La mesa es cuadrada, o lo que piensa Ulises que es algo más o menos cuadrado, está realmente seguro, de hecho siempre lo está, que la mesa es rectangular. Pero cada tanto le pregunta, normalmente siendo José Maria Arce el receptor de su mensaje, si la mesa es cuadrada, a lo cual el receptor, siendo quien sea, le dice que sí. Muchas veces es solamente para molestarlo ya que todos ellos saben que a Ulises eso siempre le llamó la atención. Cuando está solo siempre intenta medir de alguna forma la rectitud de la mesa, aunque siempre termina comparando la mesa con la rectitud de sus amigos y compañeros. Siempre termina decidiendo que es por eso que ellos ven la mesa cuadrada, por su rectitud. Algunas veces agarra el servilletero de plástico azul con el logotipo de Quilmes en sus dos lados contiguos más largos y va midiendo la mesa, dejando marcas en el largo. Nunca llega a una cierta medida, piensa casi siempre que es para no aburrirse al esperar a sus amigos o compañeros a que lleguen y él tener algo que pensar.
Pero hoy está seguro. La mesa es cuadrada. O por lo menos lo será hasta el momento en que todas las dudas vuelvan sobre sí. José Maria Arce se acerca con las dos tazas de café, una en cada mano, de mañana el mozo no está y ellos se tienen que atender solos. Ulises juega con el servilletero intentando medir, pero la mesa esta llena de papales sueltos y mecanografiados, hay anotaciones por todos lados y también están todas las lapiceras de colores de Julia Suaznabar. Ella está totalmente alejada de ellos en la misma mesa. Lee de ciertas hojas y anota en su bloc ciertas notas sobre los escritos que lee. Ella ya estaba allí cuando Ulises Margariño llegó. Los papeles estaban más o menos en la misma posición que ahora. Él la saludó y ella devolvió el saludo sin efusividad mientras anotaba algo. Ahí él intentó armar algún tipo de conversación pero ella sólo respondía con afirmaciones de cabeza o negaciones, algún que otro gesto pero nada como para entretenerlo. Intentó, eso sí, leer algún escrito de los mecanografiados, pero en ese intente Julia salía de su ensueño y le decía “no, no... No”, a lo cual él dejaba el papel en la mesa de donde lo había tomado. Por eso estaba midiendo mentalmente el largo de la mesa y su ancho, para saber si era cuadrada o no. Ahora estaba convencido que era cuadrada, aunque al final del día estará seguro que la mesa es rectangular y los únicos cuadrados que existen son ellos mismos.
José Maria Arce deja las dos tazas de café sobre la mesa, una frente a Ulises y la otra frente a él mismo. Los dos empiezan a ponerle azúcar mientras Julia en ese punto escribe frenéticamente. Cada tanto Julia habla para sí misma sobre la importancia de la ciudad, William Morris, como el principal y casi único protagonistas de todos los escritos. Habla para sí misma mientras Arce y Ulises la miran entendiendo algo pero no todo. Ella habla de la importancia el ente ciudad como la generadora de las historias y de las personas que la habitan, ya que sin el pueblo, sin los puntos de vista de la gente que vive en ese lugar, ninguna de esas historias tendría sentido o, llegado al caso, existirían. Dice que llegado al caso podrían llegar a existir pero no existiría ese vinculo que hacen que las historias por separado (desde un microcuento de seis líneas hasta la novela de seiscientas hojas) sea de hecho un solo ente indivisible y que forma más que nada la historia del mundo, de ese mundo cerrado que es la ciudad de William Morris. Julia habla para sí y ellos respetuosos la escuchan aunque cada tanto Arce le hace una pregunta que queda flotando en el aire ya que ella no se da por aludida y o sigue hablando de lo que venía hablando para sí o vuelve sobre su bloc de notas y escribe.
Mientras José Maria Arce todavía gira el contenido de la taza y Ulises ya terminó de tomárselo, habla, a veces sobre las palabras de Julia y otras veces sobre el murmullo de los habituales de “La Guillermina” sobre el tiempo. Sobre la percepción del tiempo. Sobre lo cansado que estaba que la gente le midiera el tiempo. Hablaba de su tesis que nunca terminaba diciendo que era una secuencia casi como el tiempo, le decía que todo eso que la gente notaba como que él no terminaba su tesis era casi lo mismo que cuando la gente le decía que no llegaba a horario. Y se quejaba porque normalmente él llegaba a horario, siempre llegaba en el minuto exacto que lo habían citado. Mientras que a la otra persona no le importará el huso horario que él llevaba. Y miraba su reloj y le mostraba donde estaban sus agujas haciéndole notar a Ulises las agujas del reloj del bar que colgaba al costado de la puerta que llevaba a las mesas de pool detrás de ellos que estaban cerca de la puerta de entrada vidriada que daba a la estación de Banfield. Las agujas estaban en lugares totalmente diferentes la de José Maria Arce estaba cerca del mediodía (o la medianoche) y las del bar estaban más bien cerca de las nueve de la mañana (o de la noche). En la noche y el día José Maria Arce se puso a discutir un largo rato, haciendo notar que el día y la noche eran similares para el horario, que el día no tenía veinticuatro horas ni siquiera tenía doce, sino que tenía una cantidad de horas que empezaba en cierto momento y terminaban en otro momento. En algún punto se existo al decir que ni siquiera todo se tenía que medir en horas, ni siquiera en ningún patrón. Él lo medía en decálogos. Intentando darle una explicación a ese concepto estuvo un buen rato. Siguió hablando de su tesis diciéndole que estaba todavía en horario. En algún punto Ulises le tuvo que preguntar qué pasaría si él lo citaba a las ocho de la mañana del próximo día en ese mismo lugar, José Maria Arce le dijo que iba a llegar a las ocho de la mañana del próximo día a ese mismo lugar. Aunque, aclaro luego de sacar un cigarrillo de su bolsillo interno del saco, va a ser mis ocho de la mañana del próximo día (Vaya a saber uno cuál sea) en ese mismo lugar.
