lunes, marzo 16, 2009

La mujer desnuda.

Veo mis manos en el teclado. Por un momento me quedo mirando mi anillo en el dedo. Mis dedos paran de escribir por un momento mientras me miro el anillo. Ya casi ni lo siento, sólo sé que está ahí cuando lo miro. Y no lo hago a menudo. Al rato mis manos siguen con su ritmo habitual y empiezan a serpentear sobre las letras, sobre el teclado. La velocidad cada vez es más fuerte, a veces casi no pienso lo que escribo, sólo lo siento y allí termina. Cada tanto escucho la campana que me avisa que queda poco para llegar al margen. Y al rato me doy cuenta que tengo que sacar la mano derecha y golpear la palanca para volver a empezar. Llevar todo a cuenta y volver a escribir. Sin pensar. Sintiendo. Cada tanto parando y mirando mi anillo en mi dedo. Hasta que llega la próxima campanada y hasta que se termina la hoja. Tengo la hoja colgando en el aire, sostenida sólo por el rollo. Y ahí con mi mano tomo el papel y lo saco.
Lo apilo con todas las demás hojas. El montón cada vez es más grande. A mi lado izquierdo están las hojas ya escritas. A mi lado derecho están las hojas por escribir. La pila de mi lado izquierdo va subiendo a cada rato, la pila de mi lado derecho va disminuyendo a medida que la del otro lado sube.
No puedo más veo que mis manos están sobre el teclado. Me sentía desaparecida y necesito parar. Quiero desaparecer, quiero dejar de estar acá e irme para allá. A ese lugar donde vos estás. A ese lugar donde podemos existir los dos juntos sin ser yo la que estoy acá, mirando las teclas, viviéndote de la forma que no quiero. Y vos allá, del otro lado, existiendo mientras yo te dejo. Y no quiero dejarte no puedo. Y ya van mil novecientas cincuenta y un paginas dedicadas a todo lo que tengo para vos. No puedo parar, cada tanto espero que el anillo dorado caiga sobre el teclado. Que suene y su sonido yo no lo escuche. Y desaparecer, dejar de ser la que escribe y ser esa mujer ahí, esa mujer a la que volvés todas las noches, aunque antes pares en lo de las putas o pares a tomar una copa.
Me paro. Camino lentamente por la habitación, te veo entre lo que yo no soy. Y vos no sos letras que yo tengo para vos. Vos no sos más que lo que eras. Camino respirando tu perfume entre todas las cosas. La ropa en el piso, la sombra mía delante de mí. Mi compañera en la noche. Me acerco a la ventana y miro la calle. Veo que no llueve, tengo ganas que llueva. Porque esa noche estaba lloviendo. Quiero escuchar las sirenas que me digan que estoy cerca de ti. Pero no llueve y me quedo mirando el cielo. Veo que la luna está en el cielo, hace calor y no va a llover. No caen gotas del cielo y no me mojaré si salgo a correr por las calles a buscarte. Y si no llueve no te voy a poder encontrar esta noche mi amor.
Vuelvo a sentarme y sigo escribiendo. El mozo empieza a dejar las tazas en la mesa. Primero agarra una gran taza blanca, el liquido estaba sobre el borde y cada movimiento parecía que lo iba a hacer rebalsar. Con gran parsimonia agarra con su mano derecha esa taza, por debajo, por el plato y con movimientos lentos la pone sobre la mesa, y paro. Estoy empezando a sentir que desaparezco. Y quiero desaparecer. Escribo para desaparecer. Pero veo mis manos. No siento mi cuerpo. No siento nada. Me paro y me desnudo rápidamente. Las ropas van quedando entre el camino que voy haciendo desde la máquina hasta el baño. En el baño me miro en el espejo de cuerpo entero. Noto que todavía no desaparecí, me veo desnuda. Te pienso, te imagino. Te veo en esa camisa sucia tuya, te veo diciéndome: “No puedo hacer nada más, nadie quiere mis escritos, mis poemas. Tengo que aceptar que soy un mozo. Un mozo en camisa celeste que sirve a los malandras de turno que necesitan su café... Pero cuando vuelvo a casa. Cuando vuelvo acá, todo es mejor...”. Me veo desnuda y recreo el recorrido de tu mano por mi cuerpo. Me acaricio el cuello, te veo detrás de mí. Te veo y me hago bajar mi mano. Toco mi pecho. Juego un ratito y me veo hermosa desnuda. “Te ves hermosa desnuda mi amor” y me toco despacito, jugando con cada mota de mi cuerpo. Me siento, en este momento empiezo a existir de nuevo. La existencia primigenia del mundo soy yo ahora cuando me veo en el espejo de pie. Desnuda deshago el camino.
