domingo, agosto 02, 2009

Campo de batalla.

Miraba los campos con altos pastos dorados. La brisa los hacía moverse con un vaivén leve y continuo. Los pastos generaban un sonido seco y constante, que se mezclaba con el que hacían sus zapatos. Seguía la sombra del hombre que iba unos cuantos metros delante suyo. El hombre se movía por el campo desnudo, atrás suyo una larga línea de árboles eternamente verdes movía sus ramas.

El hombre paró en seco y se dio vuelta para mirar a Ulises Margariño. El holandés en un ingles cacofónico le dice que en ese lugar habían caído los soldados la tarde del domingo 17 de septiembre de 1944. Ulises le dijo algo así como “Justo aquí, eh” y se quedó mirando el lugar. Según constaba en los libros de historia elementos de la 101° división norteamericana había caído en esos campos al norte de la populosa ciudad de Eindhoven. Se quedó un rato mirando el lugar, puteando al profesor por mandarlo a hacer ese trabajo tan estúpido. El holandés, joven, colorado, de unos treinta o treinta y cinco años, le dijo que esa jornada el cielo estaba claro y celeste.

Ulises daba pasos por ese campo, uno de los dos campos donde habían caído esos soldados. Sabía que en esos campos varios hombres podrían haber muerto. Generaciones de ejercito habían pasados por allí y el último gran movimiento era el que quería retratar el profesor en su libro sobre la operación Market-Garden. Habían visto el otro campo antes en la mañana. Un viaje en auto corto y habían parado allí. Donde estaba en ese momento parado mirando un páramo con pastos altos y amarillos, con árboles a los costados. Al sur estaba el canal Wilhelmina, con el puente que tenían que tomar y controlar para el paso de los blindados británicos.

Insultó por lo bajo otras veces al profesor por haberlo mandado allí, pero de hecho no le molestaba estar en ese lugar y pensó que podría estar en alguna oficina olvidada en algún edificio gris lleno de molestos burócratas. Pero estaba allí en un lugar histórico, luego de haber visitado el pueblo de Son.

Sacó de su morral un anotador y un lápiz. Se puso a describir el terreno que veía y que habían visto miles de soldados norteamericanos ese día, el primero de la operación fallida más grande de la guerra para el mando aliado. Anotaba sus impresiones del páramo donde el holandés que sonreía y hablaba en su idioma con un granjero que había pasado por allí. Ulises no entendía nada de lo que decían pero se reían. A veces sentía que se reían de él, ya que cada tanto lo miraban y largaban guturales carcajadas. Aunque le molestaba, Ulises seguía escribiendo en su anotador la descripción del lugar lo más fiel posible - «también lo más literariamente posible» le había dicho el profesor.

Un pastizal amarillento, alto, muy alto. Cardos. Un piso fangoso donde las botas se le hundían. Árboles verdes a lo lejos y rodeando el páramo. Ningún rastro humano más que ellos mismos. Ni siquiera veía un solitario molino girando por el viento. Sabía que estaba sobre el nivel del mar, pero se sentía hundido en la tierra. Los días siguientes serían parecidos a estos. Viendo puentes que históricamente tenían valor para el profesor. Y subiría para el norte hasta la ciudad de Arnhem. Los días se le iban a hacer parecidos. Viaje en auto con el holandés hablando en su inglés extraño, él escuchando y mirando el paisaje. Cada tanto tomando notas y releyendo los libros que le había dejado el profesor

Le dice al holandés que ya tenía todo lo que necesita. Este saluda al granjero y se ríen largamente. Caminó hacía él y luego caminaron el trayecto que los separaba con la ruta y el auto. Subieron y anduvieron por la ruta que los llevó a la ciudad. Una vez allí se separaron, el holandés le dijo que volvería el día después de mañana.

Caminó por la ciudad pensando en el páramo al norte de la ciudad. Pensaba en el cielo de esa tarde de septiembre cuando los hombres caían desde el cielo con sus paracaídas de seda camuflados. Cayendo a una operación que estaba condenada desde el principio al fracaso por la precipitación de los altos mandos británicos al organizarla. Pensaba en esos hombres corriendo por el campo, llevando todos sus bártulos y armas a rastra. Los veía entrando a la ciudad por la cual estaba paseando en ese momento. Entrando mientras las banderas naranjas hondeaban en los aires con la algarabía de un pueblo sometido a la ocupación durante casi cinco años. Y los holandeses festejando por la calle por donde él iba caminando al departamento donde estaba durmiendo.

