lunes, marzo 15, 2010

La impostura



La puerta se abre sin que suene el timbre o que los golpes sobre la madera hagan salir de la ensoñación a Ulises, que está sentado en una silla a la cabecera de la mesa, mirando un papelito que tiene entre sus brazos abiertos. Wilmar entra al departamento en pose desacartonada, lo ve a Ulises sentado y lo saluda con un gesto para luego ir a la cocina, agarrar un vaso y ponerse un poco de agua fresca recién sacada de la heladera.

Wilmar mira las paredes con montañas de libros apilados, libros de diferentes colores y tamaños, con lomos de tapa dura o tapa blanda, con letras pequeñas o letras gigantes. Siempre le llamó la atención el método para ordenar de su amigo, le gustaba, ya que él notaba un poco de caos allí y siempre eso es bastante bueno. Muchas veces se habían reído porque la pandilla decía que la biblioteca de Ulises era mucho más anarquista que la de Wilmar. Esto era cierto hasta cierto punto, porque muchas veces las apariencias engañan. Los libros de Ulises estaban apilados en la pared más lejana a la puerta, encimados desde el piso hasta casi el techo de la habitación en muchas pilas contra la pared, algunas estaban medias caídas y apoyadas en la otra pila; pero él sabe exactamente donde está cada libro que quiere buscar o que alguien le pregunta. A su orden caótico, Ulises siempre dice que dentro de todo caos hay un orden, tal vez escondido o difícil de encontrar para el ojo no entrenado, pero lo hay. Wilmar siempre discutió con esa afirmación, aunque su biblioteca –llena de libros de teoría política y poca, muy poca, literatura- está bastante ordenada y los libros están parados, en sus correspondientes anaqueles, si le preguntabas por Dios y el Estado, no te lo iba a poder encontrar rápidamente sino que habría que buscarlo entre toda la biblioteca.

Se sienta en un sillón de pana roja, bajo el ventilador de techo que gira a una velocidad constante. Lo mira, ninguno de los dos habla. Wilmar toma agua lentamente notando cómo el vaso va traspirando lentamente. Mira por la ventana, que está abierta, y ve la galería en la calle de enfrente. Es domingo y hay poco movimiento afuera, hay bastante viento pero no hablan del clima. El departamento de Ulises está arriba del teatro de la ciudad, y cuando hay algún recital se pueden escuchar claramente las canciones y los gritos de la gente. No es molesto cuando toca Spinetta o gente de ese estilo, pero cuando las bandas de cumbia aparecen en el teatro, Ulises se aleja de su casa por largo tiempo y cae de improvisto en la casa de Suaznabar, en la panadería de Wilmar o, las menos, en la casa de Mariano Sputnik.

«¿Cómo está Dora?», le pregunta Wilmar aunque nunca le cayó realmente bien esa mujer. Sabe que siempre hubo algo raro en ella.

«Hace más de tres meses que no sé nada de ella», responde Ulises Margariño sin mover los brazos, sólo mueve la mirada a donde está su interlocutor sentado, que mira el vaso vacío. «A veces siento que nunca estuve con ella, y que cuando estuve ella estaba enamorado de otro hombre.»

«Puede ser. ¿Qué tenés entre las manos?»

«Algunos hombres, Wilmar, –Empieza su perorata parándose, mirándolo y moviendo los brazos como un profesor en su tarima- buscan toda su vida algún objeto inhallable. Algunos buscan la Atlántida, otros buscan el Santo Grial, algunos la lanza que mató a Cristo, otros tantos buscan cuadros perdidos de Rembrant, esos que nunca firmó y que nadie sabe su autenticidad. ¿Por qué lo hacen? A ciencia cierta ninguno de nosotros puede llegar a saber por qué emprenden una búsqueda que puede llegar a ser fútil, y pasar dedicada a ella su vida. Es una de esas investigaciones sin respuesta, esas que ni los Dupin, Holmes, Spade o Rouletabille podrían encontrar. – En ese momento Wilmar, al no tener demasiado bagaje literario, y mucho menos de policiales, lo mira un poco perdido y Ulises sigue su discurso levantando el dedo índice de su mano derecha. - Pero, pero siempre está la posibilidad de ser ese, de ser el primer en encontrarla y ahí, en ese momento el destino de esas vidas está cumplido. Y dejan de ser locos, dementes o inútiles, para ser visionarios, apasionados y descubridores. Y en mis manos tengo un papel. Un papel que fue deslizado debajo de mi puerta sin que yo me diera cuenta un sábado un rato pasado del mediodía. Lo encontré, lo abrí y lo leí. Y ahí me daba, este benefactor misterioso, la localización de una de mis búsquedas. Una que lleva varios años sin encontrar su fin.»

