domingo, abril 11, 2010

La Imprenta.




Él enciende el cigarrillo en la esquina y mira el cielo, los pronósticos hablaban de lluvia y tormenta eléctrica. El cielo está nublado, con un gris plomizo y luminoso, pero no hay señales del agua. De la tierra se levanta un calor pesado y húmedo, le molesta ese clima, le gustaría que lloviera de una vez o que se despejara. La noticia de anticipación de los diarios siempre es el pronostico del tiempo, piensa él, pero últimamente no terminaba siendo noticia sino una mera timba, los editores se jugaban los tiritos en las horas finales de la jornada y apostaban en la sección meteorológica para ganarse el pozo con el cual al día siguiente el afortunado ganador tenía que invitar con cervezas y maníes –nunca hay abstemios en las redacciones- a todos los demás competidores, te caigan simpáticos o los odies.
Los pensamientos concientes se diluyen y se mezclan con los que vienen sin premeditación. Con el cigarrillo entre el dedo índice y medio camina lentamente con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, el saco negro está abotonado hasta el primer botón de arriba pero el último está suelto, para que sea más cómodo llevar la mano derecha en el bolsillo del pantalón. Cada tanto le da una larga pitada al cigarrillo sin dejar de caminar en dirección a la panadería. Es sábado a la mañana y no tiene nada que hacer, su esposa está de viaje y él está aburrido desde hace varios días. Hace mucho que no ve a Wilmar.
Entra en la panadería y ve a la dependiente, sentada en un taburete leyendo una revista de moda, lo cuál a Suaznabar le parece bastante inusual. No la conocía a esa muchacha, pero tampoco ella levantó la cabeza para mirarlo. Era morocha, de tez morena, ojos negros como la noche y tenía cara de nena. Del fondo se dejaban oír ruidos a máquinas, el traqueteo del movimiento de algún aparato, él está seguro que no es el sonido usual que viene de atrás. Este ruido es más armónico y constante, es mucho más musical que el normal. Pasa por detrás del mostrador, agarra una flautita con la mano que sostiene el cigarrillo y pasa a la trastienda. Allí ve a unos anarquistas sucios mirando como embobados una máquina grasosa, todos ellos tenían manchas de grasa y aceite en las ropas oscuras y en sus caras. Los ojos de la habitación no lo miran, pero él los observa desde su lugar.
Suaznabar está parado delante de la puerta, por donde entra una tenue luz, fuma tranquilo con su pan esperando en una mesa que tiene al costado. Se lleva la mano izquierda a la boca y deja el cigarrillo allí, mientras que agarra su pan y se adentra en el lugar. Ni bien la pudo ver bien se dio cuenta que la máquina es una imprenta, Wilmar está allí a su costado, mirando exultante el movimiento de la máquina y cuidando que todo anduviera bien. Suaznabar se queda quieto en su espacio, mirando a su amigo, piensa que hacía mucho tiempo que no lo veía tan exultante y alegre, se da cuenta que debe traer algo entre manos. El cigarrillo se consume en su boca y lo agarra, tira la colilla al piso y la aplasta con su zapato negro.
Wilmar se mueve entre la máquina mirando el proceso, se asegura que todo marche sobre ruedas. Agarra a uno de sus colaboradores y le da instrucciones –que él siempre dice que nunca son órdenes- sobre lo que tiene que hacer para que no pase nada. Suaznabar no sabía que su amigo supiera tanto sobre este tipo de máquinas, “aunque si es necesario para alguna parte de su causa, puede volverse un experto en cuestión de minutos”. Una de las tantas cosas que los diferenciaban a ellos, era que Suaznabar nunca pudo abrazar ninguna causa, siempre terminaba disperso entre ideas ajenas y propias, y abandonaba, no por falta de capacidad sino porque se aburría rápido de las cosas. Mariano Sputnik y Ulises Margariño le decían que podría haber llegado a escribir buenas novelas o poesías –de hecho cada tanto Suaznabar escribía algún soneto o pequeño romance- pero su falta de concentración hacían que si bien cada tanto empezaba algo, nunca podía terminarlo. Lo mismo que Wilmar que le decía que hubiera sido un elemento muy valioso para la causa.
