Todos los árboles eran iguales. Por lo menos eran todos similares. No mira para arriba pero si mirara sabría que no vería nada más que las copas de los mismos árboles que son todos iguales. O por lo menos todos similares. Las manos van adelante del cuerpo y va mirando la nada. Está algo perdido pero quería estar así. Cada tanto apoya la mano en el tronco de un árbol, siente la rugosidad de la madera viva en su palma y sabe que la realidad persiste en el mundo.
La única luz que reverbera en ese bosque artificial es algo de la luz nocturna que cae del cielo. Esa luz mentirosa que vivió hace décadas, cientos o miles de años en el pasado y que llega cada noche luego de un largo viaje galáctico. Y no ve más allá de los árboles que le nublan toda la visión, cada tanto mueve los brazos. Camina en línea recta, en lo que supone que es una línea recta, aunque ya hubo veces que dio vueltas sin darse cuenta. Ahora camina en un sentido que no es el que su mente presupone. Las manos sobre otro tronco vivo. Se queda un largo rato con la palma de la mano derecha abierta contra el tronco. Siente la rugosidad y las imperfecciones como si la piel de su amante se tratara. Apoya el cuerpo y siente la fuerza de la vida casi eterna de ese árbol en ese lugar.
Ese árbol va a morir. El bosque es artificial y fue plantado para cortar madera, hacer muebles y cosas similares. Él no lo sabe. Y se apoya en el árbol. Quisiera saber todos los nombres de todos las variedades de árboles que ha visto en toda su vida. Tendría muchas ganas de saber cuál es el nombre del árbol que tiene frente suyo. Además le gustaría saber si ese árbol hace sonidos cuando nadie lo escucha, por eso se calla y apoya su espalda contra la madera. Sin fuerzas su cuerpo va cayendo atraído por el pasto verde lleno de ramas sacas y hojas sueltas que vuelan poco por la fuerza del viento frío rumbo sur. El saco negro se le va quedando pegado a la incongruencias de la madera. Su camisa está por fuera del pantalón y la corbata le molesta pero no se la saca.
Llegó hace más o menos dos horas. El auto se había conducido solo y él miraba el camino alumbrado por las luces altas. Cada tanto algún auto pasaba a su costado a una velocidad alta y lo pasaba, perdiéndose como un par de luces rojas que se pierden en el camino real. El espejo retrovisor mostraba la negra noche. Las luces delanteras sólo dejaban ver la línea blanca y cortada. En algún punto de la noche, aunque él no lo sabía ya era otro día, para el coche poniendo las balizas y se bajó. Sale del auto y siente la brisa nocturna. El viento le hace volar la corbata. Caminó por la banquina un largo rato al costado de la ruta hasta que se acercó a la alambrada. Allí la cruza y empieza a perderse, a hundirse, en el bosque artificial.
Sentado espera ver a lo lejos algo. No sabe que quiere ver pero sabe que lo que quiere ver nunca más lo verá. Sabe que ella siempre estará en el mismo lugar, allí de donde él había salido hacía varias horas luego de dar la homilía. A ella nunca más la verá porque ella siempre estará en ese lugar. Entre tantas otras personas que también fueron. Personas que van y personas que vienen. A lo lejos espera que ella se abra camino entre todos los árboles que esperan que él se vaya para caer, para hablar, para retumbar. Se para de nuevo y camina entre el camino de los árboles, pisando mal y tropezando a cada paso.
Busca a lo lejos ver. Pero no ve. Quisiera ver a Juan Sin Ropa. Quisiera verlo, a ese Mefistófeles vestido de gaucho en la pampa llena de árboles. Le gustaría encontrarlo y verlo. Hablarle. Si lo viera le diría que quiere que lo lleve.
- Quisiera que me lleves. – Le diría.
- No es el momento. – Le respondería mirándolo de arriba abajo. Estaría con el facón en la mano y jugaría con el filo. – No tengo ganas de hacerte la vida fácil.
- ¿Y qué hago? – Le preguntaría el perplejo ante el ofrecimiento que le hizo y su negativa obtusa.
- Espera.
- A qué.
- A Godoy.
Él piensa que el guacho Godoy como Godot nunca llega y podría esperar mucho tiempo sentado en el bosque. O parado. Caminando o perdido. Cerca de un árbol, escuchando conversaciones piantadas en sentido y monólogos de un artificial ente lleno de magia.
