Ejercicio Taller literario (B.M.) Nº1
Cambié de silla pero igual tenía todo dándome vueltas. No sé porqué pensé que cambiando de silla todo el mundo iba a dejar de dar vueltas, pero en ese momento lo hice. La habitación se ve casi igual desde esta perspectiva. Las paredes oscuras, las ventanas – pequeñas y muy arriba – por donde no entra luz, son simétricas al otro lado.
Me duele la cara, me toco el ojo y lo siento en compota. Ya no tenía ese elixir maravilloso que es estar borracho de felicidad. Tal vez no tendría que haber insultado a ese hombre, o tampoco tendría que haber golpeado a ese policía. Pero el pasado no puede ser cambiado y ahora tengo este presente sentado en esta silla de madera bastante incomoda.
No podía mantener la vista sostenida en un punto porque todo se empezaba a mover. Como en un vaivén, se tambaleaba para un lado y luego para el otro. El dolor en la cara se hacía más sostenido, sentía rota la nariz, un dolor en uno de mis ojos y por lo general estaba todo hinchado, con un mal movimiento me di cuenta que también estaba muy golpeado en las costillas.
No recordaba muy bien el incidente. Estaba el señor al que insulté de arriba abajo, y luego el policía que me tomó por la espalda, al que creo que golpeé en la quijada cuando me di vuelta. Pero más allá de eso no recuerdo mucho, sí sé que estaba tan feliz, y en esta habitación – o celda – soy tan miserable.
Me puse a escuchar por algún momento. No había sonido más que una gotera cerca de alguna ventana. Eso no era bueno para mi sed o mi vejiga. Para pasar el tiempo me puse a pensar en autores que estuvieron en una celda, y pudieron escribir algo interesante sobre ello. Pero no salió nada. Sólo recordaba a Renzi, el personaje de Ricardo Piglia, a la sombra en algún cuento perdido. Él estaba acompañado, yo por lo menos estaba solo. Las preguntas sobre el tiempo llegaron en ese momento, el desde hace cuánto estoy aquí y el hace cuanto me cambié de silla. Tal vez podría medir el tiempo con la caída de las gotas pero me pareció un esfuerzo fútil.
El dolor, la miseria y la desesperación de no saber, se hacía más grandes con el tiempo, sea este corto o largo. Me dije que podría estar en un cuento de Edgar Allan Poe o en alguna prisión de Kafka. Recordé la habitación eterna de Mario Levrero y me paré para buscar la puerta. Quizá estaba abierta, o quizá no la hubiera. Encontré las hendiduras, el marco, pero no había picaporte.
Sólo restaba espera y así volví a la silla, aunque no supe si era la primera, o la segunda o, tal vez era una nueva. Podría ser cualquier cosa, y el mundo no paraba de girar, de moverse. El dolor se hacía intenso y me recosté sobre la silla. La espera era intensa. O quizá la espera es intensa. No sé si vivo en un presente o un pasado. Tampoco sé qué tan culpable soy, más allá que golpeé a ese policía. Aunque no estoy seguro que lo fuera. Pero sí tenía un arma, y con ella me golpeo.
Escucho ruidos. Alguien se acerca, o por lo menos eso me indican mis sentidos. Yo no confío demasiado en ellos. Parece que alguien se acerca. La puerta se abre y una luz enceguece mi visión, logro notar un par de bultos ensombrecidos que parecen personas. Uno empuja a la otra, y una persona entra y cae a mis pies. La puerta se vuelve a cerrar y yo me quedo solo con el tipo en el piso. Aunque ya no lo veo. Siento su respiración constante y sus lamentos.
Tal vez así era yo cuando entré. Con los mismos dolores y con el mismo desconcierto. Me resta intentar cambiar mi dolor, mi visión del mundo. Tal vez si cambio de silla algo pase. Entonces me paro entre tumbos y me siento dándole la espalda al recién llegado. Cambié de silla, pero todo sigue siempre dando vueltas.
