Desde el cielo todo se ve más pequeño. Las grandes distancias hacen que sólo se vean las grandes construcciones o los techos de las casas bajas mezcladas con las verdes copas de los árboles. La mirada cada tanto la pone sobre el horizonte, pero casi siempre está mirando para abajo. Es un vicio que tiene, realmente tendría que tener la vista en el panel de instrumentos, chequeando todas las agujas que se mueven. Velocidad del aire y cosas por el estilo.
Ella se siente libre cuando está en el aire, sola, volando. No ve gente y no hay nadie más que la acompaña que la voz que va diciendo que la mejor opción para las próximas elecciones es la lista del poder oficialista en la zona sur. Es su única compañía física y cada tanto siente que le gustaría estar completamente sola.
Cada vez que enciende el aparato y carretea por los pastos verdes del aeródromo, piensa que le gustaría dejar de lado el plan de vuelo y simplemente volar con cualquier rumbo. Su fantasía era despegar y poner rumbo este, sin cambiar en ningún momento por más que cualquier controlador de tráfico aéreo le pregunte por su plan de vuelo o por su rumbo. Se imaginaba yéndose del área normalmente sobrevolada por trabajo. En algún punto las aguas marrones del Río de la Plata serían lo único que vería. Se sentiría en paz consigo misma, mientras controlando los instrumentos sólo vería en el horizonte la perdida del mundo, el agua dulce que se trasforma en mar y sintiéndose la única persona a muchos kilómetros a la redonda. Volar hasta que se le acabe el combustible. Llegar a ese momento majestuoso donde el ruido del motor se corte y sólo escuche el viento a sus costados. Empezar a sentir que el aparato perdía sustentación y caer el río. Sentirse caer para perderse en las aguas que tantas personas había tomado desde hacía tanto tiempo.
Pero nunca lo haría. Lo sabe. Sigue el plan de vuelo. Mientras mira el cielo celeste piensa si tal vez los radares la capten tan fuera de rumbo mandarían un par de aviones de combate (A-4AR o Mirage III) de la base aérea más cercana. Le gustaría ver alguna vez a alguno de esos aviones de cerca, verlos mientras ella vuela en línea recta alejándose de la tierra. Le gustaría ver qué tan agresivo sería el piloto de combate. Tal vez disparase algunas rondas de sus cañones de 30mm sobre su rumbo. Supone que le agradaría morir así, de una forma totalmente absurda. Ya que ella piensa que la vida es absurda.
Está sobrevolando la zona de Lomas de Zamora. Marianela ve abajo y a lo lejos la estación de trenes, donde un tren eléctrico está llegando. Da un par de vueltas sobre ese lugar, buscando si puede llegar a ver una cabeza, pero todas las personas son conceptos abstractos cuando ella está allá arriba. Le gusta sobrevolar la zona.
Pone el avión con rumbo norte y sobrevuela las vías del tren. En un punto, pocos segundos, llega a la zona donde ella sabe que vive Mariano. No lo ve desde esa vez que se fue para Londres. Sabe que ninguno de ellos sabe que ya está de vuelta en el país. No lo quiere ver. Aunque cada vez que piensa en él siente dolores en el alma que la hacen tan pesada que siente que caerá desde el avión como una pesada piedra.
Lo ve sonriendo, sonriendo con los ojos. A veces lo recuerda dormido con toda la paz del mundo, ella sabía que estaba tranquilo cuando lo veía así. Pasa por el lugar donde está la casa, nota parte del jardín y las construcciones no declaradas. Mira unos segundos, un pequeño instante pero luego levanta la vista y se pone a mirar el horizonte.
La velocidad del aire es buena y todos los controles están estables. Ningún problema mientras su acompañante virtual sigue hablando por los parlantes de su avioneta. La libertad que sentía, que ella necesitaba nunca podría ser con él a su lado. Por más que ella lo amara y que supiera que él la ama con locura. Cada tanto ella necesita escapar, le pasa siempre. Algunas noches se despertó a media madrugada cuando ni siquiera los gallos cantaban. Se levantaba de repente, incorporándose, con la respiración agitaba. Miraba a su costado y lo veía a él durmiendo muy tranquilo, con toda la paz del mundo y le daba celos. Celos que él pudiera encontrar la paz en ella y que Marianela no pudiera encontrar la paz en el amor. Necesitaba volar. En esas madrugadas, ella salía lentamente de la cama. Se vestía buscando la ropa que, normalmente, estaba en el camino que habían hecho al sacársela entre medio de la pasión sexual. Abría la puerta y el frío (o el calor) la golpeaba al salir. Pateaba las calles por horas hasta que el sol estaba en lo alto del cielo. Tomaba un taxi y se presentaba en el aeródromo para trabajar. Y fantaseaba en agarrar el rumbo este.
