El sonido del despertador suena fuerte e inunda toda la habitación, pequeña y modesta, donde el único que está en la cama, tapado con varias sabanas y frazadas, es todavía él. Se levanta sin salir de la cama, entreabriendo los ojos y ve – de una forma que no es del todo ver, sino que es entrever, o quizá es que piensa ver – la hora en números rojos. Se dice que es temprano, tiene algo de tiempo para retozar, aunque es ínfimo. Además escucha la lluvia golpear contra la ventana que está ya con la cortina abierta, detrás y arriba suyo.
Ella desde la cocina habla por sobre el sonido de la radio AM que da el informativo de la primera mañana. Le habla a él y todos esos sonidos son incorporados en su sueño, las cosas que ella le dice son en su mente más melosas y sensuales, mientras que los sonidos de la radio son la narración de su acto sexual en una playa del caribe. Pero en algún momento, indeterminado para él, ya que siente que pasaron miles de horas y millones de minutos, el despertador vuelve a sonar con su sonido agudo, chillón y eterno. Es un ruido entrecortado que va subiendo en volumen y en molestia con cada segundo que lo deja sonar. Igual lo dejó sonar hasta que no pudo más, en ese momento volvió a sacar el cuerpo y lo apagó. Por eso se viste, primero sacándose el pijama de tela celeste con rayas blancas y poniéndose ropa para salir y andar por la calle buscando un trabajo digno de sus capacidades.
Ella, seguía hablando como si él hubiera escuchado algo de todo lo que le dijo por sobre el reloj despertador, la radio y la lluvia que golpea fuerte contra el vidrio de la ventana abierta y que ilumina con esa luz clara la pequeña y modesta habitación. Se pone una camiseta blanca y gastada, con algún agujero en la espalda, una camisa escosa bien gruesa y un jean algo gastado. Sale de la habitación dejando la cama matrimonial deshecha y va hasta la cocina, donde la mujer está parada al lado de la mesada probando la temperatura del agua para el mate. Él nota que decide que la temperatura está bien porque pasa el agua caliente de la pava a un termo rojo que saca de un estante que tiene arriba de la cabeza. El ruido del agua a él le da ganas de ir al baño y por eso se va. Ella mientras tanto se sienta en la pequeña mesa cuadrada que tienen en la cocina y se ceba el primer mate de la mañana, o por lo menos el primer mate que toma ya que tiene la costumbre de escupir en la pileta de la cocina el agua verde del primero. Se sienta donde ya había puesto una bolsita de bizcochos de grasa.
Él vuelve tranquilo acomodándose la camisa dentro del jean. Se sienta y acepta el mate que ella le ofrece. Apoya los labios sobre la bombilla de metal que lo quema en un principio y aspira mirando la ventana de la cocina donde el agua de lluvia golpeaba contra el vidrio. En la radio el locutor está discutiendo sobre un político, que él considera un corrupto, de un tema del que ninguno de los dos realmente entiende demasiado. Se quedan mirándose tranquilos, comiendo bizcochos.
Mira el reloj de agujas en la pared. La pared blanca, mira la pared blanca con algunos manchones y fisuras, una gran mancha de humedad en donde el techo se junta con la pared. Se da cuenta que si quiere llegar al lugar del encuentro a tiempo tiene que salir en ese momento, se lo dice a la mujer que lo entiende, lo acepta y lo insta a que se abrigue bien. Él acata y se para. La saluda con un beso en la cabeza, un beso largo y de despedida. Sale de la cocina y se encuentra en un largo pasillo.
A la derecha de la puerta, sobre el pasillo estrecho, hay un perchero que tiene una americana negra. La agarra, se la pone y se levanta las solapas. Abre la puerta, primero abriendo una cadenita y luego moviendo la llave. Sale a otro pasillo largo y techado, camina por la propiedad horizontal, cada tanto intenta espiar en las otras casas, pero las puertas están cerradas. Un trueno mueve la tierra justo cuando abre la puerta de calle. Se queda parado debajo de un techito intentando escapar de la lluvia. Mira el agua caer y ve todos los charcos que se forman en la vereda, además nota el viento frío que sopla fuerte y hace volar a las hojas de los árboles.