Cambié de silla pero igual tenía todo dándome vueltas. No sé porqué pensé que cambiando de silla todo el mundo iba a dejar de dar vueltas, pero en ese momento lo hice. La habitación se ve casi igual desde esta perspectiva. Las paredes oscuras, las ventanas – pequeñas y muy arriba – por donde no entra luz, son simétricas al otro lado.
Me duele la cara, me toco el ojo y lo siento en compota. Ya no tenía ese elixir maravilloso que es estar borracho de felicidad. Tal vez no tendría que haber insultado a ese hombre, o tampoco tendría que haber golpeado a ese policía. Pero el pasado no puede ser cambiado y ahora tengo este presente sentado en esta silla de madera bastante incomoda.
No podía mantener la vista sostenida en un punto porque todo se empezaba a mover. Como en un vaivén, se tambaleaba para un lado y luego para el otro. El dolor en la cara se hacía más sostenido, sentía rota la nariz, un dolor en uno de mis ojos y por lo general estaba todo hinchado, con un mal movimiento me di cuenta que también estaba muy golpeado en las costillas.
No recordaba muy bien el incidente. Estaba el señor al que insulté de arriba abajo, y luego el policía que me tomó por la espalda, al que creo que golpeé en la quijada cuando me di vuelta. Pero más allá de eso no recuerdo mucho, sí sé que estaba tan feliz, y en esta habitación – o celda – soy tan miserable.
Me puse a escuchar por algún momento. No había sonido más que una gotera cerca de alguna ventana. Eso no era bueno para mi sed o mi vejiga. Para pasar el tiempo me puse a pensar en autores que estuvieron en una celda, y pudieron escribir algo interesante sobre ello. Pero no salió nada. Sólo recordaba a Renzi, el personaje de Ricardo Piglia, a la sombra en algún cuento perdido. Él estaba acompañado, yo por lo menos estaba solo. Las preguntas sobre el tiempo llegaron en ese momento, el desde hace cuánto estoy aquí y el hace cuanto me cambié de silla. Tal vez podría medir el tiempo con la caída de las gotas pero me pareció un esfuerzo fútil.
El dolor, la miseria y la desesperación de no saber, se hacía más grandes con el tiempo, sea este corto o largo. Me dije que podría estar en un cuento de Edgar Allan Poe o en alguna prisión de Kafka. Recordé la habitación eterna de Mario Levrero y me paré para buscar la puerta. Quizá estaba abierta, o quizá no la hubiera. Encontré las hendiduras, el marco, pero no había picaporte.
Sólo restaba espera y así volví a la silla, aunque no supe si era la primera, o la segunda o, tal vez era una nueva. Podría ser cualquier cosa, y el mundo no paraba de girar, de moverse. El dolor se hacía intenso y me recosté sobre la silla. La espera era intensa. O quizá la espera es intensa. No sé si vivo en un presente o un pasado. Tampoco sé qué tan culpable soy, más allá que golpeé a ese policía. Aunque no estoy seguro que lo fuera. Pero sí tenía un arma, y con ella me golpeo.
Escucho ruidos. Alguien se acerca, o por lo menos eso me indican mis sentidos. Yo no confío demasiado en ellos. Parece que alguien se acerca. La puerta se abre y una luz enceguece mi visión, logro notar un par de bultos ensombrecidos que parecen personas. Uno empuja a la otra, y una persona entra y cae a mis pies. La puerta se vuelve a cerrar y yo me quedo solo con el tipo en el piso. Aunque ya no lo veo. Siento su respiración constante y sus lamentos.
Tal vez así era yo cuando entré. Con los mismos dolores y con el mismo desconcierto. Me resta intentar cambiar mi dolor, mi visión del mundo. Tal vez si cambio de silla algo pase. Entonces me paro entre tumbos y me siento dándole la espalda al recién llegado. Cambié de silla, pero todo sigue siempre dando vueltas.
1 comentario:
me gustó.
estás yendo a un taler?? qué bueno! me alegro por vos!
cuál era la consigna? que apareciera algo con una silla?
creoq ue se podría haber explotado más el rol de la silla. yo me quedé esperando que tuviera un papel más clave en el relato.
de todas formas, me gusta mucho la escena de una especie de castigo dantesco. me atrae la idea.
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