Llegó al departamento. Tocó el intercomunicador con el número del departamento, el octavo A. Mientras esperaba que lo atiendan miraba a una chica andando en bicicleta, él se quedó mirándola un largo rato y hasta salió del palier para admirarla. Por un fugaz momento pensó que esa chica era la reencarnación holandesa de Dora. Y se quedó con su mente puesta en ella un buen rato. El zumbido lo sacó de su ensoñación y empezó a subir por los escalones oscuros. Subiendo en la oscuridad pensaba en la noche en que la ciudad había sido bombardeada. Los sonidos de los aviones pasando por sobre donde él estaba en ese momento, el sentir el atronado sonido de los pistones que se acercaban. Todos en la ciudad sabiendo que venían los aviones nazis con la represalia por el apoyo a las fuerzas aliadas. Las ciudadanos esperando las bombas, los que podían yéndose a los refugios antiaéreos o los sótanos si tenían. Y él subía mientras los bombarderos zumbaban en la oscuridad de la noche. Las sirenas antiaéreas que los alertaban. El escalón de madera largó varios crujidos debajo suyo. Las bombas iluminaban la escalera mientras él subía y la lamparita explotó de repente. Los sonidos aberrantes y la sensación de volver atrás en el tiempo para los habitantes de esa ciudad.

Entró al departamento. La puerta estaba entornada y sólo la tuvo que empujar. La luz mortecina del cielo nublado entraba por la ventana donde estaba su amigo sentado con la máquina escribir a sus dedos pero sin escribir. No lo saludó y fue hasta la heladera sacando algo para tomar. Se sentó en la mesada, junto a los libros que había por todos lados en la casa. Libros en holandés, en inglés, en castellano y hasta algunos en italiano y portugués, idiomas que su amigo no hablaba pero que «con un poco de ganas y un diccionario se puede leer». Lo miraba sufrir frente a la máquina.

Por primera vez se da vuelta y lo mira:

“Así que volviste de tu excursión pagada por el profesor por los campos donde cayó la 101° en el 44” le dijo.

“Ajá – Le responde -, unos campos amarillentos que supongo que en la época en que cayeron ellos debían ser verdes. No lo sé. Hermoso paisaje realmente. Pero no cayeron, descendieron lentamente desde el cielo celeste.”

“Caer, descender, es todo lo mismo. Estas bajo los pasos de una ficción que andas desarrollando”.

Y por primera vez se puso a tipear. Primero rápidamente con gran fuerza, pero con el tiempo la intensidad y la cantidad de caracteres en el papel fue cayendo. Terminó una hoja y la puso junto con un montoncito de hojas que tenía a su costado. Puso una hoja en blanco y escribió dos o tres palabras y se dio vuelta para mirarlo. Por primera vez en el día.

“Va a nevar hoy o mañana”

“Eso escuché en la radio – le dijo Ulises – me lo tradujo el conductor en realidad”.

“¿Vas a hablar con veteranos?”

“Sí. A la larga, el holandés me va a traducir lo que me dicen. Me dijo que casi ninguno de los registrados habla inglés o español”.

“Vas a tener una ficción de alguien más traducida por otra persona para el libro del profesor. Todo este asunto está totalmente toqueteado. ¿Para qué te necesita, decime otra vez?”

“Bueno, me paga para describir los paisajes in situ, hablar con los supervivientes de los bombardeos de la ciudad y cosas así. Sólo porque él no tiene tiempo y confía en mi prosa”.

“Yo lo que no entiendo es para qué vas. Si es igual que vayas o no. Tu descripción del lugar va a ser igual. Tenés que ver “A Bridge too far” y el capítulo cuatro y cinco de “Band of Brothers” y listo, tenés una vista ejemplar de los puentes, las ciudades y los páramos”

“Ya pagó todo”.

“Qué importa. Vos le vas a entregar una ficción. Vos le entregas una visión de la realidad. Le entregas lo que ven tus ojos para su libro. Para su libro que va a ser una novela, al fin y al cabo. Una novela sobre la operación fallida”.

“No va a ser una novela, va a ser un ensayo”.

“No. Va a ser una novela. Ya no existen los ensayos. Se los comió la literatura”.

Y Ulises se lo queda mirando mientras afuera empiezan a caer copos leves que eran llevados por el viento para un lado y para el otro. Se acerca a la ventana y mira hacía afuera. Ve la ciudad bombardeada hacía tantos años, la ve y se la narra lentamente. Anota todo en sus papeles, mientras su amigo intenta escribir pero no puede y mira como él, ensoñadamente la ciudad que se abre debajo de ellos. Se imagina a los soldados saliendo de la ciudad en la noche, bajo la bruma mortecina; corriendo para que no los alcancen los panzer alemanes en el contraataque que habían conseguido lanzar. A la larga se queda mirando la ciudad mientras era cubierta por la primera nevada temprana de la temporada.

