga falta y otras veces sea mejor no saberlo!

Saludos!

Eclipse dijo...

me hizo acordar al texto de girondo "transmigraciones".
interesate, pero su obsesión debería acabar, mister yi, y disfrutar una "comunión plenaria" (ufff... me salió todo girondo de adentro, pero sepa que es bueno que me produzca eso)
Besos
La Botija.

Cloe dijo...

Hermoso comienzo con Becket y sus palabras iniciales de "Ohio Impromptu". Yo lo hubiese terminado también como él:
“Nothing is left to tell”

Y en el medio una historia de amor corrompida por el destino.

Abrazo