Wilmar lo ve a su amigo parado cerca de la puerta masticando pan y desabotonándose el saco para buscar el paquete de cigarrillos en el bolsillo interno. Lo saluda con la mano y le sonríe ariscamente. Se acerca lentamente mirando cada tanto para atrás a ver si están haciendo bien las cosas, en algún punto de su corto recorrido en penumbras, le dice a uno de sus colaboradores que tiene que hacer tal cosa –en jerga técnica que Suaznabar no entiende- y le da la mano cuando llega a su lado. Ambos se apoyan contra una mesa, sentándose y miran la máquina que se mueve y resopla. El olor a taller es apabullante y piensa en cómo el pan saldrá con buen olor después de que esa esencia se impregne el las paredes.
Wilmar lo agarra del brazo y se lo lleva a la mesa, donde le alcanza una silla. Ambos se sientan mirando la máquina y como los muchachos trabajaban alrededor de ella. Le sirve un café y Suaznabar agradece con un gesto de cabeza, lo endulza y le da un sorbo. “Está caliente” dice y Wilmar hace lo propio con el suyo, aunque no le pone nada de azúcar. Toman tranquilos sus respectivos café sin hablar, cada tanto Suaznabar come algo de pan y le da pitadas a su cigarrillo.
- ¿Qué haces, hacía mucho que no nos veíamos? – Le dice Wilmar sin mirarlo.
- Te extrañaba y como estaba solo decidí venir a verte.
- ¿Dónde anda Julia?
- Se fue al interior a ver unos papeles y buscar una ciudad que no existe. Una ciudad con un nombre borrado en carteles, una plaza en el centro con un monumento y estatuas de San Martín.
- Mira que utópica tu señora.
- Sí, está contenta.
Luego se callan por un largo rato, mientras sorben sus cafés y miran el aparato funcionar. La muchacha aparecer por la puerta por la que antes había entrado Suaznabar y les trae facturas, para este momento había pasado unos veinte minutos desde que él estaba allí, ya se había acostumbrado al fuerte olor del lugar. También se le había terminado el pan que estaba comiendo.
En algún punto a Suaznabar lo puede más la curiosidad que las ganas de estar callado y tomando café con su amigo en la trastienda de la panadería. El deseo de saber muchas veces es más fuerte que todo lo demás y no tiene más que abrir la boca para saber por qué tienen una imprenta en la panadería.
- Esa es una larga historia:
“Un contacto nuestro, que tiene como nombre código Noam Chomsky, nos dijo que se había enterado que en un gran almacén en la zona portuaria de Avellaneda, había algo que nos podía interesar. Y nos contó la historia de un libro, un libro que en su época pasó como menor pero que hoy no se consigue en ninguna librería. Yo no lo conocía pero luego me puse a investigar y me encontré que ese libro lo tienen que leer todos los estudiantes de letras en algún punto de su carrera, si se dedicaban a cierta especialización. Y que sólo se podía conseguir en fotocopias, que en este momento es difícil de conseguir porque las fuerzas de la opresión están intentando que nadie fotocopie ninguna página de ningún libro, porque no quieren que la información cambie de manos, quiere que unos pocos tengan la posibilidad de eso. Sin embargo, él nos dijo, esto en la reunión, que tuvimos en al punto de reunión A –que es el momento en que nos veamos, así es como sabemos que nadie nos puede encontrar-, que en ese almacén había grandes toneladas del mismo papel que se había usado para imprimir aquel libro. A él no le parecía demasiado valiosa la información y a mí tampoco. Entonces eso quedó ahí, archivado en mi mente, de esto hará cinco o seis meses, empezaba la primavera, si mal no recuerdo. Luego, con el tiempo el gran rompecabezas que es el caos que nos gobierna fue armando todo. Me encontré con un viejo en la ciudad de Santo Tomé en corrientes, qué hacía yo allí, tampoco es bueno que lo sepas. Pero el viejo, que tendría como noventa años, había sido imprentero de joven y en la ciudad de Buenos Aires. Había sido imprentero de la editorial que había impreso ese libro, el de las toneladas de hojas amarillas que nos había dicho Noam Chomsky hacía algo de tiempo. Hablé con ese hombre y me contó todo el método de impresión que usaban en aquella época, me contó sobre cómo hacían la tinta, sobre como lo encuadernaban y me dio muchos detalles sobre ese libro, que no sé bien porqué lo recordaba con mucho afecto, me parece que había sido el primer libro en el que había trabajado.