Se da cuenta que fue injusta con Mariano Sputnik. Ella escapaba y él la buscaba incansablemente esos días. Pero ella no volvía a su casa, en la esquina de la calle French y Manuel Castro, donde su padre vivía eternamente en la penumbra mirando la televisión rodeado de todos los libros que había adquirido en su adolescencia y madurez. Por los comentarios que escuchaba por los amigos de Mariano, en esos días que ella desaparecía (Más que nada al principio, luego se fue acostumbrando a las desapariciones), se volvía loco buscándola por todos los lados en los que ella era habitual. Pero ella no aparecía por ningunos de esos lados. Agarraba el avión y escapaba, de él, de su padre, del recuerdo de su madre y del mundo. Volaba. Trabajaba.
En algún momento, cuando bajaba del avión por enésima vez. Sentía una oleada de amor (O deseo, ella nunca estaba segura de poder diferenciar un sentimiento de otro) y necesitaba volver a verlo. Respirar entre medio de sus frazadas, olerle el pelo y morderle los glúteos. Esos momentos eran situaciones donde los dos disfrutaban el amor pleno que nunca podría serles eterno. Ella lo tomaba como venía, pero él siempre planeaba para más adelante. Casamiento, hijos y libros. Lo escuchaba pero no decía nada: ni no, ni sí; nada. Era inherente en él. Pasaban los días, a veces los meses y una vez un año, sin que nada pasara. Hasta que algún día o alguna noche, ella agarrara un auto o el avión y desparecía.
La última vez ella y Mariano estaban en el Rincón Entrerriano comiendo junto a Wilmar y Ulises. Estaban hablando de la ficcionalización en el teatro renacentista, escuchaba hablar a ellos de literatura mientras Mariano metía acotaciones graciosas que desvirtuaban la conversación seria de los otros dos. Ella sólo escuchaba mientras comía el guiso con un poco de vino tinto. Terminaron la comida y todos se subieron al taxi que los esperaba fielmente en la puerta. Ellos habían decidido ir a tomar unas copas al bar del Gallego, cuando empezó a sentir eso. La necesidad de bajar. La conversación estaba partida y necesitaba bajar. Lo dijo una primera vez, Wilmar y Ulises se rieron pensando que era un chiste. Mariano sabía que ella estaba hablando en serio pero, tal vez, por miedo a perderla de nuevo, no dijo nada ni le dijo al Taxista que pare el coche. Ella siguió reclamando hasta que el Taxista se cansó y paró en el medio de la avenida. Ella bajó mientras un auto clavaba los frenos detrás suyo y miró por última vez los ojos tristes de Mariano que la despedían sin lagrimas desde la ventanilla empañada del Peugeot 504 blanco.
Caminó sin rumbo hasta que la noche le dio paso al día. Llegó temprano al aeródromo y se quedó tomando un largo café mientras leía los planes de vuelo. El encargado le dijo que tenía una llamada y se acercó al teléfono. Era su primo, diciéndole que la acompañe a Londres para hacer de manager de la gira de la banda. Le dijo que tenía que pensarlo y sin despedirse colgó. Cuando estuvo en el aire, en algún momento impreciso con rumbo este, tomó la decisión de cambiar de aire. De dejarlo en paz, a él y a todos e irse. Así fue como se fue a Inglaterra.
Estuvo varios meses allí donde no pude sacarse la mente en Mariano. En algunas noches solitarias hasta lloró por él. En esos días vagando por Kensigton Square pensaba que era la única persona a la que ella podría llegar a amar. O por lo menos lo más cercano a amar que ella podía considerar. Y ahí siempre terminaba llegando al portal de la casa de su amante y se encontraba tocando el timbre para luego subir lentamente por las escaleras y exhalar antes tocar el timbre.
