lunes, agosto 17, 2009

Los que recitan.


Las nubes están bastante oscuras en el cielo y tapan la luna, que algunas veces se ve por los efectos del viento y muestra cada tanto su luz. Él está seguro que en algún momento de la noche se va a largar a llover fuertemente, esa vez el pronostico meteorológico puede llegar a tener fortuna – mucho más que ciencia. Él se pregunta por qué muchos cuentos y novelas empiezan con la descripción del tiempo. Pero sin embargo está mirando el cielo mientras camina, y a nadie le importa ya que va solo por la calle. Algún que otro colectivo pasa por la avenida pero ningún auto hay en la calle oscura por la que va caminando ese día de semana. Recién ha pasado por la estación de servicio Shell que está en la esquina de la avenida con la calle por la que viene caminando desde hace un par de cuadras – desde la casa de Marianela – y allí vio que los playeros estaban jugando a las cartas sobre un surtidor. Él asumió que estaban jugando al truco, pero en ese momento no está seguro de nada y piensa que pueden haber estado jugando al póquer por dinero, aunque le parece mucho más divertido y nacional, que hayan estado jugando al culo sucio o a la escoba. Pero son cosas en las que piensa porque no tiene nada más que pensar. O porque está aburrido mientras camina a paso lenta pateando una piedra amorfa que va para cualquier lado cuando le da con fuerza – o sin ella.

Da un rodeo innecesario al girar en la esquina para el lado equivocado de la calle – el derecho – una cuadra antes del giro que tiene que dar para llegar a donde le parecía – ya que en ese momento al dar vuelta para seguir tomando aire por el lado equivocado – quería ir. Sin embargo camina por entre el viento, que mueve todas las hojas de árboles secas que pisa y aplasta con ese sonido rasposo. También vuelan algunas hojas de diario picadas que no sabe porqué están ahí ya que la cancha de fútbol donde se ha jugado la última fecha del campeonato clausura – que inicia el año – está a muchas cuadras de distancia. Pasa por unas rejas verdes muy grandes que le gustan mucho y se pone a mirar la casa inglesa que se vende. Se queda mirando y leyendo el cartel que dice: Arquitecto Paparrigópulos, un extraño nombre griego. Se queda pensando contando las letras del apellido, si le tiene que sonar porque es el arquitecto que hace todos los edificios bacanes de la zona o si es por otra cosa que le tendría que haber sonado. Mira la casa, mira el cartel, mira el apellido contando todas las letras que se juntan para formar ese cacofónico apellido. Hace todo dos veces, como si el narrador del cuento no sabría bien qué hacer con él, su personaje. El recita – en voz baja, para él, como siempre debería ser – “la purísima región del arte inmaculado”; no sabe bien por qué la cita ha venido a él con fuerza desmesurada. De pronto, nota que una leve niebla empieza a caer con la noche, y esa se va espesando lentamente, hecha de gases y humedad que va cayendo sobre la vereda.

Da vuelta de nuevo, esta vez gira a la derecha y camina por la calle paralela a la que venía. Camina toda una cuadra sin que pase un alma, ni un alma, pero sí un sonido de la larga bocina de un tren pasando por la estación – que está a una cuadra. Camina tranquilo hasta llegar a la calle a la que quería llegar nada más que ahora se encuentra a dos cuadras de donde quería llegar y antes de doblar estaba sólo a una. No le importa, pero la niebla cae lentamente. Esa nube baja que viaja sola molestando la visión. Algún que otro frenazo se escucha desde la avenida. Todo se le hace muy ficticio, todo se le hace irreal, entre la noche sin luna y la niebla que cae, todo le parece sacado de alguna película francesa donde los personajes deambulan entre el blanco y el negro de la ciudad. Nada más que París está a un océano de distancia, el amor está a unas cuadras más lejos que la ciudad luz y el blanco es cortado por las luces de colores del alumbrado publico y los anuncios de neón que se mezcla con la humedad.

