viernes, agosto 28, 2009

Las escaleras de Odesa.


El café es interesante y es muy rico, aunque no es colombiano. Es de Costa Rica y yo no sabía que allí se podía hacer buen café, pero no es colombiano. Todavía quisiera probar el café colombiano pero el de los ticos está bastante bien. Por mucho café que me tome no puedo quedarme despierto.

Las imágenes son caóticas en sepia. El blanco y negro se adueña de casi todo, salvo en los millones de tonos de grises de las miradas de las mujeres que lloran y los hombres que corren. La masa crítica de soldados se acerca bajando las escaleras, tranquilos en exacto orden militar. Caminan en formación, moviéndose tranquilos, yendo en contra la gente. La escalera es una obra de arte en los planos más lejanos. Se nota que la perspectiva juega un gran papel, desde arriba parece sólo escaleras y desde abajo sólo parece descansos, son tantos de cada uno que los ojos se pierden mientras el olor a pólvora debe infestar todo el lugar.

El sonido es de las imágenes. La música es el movimiento. Las cosas pasan sin que nada pare y pasará siempre que eso suceda. El sepia y los cortes en negros con letra cirílica. La gente abuchea porque no entiende las cosas que dice mientras la orquesta impávida sigue tocando, porque la banda siguió tocando. Las explosiones de la artillería cada tanto llenan las imágenes. Los soldados se mueven a una velocidad irreal, se mueven casi como si no fueran personas, se mueven como maquinaria a revoluciones por minuto. Todos toman el rifle que llevan de la bandolera y apuntan. Al unísono, mientras el caos y el descontrol hierve a la masa proletaria que corre y se pierden entre ellos. Con los rifles apuntando esperan que el oficial les de la orden para apretar el gatillo. Al bajar la espada, reluciente en blanco, los soldados apretan el gatillo y una nube que se presume ocre y pálida sube desde los cañones mientras los civiles caen al piso.

En algún momento, bajando por las escaleras. Por los cientos de escalones un carrito de bebe cruza por la pantalla y se trasforma en una de las escenas más recreadas de la historia. Pero los cadáveres y el olor deben llenar esa tarde imaginaria en la Odesa de principios de siglo. La música puede seguir pero los corazones se paralizan y el publico sólo tiene ojos para la desesperaciones de su propia alma. Las cosas que pasan llenan de efecto revulsivo la esperanza de los espectadores por un mundo más justo, mientras el barco es tomado por la gente y la ciudad, que luego será heroica, se desplaza del mar Negro al corazón de la gente.

Y de pronto palabras en castellano de distintas extensiones y calores, se encierran en mi pecho. Las palabras vuelan y se mezclan con el sepia tapando con nuestro alfabeto a las palabras en cirílico que antes veía. Todas las palabras son en mi mente recreadas y puestas en frente de mi recuerdo. Las palabras vienen sin conjunción u orden sintactico. Vienen solas, como monjes buscando su monasterio. Sé que forman algo pero nada tengo. Están allí, viniendo entre mi huida de las ciudades en la antigua Unión Sovietica y volviendo a mi momento. A este momento.

Porque salgo de la cama. Dejándola a ella, mi novia, durmiendo tranquila. Por un instante la miro mientras intento retener las palabras en mi cabeza para llegar a mi Moleskine que está en el bolsillo interior de mi saco que reposa sobre la silla cerca de la mesa. Siento que las palabras, todas, las soñadas y las creadas son para ella, para poder decirle cuánto la quiero y la necesito. Ella duerme, tranquila, imperturbable. No ha sentido que yo he salido de la cama y me he sentado para mirarla, despertándome con las palabras atragantadas en el alma como si de un mal sueño se tratara. Tiene la boca un poco abierta para respirar mejor, y su olor es divino. No hace ruido más que un leve susurro. Levemente, me deshago de las sábanas que todavía rodean mi pierna y doy pasos disimulados. Sólo la ilumina la luz nocturna que entra como un resplandor por la ventana abierta.

Camino tranquilo hasta el escritorio y me siento allí. Miro por el gran ventanal abierto. Veo la calle de la costanera iluminada sólo por pequeños reflectores y el ancho río Uruguay que se agita en una noche picada. Las estrellas reverberan en el agua que siempre se mueve. Me quedo absorto con el paisaje y me doy cuenta que hace años que no veo todo lo que se me despliega delante de los ojos. La ciudad de la infancia, la ciudad de mi abuela y la que despierta viajes fantásticos desde el mundo este hasta el más allá. Una de mis tantas ciudades fantásticas donde la ficción de mi recuerdo pasea mezclándose con la no-ficción de lo vivido.

