sábado, marzo 07, 2009

Preambulo

- Llueve.
La voz de Fotocopia sonaba salida de ultratumba. Su mirada estaba puesta en la calle nocturna, donde las gotas caían en los charcos cerca del cordón. Las gotas que caían allí generaban globos, pequeños o grandes. Piensa en algo que decía su bisabuela: “Cuando las gotas de lluvia caen en los charcos y estas generan globos, ¡prepárate! Va a llover mucho tiempo”. Nunca había estado seguro que ese dicho sea así pero cada vez que llovía con la vista Fotocopia buscaba los charcos en las veredas, en los cordones y en las calles. Y mientras estaba parado con su paraguas las miraba por un largo rato esperando ver la generación o no de los globitos en ellas. Los globos eran grandes, parecía agua con detergente.
Los vidrios del café se estaban empañando lentamente, Fotocopia cada tanto abre un agujero con la manga de su piloto (Que lo tiene puesto) para poder ver, lo poco que había para ver en la calle. Miraba cada tanto a la puerta del Hospital Gandulfo, ahí enfrente, no se veía mucha gente pero en algún momento aparecía alguna persona que cruzaba la calle corriendo, tapándose con unas hojas de periódico o un paraguas, y entraba por la puerta principal pobremente iluminada.
El mozo venía sorteando mezas cuadradas, algunas sueltas y otras pegadas una a la otra. En algunas había comensales, la mayoría de las ocupadas tenían personas que estaban comiendo minutas; en la mayoría de las mesas no había gente. Había un grupo en la otra punta del local, el más numeroso y ruidoso, que estaban apiñados cerca de la pequeña televisión y miraban un partido de la Copa Libertadores, dos equipos ignotos de países sudamericanos aburrían con un tibio empate. No había pasión allí. El mozo llevaba en su bandeja plateada y sucia, tres tazas de café de diferentes tamaños y un plato con varias medialunas, algunas de grasa y otras de manteca.
El Negro, sentado en la punta de la mesa, en diagonal a Fotocopia, miró todo el trayecto que hizo el mozo desde la barra, desde cuando estaba charlando con el dueño, mientras ponía las tazas y las medialunas sobre la bandeja, hasta que llegó a ellos, en la cabecera de la mesa. Tenía los ojos puestos en el mozo, lo miraba, se decía que todos eran iguales. Este tenía los ojos cansinos, la camisa celeste con varías manchas de café, tenía el último botón abierto y metida dentro del pantalón negro.
El mozo empieza a dejar las tazas en la mesa. Primero agarra una gran taza blanca, el liquido estaba sobre el borde y cada movimiento parecía que lo iba a hacer rebalsar. Con gran parsimonia agarra con su mano derecha esa taza, por debajo, por el plato y con movimientos lentos la pone sobre la mesa, delante de Fotocopia, que al parecer no se da cuenta que el mozo está poniendo ahí. No derramó una sola gota. Luego el mozo agarra una taza del mismo tamaño que la anterior, pero mucho menos cargada, siendo el liquido mucho más negro, más espeso. Con mucho menos parsimonia la agarra y la deja con gran fuerza sobre la mesa, algo del liquido cae sobre el plato de debajo de la taza blanca. Una línea marrón se marca allí. El Negro la mira lentamente, a su taza y vuelve su vista al mozo y sus movimientos. Luego, busca una taza pequeña y la deja en la silla que está enfrentada al Negro. En el medio pone el plato con las medialunas. Eso genera un ruido hueco de loza, en ese instante Fotocopia se da cuenta que el mozo está delante de ellos. Justo cuando se daba vuelta y se iba.
El Negro piensa en las tazas. Y se dice que por suerte él no es así. Ya que siempre le pone el mismo ahínco a todos los trabajos. Siempre pensaba que muchas veces las personas se relajan cuando ven los trabajos más fáciles que otros. El caso de la taza, por ejemplo, el Negro de haber sido el mozo hubiera puesto el mismo empeño en dejar sobre la mesa la taza bien cargada y la taza con menos líquido. Aunque siempre pensaba que eso debía de ser por la línea de trabajo que él llevaba. Había conocido cientos de personas que no se tomaban con el mismo espíritu profesional todos los trabajos, y la falta de respeto era siempre pagada a muy alto precio. Tal vez si hubiera sido mozo, pensó, no le interesaría tanto hacer las cosas siempre con el mismo profesionalismo. Aunque no estaba seguro de la exactitud de esta afirmación.
Fotocopia tomó un saquito de café y lo abrió. Tiro todo el contenido en el café con leche. Luego volvió a repetir el procedimiento con tres saquitos más. Empieza a revolver con la taza el café, generaba un sonido hueco cada vez que la cuchara chocaba contra la loza. Miraba la espuma que se juntaba en el medio por la fuerza centrífuga. Un poco de líquido estaba en el platito ya que entre el azúcar y el girar, algo había caído. La agarró con las dos manos y la levantó lentamente, se la lleva a la boca, pero antes de beber, dice:
- Llueve.