Camina el par de cuadras, ve cómo los colores del semáforo pierden el contorno entre la niebla y el redondel se transforma en una mancha amorfa sin límites fijos. Mientras él piensa que así debería ser la literatura, un lugar sin límites fijos con colores que se pierden entre otros. Nota que el peatón para cruzar está rojo y que la luz le da verde a los autos, enfrente en la estación cree ver presencias, pero no está seguro de ello. Tiene frío y se apea en su sobretodo, se hunde en las solapas para intentar darle un poco de calor a su cuello sin bufanda. Hace unos días hacia mucho calor y hoy hace mucho frío, se dice él por lo bajo en un susurro tirado al aire que se pierde entre la bruma y le llega a nadie ya que a nadie estaba destinado. Camina unos cuantos metros hasta llegar a la puerta del bar “La Guillermina”. Del lugar sale un bullicio inhabitual y está mucho más iluminado que de costumbre. Entre y ve que el bar está repleto de gente joven y una música alta, pero no molesta sale de los parlantes que nunca estuvieron en ese lugar antes. Se queda bajo el umbral mirando a las personas sentadas en todas las mesas, charlando y tomando cerveza – tan poco literario. Hay muchachas caminando entre las mesas llevando amplias charolas de metal, con muchos vasos. Se da cuenta que nadie le presta atención y mira a la mesa habitual de ellos pero esta ocupada por unos seis muchachos que discuten entre el humo de sus cigarrillos aireadamente sobre algo, él piensa que seguro sobre una idiotez. Se da cuenta que no podrá sentarse en su mesa habitual para tomar un café y leer a Guimarães Rosa. Le gustaría estar en el sertón, allí donde el mundo se acaba y está la identidad nacional brasilera, más que nada estar allí porque podría leer tranquil si consiguiera alguna luz en algún lugar. Seguro que algún bar del sertón estará menos habitado que el habitualmente inhabitado bar.

Se siente un tonto esperando en el umbral de las puertas de vidrio, buscando un lugar dónde sentarse. Mira a la barra y ve a Julia Suaznabar apoyada sobre esta leyendo algo mientras que Suaznabar está acodado sobre la barra mirando para dentro del salón mientras cada tanto parece susurrarle algo a su esposa que, por los movimientos de su espalda cuando esté le dice algo, se ríe. Decide que lo mejor será acercarse a ellos, mientras un muchacho está sobre un escenario improvisado contra la pared del fondo – cerca de donde está la puerta escondido que lleva a las mesas de pool y billar – y hace una prueba con los micrófonos diciendo el “1 – 2 – 3 – probando” tan típico de ese momento. Él se acerca y saluda a Suaznabar con un movimiento de cabeza mientras que Julia no se da ni por enterada que él está allí. El patrón se acerca por detrás de la barra y limpiando el lugar con el trapo rejilla que es una parte de su mano derecha le pregunta qué quiere tomar. Le contesta y esté se aleja para ir a buscar la bebida.

«La verdad que venía para leer algo, pero me parece que hoy no es el lugar indicado para hacer eso. Supongo que hoy hay fiesta». Dice.

«Según parece, Mariano, todos estos chicos se reunieron acá porque el patrón, que ahí te trae tu trago, les alquilo el lugar por un par de pesos». Esa fue la respuesta de Suaznabar que se la dijo sin mirarlo y con una cara de asco a todo el movimiento que se daba en el improvisado escenario.

«¿Qué van a hacer?»

«Te vas a matar de risa: Van a recitar poesía». Le dice mirándolo por primera vez en toda la noche y con una mueca de desprecio entreverada con una sonrisa maligna entre los labios. Eso se lo dice así porque Suaznabar tiene una idea sobre lo que piensa Mariano Sputnik sobre el recitar poemas y la literatura hablada.

«No... Dejate de joder. ¿Por qué yo vengo a caer sobre esto? ¿Yo? Estos niños se van a poner a leer sus poesias – que tal vez sean buenas o tal vez seas malas, de hecho no importa – en este lugar, impostando la voz. Haciendo público el ser más personal de la literatura». Y se da vuelta y espera que el patrón vuelva con su bebida en un vaso no del todo limpio. El liquido genera ondas cuando es apoyado contra la barra y por primera vez Mariano Sputnik logra ver qué está leyendo Julia: un cuento llamado “limpiabotas” , le pregunta si el cuento esta bueno y ella con un gruñido parece asentir, pero no está seguro del todo.

Se vuelve a la posición inicial para hablar con Suaznabar, este mira con cara interrogativa y con un poco de desprecio todo lo que están haciendo los chicos en el escenario. Mientras tanto Mariano piensa que deben ser niñitos que le van a recitar poemas de amor y se van a aplaudir entre ellos. Tiene una idea bastante clara del porqué desprecia tanto a los poeta, y más cuando recitan sus propios poemas.

«Dame otra». Le dice S al patrón que casi siempre está detrás suyo, mientras las muchachas – que no son camareras habituales en el antro – se acercan y se alejan de la barra llevando bebidas en su charlo. El patrón le sirve otra a Suaznabar que se la bebe de un trago.