Aunque Ulises está fascinado con la teoría de espacio, que estaba empezando a devenir en una teoría de espacio-tiempo; él nota que Dora sale de la estación de trenes y camina por la vereda de enfrente, en donde están todos los taxis blancos estacionados. La sigue con la mirada mientras puede. Está a unos treinta metros de él y ella no tiene la mínima posibilidad de verlo. Aunque tal vez, él pensó cuando la vio por primera vez, ella me lo puede sentir. Da esos pasos cortos que siempre le parecieron tan molestos y va buscando algo en su gran cartera que lleva colgada del lado izquierdo. De pantalón negro de vestir y una blusa blanca. Dora corre para llegar a la parada y hasta ahí puede ver Ulises desde donde está sentado. Igual puede notar que Dora perdió el colectivo y se queda en la parada esperando que llegue el próximo.
Y el tiempo que esperará Dora hasta que llegue el próximo colectivo no será eterno. Porque en ese momento José Maria Arce está hablando de lo eterno, del futuro y del tiempo. Todos conceptos que no tendrían que tener ningún sentido entre sí, siempre según la teoría de Arce. Habla siempre, casi sin mirarlo, a veces hablando en el mismo tono, sentido y fuerza que Julia habla sobre William Morris. Le dice que el tiempo pasado no existe que el tiempo presente es casi un fantasma que se pierde cuando lo empiezas a sentir, somos máquinas que viven el futuro en el presente mientras que el pasado es sólo un suspiro que sentimos en algún momento, el pasado es futuro, sentencia al final de un largo párrafo. También dice que el presente es efímero y por eso es siempre futuro. El pasado es limitado y el futuro, aunque también es ilimitado es eterno porque se vive siempre, por lo menos hasta que la gente se muere. Cuando Arce dice que la gente se muere algo explotó en la mente de Ulises y se para sacando el paquete de cigarrillos del saco. El sol le pega en la cara por primera vez ya que cuando entró al bar era todavía de madrugada. Ve un colectivo que se acerca a unas cuadras y no sabe si es el colectivo que tiene que tomar Dora. Si va para su casa ese es el que debería tomar, se dice; pero si va a otro lado, como le parece a él que va para otro lado, tal vez ese colectivo no la lleva en el camino que necesita. Igual él corre cruzando la calle con el paquete de cigarrillos en la mano.
Busca el Peugeot 504 blanco del Taxista. Lo encuentra y lo ve sentado bajo la sombra del árbol que dejaron en la plazoleta donde paran y conversan todos los taxistas de la zona. Se acerca a él respirando fuerte, piensa que tiene que hacer algo de ejercicio. El Taxista lo ve y le sonríe. Se acerca lo saluda con un apretón de manos y le pide un favor. Por supuesto que acepta, siempre acepta en llevarlos a donde sea, sea el momento que sea. Como agradecimiento Ulises le da el paquete de cigarrillos que el Taxista acepta y se lo mete en el bolsillo de la camisa. Se suben al coche mientras Ulises mira a Dora con un libro en la parada de colectivos, él se sube atrás y el Taxista maneja rápidamente hasta donde está ella. Dejan el auto a un costado y Ulises le chista un par de veces, Dora no levanta la mirada instantemente sino que tarda unos segundos en mirarlo. Cada tanto Ulises relojeaba por los espejos al colectivo que entraba en la zona de la estación, girando en la calle interna de adoquines para dejar la gente y seguir hasta la parada. Ella lo mira un rato a que Ulises le parece eterno aunque no son más que unos segundos y le pregunta para dónde va. Ella le dice que va para la casa de su hermana y Ulises le dice que ellos van en la misma dirección. Dora desconfiada le pregunta si es cierto y él le dice que sí, es cierto; ellos van en la misma dirección sea cuál fuese la suya. Ella sonríe por un instante nomás, aunque otra vez a Ulises le parece eterno dejando en claro que el tiempo es subjetivo para quien lo siente. Ella sube.
