domingo, agosto 22, 2010

Cielo Burocrático/Kafkiano.

- ¿Cuál pensás que te atenderá? – Me pregunta Mariano mirando a las personas de ambos sexos que atendían en los boxes de Rentas. Yo miro a todos los que atienden e intento encontrar al que puede solucionar el problema sin que tenga que volver otro día, pero en sus caras veo el hastío y las desganas de estar en ese edificio con ventanas altas. Miro uno a uno los lugares donde están sentados, atendiendo la gente, gritando los números que sostenemos en la mano.

- No sé. -Le digo.

Intento armar una lógica de movimientos, ya que la pregunta me inspiró una seria duda. Trato de armar un recorrido lógico en cuanto al número por el que van, al que yo tengo en la mano y sostengo entre mis dedos delante de mi mirada. También armo mi modelo con una pequeña estadística de acuerdo a que una chica, en todo el tiempo que estuvimos sentados allí despachó a mucha más cantidad de contribuyentes que el resto. También intento meter en mi básico modelo una contrariedad, ya que la chica que va más rápido que el resto a su vez es la que atiende a los que tienen dificultades motrices. No llego a ninguna conclusión rápida, pero mi mente más por sentimiento que por lógica se queda en un tipo de la punta que tiene cara de querer irse de fin de semana.

Cuando una mujer canta los números que deberán ser atendidos me doy cuenta que hay un alto porcentaje de desertismo entre los contribuyentes que esperan. Cada tanto paseo mi mirada entre los que están sentados esperando como nosotros, aunque en realidad Mariano no tenía nada mejor que hacer que acompañarme a Rentas a mirar a las personas. Me alejo de mis pensamientos de mi modelo estadístico, con algo de inferencia racional no científica, y me pongo a mirar a las personas. Todos tienen caras aburridas, algunos sonríen pero son como las sonrisas matinales arriba del colectivo –que duran un suspiro y no son reales sino que tienen algo de impostura-. La mayoría de las personas están muy abrigadas, aunque el lugar tiene una buena calefacción. Algunos todavía tiene la bufanda puesta bien alrededor de su cuello, y en muy pocos, esa misma bufanda no deja ver los labios de la persona. Pienso que eso tiene que ser un intento de hacer creer a tu mente que, aunque estés en un lugar cálido, para qué te vas a desabrigar si en un santiamén vas a volver a la calle donde el frío es fuerte y el sol solamente no está.

Miro a Mariano Sputnik que tiene un anotador en la mano y dibuja líneas, flechas y palabras para no intentar de olvidarse de lo que está pensando. Muchas veces pierde los anotadores en sacos y camperas, así es como las ideas se añejan de un invierno a otro. Escribe y dibuja garabatos, lo miro por sobre mi hombro intentando entender algo de lo que está poniendo ahí. Creo que al darse cuenta que lo estaba espiando lo cierra, muy lentamente dejando la Parker en el medio.

Me da calor y me desarmo la bufanda. Me desabrocho el sobretodo, siempre con el número agarrado de la punta de mis dedos. Vuelvo a mirar alrededor, veo que cada vez que dejan ir, con su trámite efectuado, al contribuyente afortunado, los empleados de Rentas se paran y se pierden por los pasillos invisibles del edificio del fisco provincial. La gente está cansada de esperar y yo también, pienso en que todos los impuestos son regresivos, pienso en los sistemas fiscales y la presión fiscal que ahoga al contribuyente. Así es cómo me doy cuenta que los que están en mora, que los que no pagan son los que verdaderamente tienen la razón.

- ¿Crees que los empleados que trabajan acá están contentos con su trabajo? –Me dice anotando cosas que yo no osaba a mirar, ya que había vuelto a abrir el anotador.

- Supongo que, como todo empleado público, goza con las caras de fastidio de todos los que tienen que aparecer frente a él. Creo que debe ser el momento en que sienten que todo el aparato del Estado está sobre sus espaldas y allí, en ese instante, en ese minúsculo segundo, ellos son el Estado para uno. Y eso les debe dar gozo.

