Las noches sin luna siempre son más largas. Tal vez es porque las nubes negras tapan su luz, o porque no hay caminos para donde ir. Pero las noches sin luna son más largas. No importa que sean invernales o estivales.
Las huellas todavía estaban en el trayecto que habían hecho. La nieve blanca del piso brillaba con las luces del alumbrado. Aunque desde que habían llegado al departamento había estado nevando fuerte. Ella desde su ventana todavía podía ver las huellas de sus zapatos en la vereda, en la escalera que daba a la puerta de los departamentos. Estaba segura que si iba a al palier, a la escalera, a los pasillos; podría llegar a ver sus pisadas. Llegar a ver ese rastro mojado que la llevaría hasta el lugar donde estaba. Sentada sobre un mueble donde tenía escondidas todas las cartas que le había escrito, sentada con un cigarrillo apagado que no se animaba a encender, mirando por la ventana, mirando donde tendría que estar la luna. Mirando el camino que la había llevado ahí. A estar desnuda sentada sobre la cálida madera enroscada en una frazada que le hacía cosquillas en todo el cuerpo.
- A blizzard is coming. – Le dijo él cuando estaban saliendo del bar; mientras ella tenía la mano apretada con la mano de él.
- I don´t care. – Le respondió ella, mirándolo pero no viéndolo. – Let´s walk tonight.
- There´s no moon. – Y ella asiente con la cabeza.
El calor de cuarto era seco. Fuerte, la estufa estaba prendida desde hacía mucho tiempo. La frazada era innecesaria, podría andar desnuda por el cuarto sin miedo a resfriarse, sin miedo a pasar frío. Detrás suyo en la cama, los ronquidos se sentían. Eran la única presencia que le hablaba, no se lo veía entre el revoltijo de sabanas, frazadas y almohadas. Pero los ronquidos y algunos suspiros traspasaban esos escollos y llegaban hasta ella. Aunque ella escuchaba pero no oía.
En algún momento de la noche, tarde. El día ya había muerto hacía mucho tiempo y las fechas se habían corrido otro día más en el calendario. En algún momento de la noche, tarde, ella suspira fuertemente contra el vidrio del departamento. Lo empaña y mira a través de lo empañado. Con su dedo dibuja ciertas cosas como un corazón y algunas letras. Pero luego con la mano empuñada en la frazada que le hace picar todo el cuerpo lo borra rápidamente, aunque la suciedad todavía reverbera por la luz del alumbrado publico.
- You´re living in the wrong side of the world. – Le dijo él mientras caminaban abrazados por la nevada ciudad de Londres.
- I don´t undestand why you´re saying that. – Le dijo ella con una mirada extrañada, soltándole la mano y bailoteando delante de suyo, como una bailarina de ballet. Posando frente a él, pero no para su espectador.
- Because you´re living in winter when you have to be living the summer, my love. – Dijo él sonriendole parcamente, demostrando sus sentimientos controlados.
- I think so. Yes. – Y ella se quedó callada, mirando los copos de nieve que se enroscaban entre ellos, brillando en la noche oscura sin luna. Los copos cada tanto se pegaban en su saco de lana negra y brillaban un rato, mientras se disolvían en la piel. Por un momento su saco estaba lleno de cristales nevados.
La nieve seguía cayendo mientras miraba la ciudad blanca en la oscuridad de la noche cerrada. Extrañaba la luna en el cielo y las estrellas que indicaban el camino. Se mira el brazo y encuentra uno de sus lunares negros. Lo mira perdida un rato largo mientras acerca su mano derecha a él y pasa su dedo índice por él. Recuerda los momentos pasados y las risas y las cosquillas que fueron generadas por los marcadores. Se mira a la luz del alumbrado publico, se mira entre la frazada y va encontrando sus lunares. Con su dedo va dibujando las líneas imaginarias que en otro momento fueron llenadas por un color negro de marcador. El tacto suave y sensual del marcador por su cuerpo, generándole cosquillas mientras estaba desnuda tirada en su cama en la casa familiar en Banfield. En la cama, mirándolo a los ojos cuando llegaba a uno de los puntos de su cuerpo. Él no tenía una sonrisa en la cara, estaba totalmente concentrado generando los dibujos aleatorios dejados por su cuerpo.
