sábado, octubre 02, 2010

Los Libros Rusos

En algún momento Ramírez le suelta una pregunta para la que Mariano no estaba preparado. La entrevista, para la cual el lenguaje ameno y cordial del periodista había cambiado a uno mucho más coloquial y seco, había versado en principio sobre la personalidad de Tomas Mancuria. Ese autor recluido era el gran tema de una serie de notas que Ramírez venía publicando en el suplemento cultural dominical del diario zonal del pueblo. Al darse cuenta que Mariano Sputnik era uno de los pocos autores publicados que conocían al gran autor callado de la cultura argentina y que estaba en el pueblo, lo persiguió durante largo tiempo para que este le dé una entrevista.
Esta fue por los causes normales. Primero conversaron sobre Mancuria, su literatura y su reclusión. Aunque Mariano lo conocía y había hablado con él en muchas ocasiones, hasta Mancuria lo llamaba ‘amigo’, nunca habían conversado sobre ese tema. Mariano sólo le dio sus ideas e impresiones por las cuales era probable que hubiera dejado de escribir. Aunque ni siquiera eran sus verdaderas ideas e impresiones del porqué había dejado de publicar. Al parecer el periodista en ningún momento se dio cuenta del uso exacto de las palabras de Mariano, ya que la impresión que tenía era que no escribía más.
El tema del escritor se fue agotando y Ramírez posó sus preguntas coloquiales y secas sobre el tema de los libros de Mariano y sus escritos recientes en forma de narraciones cortas. El tema ya le resultaba un poco más incomodo ya que nunca le gustó mucho hablar sobre lo que escribía. Él decía que si querían saber qué quiso decir lo que tendrían que hacer era ir a sus escritos, a sus cuentos, novelas o ensayos. Pero estaba de buen humor, entonces respondió a casi todas las preguntas que le hizo de buena gana. Se quedaron hablando un buen rato sobre sus cuentos, que estaban recopilados en una edición nueva. Y en algún momento Ramírez le soltó esta pregunta: «Siguiendo con la línea del cuento “El arbusto” y saliendo del alter ego literario, ¿Usted cómo ve la felicidad?»
Mariano no esperaba ese tipo de pregunta y se quedó mirando el largo salón, mal iluminado, de la redacción del diario provincial. Y esa sala, donde pocos periodistas estaban frente a sus máquinas de escribir o computadoras, se fue transformando lentamente en un lugar abierto, en medio de una caminata. Y el pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, se trasformó en otro, su ciudad. Volvía de una fiesta a la que no había querido ir, porque nunca quería ir a fiestas. Caminando por la madrugada, cansado y sucio. Pero no tiene ganas de volver a su casa, no tiene ganas de tirarse en la cama –aunque sí tiene sueño- y dormir solo. Por eso su rumbo cambia rápidamente y enfila para la casa de Marianela. Aunque no sabía si estaba o no.
Camina mirando la avenida y da vueltas haciendo tiempo. Se dice que todavía es muy temprano y que sería mucho mejor ir a desayunar. Recuerda que desayunó en algún local de comidas rápidas que abrían de madrugada todo el fin de semana, para los jovenzuelos trasnochadores. Al parecer, piensa él, cuando salen del boliche siempre tienen hambre y a esa hora de la mañana les agarra ganas de un pancho o una hamburguesa con papas fritas. Mariano solamente toma café, con un tostado de jamón y queso sabor artificial. Se acordó que piensa sobre el tiempo, en cómo el tiempo puede cambiar según cómo se lo cuente y en cómo los sueños cambian la realidad.