A su costado casi ni hablan en el camino. Dora va mirando las calles que pasan y Ulises la mira a ella. Cada tanto le pregunta cómo está ella, a lo que ella le dice que está bien y muy contenta. Ahí se calla y él piensa en si lo dice porque en ese momento estaba con él o si lo dice en general que está muy contenta con su marido y sus amantes casuales. Se queda pensando en eso unos segundos mientras también piensa en sí ese era el colectivo que Dora tenía que tomar para ir a la casa de su hermana. Se decide que si era ese ya lo había abortado y abordado el taxi que él le ofrecía y para salir de todo ese vaivén de pensamientos hace otra pregunta. Cómo esta tu marido, le dice. Ella le dice que está bien, que está muy contento con su trabajo. Y ahí Ulises piensa que le dijo otra vez que alguien está contento. Maquina que tal vez Dora le está inventando respuestas, la piensa divorciada hace meses pero al rato (efímero) se da cuenta que ella todavía tiene el anillo en su dedo. Odia sin conocerlo al marido de Dora, odia conociendo a algunos amantes de ella. Le vuelve a preguntar, esta vez sobre su hermana. Esta vez la respuesta es contraria a las anteriores, le dice que está mal.
Llegan a la dirección que ella le había dado, enfrente de una plaza. Ella les agradece y baja sin mirarlo. Ulises siente que está enojada con él y le dice al Taxista, que no hablo en ningún momento del viaje cuando normalmente lo único que hace (Además, claro esta, de manejar) es hablar, que de una vuelta manzana y ponga el taxi ahí cerca de la ochava que cuando él finiquita toda la cuestión está ahí con él de nuevo. Baja siguiendo a Dora que busca las llaves en su gran cartera. Eventualmente las encuentras justo en el momento que sin mirarlo directamente le dice que no tenía porque acompañarla. Él le dice que no es molestia y que le dará algún tiempo (Eterno, efímero, abstracto, corto o largo) para hablar con ella.
Entran lentamente, la puerta chilla cuando se mueve. El olor fétido, una mezcla de traspiración y alcohol, los golpea nomás al entrar. Ulises hablaba sobre ellos, diciéndole que ya era momento de aclarar todos los tantos suelos que tenían y tantas otras cosas. Atraviesan el pasillo y Dora le responde que ella está casada, que él tuvo su oportunidad y que se había ido. Ulises no supo realmente qué decir cuando ella le recriminó por primera vez en todos sus días post-hecho que él se había ido. El lugar está todo desordenado con ropas en el piso y pilas de libros apiladas en las mesas y en el piso. Ulises mira los lomos y lee los títulos y los autores.
Pierde de vista a Dora, ella está viendo a su hermana que está sentada frente al escritorio escribiendo. Tiene hojas de un lado y de otro. Está desnuda. Posesa escribe. Al rato aparecer por detrás Ulises y la ve también, desnuda, posesa escribiendo. A Ulises le sorprende la velocidad del sonido de teclas, le parece raro no haberlo escuchado cuando entraron pero estaba tan metido en sus pensamientos, o tal vez en los olores, que no uso ese sentido en ese momento.
Dora cuando nota que él está detrás suyo y toma una frazada de estilo escocesa y rápidamente se la pone sobre su espalda. Él no vio nada más que su espalda y el contorno de sus pechos. Ulises no sabía que ella escribiera. Y se lo hizo saber a Dora, que le dice que ella escribió toda la vida. Nunca dejo de escribir como vos.
Ulises se la queda mirando largamente mientras agarraba libros del piso y pedazos de platos rotos. Una música sonaba por lo bajo, él seguía pensando en lo raro que se le hacía no haber escuchado primero las teclas golpeando contra el papel y no haber escuchado la música. Luego se puso a leer sobre el hombro de la hermana de Dora mientras pensaba en el último de los reproches que había recibido en menos de quince minutos. “Nunca dejo de escribir como vos” y él luego de un par de premios municipales, un poemario alabado por la crítica (Y no tanto por los lectores) se había ido. Literalmente se había ido una noche que cruzó el río. Cruzo el río y como el agua cambia de lugar el dejo de escribir para siempre.
Vuelve Dora de la cocina, llevando cosas y poniéndolas en orden. Mientras. Su hermana nunca deja de escribir. El sonido es de una música leve por lo bajo y un sonido de ametralladora de palabras, interrumpido por el “plin” de la máquina cuando está por llegar al final del renglón y luego el golpe a la palanca para recomenzar a golpear las palabras. ¿Qué escribe? Le pregunta Ulises a Dora que andaba con mala cara desde que la encontró en la parada. Escribe la historia de su vida, probablemente ahora está escribiendo sobre nosotros que estamos acá, yo ordenando y vos parloteando, no ayudando. Deja la oración en el aire cuando se lleva más platos rotos y restos de comida que había en el piso, en una alfombra azul.
Ulises se queda pensando en que no escribió ninguna palabra más desde que dejó el país por primera vez. Toda la historia con Circe y lo demás lo hizo irse yendo de las letras e inmiscuirse en lo real. La perdida de la ficción o de la belleza de los versos fue su perdición, ahora escribía por trabajo cuando escribía para algún diario o para alguna revista. Y había dejado de ser poeta. Pero también se dice que realmente había dejado de escribir antes de su exilio de diez años. Había dejado de escribir cuando sentía que la vida se le iba en las palabras.
Empieza a tomar algunos libros de una pila que tiene cerca. Toma unos ochos entre los que estaban Pessoa, Roth, Onetti o Saer. Los va poniendo lentamente, parados, en una biblioteca cercana que no tenía ningún libro. Va poniendo los libros mientras piensa en sus autores. De pronto encuentra su poemario, entre los grandes estaba él. Ve en la solapa una foto de joven suya. Pasa las hojas y lee algunos de sus poemas. Realmente siente que era otra persona la que escribía, aunque siente que esa persona escribía hermoso. Le gustó algo que leyó que tenía olvidado:
Es.