Se queda bufando, molesto por que hayan elegido ese día para esa reunión. Cada tanto intenta caminar y salir pero una nueva caída fuerte de agua lo detiene. Mira su reloj pulsera (Digital, viejo y que atrasa diez minutos) y nota que está muy atrasado para la reunión. Hace un esfuerzo y sale del amparo del techo. Camina desde la mitad de cuadra hasta la esquina, se empapa terriblemente en los primeros metros.
Llega a la estación de colectivos y se queda bajo un techo de un puesto de diarios. Hace que mira las tapas de algunas revistas para que el quiosquero no se enoje con él. Por el rabillo del ojo ve que se acerca el colectivo y sale de su refugio, extiende el brazo. El colectivo para.
Logra sentarse, mira por la ventana e intenta escurrir algo del agua que la americana absorbió en su corto trayecto sin techo. Mira por la ventana que está toda empañada, con su mano desnuda y humedad (De estar en el bolsillo en la lluvia) abre un claro para poder ver las casas pasar. Entrecierra los ojos y siente el calor humano que se va generando en el colectivo.
Se queda dormido y ve las mismas imágenes que había visto en la cama. La playa, la mujer y el relato. Con una frenada bastante fuerte golpea la cabeza contra el vidrio en que estaba apoyado para notar que el colectivo estaba lleno de gente. Se da cuenta que se pasó dos cuadras de donde tenía que bajar, y además está muy atrasado.
Baja. La lluvia es menos fuerte, es una garúa. Pero engaña, ya que las gotas no son tan grandes y sin embargo moja tanto o más que la lluvia anterior. Sin embargo, se apea en la canadiense que ya está toda mojada y camina por la vereda lo más cerca de las casas, buscando encontrar algún techo salvador. Camina las dos cuadras solitarias y llega hasta la del centro.
El hotel está ahí a una cuadra, tiene que caminarla. Llega a la fachada del “Hotel Imperial”, entra y un muchachito con un uniforme rojo lo saluda, él le devuelve el saludo y le pregunta dónde está el comedor. El muchachito uniformado le indica con su dedo índice para el salón de la derecha, le agradece y se aleja del muchacho que vuelve a sus quehaceres habituales.
El salón comedor se llama “César”, él piensa que es un buen nombre para el hotel que se digna en llamarse imperial, aunque es un hotel mediocre, chico y de pueblo. El salón comedor es un cuarto muy grande, con amplias ventanas que dan algunas para la calle y una para un patio interior donde hay dos árboles y algunas flores en macetas. Tiene varias, no cuenta cuantas, mesas redondas con manteles rojos sobre estos unos manteles más pequeños blancos. Hay una mesa ocupada cerca suyo y otra más allá cerca de las ventanas. Ninguna de las personas es la que vino (¿Vino? ¿Vendrá?) a encontrarse con él. Decide que no esperará sentado y elige una mesa en el medio. Se sienta, al tiempo otro muchacho, esta vez vestido de negro, se acerca y le deja una carta. Él rechaza la carta y le dice que le traiga un café, lo más negro posible y algunas medialunas. El muchacho vuelve a recoger la carta y se retira.
Está sentado una posición estratégica que girando un poco la cabeza puede ver la entrada y a su vez las mesas más alejadas de esta, las que están más cerca del jardín interior. Al rato el muchacho vuelve con una taza de loza blanca rajada con el café y un plato donde lleva las medialunas. La lluvia vuelve a arreciar y aunque la mañana está bastante entrada las luces de todo el edificio siguen prendidas. Afuera está más oscuro que cuando él llegó.
Sumerge una punta de una medialuna en el café negro y mira para ambos lados. No hay mayor movimiento, sólo una pareja entró y se sentó en una mesa cerca de la barra donde le muchacho que hacía las veces de mozo estaba mirando un informativo deportivo en la televisión del lugar. No eran tampoco las personas que esperaba, les faltaba el garbo y la flor en la solapa. Se queda pensando en el laburo que le propondrán. Según tiene entendido esas personas han llegado a él por otras que han quedado satisfechas por su trabajo.