Me siento y miro las hojas. A mi costado hojas vacías para ser llenadas con tu existencia. A mi costado tu historia entre mis dedos. Apoyo los dedos sobre el teclado. Asdf ñlkj. Y espero con los dedos acostados sobre las teclas. Espero ver de nuevo. Espero verte de nuevo. O ver lo que estás viendo, o las cosas que me contaste. O el mundo que vivís. Al rato todo vuelve a mí, siempre volves. Siempre te apareces en el medio de mi mente. Cuando me quedo sentada en la máquina, todo vuelve y vos volves a mí. Y también pensas en mí. Y yo sé que vos me amas. El mozo estaba sentado en un banquito mirando el reloj de la pared que cada vez estaba más cerca del nuevo día. Tenía ganas de volver a su casa, ver a su esposa, besarla y hacer el amor. Pero cada día que pasaba estaban más distanciados. Ella vagaba por su mundo de fantasía. A veces la encontraba cuando llegaba a altas horas de la noche desnuda frente a una máquina de escribir. Desnuda, poseída escribiendo. Muchas veces la saludaba y ella no le hablaba. Tal vez un sonido, un gruñido, era el saludo de bienvenida. Nada más. Su novela llevaba ya más de mil paginas y hacia un par de años estaba escribiéndola. Al principio ella tenía trabajo y escribía en momentos libres. Con el tiempo renunció. Él tuvo que aceptar el trabajo de mozo. Ella fue perdiendo los lazos con el mundo exterior y todo era su historia. Pero yo te veo, mirando y esperando el momento para que vuelvas a casa. Ahí me pierdo en el mundo y me veo sentada escribiendo desnuda, escucho la lluvia afuera y veo que las hojas son mucho menos. Escribo en una computadora.
Dejo de escribir, me paro y me doy vuelta. Me acerco hasta la ventana y veo que la lluvia cae con toda su fuerza. Me siento extasiada, estoy contentísima que deje de existir y estoy acá. Me acerco de nuevo al espejo, pero ya no es más de pie, ahora es un sucio espejo cuadrado y pequeño. Me veo la cara, cambiada. Miro mis pechos, me toco mis pezones, me toco el cuello. Todo se siente diferente. Estoy cambiada, soy más linda que antes soy más linda que siempre. Ando por la habitación, chica y no sé que hacer. Cuando abro la puerta, veo la calle mojada. Estoy desnuda y salgo hasta la vereda. Miro a ambos lados de la calle. No sé dónde estoy. No sé cómo ir a donde vos estas. No sé cómo acercarme a vos, aunque cuando respiro las gotas de lluvia sé que vos estas en este mundo. Sé que estas cerca pero no sé cómo ir. Lo que me exaspera. Tendré que volver a entrar. Vuelvo. Me siento de nuevo, desnuda y mojada frente a la máquina. Tengo que encontrar las pistas que en este mundo me lleven hacia vos. Encontrar a mi marido, el hermoso mozo que está trabajando en una noche de lluvia. Me siento e intento escribir. Intento escribirte. Exactamente todo lo que hizo, esquivar las mesas, pararse en la barra, pedir dos cafés en forma seca, extender los dos dedos de la mano derecha y luego, apoyarse en la barra y sentarse en el taburete, esperando y mirar la televisión; todo lo que hizo, lo sintió absolutamente descrito en algún lado. No supo bien porqué pero se puso a pensar en su esposa, flaca y desnuda, abstraída mirando la hoja en blanco y escribiendo palabras en una eterna novela que ya tenía más de mil hojas. Las hojas se acumulaban al costado de la máquina de escribir, cuidadas por un ladrillo rojo que hacía que no se vuelen por el viento que podría entrar por la ventana. Y paro de nuevo. Mi cuerpo sigue desnudo, y estoy seca. Me enojo y grito. Me paro y sé que todo es un esfuerzo inútil No sé cómo llegar a vos. Y ahora estoy acá en este mundo que me es hostil. Este mundo donde sólo te respiro en la ropa gastada que tengo en tu guardarropa. Veo el ladrillo rojo a mi costado, y me doy cuenta que no estaba cerca de él, era una computadora antes. Ahora me paro y vuelvo hasta la ventana. Veo que no hay lluvia. Veo la luna y la odio. Recuerdo que la imagen de la luna que veo es una foto sacada hace cuatro minutos. Cuatro minutos atrás yo estaba en su mundo, yo estaba mojándome en la puerta de una calle extraña sin saber si ir a la derecha o a la izquierda en tu búsqueda. Encontrarte con todas tus falencias, con todos tus enojos, con todas tus broncas e infidelidades. Con todo. Me paro, empiezo a tirar los libros al piso, agarro y revoleo todo lo que está a mi paso. Llego al dormitorio y ahí me tiro en la cama y desarmo las frazadas, me agarro tu almohada y respiro tu exilir de ahí, te respiro todo el tiempo que puedo mientras el olor se va guardando en mi conciencia. Te extraño mi amor, te extraño desde esa vez que te vestiste mientras yo te miraba desde la cama. Antes de empezar a escribir, antes de empezar a escribirte estas cartas para vos. Mi novela, la vida que quisiera seguir llevando. La vida de todos los que te vieron en esa última vez. Yo sé todo, mi amor, yo lo sé todo.