El Negro escuchó otra vez decir eso y suspiró fuertemente, para que lo escuche. Al rato vio venir al tercero, venía caminando, tranquilo, secándose las manos con una toalla de papel, esquivando mesas. Se sienta en la silla vacía y agarra el café, lo toma así nomás. Luego se pone a mirar hacia afuera, sin ningún problema. Enciende un cigarrillo y fuma. Mira al Negro.
- ¿Está todo bien?
- Sí. Todo tranquilo.
Fotocopia mira por la ventana, de nuevo. Ve a una persona que cruza corriendo, intentando esquivar los charcos (Donde se generaban globos efímeros que viajaban sobre el agua por el efecto del viento, chocando unos con otros). Esa persona corre con las manos en los bolsillos del piloto. Hasta el cajero automático del Banco Provincia, lo ve entrar y pierde toda las ganas de seguirlo con la mirada. Mira el café, la taza de café, se pierde en los movimientos concéntricos de ella.
- ¿Cuánto tiempo falta? – Le pregunta el último en llegar a El Negro.
- Tenemos tiempo.
- ¿Pensas que todo va a salir bien?
- Está todo planeado. El plan es bueno, hay que seguirlo al pie de la letra. ¿Tenés miedo?
- No... No... – Aunque a decir verdad, desde cuando se sentó empezó a demostrar síntomas de nervios en todo su cuerpo. La mirada, sus movimientos, el no poder dejar de jugar con la cuchara que estaba sobre la mesa. La hacia girar con fuerza, la miraba ser una hélice y al rato la paraba, luego volvía a hacer lo mismo. Al Negro le rompía mucho las pelotas eso. Pero no le dijo nada.
Sentados en la mesa, hablando poco y nada. Mientras tanto el bar se iba vaciando poco a poco. Ellos estaban tranquilos cada uno en su mundo. El Negro repasaba mentalmente el plan. Era bueno, no tenía muchos resquicios a errores. Pero algo había aprendido, que los planes son modelos donde se toman muchas variables como constante mientras ellas están todo el tiempo en movimiento. Muchas veces un paso en falso de alguno de los actores del plan hacía que todo se viniera para abajo y hubiera que improvisar. Él era bueno improvisando pero para este trabajo no conocía a ninguno de sus colaboradores. Pensaba en todos los problemas con los que se pudieran encontrar. Que alguien no esté en sus posición a tiempo, que algún agente se haya quedado tomando un café o algo así y por unos minutos se lo encuentre. Muchas veces El Negro hubiera preferido no hacer ningún plan, entrar con las armas y hacer el trabajo sin más que eso. Pero era simplemente los nervios. El plan era bueno y si sus compañeros comensales llevaban al pie de la letra sus tareas sería todo más fácil. Él entraría por la puerta principal, caminaría por los pasillos del hospital hasta llegar a la puerta indicada. Allí vería a su blanco y se movería lo más sutilmente que pudiera para dejar el camino libre a los otros.
El tercero, todavía tenía las manos húmedas. Y miraba la cuchara que hacia girar y parar. Recordaba el momento en que había visto por primera vez al Negro. Él estaba sentado fumando en una escalera de incendios. Miraba la luna en una noche clara. No tenía más luz que lo iluminaba que la brasa del cigarrillo que se ponía rojo furioso cuando aspiraba. Se asustó al verlo. Pero sabía quién era. Habías escuchado las peores historias que se contaban sobre él. Le dijo que necesitaba alguien que manejara bien y rápido. Era casi lo único que hacía realmente bien. Nunca se lo dijo al Negro, pero sintió una instantánea simpatía por él; aunque el tercero, sabía que al Negro nadie le cae bien, a lo sumo te respeta porque sos profesional en los trabajos. Por el momento nunca le había fallado al Negro. Aunque en esa noche lo haría. Lo hizo pasar a su habitación de la pensión, el Negro se sentó en la mesa y le contó para qué lo necesitaba. Le dijo que había escuchado que era un gran conductor, hasta que alguna vez lo había visto en alguna que otra carrera. Le ofreció una buena suma de dinero, para tu hijo, le dijo. Aceptó. De eso haría más o menos un año. Sin que el tercero lo supiera, cada tanto el Negro aparecía y le decía que lo necesitaba. Hacía dos días había aparecido por detrás de él en una pizzería. Le pagó la pizza y en el camino a su pensión El Negro le contó cómo venía el asunto. Otra vez el tercero aceptó, sin saber que sería la última vez que aceptaría.