Así como se fue, un día volvió a necesitar irse. Diciéndole a su primo que no podía más con la bruma y la frialdad de todas esas personas que hablaban un idioma que a ella le molestaba por sajón. Le dijo que necesitaba fuego latino y así fue como terminó en Italia. Pasó un mes allí en Milán hasta que se cansó de los gritos y el café tan fuerte.
Llegar a Ezeiza fue raro, porque luego de estar tanto tiempo afuera pensaba que todo habría cambiado pero nada lo había hecho. Así fue como volvió a su casa, viendo a su padre sentado en ese sillón verde vetusto y raído en el medio de la biblioteca con las ventanas cerradas. Una luz mortecina y azulada lo iluminaba levemente, ella lo saludo en ingles (El único idioma que hablaba su padre, puertas adentro) y él le devolvió el saludo de una manera muy fría. Así fue como cerró la puerta, volviendo a subir las escaleras con el mismo sopor de siempre. Llamó por teléfono a Mariano, escuchó la voz de la madre y colgó rápidamente.
Cambia el rumbo del avión girando el timón y empujando con su pie el pedal. El giro es bastante amplio y pierde de vista las vías que por bastante tiempo estuvo siguiendo. Ve algunas nubes a lo lejos, nubes negras de llenas de lluvia. Todo sigue normal en el tablero de instrumentos, mientras la propaganda política vuelve a comenzar otra vez. El rumbo que lleva es rumbo este y piensa que llegado al punto en que debe doblar tal vez no lo haga y pueda ver las ráfagas de los cañones de 30mm de los aviones de combate.
El tablero de instrumentos muta en el velocímetro de su Renault 18 familiar, nota que va demasiado rápido por una calle empedrada y eso hace que el auto parezca que se desarma a cada pozo. Dobla a la derecha y clava los frenos. Mira por sobre la calle y ve la casa de Mariano Sputnik. Lo busca con su vista por las ventanas abiertas. En su dormitorio arriba del garaje. Ve una sombra que está de espaldas a la ventana. Luego esa sombra toma su forma. Se le eriza la piel. Se le eriza el deseo. Pero nunca apagó el motor del auto que sigue ronroneando. La puerta del costado se abre y lo ve bajar. Sabe que él nunca la vera, es muy distraído y probablemente piensa que ella está en cualquier lugar del mundo excepto donde ella está. Camina por el pasto, solo mirando el piso. Entra a la casa principal.
Ella se queda un largo rato esperando a que vuelva a salir. Pero la noche cae antes que él salga y prende las luces para irse. Piensa que no lo verá más. No sabe si eso le da tristeza o se alegra porque él pueda volver a tener una vida. Sabe que él está triste. Ha leído algunos cuentos que ha publicado y su alter ego (Guillermo) hace las mismas cosas que siempre él hace cuando ella no está. Hasta el alter ego de Marianela en las ficciones de él hace las cosas que siempre dice que piensa que ella hace. Su alter ego se llama Cecilia, y a ella no le cae bien. Él siempre le decía que era ficción pero ella sabe que esa mujer es ella. En su escritura no la pinta demasiado bien, aunque a veces ella siente que todo está justificado.
El horizonte no está limpio de nubes y el controlador aéreo le pregunta qué rumbo lleva. Ella no contesta y mira a lo lejos el río marrón y sucio. Se pierde con su vista en la inmensidad del río sin orillas mientras la noche empieza a ennegrecerlo todo. Vuelta tranquila, mientras el controlador aéreo repite una y otra vez las preguntas que ya le hizo varias veces.
No sabe porqué sigue preguntándole lo mismo. No sabe cuál es el protocolo hasta que piensen que es una avioneta que trasporta sustancias ilícitas y envíen algún avión de combate para que se ponga bajo su cola. Ella baja varios metros para que el radar la pierda por algún momento.
Mira por el parabrisas del avión cuando delante de ella la tormenta eléctrica explota ante su vista maravillada. La belleza de los rayos que caen desde el cielo e iluminan todo. Le encanta ver los meandros de electricidad. Se pierde en la mirada de ello, mientras en su mente piensa en Mariano, en su sonrisa con los ojos. Ella lleva rumbo este.
Ella se siente libre cuando está en el aire, sola, volando. No ve gente y no hay nadie más que la acompaña que la voz que va diciendo que la mejor opción para las próximas elecciones es la lista del poder oficialista en la zona sur. Es su única compañía física y cada tanto siente que le gustaría estar completamente sola.