No será
y a veces
va a nacer,
durmiendo,
con todo dicho.
No morirá,
va a ser
muriendo,
con todo escrito.
Vivirá,
escribirá
tal vez
siquiera
será
durmiendo.
Luego morirá.
Va a nacer.
Vive.
Se quedo contemplando sus palabras. Se queda mirando a la hermana de Dora que por un momento deja de escribir. El silencio en ese momento es atronador ya que el disco dejó de sonar cuando Dora levantó la púa. Ella agarra unos libros que están a su costado y se le pone a hablar sin que él diga nada, le dice que su hermana está así desde el día en que se murió su marido. Se quedó escribiendo y rescribiendo a su marido. En cierta forma intenta rescribir su vida, y su voz narradora es una que siempre espera a su esposo que salió un día de trabajar en un bar y no volvió nunca más. Y escribe una novela eterna. Una novela en que ese día, el día que narra siempre nunca llega. Y yo la tengo que venir a controlar, le tengo que dar de comer. Y cuando deja de escribir es sólo para leer algunos extractos de los libros. Y anda como si no conociera a nadie. Pero “ve”, más allá de este mundo ve el mundo que ella escribe.
Ulises la mira mientras cierra su poemario y lo pone en el estante. Agarra otros libros y los va poniendo junto a los otros, mientras Dora hace lo mismo y le pregunta que por qué se fue, que por qué dejó de escribir. Ulises sabe que no tiene ninguna respuesta realmente buena para darle. Le intenta decir que las dos cosas tenían mucho que ver. Dejó de escribir porque no sentía que había palabras para decir, porque sentía que la vida se le estaba yendo en versos y estribillos repetidos. Y se fue porque él sentía que lo andaban persiguiendo, gracias a algunos chanchullos de Wilmar; y decidió que lo mejor era desaparecer. Le dice que la noche en que se fueron a cruzar el río Uruguay, él pasó por su casa y la vio en la ventana. Que no pudo despedirse porque no podía decirle realmente nada. Se iba. Aunque quería llevarla.
Dora llora. Las lagrimas de Dora le brotan. Le dice que ella se hubiera ido con él. Pero también le dice que lo que más le duele es que haya dejado de escribir. Porque en realidad cuando dejaste de escribir la vida de Ulises se detuvo. Le dice que él debería vivir como vive su hermana; porque él ya no goza de la vida. Algo tuyo está muerto, mientras que ella tiene algo muerto en ella e intenta rescatarlo. Ella tiene esperanza y vos con el tiempo perdiste toda.
Se queda parado con los libros en la mano mientras la máquina vuelve a sonar detrás suyo. El tiempo que ha pasado entre su ida, su estancia en el viejo continente y su silencio. Ahora todo le parecía un suspiro, un desliz del tiempo. Pensaba en el tiempo que había perdido y quería doblarlo, pensarlo como José Maria Arce.
Ella le dice que se va a bañar a su hermana. Que cierre la puerta cuando se vaya. Se queda un rato más mirando y ordenando los libros. Al rato, mientras escucha la ducha caer. Se agacha y pone la púa sobre el vinilo que gira continuamente. La música vuelve a aparecer, mientras el olor fétido escapa por las ventanas abiertas por ellas ni bien llegaron. Se apea en sus ropas y sale mirando el piso, pensando en lo que dejó, en lo que perdió.
Al rato está de nuevo sentado en el bar. Arce sigue hablando sobre el tiempo. Y Julia sigue escribiendo en su bloc de notas. Sobre un diario Ulises agarra la birome que deja y escribe un pequeño escrito intitulado “pasión”. Piensa que tal vez ya perdieron todo con Dora y que son pasado. Aunque sienten tantas cosas el uno por el otro. Mientras tanto decide que la mesa es rectangular.
Pero hoy está seguro. La mesa es cuadrada. O por lo menos lo será hasta el momento en que todas las dudas vuelvan sobre sí. José Maria Arce se acerca con las dos tazas de café, una en cada mano, de mañana el mozo no está y ellos se tienen que atender solos. Ulises juega con el servilletero intentando medir, pero la mesa esta llena de papales sueltos y mecanografiados, hay anotaciones por todos lados y también están todas las lapiceras de colores de Julia Suaznabar. Ella está totalmente alejada de ellos en la misma mesa. Lee de ciertas hojas y anota en su bloc ciertas notas sobre los escritos que lee. Ella ya estaba allí cuando Ulises Margariño llegó. Los papeles estaban más o menos en la misma posición que ahora. Él la saludó y ella devolvió el saludo sin efusividad mientras anotaba algo. Ahí él intentó armar algún tipo de conversación pero ella sólo respondía con afirmaciones de cabeza o negaciones, algún que otro gesto pero nada como para entretenerlo. Intentó, eso sí, leer algún escrito de los mecanografiados, pero en ese intente Julia salía de su ensueño y le decía “no, no... No”, a lo cual él dejaba el papel en la mesa de donde lo había tomado. Por eso estaba midiendo mentalmente el largo de la mesa y su ancho, para saber si era cuadrada o no. Ahora estaba convencido que era cuadrada, aunque al final del día estará seguro que la mesa es rectangular y los únicos cuadrados que existen son ellos mismos.