«El acto de la literatura no es como la música – empieza a decir Mariano -, la música necesita un cierto feedback con el publico. Hay una cierta necesidad de retroalimentación entre uno y el otro. Y hoy, con la poca calidad de los artistas que se paran en el escenario, los músicos pierden todo el protagonismo y las llamadas “barras” de las bandas toman el control. Y el espectáculo se lleva debajo del escenario, ellos con sus bengalas y sus canciones de apoyos a los que van a cantar. Un verdadero oximorón. Y los poetas tienen que ser los más destruidos de la literatura. Aunque todos quisiéramos ser poetas. Pero estos se van a parar aquí y van a destruir el acto más intimo de la literatura. Se van a poner a recitar con una voz impostada y ciertos cambios de ritmo sus poemas. Y van a destruir la pureza del acto más individual creado por el hombre: la lectura. Porque la lectura es de uno, es de cada uno el que hace. Y esto es un verdadero show. Luego se van a poner a buscar grupies entre las muchachas del publico. Esto es una porquería de mucha luz, de mucho show, de muchas palabras».

«Puf, todo eso porque vos querías leer acá y estos muchachos no te dejaron». Le dice Suaznabar con una sonrisa en la boca y una carcajada en las últimas palabras. «Pero, bueno, de hecho estoy bastante de acuerdo con lo que decis sobre eso. No del todo, pero sí bastante».

«Deberías estarlo del todo». Y Mariano se para con su vaso y se pierde entre la gente, pero no sale del lugar, sino que anda mirando las caras de las personas que están sentadas y las que andan parando caminando como él entre las mesas. Entre todos se cruza con Ulises, esté no lo ve y se pasan a un metro, él no lo saluda porque sabe que sería un movimiento inútil porque no lo vio. Ulises Margariño camina tranquilo entre la gente volviendo de la sala de pool donde estuvo jugando desde las cuatro de la tarde con el taxista unas cuantas partidas de billar. Ha perdido bastante dinero pero todavía le queda un poco para beber unos tragos y luego – seguro – conseguirá que el taxista lo alcance hasta la estación de trenes que sigue a la que están en ese momento. Llega a la puerta ve que dos parejas heterogenias entran, él ve a Suaznabar acodado en la barra y a Julia sentada leyendo algo, mientras cada tanto su marido le hace algún comentario que hace reír a la esposa, aunque esto lo sabe por el movimiento del cuerpo de Julia que parece que ríe. Se acerca y se siente en el taburete que dejó vacío hace unos instantes su amigo, Mariano Spunik.

«Llegué acá a las cuatro de la tarde con el taxista. Como siempre, acá no había un alma más que algún parroquiano perdido en su nube etílica. Seis horas después salgo, con muchos menos billetes que antes, y este lugar está lleno como nunca y unos niños están sobre un escenario que antes no estaba». Esto lo dijo sin saludar a Suaznabar, pero sabiendo que eso es algo así como un saludo entre ellos.

«Según parece, Ulises, todos estos chicos se reunieron acá porque el patrón, que ahí te trae tu trago, les alquilo el lugar por un par de pesos». Ulises piensa, ¿me trae un trago? Y al rato el patrón aparece con un vaso con alcohol, que no es su veneno habitual pero que en ese momento le viene bien.

«¿Qué van a hacer?»

«Te va a generar una sonrisa: Van a recitar poesía». Le dice mirándolo por primera vez en toda la noche y con una mueca de desprecio entreverada con una sonrisa maligna entre los labios. Eso se lo dice así porque Suaznabar tiene una idea sobre lo que piensa Ulises Margariño sobre el recitar poemas y la literatura hablada.

«Mira qué bien que la juventud se reúna a algo así. Aunque te voy a admitir que hay algunos que recitan como actores y eso me genera una repulsión grotesca». Le dice mientras toma un largo trago.

«Recién estuvimos hablando de esto con Mariano que anda perdido entre la multitud.». En ese momento un muchacho empieza a recitar un poema que dijo que es de su autoria. A opinión de Suaznabar el poema no es del todo malo, aunque con eso tampoco es del todo bueno, pero el recitado le resta montañas de potencia. Ulises está bastante de acuerdo con esa sentencia aunque para él el poema es más malo que bueno en la balanza.

«¿Sabés que me genera esto?»

«¿Qué?» Le pregunta sobre un par de versos de otro poema recitado ahora por una chica.

«Se me hace que el recitado es algo así como la película para la novela. Normalmente las novelas son mejores que la película, porque casi siempre la novela puede ahondar en datos, circunstacias y cosas así. Como así muchas veces la novela toma métodos narrativos que la película no nos ofrece. Muchas veces la novela intenta destrozar el genero, mientras que siempre la película juega con el canon. Y que mientras la novela es el esfuerzo de uno, la película es un conjunto de voluntades. Lo mismo que acá, uno recita y los otros aplauden o abuchean».