Cada vez que enciende el aparato y carretea por los pastos verdes del aeródromo, piensa que le gustaría dejar de lado el plan de vuelo y simplemente volar con cualquier rumbo. Su fantasía era despegar y poner rumbo este, sin cambiar en ningún momento por más que cualquier controlador de tráfico aéreo le pregunte por su plan de vuelo o por su rumbo. Se imaginaba yéndose del área normalmente sobrevolada por trabajo. En algún punto las aguas marrones del Río de la Plata serían lo único que vería. Se sentiría en paz consigo misma, mientras controlando los instrumentos sólo vería en el horizonte la perdida del mundo, el agua dulce que se trasforma en mar y sintiéndose la única persona a muchos kilómetros a la redonda. Volar hasta que se le acabe el combustible. Llegar a ese momento majestuoso donde el ruido del motor se corte y sólo escuche el viento a sus costados. Empezar a sentir que el aparato perdía sustentación y caer el río. Sentirse caer para perderse en las aguas que tantas personas había tomado desde hacía tanto tiempo.
Pero nunca lo haría. Lo sabe. Sigue el plan de vuelo. Mientras mira el cielo celeste piensa si tal vez los radares la capten tan fuera de rumbo mandarían un par de aviones de combate (A-4AR o Mirage III) de la base aérea más cercana. Le gustaría ver alguna vez a alguno de esos aviones de cerca, verlos mientras ella vuela en línea recta alejándose de la tierra. Le gustaría ver qué tan agresivo sería el piloto de combate. Tal vez disparase algunas rondas de sus cañones de 30mm sobre su rumbo. Supone que le agradaría morir así, de una forma totalmente absurda. Ya que ella piensa que la vida es absurda.
Está sobrevolando la zona de Lomas de Zamora. Marianela ve abajo y a lo lejos la estación de trenes, donde un tren eléctrico está llegando. Da un par de vueltas sobre ese lugar, buscando si puede llegar a ver una cabeza, pero todas las personas son conceptos abstractos cuando ella está allá arriba. Le gusta sobrevolar la zona.
Pone el avión con rumbo norte y sobrevuela las vías del tren. En un punto, pocos segundos, llega a la zona donde ella sabe que vive Mariano. No lo ve desde esa vez que se fue para Londres. Sabe que ninguno de ellos sabe que ya está de vuelta en el país. No lo quiere ver. Aunque cada vez que piensa en él siente dolores en el alma que la hacen tan pesada que siente que caerá desde el avión como una pesada piedra.
Lo ve sonriendo, sonriendo con los ojos. A veces lo recuerda dormido con toda la paz del mundo, ella sabía que estaba tranquilo cuando lo veía así. Pasa por el lugar donde está la casa, nota parte del jardín y las construcciones no declaradas. Mira unos segundos, un pequeño instante pero luego levanta la vista y se pone a mirar el horizonte.
La velocidad del aire es buena y todos los controles están estables. Ningún problema mientras su acompañante virtual sigue hablando por los parlantes de su avioneta. La libertad que sentía, que ella necesitaba nunca podría ser con él a su lado. Por más que ella lo amara y que supiera que él la ama con locura. Cada tanto ella necesita escapar, le pasa siempre. Algunas noches se despertó a media madrugada cuando ni siquiera los gallos cantaban. Se levantaba de repente, incorporándose, con la respiración agitaba. Miraba a su costado y lo veía a él durmiendo muy tranquilo, con toda la paz del mundo y le daba celos. Celos que él pudiera encontrar la paz en ella y que Marianela no pudiera encontrar la paz en el amor. Necesitaba volar. En esas madrugadas, ella salía lentamente de la cama. Se vestía buscando la ropa que, normalmente, estaba en el camino que habían hecho al sacársela entre medio de la pasión sexual. Abría la puerta y el frío (o el calor) la golpeaba al salir. Pateaba las calles por horas hasta que el sol estaba en lo alto del cielo. Tomaba un taxi y se presentaba en el aeródromo para trabajar. Y fantaseaba en agarrar el rumbo este.