Saca el atado de cigarrillo del bolsillo de la camisa. Están húmedos, tira el paquete contra la mesa mientras juega con un cigarrillo. Busca en sus bolsillos el encendedor pero no lo encuentra. No se dio cuenta y le llama la atención que el muchacho esté ya enfrente suyo, cuando él levanta la mirada lo ve y el muchachito le dice que en esa sala no se podía fumar, que si deseaba fumar podía salir al patio interior. Él le recrimina que está lloviendo, a lo que su interlocutor se encoge de hombros y le dice que es la política de la empresa. Deja el cigarrillo en la mesa, junto al atado. El muchachito se va.
Mira el reloj pulsera. Es muy tarde. Ya no queda nadie más en el salón y en esa hora empiezan a llegar las primeras personas (comerciantes de la zona que usan el restaurante del hotel, que tal vez no es muy bueno pero sí barato) para el almuerzo. Se da cuenta que sus contratantes no van a venir. Se queda un rato más y ya no tiene nada de café y está masticando la última medialuna.
Empieza a aparecer mucha gente. A lo lejos ve que en la recepción del hotel está el taxista charlando con un botones. El taxista está apoyado contra la baranda de la escalera mientras el botones, del mismo color rojo que el resto de los empleados del hotel (Que son pocos, salvo que el muchachito del salón comedor que viste de negro). Hablan airadamente y parece que hablan de fútbol o algún deporte por los movimientos de las manos. Él vuelve a mirar su reloj y se da cuenta que han pasado dos horas desde el momento que era la reunión y que estuvo una hora y cuarenta y cinco minutos sentado en el comedor del hotel sólo con su café y medialunas. Le hace señas al mozo para que se acerque y le traiga la cuenta. La paga y se para.
Va hasta el taxista, que lo conoce de algún que otro trabajo. Lo saluda y le dice que le alcance hasta la casa de la mujer, le da la dirección. El taxista acepta y saluda al botones. El 504 blanco del taxista está a una veintena de metros. Corren. Él se sienta a su costado aunque sabe que le molesta. El taxista lo mira con cara de molesto pero no le dice nada. Arranca y salen. Le dice que tiene que hacer una parada antes de llevarlo, que le quedaba de paso. Él acepta ya que no tiene nada para hacer desde que los que lo iban a contratar no aparecieron.
El taxi da varias vueltas por el centro y cruza las vías. Él se da cuenta que eso no está de pasada, pero no le dice nada ya que el taxista no le va a cobrar nada. O por lo menos eso espera. Van para la estación de trenes y deja el taxi enfrente del bar “La Guillermina”. El Taxista baja y deja el auto prendido, desde afuera y metiendo la cabeza por la ventanilla abierta le dice que “ya vuelvo”. Asiente pero no le importa, mientras tanto mira la hora y ve que pasó un largo rato desde el mediodía. Busca los cigarrillos en sus bolsillos pero se da cuenta que los dejó en la mesa del salón César del Hotel Imperial. Se molesta por su estupidez. Sale del coche y va hasta el bar. Sabe que allí venden cigarrillos.
Dentro se vuelve a intentar sacarse algo de humedad que lleva, pero es un esfuerzo fútil. Se acerca a la barra y le pide un paquete de cigarrillos Particulares, también le dice que si es posible que le den un encendedor. El encargado del bar asiente y se aleja de él. Mientras se acoda en la barra y mira las pocas mesas ocupadas. A lo lejos ve una mesa, cerca de la ventana donde hay una muy bella mujer escribiendo algo y un par de hombres que hablan. Reconoce a Wilmar, lo desprecia y el sentimiento es mutuo. Nota que Wilmar lo ve y desde lejos lo saluda con un movimiento de la cabeza. Él devuelve el saludo y cuando lo hace, dice para sus adentros: Pelotudo.
El encargado vuelve y le entrega el atado con una cajita de fósforos. Paga y espera a que aparezca el Taxista que pasa por delante suyo sin notarlo y va a la mesa de Wilmar. Charlan un rato y desaparece en dirección al auto. Él lo corre cuando nota que se subió. El Taxista pega un gran acelerón y se le cruza por delante para que no se vaya.