- Pero sus caras siempre están férreas, no hay sonrisas, no hay nada en ellos. –Dice Mariano sacudiendo la cabeza a mí teoría y anotando en su papel, por un momento pensé que iba a ser un personaje de un cuento suyo.

- La sonrisa está en la mirada. –Le dije yo inventando algo que sonara creíble.

Sin decirnos nada, ambos nos pusimos a mirar a la mujer que atendía a unas filas por delante de notros. Era grandota, el pelo teñido de un amarillo que iba al rubio, su ropa era colorida y tenía un pañuelo en el cuello. Su cara no tenía expresión, su boca sólo se abría cada vez que tenía que emitir palabras, en ella no había ninguna sonrisa. Pero en sus ojos había un brillo increíble, algo que decía que disfrutaba con el peso del Estado sobre sus espaldas para dar las respuestas del aparato burocrático al contribuyente.

- Me lo creo, suena posible que sonrían en la mirada.

- Todo va por dentro, está escrito en el manual. –Le digo sin creérmelo.

- ¿El manual?

- Todas estas cosas tienen manuales de conducta.

- Eso seguro. –La que estábamos mirando hacía unos instantes. La señora grandota empieza a llamar a otro nuevo número. Yo volví a recalcular todo en mi modelo porque la chica que iba más rápido ahora estaba con un contribuyente con dificultades motrices, aunque en ese momento todos los que estábamos sentados las teníamos porque no íbamos para ningún lado. – Esto parece un infierno kafkiano.

- No. Esto no puede ser el infierno. –Le digo sin mirar el número cuando un hombre llama a grito pelado y una señora de cuarenta años se acerca con sus cuatro hijos y un montón de papeles al señor. Mariano saca la mirada de su anotador por un instante, mira el número que yo sostengo. Suspira largamente y vuelve a su posición inicial.

- ¿Y por qué no puede ser el infierno? –Me dice anotando o dibujando.

- Esto es el perfecto orden. Es la burocracia. Analizando desde el punto de vista de Max Weber esto es lo mejor que puede tener el Estado. Además fíjate que todo esta regulado, si vos tenés que hacer algo tenés que llenar tal formulario. Luego se te va derivando. Estos que nosotros vemos acá son lo de más bajo grado, si nuestro problema es más complicado subimos en la pirámide. Si te fijas esto es el perfecto orden. Es racional, todo tiene su porqué. Tenemos tantos operarios de bajo nivel, se suben tenemos los que controlan a estos y los que controlan a aquellos. Hasta que llegamos a la punta de la pirámide. Es perfecto desde la lógica, aunque los procesos sean lentos y las ordenes siempre bajen. Entonces esto no puede ser el infierno, porque el infierno es caos. Y el cielo es la perfección. ¿Y qué más perfecto que un ente burocrático? Donde todos saben qué hacer, a dónde ir, cómo llevar las ordenes y cómo subir los resultados. No. Esto no es el infierno. Esto es el cielo. –Le dije, no sin ironía. Él no anotaba y sólo me mira.

- Entonces, el cielo es un ente burocrático.

- Sí. El infierno es caos. Acá no hay caos. ¿Vos qué ves?

Levanta la mirada y da un vistazo alrededor suyo.

- Bien. Veo cuatro filas de sillas molestas y que duelen en la cola, si nos van a hacer esperar tanto por lo menos podrían tener buenas sillas… Una sala grande con seis escritorios, separados por una delgada pared de algo que parece un plástico gris. Sólo cuatro de esos seis escritorios están ocupados y en los ocupados hay gente reclamando. Computadoras, un susurro de conversaciones atenuadas en pánico. Gente que va y viene por detrás de la línea de escritorios. Poca luz.

- No hay caos. Hay tal vez algún enojo, pero no descontrol. Lo que no ves es que todo es un gran baile concertado por la punta de la pirámide y que baja ordenes. Esto es un perfecto orden, acá no hay caos. Esto es el cielo. Y por eso, cuando yo me muera pienso ir al infierno, porque ahí hay caos y sólo así se puede vivir.