Suaznabar asiente pero parece no haberle prestado atención, mientras que Ulises gira en el taburete de madera en el que está sentado y le hace a la distancia al patrón que le traiga otra ronda de su bebida. Por primera vez puede ver que Julia está corrigiendo un texto que se llama “limpiabotas”. Ulises le pregunta si el cuento es bueno y ella le lanza un gruñido que a él le hace pensar que es regular. Espera al patrón que se acerca con la botella en la mano.

«che, ¿Qué fue lo que pasó con esto hoy?»

El patrón, mientras le llena el vaso vació, le dice que hace una semana un par de muchachos le vinieron a preguntar si podía alquilarle el local por tanto dinero y que ellos le aseguraban una asistencia bastante poblada que iba a consumir. El patrón le sigue contando diciéndole que no lo pensó demasiado, que sabía que tal vez le traían algo de gente – aunque nunca pensó que tanta como esa – y que si además tomaban iba a ser un buen negocio. Ulises asintió.

Suaznabar se da vuelta «Todos estos chicos son re-snobs», toma un sorbo del vaso de Ulises y le espeta al patrón «hay que crear una historia sobre una vieja guardia literaria de la zona para que estos muchachos vuelvan y vengan más». Esto ultimo lo dice riendo, pero Ulises lo mira y retoma la idea: «Sí. Con esto se puede hacer algo así. Creamos a varios poetas y narradores de una vieja guardia. Tomamos un par de reales que nosotros conocemos, y lo ponemos aquí como lugar de reunión. Y luego vamos creando además muchos otros narradores y poetas, los juntamos con los reales y vamos creando una meta-historia del lugar, de este lugar y a su vez, de la zona. Podemos ir creando entre todos nosotros – tenemos algo de aptitudes literarias entre unos y otros – escritos de tal o cual poeta o escritor. Así estos pibes se van a ir encontrando con esos escritos o historias, y así van a querer seguir viniendo aquí».

El patrón se ríe de la idea, pero Suaznabar lo mira serio. No está seguro que le guste mucho la idea, ya que lo que tal vez lograría sería que estos pibes estuvieran todos los días en el bar donde ellos están tan cómodos. Aunque a él esas ideas de historias que van por arriba de la historia oficial le gustan mucho, ya que siempre tiene una cierta paranoia sobre algunos momentos, sobre algunas realidades.

«Tenemos este lugar. Hacemos juntar aquí a la “vieja guardia” y les empezamos a dar un cierto toque de genialidad a esos que no la tuvieron. Empezamos a montar un cierto brillo sobre sus poemas, tal vez generando reseñas literarias de la época para que estos muchachitos las lean y este lugar se convierta en la meca falsa de la literatura de la zona». Ulises asiente y sonríe a las palabras de Suaznabar. El patrón no está del todo convencido y se los dice, alejándose con su franela en la mano derecha.

«¿Qué te parece?»

«Una estupidez».

Y se para y entre las mesas escapa a las palabras que resuenan detrás de él. El muchacho en el improvisado escenario del fondo dispara palabras sobre versos sin métrica y rimas asonantes. Le parecía una bella música pero no había nade corazón en las palabras del muchacho, aunque algunos de los chicos que están en las mesas por las que él pasa, dicen entre ellos que eso es el futuro. Mientras escucha eso él se dice que el futuro no existe en la literatura, sólo existe los que no leyeron – si se piensa de un modo ingenuo – a los autores que hicieron eso antes que uno.

Sale y se da cuenta que la niebla lo ha cubierto todo. Cuando él había llegado a ese lugar había un sol muy en lo alto del cielo con un cielo celeste primaveral. Se apea en el saco y se mete las manos en los bolsillos. Mira para un costado y para el otro, mientras escucha aplausos detrás de él. Una chica empieza recitando versos suyos de una manera un poco más pulida que todos los demás. No quiere escuchar nada más, está cansado y no tiene casi dinero, se da cuenta que no pagó cuando salió, pero seguro la cuenta o quedará para pagar o la pagará Suaznabar – cosa que le parece bastante improbable.

Camina derecho cruzando la calle y llega a la plazoleta. Busca entre los autos y ve que está el taxista medio dormido en su Peugeot 504 blanco. Se sienta en el asiento trasero y le dice que lo alcance hasta la estación anterior – o siguiente depende de cómo y dónde este uno.