Se sienta y la lluvia vuelve a arreciar. Enciende un cigarrillo pero usa el encendedor del auto mientras el Taxista le pide uno. Fuman tranquilos mientras lo escucha hablar sobre política y otras cosas que a él no le interesan, son todos corruptos, piensa para sus adentros.
Lo deja en la puerta de la casa de la mujer y como agradecimiento cuando baja le deja el paquete. Golpea el techo del coche dos veces y el auto sale arando. Lo mira largamente mojándose. Se dice que la mañana fue un desperdicio. Se queda pensando que tal vez esas personas no tenían mucha paciencia. Sabe que deberían haberla tenido ya que con ese día donde el agua que caía anegaba muchas calles iba a ser difícil llegar al lugar del encuentro. Busca las llaves en su bolsillo mientras se moja. Otro trueno suena.
Entra. Camina por el pasillo intentado mirar para dentro de las otras casas cuando llega a su puerta. La ve abierta. Forzada. La cerradura estaba rota, abierta como de una patada. Él mete la mano izquierda en el bolsillo de la americana y la derecha la pasa por detrás de la cintura para agarrar la 45 que llevaba en el cinturón. En la mano izquierda tiene un pañuelo blanco con el que abre la puerta para no dejar huellas. La puerta rechina.
Entra. Apunta para un lado y para el otro. Camina por el largo pasillo, aunque antes cierra la puerta detrás suyo, otra vez ayudándose del pañuelo y la mano izquierda. No está nervioso, pero está algo azorado. Lentamente pisa el piso para hacer el menor ruido posible. En el comedor no hay nadie y camina hasta el dormitorio. Allí tampoco hay nadie. Nadie escondido ni nadie esperándolo. Sólo queda el comedor.
Abre la puerta del comedor y no ve a nadie. Salvo a la mujer que está tirada en el piso en un charco de su propia sangre. Se acerca pero no quiere pisar la sangre. La mira, muerta desde hace un buen rato. Un par de agujeros de bala en el cuerpo, uno en la cabeza que le desfiguro la cara y otro en el estomago, que la desangro. Primero le dieron en la panza, para no errar y luego la remataron en el piso. O eso hubiera hecho él. La mira. Ningún sentimiento lo recorre.
Se da vuelta. En la pared blanca, con la mancha de humedad y las ralladuras, debajo del reloj de aguja ve, escrito en sangre, un mensaje. Una flecha larga en dirección a la mujer y debajo dice: “Esto era para vos, impuntual”. Mira el mensaje. Sabe que llegará la policía en algún momento. Alguien debe haber escuchado los disparos, pero se da cuenta que todavía no habían llegado y que debían de haber usado silenciador. Por otro lado varias veces él había escuchado discusiones de los vecinos, golpes y cosas por el estilo y nadie había llamado al 911.
Va hasta la pieza, agarra las pocas ropas que tenía ahí. Limpia todos los lugares donde podría haber dejado algunas huellas, lava todo con alcohol. Con el bolso de mano, algo de dinero de ella y alguna pertenecía también de ella por la que podría sacar algo de dinero, sale. Siempre mirando que nadie lo viera. Además con la mano derecha en el bolsillo de la americana aferrado a su arma.
Ella desde la cocina habla por sobre el sonido de la radio AM que da el informativo de la primera mañana. Le habla a él y todos esos sonidos son incorporados en su sueño, las cosas que ella le dice son en su mente más melosas y sensuales, mientras que los sonidos de la radio son la narración de su acto sexual en una playa del caribe. Pero en algún momento, indeterminado para él, ya que siente que pasaron miles de horas y millones de minutos, el despertador vuelve a sonar con su sonido agudo, chillón y eterno. Es un ruido entrecortado que va subiendo en volumen y en molestia con cada segundo que lo deja sonar. Igual lo dejó sonar hasta que no pudo más, en ese momento volvió a sacar el cuerpo y lo apagó. Por eso se viste, primero sacándose el pijama de tela celeste con rayas blancas y poniéndose ropa para salir y andar por la calle buscando un trabajo digno de sus capacidades.