José Maria Arce deja las dos tazas de café sobre la mesa, una frente a Ulises y la otra frente a él mismo. Los dos empiezan a ponerle azúcar mientras Julia en ese punto escribe frenéticamente. Cada tanto Julia habla para sí misma sobre la importancia de la ciudad, William Morris, como el principal y casi único protagonistas de todos los escritos. Habla para sí misma mientras Arce y Ulises la miran entendiendo algo pero no todo. Ella habla de la importancia el ente ciudad como la generadora de las historias y de las personas que la habitan, ya que sin el pueblo, sin los puntos de vista de la gente que vive en ese lugar, ninguna de esas historias tendría sentido o, llegado al caso, existirían. Dice que llegado al caso podrían llegar a existir pero no existiría ese vinculo que hacen que las historias por separado (desde un microcuento de seis líneas hasta la novela de seiscientas hojas) sea de hecho un solo ente indivisible y que forma más que nada la historia del mundo, de ese mundo cerrado que es la ciudad de William Morris. Julia habla para sí y ellos respetuosos la escuchan aunque cada tanto Arce le hace una pregunta que queda flotando en el aire ya que ella no se da por aludida y o sigue hablando de lo que venía hablando para sí o vuelve sobre su bloc de notas y escribe.
Mientras José Maria Arce todavía gira el contenido de la taza y Ulises ya terminó de tomárselo, habla, a veces sobre las palabras de Julia y otras veces sobre el murmullo de los habituales de “La Guillermina” sobre el tiempo. Sobre la percepción del tiempo. Sobre lo cansado que estaba que la gente le midiera el tiempo. Hablaba de su tesis que nunca terminaba diciendo que era una secuencia casi como el tiempo, le decía que todo eso que la gente notaba como que él no terminaba su tesis era casi lo mismo que cuando la gente le decía que no llegaba a horario. Y se quejaba porque normalmente él llegaba a horario, siempre llegaba en el minuto exacto que lo habían citado. Mientras que a la otra persona no le importará el huso horario que él llevaba. Y miraba su reloj y le mostraba donde estaban sus agujas haciéndole notar a Ulises las agujas del reloj del bar que colgaba al costado de la puerta que llevaba a las mesas de pool detrás de ellos que estaban cerca de la puerta de entrada vidriada que daba a la estación de Banfield. Las agujas estaban en lugares totalmente diferentes la de José Maria Arce estaba cerca del mediodía (o la medianoche) y las del bar estaban más bien cerca de las nueve de la mañana (o de la noche). En la noche y el día José Maria Arce se puso a discutir un largo rato, haciendo notar que el día y la noche eran similares para el horario, que el día no tenía veinticuatro horas ni siquiera tenía doce, sino que tenía una cantidad de horas que empezaba en cierto momento y terminaban en otro momento. En algún punto se existo al decir que ni siquiera todo se tenía que medir en horas, ni siquiera en ningún patrón. Él lo medía en decálogos. Intentando darle una explicación a ese concepto estuvo un buen rato. Siguió hablando de su tesis diciéndole que estaba todavía en horario. En algún punto Ulises le tuvo que preguntar qué pasaría si él lo citaba a las ocho de la mañana del próximo día en ese mismo lugar, José Maria Arce le dijo que iba a llegar a las ocho de la mañana del próximo día a ese mismo lugar. Aunque, aclaro luego de sacar un cigarrillo de su bolsillo interno del saco, va a ser mis ocho de la mañana del próximo día (Vaya a saber uno cuál sea) en ese mismo lugar.
Aunque Ulises está fascinado con la teoría de espacio, que estaba empezando a devenir en una teoría de espacio-tiempo; él nota que Dora sale de la estación de trenes y camina por la vereda de enfrente, en donde están todos los taxis blancos estacionados. La sigue con la mirada mientras puede. Está a unos treinta metros de él y ella no tiene la mínima posibilidad de verlo. Aunque tal vez, él pensó cuando la vio por primera vez, ella me lo puede sentir. Da esos pasos cortos que siempre le parecieron tan molestos y va buscando algo en su gran cartera que lleva colgada del lado izquierdo. De pantalón negro de vestir y una blusa blanca. Dora corre para llegar a la parada y hasta ahí puede ver Ulises desde donde está sentado. Igual puede notar que Dora perdió el colectivo y se queda en la parada esperando que llegue el próximo.