El auto arranca encendiendo los faros, iluminando poco entre la espesa niebla que tapa la noche y las nubes de lluvia que no van a caer esa noche. Ve poco desde el asiento trasero y el taxista le habla sobre el rugido del motor y la radio AM que suena despacio por los parlantes traseros. Mira por la ventanilla no dándole ninguna bolilla a las palabras ni de uno ni de otro.

Lo deja en la estación y tiene que caminar un par de cuadras cortas. Pasa por un edifcio chico que se está construyendo y lee el cartel: Arquitecto Paparrigópulos. Se queda pensando en ese nombre, y se da cuenta que le suena de algún lado. Pero no sabe de dónde, mientras la niebla lo enreda por el camino que va y se mezcla entre sus pensamientos. Camina pensando en el apellido griego de ese señor, y se da cuenta que el arquitecto de la zona, no es ese. Se da vuelta para mirar el cartel pero la niebla lo tapa, vuelve sobre sus pasos pero la niebla se hace mucho más espesa, y no llega a ver nunca ese cartel. Ese cartel con ese apellido cacofónico de ascendencia griega. Da un par de vueltas sobre el lugar que presiente que estaba el cartel, pero no lo ve, no lo encuentra casi como si hubiera sido una visión de él. Se queda pensando en lo irreal que podría ser si se diera cuenta que el cartel es realmente el apellido de un personaje de un libro de un vasco del siglo pasado, mientras la niebla lo tapa todo. Piensa que él mismo podría llegar a ser como uno de esos personajes que estaban hablando hace menos de una hora en “La Guillermina”, tal vez ellos son la creación de alguien que pone las obras sobre ellos y los escribe para llenar algún lugar en alguna zona.

Llega al teatro y entra por la puerta del costado que lo lleva hasta su departamento. Mientras tanto se dice que si él es personaje, o no, lo mismo da, la vida tiene tan poco sentido de una u otra manera. Y se mete en la cama vestido. Mientras la niebla tapa a las nubes negras que se mueven por el efecto del viento dejando cada tanto que el haz de luna penetre entra la espesa niebla para dar un reverbero especial a la ficticia noche.







2 comentarios:

Luna dijo...

Mucho para decir. Algunos momentos me resultaron memorables, exquisitos.
Muy tuyo lo del cartel del arquitecto, el paralelismo de la música con la poesía, la idea del oxímoron, el quiebre en el cuento cuando cambia de protagonista y se convierte un una escena espejo, la idea siempre presente de ser un personaje. Muy bueno, realmente.

Besos

Eclipse dijo...

jejeje... debo sentirme aludida, interpelada?

yo odiaba leer poesía en voz alta, oir la poesía leida, recitada. había leído ese mismo desprecio por parte de machado, recuerdo, y sacaba su estandarte. pensaba como mariano, muy parecido.
en algún momento algo cambió. no sé cómo ni por qué. de a poco fui encontrando en la palabra recitada otro gusto, otra forma de vivir la poesía. creo que se trata de eso, vivirla distinto.
a ver. opino que el hecho de recitar públicamente poesía, para muchos, es una simple cuestión de egolatría.
la semana pasada fui víctima de algo así. fuimos a un lugar donde en determinado momento había micrófono abierto y me dieron ganas de recitar algo. fue imposible. dos o tres personas se acapararon el micrófono y estuvieron horas recitando sus poemas horribles y contando las historias que los generaron (horror, ganas de vomitar, espanto!!). yo no quería leer por eso. pensaba leer un solo poema y chau, pensaba que de eso se trataba el micrófono abierto, escucharnos la mayor cantidad de poetas posible aunque variáramos en calidad (tampoco digo que lo mío sea bueno, pero si quiero puedo decir que lo que leyeron no me gustó para nada).
conozco gente que al recitar le da mucho valor a lo que lee, he tenido gratas sorpresas en el ambiente poético/literario, con respecto a la poesía leída. también conozco alguna gente cuyos poemas son muy buenos pero al leerlos pierden mucho.
tampoco pienso que recitar poesía sea sólo cuestión de jóvenes y de snobs. no. al menos yo no lo veo así, al menos en lo que he podido ver por acá no es así. (aunque hayan jóvenes snobs por la vuelta, que los hay).

me encantó el paralelismo con la novela llevada al cine. creo que es una muy buena comparación, en parte muy acertada, aunque le sacaría el juicio de si uno es mejor que el otro, el paralelismo está en que se emplean otros recursos para potenciar algo del texto (que lo logren o no es otra cuestión)

genial la historia "capicúa", tu obsesión con la metaliteratura... muy vos, sí.

besotes muchos muchos.