Ella, seguía hablando como si él hubiera escuchado algo de todo lo que le dijo por sobre el reloj despertador, la radio y la lluvia que golpea fuerte contra el vidrio de la ventana abierta y que ilumina con esa luz clara la pequeña y modesta habitación. Se pone una camiseta blanca y gastada, con algún agujero en la espalda, una camisa escosa bien gruesa y un jean algo gastado. Sale de la habitación dejando la cama matrimonial deshecha y va hasta la cocina, donde la mujer está parada al lado de la mesada probando la temperatura del agua para el mate. Él nota que decide que la temperatura está bien porque pasa el agua caliente de la pava a un termo rojo que saca de un estante que tiene arriba de la cabeza. El ruido del agua a él le da ganas de ir al baño y por eso se va. Ella mientras tanto se sienta en la pequeña mesa cuadrada que tienen en la cocina y se ceba el primer mate de la mañana, o por lo menos el primer mate que toma ya que tiene la costumbre de escupir en la pileta de la cocina el agua verde del primero. Se sienta donde ya había puesto una bolsita de bizcochos de grasa.
Él vuelve tranquilo acomodándose la camisa dentro del jean. Se sienta y acepta el mate que ella le ofrece. Apoya los labios sobre la bombilla de metal que lo quema en un principio y aspira mirando la ventana de la cocina donde el agua de lluvia golpeaba contra el vidrio. En la radio el locutor está discutiendo sobre un político, que él considera un corrupto, de un tema del que ninguno de los dos realmente entiende demasiado. Se quedan mirándose tranquilos, comiendo bizcochos.
Mira el reloj de agujas en la pared. La pared blanca, mira la pared blanca con algunos manchones y fisuras, una gran mancha de humedad en donde el techo se junta con la pared. Se da cuenta que si quiere llegar al lugar del encuentro a tiempo tiene que salir en ese momento, se lo dice a la mujer que lo entiende, lo acepta y lo insta a que se abrigue bien. Él acata y se para. La saluda con un beso en la cabeza, un beso largo y de despedida. Sale de la cocina y se encuentra en un largo pasillo.
A la derecha de la puerta, sobre el pasillo estrecho, hay un perchero que tiene una americana negra. La agarra, se la pone y se levanta las solapas. Abre la puerta, primero abriendo una cadenita y luego moviendo la llave. Sale a otro pasillo largo y techado, camina por la propiedad horizontal, cada tanto intenta espiar en las otras casas, pero las puertas están cerradas. Un trueno mueve la tierra justo cuando abre la puerta de calle. Se queda parado debajo de un techito intentando escapar de la lluvia. Mira el agua caer y ve todos los charcos que se forman en la vereda, además nota el viento frío que sopla fuerte y hace volar a las hojas de los árboles.
Se queda bufando, molesto por que hayan elegido ese día para esa reunión. Cada tanto intenta caminar y salir pero una nueva caída fuerte de agua lo detiene. Mira su reloj pulsera (Digital, viejo y que atrasa diez minutos) y nota que está muy atrasado para la reunión. Hace un esfuerzo y sale del amparo del techo. Camina desde la mitad de cuadra hasta la esquina, se empapa terriblemente en los primeros metros.
Llega a la estación de colectivos y se queda bajo un techo de un puesto de diarios. Hace que mira las tapas de algunas revistas para que el quiosquero no se enoje con él. Por el rabillo del ojo ve que se acerca el colectivo y sale de su refugio, extiende el brazo. El colectivo para.
Logra sentarse, mira por la ventana e intenta escurrir algo del agua que la americana absorbió en su corto trayecto sin techo. Mira por la ventana que está toda empañada, con su mano desnuda y humedad (De estar en el bolsillo en la lluvia) abre un claro para poder ver las casas pasar. Entrecierra los ojos y siente el calor humano que se va generando en el colectivo.
Se queda dormido y ve las mismas imágenes que había visto en la cama. La playa, la mujer y el relato. Con una frenada bastante fuerte golpea la cabeza contra el vidrio en que estaba apoyado para notar que el colectivo estaba lleno de gente. Se da cuenta que se pasó dos cuadras de donde tenía que bajar, y además está muy atrasado.