Y el tiempo que esperará Dora hasta que llegue el próximo colectivo no será eterno. Porque en ese momento José Maria Arce está hablando de lo eterno, del futuro y del tiempo. Todos conceptos que no tendrían que tener ningún sentido entre sí, siempre según la teoría de Arce. Habla siempre, casi sin mirarlo, a veces hablando en el mismo tono, sentido y fuerza que Julia habla sobre William Morris. Le dice que el tiempo pasado no existe que el tiempo presente es casi un fantasma que se pierde cuando lo empiezas a sentir, somos máquinas que viven el futuro en el presente mientras que el pasado es sólo un suspiro que sentimos en algún momento, el pasado es futuro, sentencia al final de un largo párrafo. También dice que el presente es efímero y por eso es siempre futuro. El pasado es limitado y el futuro, aunque también es ilimitado es eterno porque se vive siempre, por lo menos hasta que la gente se muere. Cuando Arce dice que la gente se muere algo explotó en la mente de Ulises y se para sacando el paquete de cigarrillos del saco. El sol le pega en la cara por primera vez ya que cuando entró al bar era todavía de madrugada. Ve un colectivo que se acerca a unas cuadras y no sabe si es el colectivo que tiene que tomar Dora. Si va para su casa ese es el que debería tomar, se dice; pero si va a otro lado, como le parece a él que va para otro lado, tal vez ese colectivo no la lleva en el camino que necesita. Igual él corre cruzando la calle con el paquete de cigarrillos en la mano.
Busca el Peugeot 504 blanco del Taxista. Lo encuentra y lo ve sentado bajo la sombra del árbol que dejaron en la plazoleta donde paran y conversan todos los taxistas de la zona. Se acerca a él respirando fuerte, piensa que tiene que hacer algo de ejercicio. El Taxista lo ve y le sonríe. Se acerca lo saluda con un apretón de manos y le pide un favor. Por supuesto que acepta, siempre acepta en llevarlos a donde sea, sea el momento que sea. Como agradecimiento Ulises le da el paquete de cigarrillos que el Taxista acepta y se lo mete en el bolsillo de la camisa. Se suben al coche mientras Ulises mira a Dora con un libro en la parada de colectivos, él se sube atrás y el Taxista maneja rápidamente hasta donde está ella. Dejan el auto a un costado y Ulises le chista un par de veces, Dora no levanta la mirada instantemente sino que tarda unos segundos en mirarlo. Cada tanto Ulises relojeaba por los espejos al colectivo que entraba en la zona de la estación, girando en la calle interna de adoquines para dejar la gente y seguir hasta la parada. Ella lo mira un rato a que Ulises le parece eterno aunque no son más que unos segundos y le pregunta para dónde va. Ella le dice que va para la casa de su hermana y Ulises le dice que ellos van en la misma dirección. Dora desconfiada le pregunta si es cierto y él le dice que sí, es cierto; ellos van en la misma dirección sea cuál fuese la suya. Ella sonríe por un instante nomás, aunque otra vez a Ulises le parece eterno dejando en claro que el tiempo es subjetivo para quien lo siente. Ella sube.
A su costado casi ni hablan en el camino. Dora va mirando las calles que pasan y Ulises la mira a ella. Cada tanto le pregunta cómo está ella, a lo que ella le dice que está bien y muy contenta. Ahí se calla y él piensa en si lo dice porque en ese momento estaba con él o si lo dice en general que está muy contenta con su marido y sus amantes casuales. Se queda pensando en eso unos segundos mientras también piensa en sí ese era el colectivo que Dora tenía que tomar para ir a la casa de su hermana. Se decide que si era ese ya lo había abortado y abordado el taxi que él le ofrecía y para salir de todo ese vaivén de pensamientos hace otra pregunta. Cómo esta tu marido, le dice. Ella le dice que está bien, que está muy contento con su trabajo. Y ahí Ulises piensa que le dijo otra vez que alguien está contento. Maquina que tal vez Dora le está inventando respuestas, la piensa divorciada hace meses pero al rato (efímero) se da cuenta que ella todavía tiene el anillo en su dedo. Odia sin conocerlo al marido de Dora, odia conociendo a algunos amantes de ella. Le vuelve a preguntar, esta vez sobre su hermana. Esta vez la respuesta es contraria a las anteriores, le dice que está mal.
Llegan a la dirección que ella le había dado, enfrente de una plaza. Ella les agradece y baja sin mirarlo. Ulises siente que está enojada con él y le dice al Taxista, que no hablo en ningún momento del viaje cuando normalmente lo único que hace (Además, claro esta, de manejar) es hablar, que de una vuelta manzana y ponga el taxi ahí cerca de la ochava que cuando él finiquita toda la cuestión está ahí con él de nuevo. Baja siguiendo a Dora que busca las llaves en su gran cartera. Eventualmente las encuentras justo en el momento que sin mirarlo directamente le dice que no tenía porque acompañarla. Él le dice que no es molestia y que le dará algún tiempo (Eterno, efímero, abstracto, corto o largo) para hablar con ella.
Entran lentamente, la puerta chilla cuando se mueve. El olor fétido, una mezcla de traspiración y alcohol, los golpea nomás al entrar. Ulises hablaba sobre ellos, diciéndole que ya era momento de aclarar todos los tantos suelos que tenían y tantas otras cosas. Atraviesan el pasillo y Dora le responde que ella está casada, que él tuvo su oportunidad y que se había ido. Ulises no supo realmente qué decir cuando ella le recriminó por primera vez en todos sus días post-hecho que él se había ido. El lugar está todo desordenado con ropas en el piso y pilas de libros apiladas en las mesas y en el piso. Ulises mira los lomos y lee los títulos y los autores.