Lloro. Mis lagrimas se hacen lluvia. Mis lagrimas te extrañan. Extraño como venías corriendo cuando escuchabas mi primer sollozo. Eso es una de las cosas que más echo de menos. Y como vos venías y me acunabas, o me llevabas a la cama si estaba lejos. Y bebías mis lagrimas para que yo deje de llover. Y vos luego me besabas la cara. Me besabas la ruta de las lagrimas. Intentabas con tus caras hacerme reír, yo me reía con la cara toda roja. Y me besabas los ojos, que yo cerraba. Y me rascabas la espalda. Me acunabas. Me amabas. Y me besabas los labios. Primero tiernamente. Luego me dabas el beso más pasional, y cada vez que yo pensaba que ese era el que tenía más pasión a los dos minutos me dabas otro que hacia que el anterior sea sólo una excusa de pasión. Me dabas un beso más chico en la boca. Un piquito. Pequeño. Casi como una firma. Me mordías el labio en algún momento, cuando hacías eso yo sabía que vos querías mi cuerpo. Me besabas de nuevo, con mayor pasión. Con sexo. Con amor. Y me tomabas de la espalda. Mi cara roja con mis ojos compungidos no hacía juego con mi cara llena de risa. Me daba cuenta que debía ser un cuadro surrealista, un cuadro donde mis ojos, cara y lagrimas hablaban de mis lamentos, pero mi mirada, mi cuerpo y mi sonrisa te decían que te quería. Besabas mi cuerpo y yo te devolvía los besos. Ahí empezaba a querer. En ese momento me doy cuenta que me estoy tocando con furia mientras vos no estas. Mientras lloro y quisiera que me saques las lagrimas. Pero no puedo no excitarme cuando lloro, y tengo tu esencia en el cuerpo. Y termino, me paro y vuelvo a la máquina.
Me siento en el escritorio. Quiero desaparecer en la escritura. Quiero dejar de ser en este mundo y pasar a ser en el otro. Verte de nuevo y sentirte. Estoy escribiéndote, vuelvo a generar la historia. Esa historia que es la madre de todas mis batallas en papel. Me paro y voy hasta el bar. Agarro un poco de gin. Tomo desde el pico un largo trago. La botella golpea contra mi pierna, la llevo con la mano. Me gusta el sabor de mi boca. El alcohol hace que te vea más fácil. Me hace irme más rápido, me hace generar la historia con más fidelidad. Me siento. Tomo otro sorbo. La hoja de papel está casi al final. Está agarrada por el rollo. Si aprieto una letra más sonará el “plin” de la campana. Quiero irme. Quiero sentir en el cuerpo. Sentirte. Y escribo. El mozo es el anteúltimo de irse del café. Sale a la noche con su piloto y paraguas, cuenta sus monedas para el colectivo. No tiene ganas de sexo, así que irá directamente a su casa. Mientas camina por la puerta del Hospital escucha las sirenas de la policía que se acercan rápidamente. No le importa demasiado, está pensando en su mujer que ya debe estar borracha, desnuda y dormida sobre el teclado de la máquina de escribir. Tiene ganas de leer lo que escribió en la hoja en blanco. El algún punto leerá que alguien dijo: "llueve" y el Mozo pensará que sí, que ha llovido y que todavía llueve mucho. Tiene ganas de leer el final de la historia. Estoy desnuda, mi amor. Estoy borracha. Pero no estoy dormida y te esperaré toda la noche. Y noto que ahora está lloviendo. Sé que llegarás de un momento a otro. Miro alrededor de mí y me doy cuenta que en algún momento el pomo de la puerta girará y vos entrarás para verme sentado frente a la máquina, desnuda tomando gin. Me paro y voy hasta la ventana. Un colectivo pasa por la calle mojada. Los charcos son gigantes. No soy. No existe allá y estoy acá. Leerás, mi amor todo lo que escribí, y todas las noches le cambio el final a tu historia.

1 comentario:

Eclipse dijo...

"me besabas la ruta de las lágrimas"

"Show me the future through the tracks of your tears."


jeje, leí eso y se me vino lo otro a la cabeza... porque me quedé con la imagen de "the track of your tears" desde aquella vez.

y el "Llevar todo a cuenta y volver a escribir. Sin pensar. Sintiendo.", será el sentir con la imaginación de Pessoa?

de repente todo se vuelve hipertextual y conectado y me miro las manos temiendo estar siendo narrada.