Baja. La lluvia es menos fuerte, es una garúa. Pero engaña, ya que las gotas no son tan grandes y sin embargo moja tanto o más que la lluvia anterior. Sin embargo, se apea en la canadiense que ya está toda mojada y camina por la vereda lo más cerca de las casas, buscando encontrar algún techo salvador. Camina las dos cuadras solitarias y llega hasta la del centro.
El hotel está ahí a una cuadra, tiene que caminarla. Llega a la fachada del “Hotel Imperial”, entra y un muchachito con un uniforme rojo lo saluda, él le devuelve el saludo y le pregunta dónde está el comedor. El muchachito uniformado le indica con su dedo índice para el salón de la derecha, le agradece y se aleja del muchacho que vuelve a sus quehaceres habituales.
El salón comedor se llama “César”, él piensa que es un buen nombre para el hotel que se digna en llamarse imperial, aunque es un hotel mediocre, chico y de pueblo. El salón comedor es un cuarto muy grande, con amplias ventanas que dan algunas para la calle y una para un patio interior donde hay dos árboles y algunas flores en macetas. Tiene varias, no cuenta cuantas, mesas redondas con manteles rojos sobre estos unos manteles más pequeños blancos. Hay una mesa ocupada cerca suyo y otra más allá cerca de las ventanas. Ninguna de las personas es la que vino (¿Vino? ¿Vendrá?) a encontrarse con él. Decide que no esperará sentado y elige una mesa en el medio. Se sienta, al tiempo otro muchacho, esta vez vestido de negro, se acerca y le deja una carta. Él rechaza la carta y le dice que le traiga un café, lo más negro posible y algunas medialunas. El muchacho vuelve a recoger la carta y se retira.
Está sentado una posición estratégica que girando un poco la cabeza puede ver la entrada y a su vez las mesas más alejadas de esta, las que están más cerca del jardín interior. Al rato el muchacho vuelve con una taza de loza blanca rajada con el café y un plato donde lleva las medialunas. La lluvia vuelve a arreciar y aunque la mañana está bastante entrada las luces de todo el edificio siguen prendidas. Afuera está más oscuro que cuando él llegó.
Sumerge una punta de una medialuna en el café negro y mira para ambos lados. No hay mayor movimiento, sólo una pareja entró y se sentó en una mesa cerca de la barra donde le muchacho que hacía las veces de mozo estaba mirando un informativo deportivo en la televisión del lugar. No eran tampoco las personas que esperaba, les faltaba el garbo y la flor en la solapa. Se queda pensando en el laburo que le propondrán. Según tiene entendido esas personas han llegado a él por otras que han quedado satisfechas por su trabajo.
Saca el atado de cigarrillo del bolsillo de la camisa. Están húmedos, tira el paquete contra la mesa mientras juega con un cigarrillo. Busca en sus bolsillos el encendedor pero no lo encuentra. No se dio cuenta y le llama la atención que el muchacho esté ya enfrente suyo, cuando él levanta la mirada lo ve y el muchachito le dice que en esa sala no se podía fumar, que si deseaba fumar podía salir al patio interior. Él le recrimina que está lloviendo, a lo que su interlocutor se encoge de hombros y le dice que es la política de la empresa. Deja el cigarrillo en la mesa, junto al atado. El muchachito se va.
Mira el reloj pulsera. Es muy tarde. Ya no queda nadie más en el salón y en esa hora empiezan a llegar las primeras personas (comerciantes de la zona que usan el restaurante del hotel, que tal vez no es muy bueno pero sí barato) para el almuerzo. Se da cuenta que sus contratantes no van a venir. Se queda un rato más y ya no tiene nada de café y está masticando la última medialuna.