Pierde de vista a Dora, ella está viendo a su hermana que está sentada frente al escritorio escribiendo. Tiene hojas de un lado y de otro. Está desnuda. Posesa escribe. Al rato aparecer por detrás Ulises y la ve también, desnuda, posesa escribiendo. A Ulises le sorprende la velocidad del sonido de teclas, le parece raro no haberlo escuchado cuando entraron pero estaba tan metido en sus pensamientos, o tal vez en los olores, que no uso ese sentido en ese momento.
Dora cuando nota que él está detrás suyo y toma una frazada de estilo escocesa y rápidamente se la pone sobre su espalda. Él no vio nada más que su espalda y el contorno de sus pechos. Ulises no sabía que ella escribiera. Y se lo hizo saber a Dora, que le dice que ella escribió toda la vida. Nunca dejo de escribir como vos.
Ulises se la queda mirando largamente mientras agarraba libros del piso y pedazos de platos rotos. Una música sonaba por lo bajo, él seguía pensando en lo raro que se le hacía no haber escuchado primero las teclas golpeando contra el papel y no haber escuchado la música. Luego se puso a leer sobre el hombro de la hermana de Dora mientras pensaba en el último de los reproches que había recibido en menos de quince minutos. “Nunca dejo de escribir como vos” y él luego de un par de premios municipales, un poemario alabado por la crítica (Y no tanto por los lectores) se había ido. Literalmente se había ido una noche que cruzó el río. Cruzo el río y como el agua cambia de lugar el dejo de escribir para siempre.
Vuelve Dora de la cocina, llevando cosas y poniéndolas en orden. Mientras. Su hermana nunca deja de escribir. El sonido es de una música leve por lo bajo y un sonido de ametralladora de palabras, interrumpido por el “plin” de la máquina cuando está por llegar al final del renglón y luego el golpe a la palanca para recomenzar a golpear las palabras. ¿Qué escribe? Le pregunta Ulises a Dora que andaba con mala cara desde que la encontró en la parada. Escribe la historia de su vida, probablemente ahora está escribiendo sobre nosotros que estamos acá, yo ordenando y vos parloteando, no ayudando. Deja la oración en el aire cuando se lleva más platos rotos y restos de comida que había en el piso, en una alfombra azul.
Ulises se queda pensando en que no escribió ninguna palabra más desde que dejó el país por primera vez. Toda la historia con Circe y lo demás lo hizo irse yendo de las letras e inmiscuirse en lo real. La perdida de la ficción o de la belleza de los versos fue su perdición, ahora escribía por trabajo cuando escribía para algún diario o para alguna revista. Y había dejado de ser poeta. Pero también se dice que realmente había dejado de escribir antes de su exilio de diez años. Había dejado de escribir cuando sentía que la vida se le iba en las palabras.
Empieza a tomar algunos libros de una pila que tiene cerca. Toma unos ochos entre los que estaban Pessoa, Roth, Onetti o Saer. Los va poniendo lentamente, parados, en una biblioteca cercana que no tenía ningún libro. Va poniendo los libros mientras piensa en sus autores. De pronto encuentra su poemario, entre los grandes estaba él. Ve en la solapa una foto de joven suya. Pasa las hojas y lee algunos de sus poemas. Realmente siente que era otra persona la que escribía, aunque siente que esa persona escribía hermoso. Le gustó algo que leyó que tenía olvidado:
Es.
No será
y a veces
va a nacer,
durmiendo,
con todo dicho.
No morirá,
va a ser
muriendo,
con todo escrito.
Vivirá,
escribirá
tal vez
siquiera
será
durmiendo.
Luego morirá.
Va a nacer.
Vive.
Se quedo contemplando sus palabras. Se queda mirando a la hermana de Dora que por un momento deja de escribir. El silencio en ese momento es atronador ya que el disco dejó de sonar cuando Dora levantó la púa. Ella agarra unos libros que están a su costado y se le pone a hablar sin que él diga nada, le dice que su hermana está así desde el día en que se murió su marido. Se quedó escribiendo y rescribiendo a su marido. En cierta forma intenta rescribir su vida, y su voz narradora es una que siempre espera a su esposo que salió un día de trabajar en un bar y no volvió nunca más. Y escribe una novela eterna. Una novela en que ese día, el día que narra siempre nunca llega. Y yo la tengo que venir a controlar, le tengo que dar de comer. Y cuando deja de escribir es sólo para leer algunos extractos de los libros. Y anda como si no conociera a nadie. Pero “ve”, más allá de este mundo ve el mundo que ella escribe.
Ulises la mira mientras cierra su poemario y lo pone en el estante. Agarra otros libros y los va poniendo junto a los otros, mientras Dora hace lo mismo y le pregunta que por qué se fue, que por qué dejó de escribir. Ulises sabe que no tiene ninguna respuesta realmente buena para darle. Le intenta decir que las dos cosas tenían mucho que ver. Dejó de escribir porque no sentía que había palabras para decir, porque sentía que la vida se le estaba yendo en versos y estribillos repetidos. Y se fue porque él sentía que lo andaban persiguiendo, gracias a algunos chanchullos de Wilmar; y decidió que lo mejor era desaparecer. Le dice que la noche en que se fueron a cruzar el río Uruguay, él pasó por su casa y la vio en la ventana. Que no pudo despedirse porque no podía decirle realmente nada. Se iba. Aunque quería llevarla.