- Bien. Es una teoría interesante, Suaznabar. Sí, podría llegar a ser. Por lo menos me das lo de kafkiano.

- Creo que ya en nuestra época Kafka está quedando viejo. Creo que todo lo kafkiano está allá donde no entendemos. Por lo menos lo vamos a poder seguir utilizando cuando no nos entendemos a nosotros mismos. Porque sí, en algo tenía razón, somos todos unos insectos asquerosos.

Mariano se ríe y el hombre que creo que me va a atender grita otro número. Pero la verdad todavía falta bastante para que me atiendan. Mientras tanto Mariano Sputnik parece escribir con toda la fuerza posible las cosas que yo estoy diciendo en un estado totalmente exaltado y sin filtro.

- Pero qué es lo kafkiano. Es lo que no entendemos cómo seres. Es cuando el Estado se nos posa enfrente a nosotros y nos dice, vos tenés que hacer esto porque yo lo digo. Es algo así como el que K. es culpable porque se lo dicen. Y el Siglo anterior era así. Este cada vez tiene más colas, cada vez nos enfrentamos menos al Estado de esta forma. Por eso la burocracia está desapareciendo, además, porque ya no es necesario esto. Ahora lo kafkiano se esconde en otros lados. Kafka es el siglo pasado, y él lo entendió antes que nadie. Lo escribió antes que nadie y lo predestinó. Hoy entendemos todo lo que pasa acá dentro. Por lo menos sabemos que es parte de un sistema ordenado y burocrático donde estamos totalmente encerrados hasta que salgamos. Todo es una caja negra para nosotros. Además cada vez nos vamos a encontrar menos con el Estado de esta forma, ahora no hay casi necesidad de acercarse a las oficinas del fisco. Sólo los bancos siguen siendo así. Creo que ya hay gente que evita todo esto. Y lo kafkiano va a quedar en las computadoras, va a ser virtual. Todavía no encontramos la definición para el siglo que estamos viviendo. Y eso nunca viene desde la filosofía o de la sociología o de cualquier otra ciencia. Lo que define al siglo es alguien que lo lee antes que pase, un escritor, un literato. Porque al fin de cuentas terminamos siendo partes de una gran novela.

- Pero la cola no se mueve. Los tipos están todos ocupados. No cantan nuestro número. Yo a los empleados del fisco no los entiendo, les tengo miedo y no me puedo relacionar con ellos. –Me dice Mariano mirándome, no anotando nada en su Moleskine.- Me parece que lo kafkiano va a seguir existiendo en el peso del hombre.

- Pero eso tiene que ver con lo que nunca va a morir de Kafka, el sentirnos un insecto. Porque el personaje nunca se convierte, un día se levanta y es. Y nosotros todos somos, nada más que todavía no lo vimos.

- ¿Un insecto?

- Un insecto que puede ser aplastado por cualquier otro en cualquier otro momento. Y no sé porqué ahora pienso en que Hegel dice que el hombre sólo puede ser libre por medio de leyes, porque sino en estado natural es la ley del más fuerte. Así que esto para Hegel, el estar sentado en esta silla en un burocratismo definido por otro alemán, Max Weber, debería ser lo más libre del mundo. Así que esto es el cielo alemán.

Empiezo a transpirar y Mariano se calla. Pienso que toda esa conversación se tendría que haber llevado en alemán, un checo y dos alemanes. Leyes y orden. Todo ligado a lo que para nosotros es lo germano. Por suerte afuera de la repartición de Rentas reinaba el infierno caótico en que tanto me gusta vivir, no podría soportar un mundo de colas y de reglas tan rígidas. La fortuna es no vivir en Alemania donde todo debe ser tan ordenado y debe ser tan parecido a un cielo aburrido.

El señor canta mi número y me tengo que acercar a su escritorio para que me haga la declaración jurada del impuesto a los sellos por ese contrato que firmé hace tanto tiempo. Mi modelo estadístico no funciona en reparticiones fiscales provinciales. Me acerco y dejo atrás a Mariano con su anotador.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En csso de necesidad es imprescindible la buena compañía, música, un libro o alguien con buena charla o que te haga reir.