Se queda mirando por la ventana intentando encontrar algo real en lo que veía pero sentía que todo era una ficción en sus ojos. Se decía que tal vez eso era mentira y él, como su amigo, eran entes de ficción en los ojos de un narrador que estaba más arriba de ellos dos. Que sabía que todo eso era pasado y que Ulises recordaba todo eso desde su cama encima del teatro Coliseo.

“Todo es mentira – le dijo su amigo -, todo es ficción. Nada existe. Yo intento luchar contra esta historia que ya está terminada en mi cabeza. Intento contar cómo estos dos viejos cruzan el río Aqueronte con el barquero infernal para entregar a su nieta al rey del inframundo. Sé todo lo que pasará, sé todo lo que tengo que escribir. Pero no puedo. No puedo porque los personajes se me resisten a fuerza de mentiras. No puedo porque todo es ficción y ellos quieren realidad. Pasaron la línea que divide algo de lo otro. Y vos estas ahí parado mirando por la ventana, pensando en ficciones pasadas. Escuchas ficciones pasadas y recorres paisajes de hoy para representar un ayer. Vos te das cuenta que todo lo que haces está anclado en un pasado y además tus notas serán copiadas a la novela de otro.”

“Ensayo” Le dijo Ulises sin ganas.

Y se queda pensando en la utilidad de sus notas. En que él estaba recorriendo paisajes actuales para representar con su pluma esos lugares pero como debían de ser hace casi setenta años. Pensando que trascribiría las vivencias de sobrevivientes a la operación, que les contarían su ficción que él transformaría en su ficción. En que todo lo que le llevaría al profesor serían ficciones de realidades y tiempos. Todo cambiaba y todo cambia. Y él miraba por la ventana la nieve que caía por primera vez en esa temporada.

“A vos te paga por escribir – le dijo su amigo que ahora con un cigarrillo en la boca golpeaba las teclas de su máquina de escribir -, no por visitar los lugares. Y si escribís y no vas a esos lugares; igual vas a estar cumpliendo tu contrato”

Ulises lo miraba mientras se alejaba para sentarse en la mesa y mirar el ejemplar de Niebla que estaba allí. Y se preguntó si ellos eran también parte de una gran ficción, contada por alguien más o él mismo o su amigo en un futuro. Se puso frente a un gran ventanal mirando otra vez el paisaje.

Miraba a las personas que jugaban y corrían por la nieve. Miraba a los locales y pensaba que hace años otras personas habían tomado sus lugares en ese mundo y habían pertenecido a la resistencia o habían sido colaboracionistas. Los mira y se los imagina con la insignia naranja en el brazo ese día de la liberación de la ciudad por elementos de la 101° aerotransportada estadounidense y la XXX blindada británica. Los ve, a unos hablando con los oficiales que se tapan las insignias por miedo a los francotiradores a unos. Mientras a los otros, a los que ayudaron a los nazis los fusilan. Mientras que a las mujeres que se acostaron con nazis le cortan los pelos de la cabeza y les rompen las ropas mientras les gritan groserías. Ulises piensa en la supervivencia de unos y la hidalguía de otros. Y ninguno de los dos tiene derecho para victimizar al otro. En ese punto los de la resistencia – piensa Ulises – se transformaron en nazis con todo el poder de policía en sus manos.

La nieve se apilaba a ambos lados de la calle, y caía la noche. Las luces de la ciudad se encendían y no había miembros de la wehrmacht ni de las SS por las calles. Había civiles que caminaban por las calles que en otro momento habían sido bombardeadas. Y vivían en un país por donde había pasado la destrucción varias veces. Vivían cerca de campos de batallas olvidados. Vivían como la gente vive en Borodinó, en Austerlitz, en Volgogrado (Stalingrado), en San Petersburgo (Leningrado), en Maipú o en Arnhem.

La vida se abre paso. Y la ficción está entre ellos dos en ese momento. Y miran a personas que pueden no existir más que en la imaginación de ellos. Ulises mira a su amigo que también mira para afuera por la otra ventana sin poder escribir nada.

“Igual, es un lindo trabajo. Viajo y conozco lugares lindos. Y narro. Tal vez necesito ver para narrar. Crear una ficción que no va a terminar siendo mía”.

“¿Puedo escribir todo esto que me contas en un futuro cuento?” Le dice su amigo desde la máquina de escribir.

2 comentarios:

Gustavo dijo...

Por más que uno se pare sobre una ficción de otro, siempre se puede sacar algo nuevo y diferente.
Lo banco a Ulises.
¿A que no sabés a qué me remitió el 8ºA?

Luna dijo...

Temas recurrentes, casi obsesivos. Me quedé pensando en "Esto no lo dije yo". En Augusto luchando por su vida con Unamuno. Seremos eso? Personajes esperando que el Creador nos dé un tiempo más?
Perdón, es lunes.


Besos