Así fue como fui armando las piezas. Me di cuenta que tenía un bien que la economía había tasado –más que nada por su escasez- como algo muy valioso. Tenía todo el conocimiento para armar el libro y además tenía varias toneladas del mismo papel en el cual se había impreso. Sólo había que unir los puntos que se me habían presentado, y no sé si es suerte o qué, pero en el gran caos que es el mundo todos los datos cayeron sobre mí en cuestión de varios meses. Entonces puse manos a la obra y agarré a los muchachos y nos fuimos para Avellaneda, sacamos las toneladas del papel amarillento y la trajimos para aquí.
Mandé a varios muchachos a buscar la imprenta de esa época y uno de mis anarquistas la encontró perdida en un galpón de la zona de Palermo, la compramos como basura. Así que mandé a buscar al imprentero desde Santo Tomé e hicimos todos los arreglos a la imprenta. Conseguimos la tinta. Teníamos todos los elementos para volver a imprimir el libro y lo hemos hecho.”
Wilmar se para, dejando la taza de café –que se había rellenado un par de veces durante el relato- y se pierde entre lo nebuloso de la habitación oscura, entre los anarquistas que fumaban y reían. Al cabo de unos instantes vuelve con un par de libros en las manos. Se los muestra a Suaznabar, que los mira, repasando las páginas. “Ese que tenés en las manos es el original, mandé a ese muchacho –dice señalando a uno que fuma- a comprarlo a una librería especializada en libros raros en una galería del centro. Si te fijas, nuestros libros son tan idénticos, son gotas de agua. Tenemos la misma plancha que han usado por cada hoja, tenemos los mismos errores de tipeo. Hemos impreso una nueva tirada de este libro viejo”.
Suaznabar compara los libros, los abre en la misma página, primero la primera, los examina, luego la página 21 de cada libro, luego la 81 y así sigue mirándolos. Se queda realmente asombrado con el trabajo que llevó a cabo Wilmar y sus muchachos en ese tiempo.
- ¿Y cuál es la función de tus libros? – Se lo pregunta, aunque como lo conoce tanto a su amigo, tiene palabra por palabra la idea de respuesta que le va a dar.
- Esta tirada tiene una doble función. Primero, estamos imprimiendo una gran tirada de un libro que no hay. Lo que estamos generando es que un libro bien importante, para cierta clase de gente, a mí la verdad no me va ni me viene, es ponerlo al alcance de esas personas. Además, si inundamos el mercado con nuestra tirada, el valor del libro va a bajar, si no entiendo mal de economía ni de mercado de incunables. Así logramos que la cultura se expanda y, además, le estamos destruyendo el negocio a unos pocos, a esos despreciables coleccionistas.
- Eso genera –añade Suaznabar- que las personas que tengan el libro porque es raro, al ver que pierde ese atributo, van a empezar a deshacerse de él, y así van a andar dando vuelta por el mercado los libros originales de la tirada de los veinte, y tus copias.
- Mis libros no son copias, S. – Le dice Wilmar ofendido.
- Sí, son copias.
- No, no lo son. Cómo van a ser copias. Fíjate, son iguales. Usé el mismo papel, use la misma máquina, use la misma tinta, usé el mismo método para hacerlo. Todo en este libro es original, todos los elementos, toda la materia prima es la misma que se usó en la armado. Hasta el ensamblaje artesanal fue copiado según lo que nos han contado nuestras fuentes.
- ¿Y qué es entonces?
- Es mi tirada.
- Casi ochenta años tarde. Es una falsificación.