Las tazas de café ya estaban todas vacías y el partido había acabado en un empate cero a cero. La gente de la punta se estaba parando y haciendo mucho barullo entre las habladurías del mundo. El mozo estaba sentado en un banquito mirando el reloj de la pared que cada vez estaba más cerca del nuevo día. Tenía ganas de volver a su casa, ver a su esposa, besarla y hacer el amor. Pero cada día que pasaba estaban más distanciados. Ella vagaba por su mundo de fantasía. A veces la encontraba cuando llegaba a altas horas de la noche desnuda frente a una máquina de escribir. Desnuda, poseída escribiendo. Muchas veces la saludaba y ella no le hablaba. Tal vez un sonido, un gruñido, era el saludo de bienvenida. Nada más. Su novela llevaba ya más de mil paginas y hacia un par de años estaba escribiéndola. Al principio ella tenía trabajo y escribía en momentos libres. Con el tiempo renunció. Él tuvo que aceptar el trabajo de mozo. Ella fue perdiendo los lazos con el mundo exterior y todo era su historia. Su mujer era el personaje principal, o un alter ego. Aunque llevaban el mismo nombre. Las pocas veces que se quedaba dormida, antes que él llegaba, lo hacía sobre el teclado. El mozo en esos momentos aprovechaba para leer la hoja que estaba en el teclado. “...El mozo empieza a dejar las tazas en la mesa. Primero agarra una gran taza blanca, el liquido estaba sobre el borde y cada movimiento parecía que lo iba a hacer rebalsar...” Esa frase la había grabado en su mente. Muchas veces se perdía en la noche y terminaba en lo de alguna prostituta para perder el tiempo. Miró que el tipo de la mesa del costado, lo llamaba y le pedía la cuenta con el gesto. Se la pidió al jefe, que le cierre la mesa número doce. Y esperó. Esa noche su esposa iba a estar dormida sobre el teclado, desnuda, borracha. El final de un capítulo de la historia iba a estar en la hoja a medio llenar. La leería, leería el final de la historia. No le daría mucha importancia porque sabría que al otro día la historia seguiría y ella la escribiría.
Fotocopia sabía que se acababa el tiempo. Ya debería entrar por la puerta de costado, sacarse el piloto y dejar ver el ambo celeste. Caminar tranquilo saludando a todos sus compañeros de trabajo. Sabía que tenía que hacer. Se quedó pensando en Strategos. Recordó la primera vez que leyó ese nombre. Supo que iba a ganar la carrera. Le apostó mucho dinero a ese caballo. Todo lo que tenía. Recordó que el Galgo, que estaba gordo y su sobrenombre ya no tenía sentido, le había dicho que iba a perder todo. No le importó y le apostó todo lo que tenía a ese caballo. Ganó. Ganó y no le importo cuanto dinero había ganado, sino esa sensación de ganar sin esfuerzo. Desde ese día volvió a ir todo los días a ese lugar sobre la avenida donde apostaban a las carreras. Al otro día empezó a apostar a todos los caballos que le habían generado algo con el nombre, sin muchos más datos que su sentimiento. Perdió todo lo que había ganado el día anterior. Pero el sentimiento de ganar todavía era más dulce en él. Volvió a ir todos los días, ganaba o perdía, no le importaba demasiado. Empezó a profesionalizarse en el juego. Llamaba a contactos y a gente que criaba caballos. El Galgo cada tanto le pasaba una fija, que a veces no lo eran. Así fue quedándose sin dinero. Pero seguía yendo Hacía una semana se había dado cuenta que no llegaba a fin de mes. Y caminaba por una plaza del fondo de la ciudad, llevaba una bolsa de plástico con fiambre y algo de pan. Su cena para ese día y para el siguiente. Un auto se le acercó desde el costado. El Negro lo llamó y le dijo de plan. Fotocopia necesitaba dinero, tenía que pagar unas deudas con un par de pesados del club. No tuvo más remedio que aceptar. Tenía miedo. No durmió en todos esos días. Y ahora estaba con el piloto mirando la calle.
- Es hora. – Le dijo El Negro a Fotocopia que sin mirarlo se para y sale por la puerta.
El mozo llegó y les deja el ticket sobre la mesa, les repite el monto del café y las medialunas. Pagaron. El tercero lo mira desde su silla a Fotocopia que camina por la calle, mojándose. Se pregunta de dónde lo habrá sacado el Negro. No le pregunta ya que sabe que no le responderá.
- ¿ Por qué le dicen Fotocopia? – Le pregunta al Negro.
- Porque su hermano es el original, al bueno, el que no es borroso... Además el vale diez centavos. – Lo dice sin reírse aunque el tercero se reía.
En la puerta del café el Negro y el tercero se separan sin saludarse. Como tenía todo calculado, el Negro sabe que Fotocopia tiene que estar entrando por la puerta de oncología, la puerta del costado cerca de la capilla. El tercero esa noche no tenía chances de nada. El plan así lo determinaba, por más vuelta que le daba, sabía que eso terminaría así. Fotocopia por otro lado, tenía que vivir. Y el Negro, estaría tranquilo mirando todo, luego de hacer su parte.
El mozo es el anteúltimo de irse del café. Sale a la noche con su piloto y paraguas, cuenta sus monedas para el colectivo. No tiene ganas de sexo, así que irá directamente a su casa. Mientas camina por la puerta del Hospital escucha las sirenas de la policía que se acercan rápidamente. No le importa demasiado, está pensando en su mujer que ya debe estar borracha, desnuda y dormida sobre el teclado de la máquina de escribir. Tiene ganas de leer lo que escribió en la hoja en blanco. El algún punto leerá que alguien dijo: "llueve" y el Mozo pensará que sí, que ha llovido y que todavía llueve mucho. Tiene ganas de leer el final de la historia.