«Y qué buscas», le pregunta Wilmar, que saca del bolsillo de su camisa negra un paquete de semillas de girasol, que se dedica a comer lentamente. Primero mordiéndolas para abrir la cáscara, sintiendo ese gustito que se abre, para luego comerlas, dejando las cáscaras en uno de los brazos del sillón rojo de pana.

«Un libro.»

«Sólo un libro.»

«Sí. Un libro.»

«¿Y lo compraste? ¿lo tomaste? ¿lo robaste? ¿lo pusiste en una pila de no-leídos?»

«La historia del papel, es relevante. Pero la historia detrás del papel. Mi historia detrás del papel, lo es aun más. Cuando encontré el papel debajo de la puerta, lo primero que hice fue salir y mirar en el pasillo a ver si todavía estaba quien me había dejado ese recado. No estaba. Luego, pase un largo rato mirando los finos trazos de la letra, pero estaba escrita a máquina y ello no me daba ninguna pista. Quería pensar que era otra persona la que me había podido acercar tan importante dato para mí, pero no pudo pensar en nadie más. Y primero, me sonreí al sentir que todavía se acordaba de mí, pero luego me agarró una profunda tristeza. Agarré algo de dinero y salí corriendo para el centro. Rápidamente me encontré en caballito, y me puse a mirar la vidriera del local.»

«Esto va para largo me parece, a veces, no pareces poeta sino narrador.»

«No soy poeta, ni narrador. A veces escribo poesías, a veces escribo crónicas. Hasta algunas veces podrás ver por allí algún romance que lleve mi nombre como autor. Mas yo no soy nada de ello. Yo ya no sé qué soy yo. Y no sé qué soy yo, desde hace un tiempo largo también, estoy perdido. Pero me encontré en ese lugar, mirando la vidriera, pensando en entrar y preguntar. Entré y miré los anaqueles del lugar. Al llegar al objeto tan deseado por mí, lo encontré y mis dedos se posaron sobre el lomo de ese viejo libro, tan buscado, tan querido. Y salí.»

«Con el libro bajo el brazo.» Le dice Wilmar con una sonrisa mientras con los dedos desarma una semilla que se quebró en donde él no quería.

«Salí de la librería con el alma en quejidos. Salí rápidamente con las manos intentando agarrar las partes del aura que se querían ir y que quería guardar para mí, para mis adentros, para no perder nunca. Salí con el alma brotada en alergias. Y crucé la calle a riesgo que esos colectivos de caballito me atropellen. Cruce todas las calles adoquinadas y con las marcas de los subtes cuando dejan de estar escondidos, cuando son sólo trenes o tranvías, cuando la oscuridad los evade y el sol los ilumina. Y enfrente de ese lugar me senté, me puse en cuchillas y miraba la vidriera. Supongo que todos los que buscan algo deben sentir eso. Ahí estaba la Atlántida, allí estaba el verdadero santo sudario. Allí estaba el fin de la búsqueda. Y de pronto me di cuenta.»

«Que sin objeto no hay búsqueda.»

«Claro, qué serías vos si el anarquismo dejara de ser minoría y fuera la forma de gobierno de este país y de todos.»

«Sería muy feliz.»

«Pero habrías perdido la raison d’être.»

«No. Pero, te pasó eso.» Le pregunta Wilmar agarrando una nueva semilla de la bolsita, y le extiende ofreciéndole alguna a su amigo, que se acerca y agarra un montón.