Empieza a aparecer mucha gente. A lo lejos ve que en la recepción del hotel está el taxista charlando con un botones. El taxista está apoyado contra la baranda de la escalera mientras el botones, del mismo color rojo que el resto de los empleados del hotel (Que son pocos, salvo que el muchachito del salón comedor que viste de negro). Hablan airadamente y parece que hablan de fútbol o algún deporte por los movimientos de las manos. Él vuelve a mirar su reloj y se da cuenta que han pasado dos horas desde el momento que era la reunión y que estuvo una hora y cuarenta y cinco minutos sentado en el comedor del hotel sólo con su café y medialunas. Le hace señas al mozo para que se acerque y le traiga la cuenta. La paga y se para.
Va hasta el taxista, que lo conoce de algún que otro trabajo. Lo saluda y le dice que le alcance hasta la casa de la mujer, le da la dirección. El taxista acepta y saluda al botones. El 504 blanco del taxista está a una veintena de metros. Corren. Él se sienta a su costado aunque sabe que le molesta. El taxista lo mira con cara de molesto pero no le dice nada. Arranca y salen. Le dice que tiene que hacer una parada antes de llevarlo, que le quedaba de paso. Él acepta ya que no tiene nada para hacer desde que los que lo iban a contratar no aparecieron.
El taxi da varias vueltas por el centro y cruza las vías. Él se da cuenta que eso no está de pasada, pero no le dice nada ya que el taxista no le va a cobrar nada. O por lo menos eso espera. Van para la estación de trenes y deja el taxi enfrente del bar “La Guillermina”. El Taxista baja y deja el auto prendido, desde afuera y metiendo la cabeza por la ventanilla abierta le dice que “ya vuelvo”. Asiente pero no le importa, mientras tanto mira la hora y ve que pasó un largo rato desde el mediodía. Busca los cigarrillos en sus bolsillos pero se da cuenta que los dejó en la mesa del salón César del Hotel Imperial. Se molesta por su estupidez. Sale del coche y va hasta el bar. Sabe que allí venden cigarrillos.
Dentro se vuelve a intentar sacarse algo de humedad que lleva, pero es un esfuerzo fútil. Se acerca a la barra y le pide un paquete de cigarrillos Particulares, también le dice que si es posible que le den un encendedor. El encargado del bar asiente y se aleja de él. Mientras se acoda en la barra y mira las pocas mesas ocupadas. A lo lejos ve una mesa, cerca de la ventana donde hay una muy bella mujer escribiendo algo y un par de hombres que hablan. Reconoce a Wilmar, lo desprecia y el sentimiento es mutuo. Nota que Wilmar lo ve y desde lejos lo saluda con un movimiento de la cabeza. Él devuelve el saludo y cuando lo hace, dice para sus adentros: Pelotudo.
El encargado vuelve y le entrega el atado con una cajita de fósforos. Paga y espera a que aparezca el Taxista que pasa por delante suyo sin notarlo y va a la mesa de Wilmar. Charlan un rato y desaparece en dirección al auto. Él lo corre cuando nota que se subió. El Taxista pega un gran acelerón y se le cruza por delante para que no se vaya.
Se sienta y la lluvia vuelve a arreciar. Enciende un cigarrillo pero usa el encendedor del auto mientras el Taxista le pide uno. Fuman tranquilos mientras lo escucha hablar sobre política y otras cosas que a él no le interesan, son todos corruptos, piensa para sus adentros.
Lo deja en la puerta de la casa de la mujer y como agradecimiento cuando baja le deja el paquete. Golpea el techo del coche dos veces y el auto sale arando. Lo mira largamente mojándose. Se dice que la mañana fue un desperdicio. Se queda pensando que tal vez esas personas no tenían mucha paciencia. Sabe que deberían haberla tenido ya que con ese día donde el agua que caía anegaba muchas calles iba a ser difícil llegar al lugar del encuentro. Busca las llaves en su bolsillo mientras se moja. Otro trueno suena.
Entra. Camina por el pasillo intentado mirar para dentro de las otras casas cuando llega a su puerta. La ve abierta. Forzada. La cerradura estaba rota, abierta como de una patada. Él mete la mano izquierda en el bolsillo de la americana y la derecha la pasa por detrás de la cintura para agarrar la 45 que llevaba en el cinturón. En la mano izquierda tiene un pañuelo blanco con el que abre la puerta para no dejar huellas. La puerta rechina.