Dora llora. Las lagrimas de Dora le brotan. Le dice que ella se hubiera ido con él. Pero también le dice que lo que más le duele es que haya dejado de escribir. Porque en realidad cuando dejaste de escribir la vida de Ulises se detuvo. Le dice que él debería vivir como vive su hermana; porque él ya no goza de la vida. Algo tuyo está muerto, mientras que ella tiene algo muerto en ella e intenta rescatarlo. Ella tiene esperanza y vos con el tiempo perdiste toda.
Se queda parado con los libros en la mano mientras la máquina vuelve a sonar detrás suyo. El tiempo que ha pasado entre su ida, su estancia en el viejo continente y su silencio. Ahora todo le parecía un suspiro, un desliz del tiempo. Pensaba en el tiempo que había perdido y quería doblarlo, pensarlo como José Maria Arce.
Ella le dice que se va a bañar a su hermana. Que cierre la puerta cuando se vaya. Se queda un rato más mirando y ordenando los libros. Al rato, mientras escucha la ducha caer. Se agacha y pone la púa sobre el vinilo que gira continuamente. La música vuelve a aparecer, mientras el olor fétido escapa por las ventanas abiertas por ellas ni bien llegaron. Se apea en sus ropas y sale mirando el piso, pensando en lo que dejó, en lo que perdió.
Al rato está de nuevo sentado en el bar. Arce sigue hablando sobre el tiempo. Y Julia sigue escribiendo en su bloc de notas. Sobre un diario Ulises agarra la birome que deja y escribe un pequeño escrito intitulado “pasión”. Piensa que tal vez ya perdieron todo con Dora y que son pasado. Aunque sienten tantas cosas el uno por el otro. Mientras tanto decide que la mesa es rectangular.
7 comentarios:
Dos cosas:
Debo corregir el texto (En esto días lo hare).
Segundo; el poema es una idea y primeras palabras mías y luego, lo mejoró y reescribió Carolina Amaro.
Agradecimientos para ella, y muchas gracias.
muchas cosas. ya ni sé qué cosas. porque este cuento más allá de los pequeños detalles a corregir, me gustó mucho. me llegó mucho. sí, capaz que es eso.
creo que lo que estás logrando a través de la intertextualidad y los paralelismos entre William Morris y el lugar de la historia, y todo eso que se conecta, está cobrando mucha fuerza, te está quedando muy bien.
yo me sorprendo siempre contigo. y es algo que me gusta, me parece muy lindo que alguien siempre te sorprenda porque habla de que no todo está escrito, de que siempre hay algo interesante por descubrir en el otro y de que esa relación interpersonal no será aburrida, de ningún modo.
y con estas cosas vos me sorprendés. porque tenés genialidades así, espontáneas o de las otras que maquinás duante mucho pero que pueden parecer espontáneas.
y entonces te aparecés con que el eje del cuento gire en torno a ese intento de definir si la mesa es cuadrada o rectangular. es algo que hacés muy bien, siempre te lo digo... esos detalles que te sirven de hilo conductor o al menos para darle un cierre, una vuelta, o acaso un simple toque más poético.
y este funciona como cuento, eh! como muchos de los relatos sobre zaucedo. es algo que siempre te remarco y lo voy a seguir haciendo. suaznabar tiene eso, no siempre son cuentos lo que aparecen... cada vez se parece más a la historia esa sobre William Morris. pero por ahí aparece algún cuento sí. aunque... sabés, es un tanto difícil ahora que lo pienso. porque uno que conoce las historias anteriores ya tiene pre supuestas las cosas que suceden o se han dado para que los hechos narrados sean así.
es complicado, pero más allá de todo, me gusta. tampoco me siento muy capaz de decir algo más elaborado porque mi opinión proviene de mi corta experiencia, mi poco bagaje literario y mi no muy entrenada percepción.
estoy con los pensamientos muy desordenados hoy. acabo de llegar de una clase de "cultura y comunicación" que había subestimado erróneamente, así que mejor la dejo por acá.
perdón los divagues.
besos
ah, del poema... no sé qué decirte... me dio gracia la solemnidad del agradecimiento (ni era necesario agradecer)
a mí me gustó bastante cómo quedó... auqneu demasiado cortante apra mi gusto, pero como vos le habías dado esa estructura, ya, intenté tocar lo menos posible.
ye te dije, me gusta lo de "con todo dicho", "con todo escrito", creo que es lo único que realmente aporté... el resto fue mera organización, quizás.
Qué encadenamiento de historias!
Me encantaron los personajes.
Abrazos
es una profesora esa eclipse???
qué agrandada sos nena! a ver lo que escribís vos?
Para que conste en acta; la señorita Eclipse, escribe realmente bárbaro. Tiene muy bellas palabras y la verdad que es una lectura más que placentera.
Dejo también aclarado que los comentarios de Eclipse son geniales, para nada agrandados.
Que conste en acta.
Gracias muchas, y nuevamente gracias por sus palabras, caballero. Siempre quiero estar cruzándolo por el msn, pero nunca lo logro en momentos de oportuna relojeada. A mi el tiempo me corre, o yo me dejo correr, o lo corro. Todavía no lo he podido aclarar. Pero es que los comienzos en dos facultades, al mismo tiempo, y luego de tanta calma académica durante tres meses, nunca son fáciles.
Un gran beso, G.
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