El gaucho Godoy nunca llegará. En algún momento de la noche caerá extenuado de miseria el piso. Caerá entre las ramas y el viento soplará por entre los pasillos que forman los árboles plantados por el granjero Acosta en su tierra. Estará un largo rato tirado entre las ramas. Verá en un punto a su amada que vendrá en punta en blanco caminando sin tocar el suelo. Le tocará la cara, le recorrerá el cachete y le dará un beso eterno en su frente. Sus ojos no tendrán percepción de la entidad y la vacuidad de los sentidos. La luz que emanará ella será la que le indique que todo volverá en algún momento aunque ella tampoco nunca volverá y él tendrá que aceptar de alguna u otra manera que no la podrá ver nunca más. Su amor por ella no morirá y las fotos siempre estarán para que él lloré años y años.
Cerca de la madrugada cuando el sol salga en lo alto un patrullero del pueblo llegará hasta su auto con la puerta del conductor abierta y las luces altas iluminando el camino que nunca recorrió ese auto. Chequearán la patente con la base de datos y sabrán que hay una advertencia sobre el conductor que no ha vuelto a su casa en varios días. Darán el aviso y luego varios policías más llegarán hasta esa zona. Empezarán a cepillar la zona. Una mujer policía seguirá a un perro ovejero alemán hasta el lugar donde él está tirado.
La única luz que reverbera en ese bosque artificial es algo de la luz nocturna que cae del cielo. Esa luz mentirosa que vivió hace décadas, cientos o miles de años en el pasado y que llega cada noche luego de un largo viaje galáctico. Y no ve más allá de los árboles que le nublan toda la visión, cada tanto mueve los brazos. Camina en línea recta, en lo que supone que es una línea recta, aunque ya hubo veces que dio vueltas sin darse cuenta. Ahora camina en un sentido que no es el que su mente presupone. Las manos sobre otro tronco vivo. Se queda un largo rato con la palma de la mano derecha abierta contra el tronco. Siente la rugosidad y las imperfecciones como si la piel de su amante se tratara. Apoya el cuerpo y siente la fuerza de la vida casi eterna de ese árbol en ese lugar.
Ese árbol va a morir. El bosque es artificial y fue plantado para cortar madera, hacer muebles y cosas similares. Él no lo sabe. Y se apoya en el árbol. Quisiera saber todos los nombres de todos las variedades de árboles que ha visto en toda su vida. Tendría muchas ganas de saber cuál es el nombre del árbol que tiene frente suyo. Además le gustaría saber si ese árbol hace sonidos cuando nadie lo escucha, por eso se calla y apoya su espalda contra la madera. Sin fuerzas su cuerpo va cayendo atraído por el pasto verde lleno de ramas sacas y hojas sueltas que vuelan poco por la fuerza del viento frío rumbo sur. El saco negro se le va quedando pegado a la incongruencias de la madera. Su camisa está por fuera del pantalón y la corbata le molesta pero no se la saca.
Llegó hace más o menos dos horas. El auto se había conducido solo y él miraba el camino alumbrado por las luces altas. Cada tanto algún auto pasaba a su costado a una velocidad alta y lo pasaba, perdiéndose como un par de luces rojas que se pierden en el camino real. El espejo retrovisor mostraba la negra noche. Las luces delanteras sólo dejaban ver la línea blanca y cortada. En algún punto de la noche, aunque él no lo sabía ya era otro día, para el coche poniendo las balizas y se bajó. Sale del auto y siente la brisa nocturna. El viento le hace volar la corbata. Caminó por la banquina un largo rato al costado de la ruta hasta que se acercó a la alambrada. Allí la cruza y empieza a perderse, a hundirse, en el bosque artificial.
Sentado espera ver a lo lejos algo. No sabe que quiere ver pero sabe que lo que quiere ver nunca más lo verá. Sabe que ella siempre estará en el mismo lugar, allí de donde él había salido hacía varias horas luego de dar la homilía. A ella nunca más la verá porque ella siempre estará en ese lugar. Entre tantas otras personas que también fueron. Personas que van y personas que vienen. A lo lejos espera que ella se abra camino entre todos los árboles que esperan que él se vaya para caer, para hablar, para retumbar. Se para de nuevo y camina entre el camino de los árboles, pisando mal y tropezando a cada paso.
Busca a lo lejos ver. Pero no ve. Quisiera ver a Juan Sin Ropa. Quisiera verlo, a ese Mefistófeles vestido de gaucho en la pampa llena de árboles. Le gustaría encontrarlo y verlo. Hablarle. Si lo viera le diría que quiere que lo lleve.