Siento que mi amada se mueve en la cama y la miro, con mi mano en la lapicera Mont Blanc. Como si ella fuera mi lapicera con mi dedo la rozo levemente para sentir la suave piel. En unos instantes de furia, en una página en blanco anoto todas las palabras sueltas que antes tenía dentro de mí. Primero las anoto como vienen, sin sentido, sin orden, sin instrucción de nada. Luego las releo y busco en ellas algún sentido que me indique algo, algún qué para hacer con ellas. Pero el esfuerzo es fútil, las palabras están allí dispersas, ajenas a mi comprensión. Me doy cuenta, casi sin realizarlo, que vinieron a mi las palabras de un poema.

No soy poeta. No entiendo de métricas, menos de rimas asonantes o de cualquier técnica que tenga que ver con armar algo en ese estilo. Tal vez es algo que me gustaría poder hacer, pero como tantos otros narradores, no tengo la paciencia para jugar con ese instrumento. No tengo el poder de generar lo que hay que crear para mostrar. Como tantos otros tuve que dejar los versos y moverme a la prosa donde los errores están diluidos en un montón de palabras. No puedo ser poeta porque no puedo buscar mil años por la palabra perfecta en el lugar perfecto. Pero en este caso una parte se me ha allanado. Tengo todas las palabras en algún orden de un perfecto poema. Y creo que sé qué es lo que quiero decir con todas esas palabras. Me doy cuenta que es un poema para ella que está dormida a mi costado, o lo que era mi costado.

Intento devanar las palabras e intentar darles el orden correcto. Uso hojas y hojas de mi Moleskine para encontrar el poema que está ahí. Creo varios, cada variación de palabra crea algo ajeno a lo que estoy buscando, pero que a su vez es algo hermoso. Sé, me doy cuenta, que allí hay más hermosura de la que me siento capaz de pulir. Y sigo con el juego, moviendo verbos en un mismo tiempo de lugar, cambiando adverbios para crear lo que quiero e intentando devanar conectores. No encuentro lo que busco, cada paso que doy me muestra que la tarea es larga y el esfuerzo mucho. Sé que me pierdo en este camino mientras el cielo clarea y la taza larga olor a café costarricense.

Espero. Me doy cuenta que a veces hay que esperar a que la musa se pare en tu hombro y te dicte algo que te lleve. Pero la musa está dormida a mis espaldas, sé que se mueve, siento su movimiento con mis oídos y el alma. Respiro lentamente, y siento amplios deseos de arrancar las paginas de mi libreta y hacerlas volar con el viento que mueve las estiradas hojas de los sauces de la playa. El río está bravo, mientras los primeros pescadores de la madrugada caminan por las playas de arena amarrilla.

Escucho ruidos en la puerta. Una llave parece intentar entrar en la cerradura. Yo sé que la puerta está abierta y casi en ese mismo momento el que está afuera se da cuenta que la puerta sin llave ni cerrojo. Agarro un jarrón que tengo a mano en el escritorio para golpear el intruso. La puerta se abre y trastabillando entro yo. Yo me quedo mirando a mí, mientras yo lo miro a él, que es yo pero que no soy yo. Nos miramos. O me miro. O nos miro. Él se queda mudo y yo no sé que decir. Tengo en una mano el jarrón y en otra mi lapicera. Camina lentamente y se sienta cerca de mi, él está menos shockeado que yo; pero no se lo nota impertérrito.

Me susurra por lo bajo:

- Vos sos yo.

- Sos mi doble. – Le digo.

- No. – responde, debería decir respondo.

- ¿Qué sos?

- Tu yo-personaje.

- ¡¿Mi yo-personaje?! – Le digo en un grito susurrado para no despertarla.

- Sí. – me dice entendiendo todo.

- No entiendo.

- Cada vez que vos hablas de vos en algún cuento o lo que sea, y te nombras (o no), ese ente que sos vos, soy yo.

- No entiendo bien, tal vez es la madrugada.

- O tal vez estás haciendo que no entendes aunque sabés todo lo que va a pasar.

- Tal vez. – Le digo mirándolo raro. - ¿Y qué haces?

- En realidad, te tendría que preguntar eso a vos.

- ¿Por qué? – Empiezo a exaltarme.

- Porque vos no normalmente no pisas este mundo. Este mundo es el mío, es tu espejo, no ves que todo está al revés. Tenés la lapicera agarrada con la mano izquierda y escribís en una libreta que todavía no te regaló.