5 comentarios:

Luna dijo...

La idea de ser personajes, de ser marionetas de una historia que alguien escribe. Otra vez la idea del destino, no es eso acaso, lo escrito?.
Y me gustó Fotocopia y el porque de su nombre.

green. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Eclipse dijo...

Siempre te digo que acá en Suaznabar aparecen más relatos que cuentos, la verdad.
Pero este ES un cuento, lindo, interesante, muy Gastón, aparte.
Más allá de los errores que te señalo siempre (y de morderme por no tener una lapicera roja y el cuento en papel a mano) hay un par de cositas a señalar. Una, es una boludez... decís que abre el sobrecito de café cuando en realidad creo que es el de azúcar.
Llueve. La lluvia siempre le aporta un algo a las historias que pueden tanto potenciarlas como volverlas monótonas. Creo que por otras decisiones que tomás en el cuento, en este caso la potencia. Hacés eso de mencionar detalles y darles relevancia luego; eso es algo que me gusta mucho de tus cuentos y relatos, las cosas que podrían pasar desapercibidas pero que no, son detalles aunque no trascendentes, que al menos vuleven a mencionarse, así sean con un simple fin estético.
Ya te he comentado esto alguna vez, me gusta mucho eso en una historia.
Lo metatextual, el relato dentro del relato, eso que ya has estado explorando en otras cosas, creo que lo manejás muy bien. Al menos en el sentido de generar cierta sorpresa, contrariedad o dicotomía. Eso potencia mucho los relatos y por ahora, creo que lo hacés en una medida bastante justa, sin excesos, que pueden ser un error fatal en estos casos.
Como siempre... errores muy corregibles de tiempos, sintaxis, etc, pero la historia es buena, muy buena.
Aceptá el cumplido y callate.
;)

Unknown dijo...

Gracias por haberme visitado, y haberme leído. No estoy aún lista para prestar atención a lo escrito, pero por primeras oraciones creo que no me va a llevar mucho tiempo adentrarme en vuestro mundo.
Sobre la novela en sin-tetizando.blogspot.com, es conveniente de hecho empezar por el principio. Cada capítulo tiene como una forma muy propia, pero el sentido de la totalidad está en la relación, y en el recorrido.
Gracias nuevamente.
Un beso,
Belén

Unknown dijo...

Pese a coincidir con el comentario de "Eclipse" en algunas necesarias correcciones, debo decir que luego de leer tu escrito, quedé encantada. No sólo porque me parezca una historia que vale, sino porque la situás muy cerca del mundo que yo tengo cerca. El bar frente al hospital Gandulfo, desde donde la lluvia se ve tan lluvia. Y sobre las burbujas, leyenda que a mi también me contaban de chica. Me ha resultado muy cercano en imágenes, y me ha gustado muchísimo. No dejes de ejercitarlo. Y volveré a pasar, desde luego, por más.