Eso lo hizo cientos de veces y los dibujos nunca eran los mismos. Aunque siempre eran los mismos mimos amorosos. Los dibujos cambiaban cuando ella se miraba en su espejo de piso que todavía está detrás de la puerta. Ella se miraba mientras él ya estaba en la cabecera de la cama mirando a arte y a su modelo. Ella daba vueltas para él, ella sonreía mientras él se reía.
Y con su dedo empieza en su brazo izquierdo e intenta trazar una línea desde allí hasta algún otro lunar de su cuerpo. Pasando el dedo por su cuerpo, sintiendo todas las deformidades de su cuerpo, sintiendo sus pelusas. Siente el tacto perdido en otro tiempo y espacio. Se pierde en el recuerdo mientras la memoria sensible la excita y le genera un cosquilleo en las partes bajas del cuerpo. Vuelve a sentir el calor de las ganas en su cuerpo. Siente otros dedos y caricias por su cuerpo. Jugando por sus venas, rascándole la parte de atrás de la cabeza o acunando su cara en el cachete derecho.
Respira profundo y saca sus dedos de allí. Nota el calor en sus dedos. Pero su mirada está en otro lado. Ya no ve los copos de nieves que revuelan por el viento fuerte. Tampoco ve el piso congelado ni sus pisadas todavía nítidas en el camino de entrada al departamento. Se queda viendo todo, mientras piensa que lejos también es de noche pero en vez de todo ser negativo es positivo. El mundo del otro lado, su mundo, el camino que dejo atrás y el cual estaba verde.
Según había leído no llovía y todos estaban pidiendo lluvias. Las lluvias eran necesarias y ellos habían caminado debajo de tantos chaparrones breves o infinitos. Era verano en casa. Y no había nieve. Mientras sus dedos recorrían su estomago parando en el ombligo. Su índice recorrió varias veces los bordes de su ombligo.
Y de pronto otro dedo estaba girando en su ombligo, generándole cosquillas que sentía en lo más profundo del estomago. Cosquillas que le repercutían en la cabeza y la hacían reír, pidiendo que pare, que pare por favor. Que no, que no, no quiero más, mi amor. Repitiendo por favor no más. Y ese dedo paraba y ella se enojaba que le haga caso, pero él era (Y es) así. Cuando paraba se acercaba a ella reptando entre las sabanas hasta llegar a la altura de su cara y besándola. Al rato se quedaba mirando su cuerpo desnudo y traspirado, por el movimiento, por el calor, por el amor. Y él empezaba a contar cosas tontas. Ella chifla, bajito como un ave. Luego le preguntaba en qué pensaba. Decía que pensaba en una señora que me encuentro los martes a eso de las diez. Siempre por el mismo lado. Cerca de la calle Alvear, entre Pereyra Lucena y Croce. Va vestida de invierno, siempre. Tiene un gorro de lana violeta y guantes al tono. Arrastra siempre un changuito en el cual no sé qué lleva. Y se acerca a mí, parando. Siempre. Me mira y yo siempre la miro. Levanta la mirada y con el dedo apuntando al cielo me dice: “¿Sabés qué es lo que dice el Jilguero?” Yo siempre le niego con la cabeza. “Dios te ama... Dios te ama” y como se acercó, bajando el dedo que apunaba para el cielo vuelve a arrastrar su changuito. Ella reía y luego le preguntaba si eso era lo que pensaba mientras hacían el amor.
- If I were you. I´ll rather be in your country, whith the heat. I hate winter. – Le dijo él cuando la abrazo por la cintura y no la dejó bailotear más delante de él. Mientras los últimos taxis andaban por las calles que ya no eran céntricas. Los autos estacionados en el cordón de la vereda y los parques verdes que se abrían enfrente a ellos.