En ese momento me empiezo a dar cuenta de todo. Y se lo digo. Busco en la libreta las palabras que había escrito luego del sueño de la batalla, le pregunto pensando que tal vez todas esas palabras para él tienen el significado que sé que tienen que tener pero no se las puedo encontrar. Me responde que no, mientras por lo bajo, mirando el río un poco más iluminado – el sol está saliendo por detrás de la cortina de árboles verde de la otra costa – canta las siguientes estrofas: “Quisiera morir ahora de amor / para que supieras cómo y cuánto te quería”. Y me lo quedo mirando, recordando las palabras y la entonación de la canción. Recordando esa mañana de martes en que iba por la calle Croce en mi ciudad, tranquilo, escuchando la AM. Y doblando para agarrar la avenida Alvear, allí aparecieron esas magicas palabras y en la única persona que pude pensar fue en ella, que ahora ronca un poquito con extraña entonación de amor. Esas palabras que canté varias veces por tantos días sólo para pensar en ella solamente; mientras me hacía el ofendido por cosas tontas y no tenía ningún contacto posible con su ser cercano pero lejano por la acción de un océano que ahogaba mi canto de palabras ajenas y de amorosas caricias.

Lo miro como él me mira, me mira como un espejo desde el otro lado pero imitando todos mis movimientos. Él me mira como ficción y yo soy su ente no-ficcional. No entiendo porqué pero él parece saber más que yo de mi. O tal vez sabe más que yo de él mismo.

- Ni siquiera necesitas explicarte – Me dice – sé porqué estas acá.

- Por favor levanta el velo que me estás haciendo sudar la gota gorda con la emoción de saber qué es lo que pasa – le digo mientras pienso que es extraño que yo diga algo así.

- Es extraño que vos digas algo así, lo que te tiene que demostrar que no hablas con la boca sino con los dedos. Yo soy tu creación, soy tu yo de este lado. Vos, simplemente, te metiste por un momento en el cuento para verla a ella. Esto que estamos sintiendo ahora es simplemente lo no-narrado de un cuento en que vos, yo, estas en la ciudad de tu infancia con ella. Y vos, querías estar con ella, porque hace mucho que no la vez, y te metiste acá para dormir un rato con ella. Todo es un poema para ella, no la sentías hacía demasiado tiempo y estabas acostado con ella, para sentir su piel, para sentir su alma, para sentir su amor.

- Pero entonces, ella también es el doble de mi novia.

- Sí. Ella es la creación de ella. La que duerme allá, tan apacible, tan hermosa, con esos ojos cerrados que siempre sentís que se pueden abrir en cualquier momento, y que de hecho el otro día admiraste por largo rato antes que le apagues la luz para que duerma más tranquila después del largo viaje, es tu ficción de tu novia. Es mi novia y no la tuya. La tuya en este momento está de viaje. Aunque siento que atrasaste tanto este proyecto que ya se lo contaste en un restaurante algún lunes primaveral en invierno.

Lo miro, entiendo todo. Entendiendo el café, la lapicera y la Moleskine que hoy no debería tener. Es un resabio del futuro que se entremezcla en una ficción pasada. Miro la libreta con las palabras escritas y sé que en ella sólo hay escritas algunas palabras como: Entelequia, fuerza centrífuga y fuerza centrípeta.

- Todo esto es ficción.

- Todo esto es ficción y vos lo sabías desde que te levantaste de la cama o que sentiste el café costarricense.

- ¿Y todo lo de las escaleras de Odesa?

- Es un eco, una pista, un susurro.

- Ya que tampoco nada de eso paso. – Le digo.

2 comentarios:

Eclipse dijo...

wow!
de a poco pero me voy poniendo al día.

qué decirte? me gustó muchísimo, ese desdoblamiento hermoso, esas cosas que apsaron, van a pasar, le pasaron, te pasaron... o no.
Y está narrado de una forma menos caótica que de costumbre, con tu toque personal y tus manías de metaficción que son, ya, irresistibles para quien lee.

y me alegro por todo lo que, entonces, está por pasar ;)

l dijo...

El día había sido largo.
Las hojas de esa lectura obligada no avanzaban, mientras ella intentaba absorber más y más de todo.
Estaba cansada. Él había salido y no volvía. Era raro que aún estuviera en la calle, pero también era un día largo para él.
Se acostó de su lado de la cama, mirando el lugar vacío. Le dio un beso al aire, y tiró un hasta mañana susurrado, para que quedara suspendido hasta que él volviera.
Al rato, lo sintió moverse a su lado, mientras se levantaba. No lo había sentido llegar, pero sí, de repente, lo sintió moverse a su lado, a pesar se sus sutiles movimientos y sus ganas de no interrumpir sueños.
Sintió la libreta abrirse y el ligero sonido de la Montblanc en contacto con las hojas y la poessía. Entreabrió los ojos, le espió la espalda. Él estaba asomado a la ventana. Atinó a levantarse y sorprenderlo, pero él sintió sus movimientos, obligándola a volver al sueño ficticio. Y así se quedó, impávida, tranquila y en reposo.

Fue testigo de todo el resto.
De sus dos él.
De su ficción, de su realidad.
Fue testigo y comprendió su realidad y su ficción.
Al día siguiente, escribió.
Ella ficción, recreó otra ficción y otra y otra.