Se da cuenta que fue injusta con Mariano Sputnik. Ella escapaba y él la buscaba incansablemente esos días. Pero ella no volvía a su casa, en la esquina de la calle French y Manuel Castro, donde su padre vivía eternamente en la penumbra mirando la televisión rodeado de todos los libros que había adquirido en su adolescencia y madurez. Por los comentarios que escuchaba por los amigos de Mariano, en esos días que ella desaparecía (Más que nada al principio, luego se fue acostumbrando a las desapariciones), se volvía loco buscándola por todos los lados en los que ella era habitual. Pero ella no aparecía por ningunos de esos lados. Agarraba el avión y escapaba, de él, de su padre, del recuerdo de su madre y del mundo. Volaba. Trabajaba.
En algún momento, cuando bajaba del avión por enésima vez. Sentía una oleada de amor (O deseo, ella nunca estaba segura de poder diferenciar un sentimiento de otro) y necesitaba volver a verlo. Respirar entre medio de sus frazadas, olerle el pelo y morderle los glúteos. Esos momentos eran situaciones donde los dos disfrutaban el amor pleno que nunca podría serles eterno. Ella lo tomaba como venía, pero él siempre planeaba para más adelante. Casamiento, hijos y libros. Lo escuchaba pero no decía nada: ni no, ni sí; nada. Era inherente en él. Pasaban los días, a veces los meses y una vez un año, sin que nada pasara. Hasta que algún día o alguna noche, ella agarrara un auto o el avión y desparecía.
La última vez ella y Mariano estaban en el Rincón Entrerriano comiendo junto a Wilmar y Ulises. Estaban hablando de la ficcionalización en el teatro renacentista, escuchaba hablar a ellos de literatura mientras Mariano metía acotaciones graciosas que desvirtuaban la conversación seria de los otros dos. Ella sólo escuchaba mientras comía el guiso con un poco de vino tinto. Terminaron la comida y todos se subieron al taxi que los esperaba fielmente en la puerta. Ellos habían decidido ir a tomar unas copas al bar del Gallego, cuando empezó a sentir eso. La necesidad de bajar. La conversación estaba partida y necesitaba bajar. Lo dijo una primera vez, Wilmar y Ulises se rieron pensando que era un chiste. Mariano sabía que ella estaba hablando en serio pero, tal vez, por miedo a perderla de nuevo, no dijo nada ni le dijo al Taxista que pare el coche. Ella siguió reclamando hasta que el Taxista se cansó y paró en el medio de la avenida. Ella bajó mientras un auto clavaba los frenos detrás suyo y miró por última vez los ojos tristes de Mariano que la despedían sin lagrimas desde la ventanilla empañada del Peugeot 504 blanco.
Caminó sin rumbo hasta que la noche le dio paso al día. Llegó temprano al aeródromo y se quedó tomando un largo café mientras leía los planes de vuelo. El encargado le dijo que tenía una llamada y se acercó al teléfono. Era su primo, diciéndole que la acompañe a Londres para hacer de manager de la gira de la banda. Le dijo que tenía que pensarlo y sin despedirse colgó. Cuando estuvo en el aire, en algún momento impreciso con rumbo este, tomó la decisión de cambiar de aire. De dejarlo en paz, a él y a todos e irse. Así fue como se fue a Inglaterra.
Estuvo varios meses allí donde no pude sacarse la mente en Mariano. En algunas noches solitarias hasta lloró por él. En esos días vagando por Kensigton Square pensaba que era la única persona a la que ella podría llegar a amar. O por lo menos lo más cercano a amar que ella podía considerar. Y ahí siempre terminaba llegando al portal de la casa de su amante y se encontraba tocando el timbre para luego subir lentamente por las escaleras y exhalar antes tocar el timbre.
Así como se fue, un día volvió a necesitar irse. Diciéndole a su primo que no podía más con la bruma y la frialdad de todas esas personas que hablaban un idioma que a ella le molestaba por sajón. Le dijo que necesitaba fuego latino y así fue como terminó en Italia. Pasó un mes allí en Milán hasta que se cansó de los gritos y el café tan fuerte.
Llegar a Ezeiza fue raro, porque luego de estar tanto tiempo afuera pensaba que todo habría cambiado pero nada lo había hecho. Así fue como volvió a su casa, viendo a su padre sentado en ese sillón verde vetusto y raído en el medio de la biblioteca con las ventanas cerradas. Una luz mortecina y azulada lo iluminaba levemente, ella lo saludo en ingles (El único idioma que hablaba su padre, puertas adentro) y él le devolvió el saludo de una manera muy fría. Así fue como cerró la puerta, volviendo a subir las escaleras con el mismo sopor de siempre. Llamó por teléfono a Mariano, escuchó la voz de la madre y colgó rápidamente.