- I like winter. It´s suit me well. Better than summer. I feel pretier. – Le dijo ella, mientras miraba siempre para adelante y nunca a los ojos. No quería mirarlo largamente a los ojos. Intentaba ver su alma. Y no era porque se pudiera enamorar de ese hombre inglés que conocía hacia tan poco tiempo. Sino que era que sus ojos hablaban de otra forma, de una forma que ella no quería escuchar ni ver.
- I don´t know. I´ll go down there sometime. If you go back, I´ll chase you.
- You don´t have to. – Pero ella pensaba que en realidad no lo dejaría, no quería, ni siquiera quería verlo la semana que vendría.
Cada tanto un murmullo la hacia mirar al lugar donde él dormía. Hubiera preferido que se hubiese ido. Ella se lo dio a entender pero no se dio por aludido. Habían subido la escalera y ella lo había besado por primera ve debajo del umbral, mientras tenía los ojos abiertos. Vio todos sus pasos detrás suyos marcados en la vereda y la escalera, todos esos pasos que la llevaron hasta ese lugar. Viendo más allá del camino reciente entre la nevada y los campos verdes de Kensington. Todo el camino recorrido a lo largo de su vida. Sus encuentros con su primo. La noche en que sedujo al amor de su vida. Cuando necesitó irse lejos y no volver por un tiempo. Veía todo eso. Tal vez si hubiera cambiado algún punto o alguna coma de su vida ese beso no existiría pensaba en aquel momento.
Pero lo beso, en algún momento también se perdió en el calor del cuerpo ajeno y pudo cerrar los ojos mientras con sus manos a la espalda abría la puerta de entrada. Él le iba sacando la ropa, toda la ropa invernal que tenía. Ella era una cebolla de remeras, puloveres y sacos. No se quedaba atrás ella y le metía la mano por debajo de la camisa, tocando su pecho. Entraron al cuarto mientras ella lo soltaba un momento para sacarse las ropas por arriba de su cuello, mientras él se desnudaba solo y se le tiraba encima. Cayeron sobre la cama, entre besos ajenos y calenturas propias. Propias del momento.
Ella se perdió entre cuerpos parecidos y recuerdos preciados. Mientras estaba arriba con los ojos cerrados, sintiendo todo el cuerpo ajeno y acariciando imperfecciones no reconocidas. Por primera vez otras manos, otros bellos, otras caricias. Se sentía bien, se sentía raro. La cama chocaba contra la pared con su ruido hueco que se mezclaba con los gemidos conocidos de ella y las palabras inentendibles de él. Todo era movimiento hasta que ella dice:
- Ay Mariano.
Y cuando abre los ojos ve otros ojos llenos de excitación sobre ella. Y todo paró. Ella cae sobre su cuerpo y se revuelca a su lado. Se quedaron un rato respirando pesadamente. Él se durmió luego que ella haya suspirado que se podía ir. Pero en castellano. Desnuda ella se para y se envuelve en una frazada que agarra del piso. Abrigándose con ella, sólo para no estar desnuda si ese hombre llega a abrir los ojos, va hasta la ventana. Se sienta en la madera y piensa que las noches son más largas cuando no hay luna en el cielo.
5 comentarios:
A veces los dedos trazan caminos, rutas, dibujos que pueden parecer imperceptibles. Esos mapas quedan impregnados en la piel, marcados por la sensibilidad, por la caricia única, la irrepetible, aquella de la persona más especial que pasará por nuestras vidas.
Y fui a Lisandro el sabado, no sabes que lindo!
Hola:)
las historias de nieve y otros cuerpos me traen recuerdos helados, paisajes ajenos y tiempos de risas a la memoria...
quien dice dice viaje dice regreso, alguna vez, en algún momento. no sé si exista un viaje sin un ragreso a alguna parte.
terminé de ponerme al día con suaznabar por ahora, entonces... después te comento un par de detallecitos a corregir.
;)
me gustó querido G
y la respuesta a tu pregunta la podés encontrar en la cuarta parte
Noté algunas cosas extrañas en el texto, pero quizás sea mi imaginación.
Las noches muchas veces duran demasiado, se hacen eternas y no venos la esperanza de un amanecer. Viviremos en la oscuridad.
Besito
Publicar un comentario