- Quisiera que me lleves. – Le diría.
- No es el momento. – Le respondería mirándolo de arriba abajo. Estaría con el facón en la mano y jugaría con el filo. – No tengo ganas de hacerte la vida fácil.
- ¿Y qué hago? – Le preguntaría el perplejo ante el ofrecimiento que le hizo y su negativa obtusa.
- Espera.
- A qué.
- A Godoy.
Él piensa que el guacho Godoy como Godot nunca llega y podría esperar mucho tiempo sentado en el bosque. O parado. Caminando o perdido. Cerca de un árbol, escuchando conversaciones piantadas en sentido y monólogos de un artificial ente lleno de magia.
El gaucho Godoy nunca llegará. En algún momento de la noche caerá extenuado de miseria el piso. Caerá entre las ramas y el viento soplará por entre los pasillos que forman los árboles plantados por el granjero Acosta en su tierra. Estará un largo rato tirado entre las ramas. Verá en un punto a su amada que vendrá en punta en blanco caminando sin tocar el suelo. Le tocará la cara, le recorrerá el cachete y le dará un beso eterno en su frente. Sus ojos no tendrán percepción de la entidad y la vacuidad de los sentidos. La luz que emanará ella será la que le indique que todo volverá en algún momento aunque ella tampoco nunca volverá y él tendrá que aceptar de alguna u otra manera que no la podrá ver nunca más. Su amor por ella no morirá y las fotos siempre estarán para que él lloré años y años.
Cerca de la madrugada cuando el sol salga en lo alto un patrullero del pueblo llegará hasta su auto con la puerta del conductor abierta y las luces altas iluminando el camino que nunca recorrió ese auto. Chequearán la patente con la base de datos y sabrán que hay una advertencia sobre el conductor que no ha vuelto a su casa en varios días. Darán el aviso y luego varios policías más llegarán hasta esa zona. Empezarán a cepillar la zona. Una mujer policía seguirá a un perro ovejero alemán hasta el lugar donde él está tirado.
3 comentarios:
Leí este cuento escuchando la banda sonora de "La casa de las dagas voladoras" y realmente tuvo un efecto genial, distinto. Leer escuchando cierta música, a veces está demasiado bueno.
Sonreí porque cuando leí "- a qué? - a Godoy", en seguida pensé en la analogía con Godot, y al segundo siguiente lo leí de tus propias palabras...
Correcciones aparte (tiempos verbales, alguna falta de ortografía, etc) me gustó mucho este cuento, esa comunión con la naturaleza, la idea de hacerse parte de ese bosque, aunque fuera artificial.
Y el final me pareció genial, también.
Es más breve que lo que solés escribir por acá (o se me hizo bastante breve) y eso me gusta. De nuevo destaco esa característica tuya (bueno, y bastante necesaria en narrativa, pero que no veo siempre) de darle cabida a detalles ínfimos y construir cierto hilo a partir de ellos.
Eso me hace muy disfrutable la lectura, me hace sonreír y asentir la cabeza mientras leo.
Bueno, si dije cualquier idiotez, hoy puedo disculparme y decir que fueron delirios a causa de la fiebre.
besos muchos!
Personalmente, me gustó la subjetividad del bosque de la primera parte. Que, si bien él es protagonista, el bosque y los árboles buscan una subjetividad propia, que hasta tendría cabida a ser nombrada: "Tendría muchas ganas de saber cuál es el nombre del árbol que tiene frente suyo."
La comunión, como dijo Caro, con la naturaleza. Eso de ser solamente parte de algo más grande.
La psibilidad, inclusive, de llegar al punto en el cual podría ser posible una conversación, comunicación o intercambio: "Además le gustaría saber si ese árbol hace sonidos cuando nadie lo escucha, por eso se calla y apoya su espalda contra la madera."
Por otro lado, me gusta, esta vez sí, el trabajo con los verbos.
Más allá de algunas pequeñas incongruencias que no nos cansaremos de marcarte, hay una clara estratificación de tiempos evrbales, que llevan a ese desenlace.
Me gusta la longitud, ciertamente extraña en vos.
Compacto. Con detalles, pero sin hipérbole.
Cuantos años tenemos? Yo soy joven, y vos me contaste que recorriste mucho. Vuelvo a decirte (porque se que te lo dije), me gusta mucho lo que tu digital pluma logra gracias a vos. Vecino.
(me recordaste a Adán de Leopoldo, y me arrancaste plácida sonrisa)
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