- Pero mi tirada es tan original como esta –dice Wilmar golpeando la tapa del libro que compraron que tiene Suaznabar en la mano-. ¿Qué es algo falso, S.?
- Es algo falseado, algo adulterado, algo falto de ley.
- Eso es exactamente lo mismo que dice el diccionario. Y sabés qué dice de lo falso. Algo engañoso, fingido, simulado, falto de realidad. Y lo falseado es lo que adultera o corrompe algo, amigo. Y este libro, es exacto. Es lo mismo. Yo no cambié nada de uno a otro, ni siquiera cambie el número de la tirada, no cambié nada. Use los mismos materiales, use todo exacto. En lo que a cualquiera concierno este libro y este libro –golpea a ambos- son reales. Y lo son, son tan reales uno como el otro. Sólo que uno tiene una pequeña ficción en cuenta al tiempo, mi tirada es real pero atrasada varias décadas. Pero es exacta. Qué pasa si lo hiciera con el dinero, si uso la misma tinta, si uso el mismo papel, si hago los mismos dibujos al agua. Es dinero. Y el dinero tiene valor fiduciario, eso significa que el valor se lo pone cada uno en lo que cree que vale. De hecho, el dinero sin crédito no vale nada. Hoy por hoy, desde que se rompió el patrón oro, el dinero no tiene más respaldo que más papel monedo. El respaldo del peso es el dólar, y cuál es el respaldo del dólar, el crédito que se le da. Es lo mismo con mi libro, es igual. El crédito que se le va a dar hace que sea real, de hecho, es real. La idea de los dos libros –vuelve a golpear a ambos- es real, la ficción de uno y del otro, es la misma. El concepto del autor, es el mismo –y de hecho, nadie le pagó nada al autor antes y ahora lo vamos a solucionar, con los libros que vendamos-. Este libro –golpea sólo al falso- es justicia, es realidad. Al fin y al cabo, el de ellos y el mío son lo mismo, son copias del original.
- La verdad, no sé si puedo seguir el tren de razonamiento. Ahora tengo miedo que empieces a imprimir dinero.
- Cuando lo hagamos, sólo va a hacer para reventar el sistema financiero que desangra la economía de bienes y servicios físicos.
- O sea, que tenemos dos libros. El tuyo y el de ellos. Iguales en todos los aspectos. Pero el tuyo es copia.
- El mío es igual, el mío es tan real como el de ellos. Y además, a ningún estudiante le va a importar que es copia o no. Lo van a poder comprar en cualquier librería de saldo en vez de tener las fotocopias que manchan los dedos. Van a tener un libro verdadero, el mío o el viejo, lo mismo da. Es como si Julia en el campo encontrara un mismo pueblo al que está buscando, con todos los detalles que ella quiere encontrar sin que nadie le diga que no es el pueblo que ella busca, va a volver pensando que encontró su pueblo. Lo mismo es este libro, por eso, mi libro es tan real como el que vos tenés en tu mano.
Y Wilmar lo dejó un tiempo a Suaznabar con el libro original, un incunable valiosísimo, en la mano. Y en la otra tenía la copia, o el original de la tirada de Wilmar. Suaznabar se para, pensando en Julia en una ciudad igualita a la que ella busca, caminando por sus calles y respirando el olor que ella esperaba encontrar. Huele ambos libros, mira ambos libros, mientras camino a las cajas donde estaban guardando los anarquistas la tirada. Llega ahí, los mira de nuevo, y los deja caer en la caja, luego unos muchachos con más libros dejan otros arriba de ellos, perdiendo para siempre el concepto de original y copia en la pila. Como si quisieras encontrar tu moneda de la suerte en el jarro de cambio para el colectivo de tu casa.





3 comentarios:

Luna dijo...

Supongo que también pasa con las personas, encontrar a alguien especial, en medio de una muchedumbre.
Hay que afilar los sentidos.

Besos

Eclipse dijo...

me encantó, lo leí de una, de principio a fin y me pareció genial.
este lo corregiste, no?
me gusta el desarrollo del concepto de original y copia y que en sí quede cuestionable y abierto.

Anónimo dijo...

Lindo, me gustó. Sos genio G, escribís increíble. En serio.
Un besito!