Cambia el rumbo del avión girando el timón y empujando con su pie el pedal. El giro es bastante amplio y pierde de vista las vías que por bastante tiempo estuvo siguiendo. Ve algunas nubes a lo lejos, nubes negras de llenas de lluvia. Todo sigue normal en el tablero de instrumentos, mientras la propaganda política vuelve a comenzar otra vez. El rumbo que lleva es rumbo este y piensa que llegado al punto en que debe doblar tal vez no lo haga y pueda ver las ráfagas de los cañones de 30mm de los aviones de combate.
El tablero de instrumentos muta en el velocímetro de su Renault 18 familiar, nota que va demasiado rápido por una calle empedrada y eso hace que el auto parezca que se desarma a cada pozo. Dobla a la derecha y clava los frenos. Mira por sobre la calle y ve la casa de Mariano Sputnik. Lo busca con su vista por las ventanas abiertas. En su dormitorio arriba del garaje. Ve una sombra que está de espaldas a la ventana. Luego esa sombra toma su forma. Se le eriza la piel. Se le eriza el deseo. Pero nunca apagó el motor del auto que sigue ronroneando. La puerta del costado se abre y lo ve bajar. Sabe que él nunca la vera, es muy distraído y probablemente piensa que ella está en cualquier lugar del mundo excepto donde ella está. Camina por el pasto, solo mirando el piso. Entra a la casa principal.
Ella se queda un largo rato esperando a que vuelva a salir. Pero la noche cae antes que él salga y prende las luces para irse. Piensa que no lo verá más. No sabe si eso le da tristeza o se alegra porque él pueda volver a tener una vida. Sabe que él está triste. Ha leído algunos cuentos que ha publicado y su alter ego (Guillermo) hace las mismas cosas que siempre él hace cuando ella no está. Hasta el alter ego de Marianela en las ficciones de él hace las cosas que siempre dice que piensa que ella hace. Su alter ego se llama Cecilia, y a ella no le cae bien. Él siempre le decía que era ficción pero ella sabe que esa mujer es ella. En su escritura no la pinta demasiado bien, aunque a veces ella siente que todo está justificado.
El horizonte no está limpio de nubes y el controlador aéreo le pregunta qué rumbo lleva. Ella no contesta y mira a lo lejos el río marrón y sucio. Se pierde con su vista en la inmensidad del río sin orillas mientras la noche empieza a ennegrecerlo todo. Vuelta tranquila, mientras el controlador aéreo repite una y otra vez las preguntas que ya le hizo varias veces.
No sabe porqué sigue preguntándole lo mismo. No sabe cuál es el protocolo hasta que piensen que es una avioneta que trasporta sustancias ilícitas y envíen algún avión de combate para que se ponga bajo su cola. Ella baja varios metros para que el radar la pierda por algún momento.
Mira por el parabrisas del avión cuando delante de ella la tormenta eléctrica explota ante su vista maravillada. La belleza de los rayos que caen desde el cielo e iluminan todo. Le encanta ver los meandros de electricidad. Se pierde en la mirada de ello, mientras en su mente piensa en Mariano, en su sonrisa con los ojos. Ella lleva rumbo este.
3 comentarios:
Conozco esa necesidad de escapar, de salir sin rumbo, de vagar.
Y esa vigilia en la puerta de quien uno extraña.
Besos
Ahora casi puedo entender la historia de Marianela y Mariano.
Abrazo
"¿qué hacen los aviadores en el cielo las mañanas más claras de julio? pensaran quizá en un libro, una mujer, en una canción cualquiera. hasta que fallen... los motores"
Los aviadores - Eduardo Darnauchans
Hoy te hablaba de él y ahora... esta historia me hizo acordar a esa canción que es hermosa.
Es triste su historia. es de esas historias tristes y complejas que podría resolverse fácilmente si no fuera porque somos tan complicados los seres humanos y porque no es lo mismo lo que sentimos que lo que queremos sentir...
me dejó cierta congoja, pero la poesía de ese vuelo al este. me gustó mucho.
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