«No. No me importaba. La búsqueda es importante y a veces sin búsqueda no hay nada. Pero yo realmente quería ese libro, lo quiero mucho más que el buscar. Pero no lo compré. Y no lo compré porque este papelito me había dado todo tan fácil. Me di cuenta que no puedo buscar más. Que estoy cansado. Aunque yo quiera ese libro, y realmente lo quiero, no puedo comprarlo así. Me di cuenta que si ese libro algún día estuviera en algún anaquel, y yo lo viera, lo compraría. Lo abrazaría, lo leería con locura, lo besaría y me lo llevaría para casa para nunca más perderlo. Pero no así. Yo no lo voy a buscar más. No puedo buscarlo más, estoy cansado de buscar. No puedo, estoy cansado, me quita vida, me resta momentos. Y tengo otros libros para leer, por más que ese lo quiero. Lo que no quita que si algún día ese libro aparece ahí, delante de mí. Yo lo tomé, y me lo quede, sea dentro de unas semanas o dentro de unos años; las verdaderas cosas queridas nunca se pierden. Pero tiene que aparecer, tiene que estar ahí sin que yo haya hecho nada, yo no lo voy a buscar más.» Y dicho esto, Ulises Margariño vuelve a sentarse en la silla que estaba alejada de la cabecera de la mesa.

Wilmar, piensa que hubiera sido mejor que la persona que le pasó los datos lo hubiera comprado y se lo regalase cuando lo viera, se para y se sienta en la otra cabecera de la mesa. Saca la silla de debajo de la mesa, allí encuentra una pila de libros, que saca cuidadosamente y la pone en el sillón donde antes él estaba sentado. Se sienta lentamente y tira todo el contenido de la bolsita sobre la mesa, y así eligiendo cuales son las semillas que se va a comer, le dice:

«Según el otro día me contó Suaznabar, que sabe más de literatura que ninguno de nosotros, la forma de narrar de William Faulkner es extraña y compleja. El centro del relato mismo, muchas veces es obviado. Así es como no te habla de las violaciones o de los abortos que muchas veces pululan en sus páginas. De ellos hay que intuirlos encontrando las pistas que va dejando en el camino, casi como uno de esos inspectores – creo – que me nombraste antes. Así también en las oraciones el sujeto queda encerrado en varías oraciones anteriores, así hay que ir volviendo sobre sí mismo para encontrar el real sentido de todo. Es trabajoso y algo tedioso. Y luego, el otro día, Mariano me dijo que hacer eso, es bueno y funciona; pero mal aplicado no. Me dijo que en varios cuentos suyos, había aplicado esa teoría mal y en vez de darle fuerza a lo que él quería, la verdadera historia, los lectores terminaban atraídos por la historia que el dejaba sin contar, pero porque no era lo principal, porque era secundario. Y ahora yo me pregunto, qué es lo importante en tu relato, si lo que me estas contando o lo que no.» Y elije otra, la última semilla que comerá ese día, del montoncito que está en la mesa.

«Es lo que le resta al lector. Hacer crítica de su lectura, leer encontrando, leer entendiendo.»

«Sí, pero vos me diste un cuento masticado, todo masticado. Pero atrás hay algo, Ulises, atrás hay algo más.»

Ulises se para y agarra todas las cáscaras abiertas del sillón rojo de pana. Y mientras hace eso, mira los títulos de la pila que su amigo cambió de lugar instantes antes. Los lee como si nunca los hubiera leído. Malraux, la Esperanza; Capote, A sangre fría; Camus, La Peste; Gombrowicz, Cosmos, Trans-Atlantico, Ferdydurke, Bakakaï, Curso de filosofía en seis horas y media; Faulkner, Las Palmeras Salvajes, Mientras agonizo y Santuario.



1 comentario:

Eclipse dijo...

pues... el tema de la búsqueda... un tema recurrente. me gustó.
y lo oculto... no sé, no lo descifro, pero me quedé pensando en la persona que puede haberle dejado esa nota.
y preguntándome cuál será el libro, por supuesto.