Da vuelta una hoja de lo que está leyendo. El libro en sus manos. Está debajo de un velador de pie. En una silla otomana. Tenía el libro agarrado desde debajo, con los dedos sobre las hojas. Leía. Lee. Pero su mente cada tanto no recoge las imágenes que le presenta lo que lee, sino que recuerdos u momentos que vienen casi sin pedirlos. Sin insistencia las imágenes aparecen en su mente. Lo toman todo, mezclándose con todos los acontecimientos del libro. Las cosas que pasan se mezclan con las cosas que siente. La luz del velador de pie le da justo a las hojas, las dos que tiene abiertas. Alguna sombra se mezcla con algún movimiento que hace. La sombra cada tanto hace que se vuelva a mover para poder leer bien. Lee. Sin mirar donde lee. En su silla otomana. Con la espalda un poco arqueada. El medico siempre le dice que debe mejorar su posición. Siempre afirma pero nunca cumple. La luz de la televisión ilumina con luz azul el resto de la habitación. Casi todo está en penumbras. Sólo iluminado por el reflejo de la luz blanca del velador y de la luz azulada de la televisión. No hay casi sonido. Más que el zumbido que sale de la televisión prendida. La televisión está en mudo. “Sos mi día y mi noche”. No sabe si eso es algo que dice alguien en el libro. O si es un recuerdo. Si es un eco. Pero lee. O al ojo casual le parece que lee. Si levantará la mirada, cosa que nunca hace, vería su casa. Una habitación larga y rectangular. La ventana está abierta. Entra la luz de la noche. La lluvia golpea contra la ventana y la ensucia con agua. En una de las paredes están las bibliotecas. Estantes eternos llenos de libros de diferentes tamaños, colores, alturas. Diferentes lomos, editoriales, dibujos y autores. En esos mismos estantes también hay muchas fotos de personas más o menos importantes. Algunas personas vivas. Otras personas muertas. Algunas personas que ya no estaban, pero sus fotos seguían ahí. Había una sola foto que estaba dada vuelta. Mirando para los libros. Esa sola foto. También había muchos souvenires. Algunos que había comprado. Otros que le habían regalado. Algunos que habían quedado. En el medio del cuarto hay una mesa redonda. Seis sillas. Todavía estaba el plato en el que había comido en la mesa. Todavía estaba la botella y el vaso. Medio lleno. O medio vacío. No acostumbraba recoger los trastes al rato de comer. Estarían allí toda la noche. Una mesa pequeña de vidrio. Más cucherías. La música había terminado hacía largo tiempo. Un suave jazz que modulaba las emociones del lugar. Del lector. Lee. A veces hasta toma algún apunte de alguna cita o de alguna idea en un cuadernito verde que tiene a su costado. La lapicera es Parker, de tinta negra. Más allá el gran sillón, donde estaba apoyado el teléfono inalámbrico. A veces sonaba. No atendía. A veces también sonaba el teléfono celular. Ese estaba a su costado. Cuando sonaba bajaba por un rato la vista, leía en la pantalla. Tampoco atendía. Había varios veladores cerca de la escalera, cerca del escritorio con la computadora. Prendida, pero el monitor estaba apagado. En algún momento pensó en pararse y mover el mouse. No lo hizo. No se movió. La escalera llevaba arriba. Arriba estaba la habitación. Las luces de arriba estaban prendidas. Los sonidos de la lluvia cada tanto retumbaban en el interior de la casa. Algunas veces la escalera crujía por la madera. Un gato recorría el lugar. Maullaba. Maúlla. Lee. “Sos el cielo y la noche”. No sabe si lo que lee lo leyó en verdad o si lo que lee lo imaginó en mentira. En la lectura se le mezclan los pasados. Reverberan los futuros. Se vive el presente en letras de molde. Todo se mezcla y todo se mueve. Todo está en constante y eterno movimiento. Intenta agarrar el presente. Pero el presente ya lo leyó unas paginas atrás. El presente está en la última letra cuando está todavía asimilando la primera. La televisión cambia el color de su luz. Ya no es azul. Ahora es luz blanca. Un predicador predica sin palabras. Sólo con movimientos de brazos. El gato pasa sobre el mouse. Pisa el teclado. La luz del monitor aparece como un fantasma delante de sus ojos. Se mueve en el sillón otomano rojo. Su mano libre agarra una de sus rodillas. La humedad se pega a las paredes. Un mosquito vuela sobre la gata. El mundo externo es lluvia y noche. Lee. Lee palabras en el papel blanco. Cada tanto con un lápiz de mina subraya. Prolijamente subraya. Estudia. Tal vez estudia. Parciales. Finales. Tesis. “Las estrellas en el cielo. El camino de los navegantes”. El trazo es muy fino. Y es muy fino la línea que crea. Que creo. La mina se quiebra y cae. Por un momento la sigue con la vista. Pero se pierde eternamente. Aprieta dos, tres veces el botón. Milagrosamente aparece más mina. Por mecanismos y resortes aparece más mina. Una caja negra. Está llegando al final de la segunda hoja que tiene. Sus ojos por un momento se levantan de la hoja y miran la penumbra luminosa. Mira. Mira sin ver. Ahí también está el pasado. En ese lugar está el presente. Pero también ve el futuro. O ve el futuro que creía ver en el pasado. Pensado. Imagina con lo que lee. O lee con lo que imagina. Tal vez ni lee. Tal vez leyó. Quizá sus ojos pasan por las letras de molde. Letras que forman palabras. Palabras que forman oraciones. Oraciones que forman párrafos. Párrafos que terminan en hojas. Números en el final de la página. Su mano suelta su rodilla. Sus dedos toman la hoja. La levanta mientras sus ojos todavía leen. U observan. Eternos bloques justificados de palabras. La pagina trasluce las letras de abajo. Dificultándole por unos instantes leer. Si lee. Llega al final. Expira. Tal vez suspira fuertemente. De lo que está leyendo, de lo que está viviendo. De lo que le pase. Sea lo que sea. Está dando vuelta la hoja. Toda la hoja.
569. Eco.
-
*Conclusión, nosotros inventamos un Plan inexistente y Ellos, no sólo se
lo tomaron en serio, sino que también se convencieron de que hacía mucho
tiempo q...
Hace 5 años.
4 comentarios:
la mezcla de lo que se siente con lo que pasa nos hace tener una débil atención..
besos por aquí..
siempre se vuelve al texto, más cuando el texto es bueno.
Después en vivo y en directo, con la taza de té de menta te haré algunos comentarios al respecto de este texto.
Sólo somos pasado, G. Pareciera que sólo somos pasado.
Es más "esto que estás oyendo, ya no soy yo... Es el eco, del eco, del eco..."
Que tu tarde de trabajo no sea aburrida, y si lo es, acá te traje el tecito para que charlemos de las cachas(viste, me terminé traumando.)
Besos entrerrianossantafesinos :)
Publicar un comentario