Entra. Apunta para un lado y para el otro. Camina por el largo pasillo, aunque antes cierra la puerta detrás suyo, otra vez ayudándose del pañuelo y la mano izquierda. No está nervioso, pero está algo azorado. Lentamente pisa el piso para hacer el menor ruido posible. En el comedor no hay nadie y camina hasta el dormitorio. Allí tampoco hay nadie. Nadie escondido ni nadie esperándolo. Sólo queda el comedor.
Abre la puerta del comedor y no ve a nadie. Salvo a la mujer que está tirada en el piso en un charco de su propia sangre. Se acerca pero no quiere pisar la sangre. La mira, muerta desde hace un buen rato. Un par de agujeros de bala en el cuerpo, uno en la cabeza que le desfiguro la cara y otro en el estomago, que la desangro. Primero le dieron en la panza, para no errar y luego la remataron en el piso. O eso hubiera hecho él. La mira. Ningún sentimiento lo recorre.
Se da vuelta. En la pared blanca, con la mancha de humedad y las ralladuras, debajo del reloj de aguja ve, escrito en sangre, un mensaje. Una flecha larga en dirección a la mujer y debajo dice: “Esto era para vos, impuntual”. Mira el mensaje. Sabe que llegará la policía en algún momento. Alguien debe haber escuchado los disparos, pero se da cuenta que todavía no habían llegado y que debían de haber usado silenciador. Por otro lado varias veces él había escuchado discusiones de los vecinos, golpes y cosas por el estilo y nadie había llamado al 911.
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11 comentarios:
Vi que actualizó. Lo leeré en cuanto tenga un poco de tiempo.
Abrazo
En este caso la impuntualidad no fue tan mala.
Es bueno rencontrarse con personajes conocidos.
Beso
Siempre me pregunté como se borran las huellas de todo lo que uno ha tocado.
Abrazo
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Both women and men may feel the demands of keeping their wardrobe up-to-date and in time, yet men's fashion often feels a lot simpler. Of course, for both genders, outfits and fashion options may be just as delicate, and there are numerous'stylish'items which could quickly become fashion faux pas - who will say they often times see people running around in 70s flares? On the other hand, men's fashion features a few choice items which can exist forever - which man is going to look out of place with a good-quality, tailored suit, for instance? Select classic pieces, colours and fabrics and you'll never seem out-of-place.
Why common men's style is amazing
The basic man's suit has hardly changed for over a hundred years. True, there are many types for different occasions, however they are all common in their quest for a clever, sharp try to find the wearer. The neat thing about common style for men is that it is efficiently trendy effectively neat. A well-groomed man can more often than not look his sharpest in a well-tailored suit, and it is a testament to the style of such clothing. A match will be worn to work in many jobs due to the professional look it provides to the wearer, instilling a feeling of respect and trust. Equally a match will undoubtedly be used to several social events, such as a tuxedo to a black-tie event. This extraordinary flexibility that enables matches to be utilized in virtually all occasions is what gives it its classic edge and a permanent place in men's fashion.
Contemporary trends in traditional men's fashion
Although common men's styles will never be replaced, it is interesting to observe that shifts in men's fashion trends have produced certain traditional garments back to fashion. The reputation of vintage clothing, especially, has had back a wide-variety of classic styles into men's wardrobes, such as that of the dandy guy. 'Dandy'is a term used to reference men who dress in a classic yet elegant way, placing importance on appearance and operating in a polished method. This pattern for nearly'over-the-top'common style for men is evident from events such as the'Tweed Run', wherever men and girls of all ages clothe themselves in obviously Victorian-style outfit and decide to try the roads on vintage bikes - with most of the men wearing remarkable mustaches! This is just one of several types of evidence presenting the resurgence of such designs. Additionally, there are numerous sites on line which focus on gentlemanly type - such as'The Dandy Project'and'Dandyism'- as well as whole sites such as'The Art of Manliness'focused on providing articles on traditional men's fashion and grooming.
In conclusion, though specific facets of classic men's fashion can be cut back as new trends, the essential garments that they are derived from will never slip out of fashion.
"All it will take certainly are a few simple outfits. And there is one key - the simpler the better." - Cary Grant
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