Se le hacen las nueve de la mañana de un domingo, mientras los jovenzuelos andan corriendo y gritando por el local. Algunos salen para cagarse a trompadas entre ellos, tal vez porque necesitan liberar endorfinas o cosas así. Él, como un fantasma de otro tiempo, se desplaza entre los pibes y sale del local, para llegar rápidamente a la casa de Marianela. Tal vez lo recordó más rápido de cómo habían sido las cosas en la vida real. Porque el traslado desde el local de comidas rápidas hasta la casa de su, en ese entonces, novia, había sido muy rápido. Creyó que tiene puesto un saco negro con camisa, porque recordó que la fiesta había sido de disfraces y a Suaznabar se le había ocurrido ir como Reservoir dogs. A Mariano le molestaba la traducción del nombre, perros de la calle. Todos ellos (Suaznabar, Ulises, José María Arce y Mariano) vestidos como los personajes de la película. A Mariano Sputnik le había tocado ser Mr. Pink, entonces cada vez que alguien le preguntaba de qué estaba disfrazado, él tenía que decir que era ese personaje.
Pero así fue como llega a la casa de Marianela. Entra sin que nadie le abriera la puerta de rejas, ya que él sabía que siempre estaba cerrada sin llave. La casa está en una esquina y es inmensa, una casona estilo inglés donde ella vivía con su padre, que se pasaba el día sentado en la sala de televisión a oscuras mirando los canales de televisión abierta desde que la madre no estaba.
Mariano entra al terreno, anda por el caminito de baldosas. Llega a la puerta para entrar a la casa, esa gigante y maciza puerta de entrada. Toca con el puño, ya que el timbre está en la reja, pero no anda, y escucha el eco de su golpeteo. Vuelve a tocar pero nadie atiende.
En algún momento piensa que Marianela no está en casa, le agarran celos, piensa que por eso no quiso ir a la fiesta con ellos. Empieza a emprender la retirada y volver a su casa, a dormir, ya que todo el cuerpo le pesa. Pero la curiosidad puede más y se acerca a los grandes ventanales que están abiertas. En la ventana del living, ve a Marianela parada en una escalera de pie apoyada contra la gran biblioteca. Él le da unos golpecitos en la ventana y ella, con un gesto extraño y de sorpresa, da vuelta su cara, y mira en esa posición incomoda. Sonríe al verlo y Mariano le hace un gesto para saber por dónde entrar. Ella le indica qua la puerta de la cocina debería estar abierta y que entre por allí. Todo eso en lenguaje de señas: apuntando con su mano en dirección a la cocina y haciendo el gesto para que tire del picaporte.
Una vez adentro se abre paso hasta el living donde ella está todavía mirando los libros que estaban en el estante más alto de la biblioteca. Él la saluda con un hola, que ella le devuelve. Le pregunta que está haciendo allí arriba y ella le responde que está allí por él. Ya que quería saber cuáles eran los libros de autores rusos que leía su papá antes de estar sentado en la sala mirando televisión todo el día.
La mira, cada vez que la miraba se volvía a enamorar. Cada vez que Mariano recordó esa escena, incluida esa vez con Ramírez, se enamoró sin remedio de Marianela. Aunque a decir verdad, él nunca había dejado de amarla; y pensaba que ella tampoco.
Ella estaba con una pollera larga, blanca y vaporosa; una musculosa negra de algodón bien ajustada el cuerpo y su pelo negro suelto sobre el hombro. En esos días primaverales ella había vuelto a sacar sus polleras. Mariano la mira desde donde está, cerca de la ventana, muy enamorado. Ella le dice que le sostenga la escalera para que no se caiga. Sus exactas palabras fueron ‘ya que estas acá, amor, hace algo útil y sosteneme la escalera’. Lo hizo y se puso debajo de ella.
La pollera era bien suelta y amplia, de tela de bambula blanca que le daba un aspecto corrugada. Volaba un poco a cada movimiento. Ella tira desde arriba un libro de poemas de Aleksandr Blok. Mariano lo mira desde donde sostiene la escalera, ya había varios en el piso. Hacía un tiempo, él quería empezar a buscar autores rusos para armar un ensayo. Su idea era que en la literatura rusa, la historia era un elemento fundamental y necesario, pensando que estos dos elementos estaban más mezclados y unidos que en otras literaturas universales. La tesis de Mariano era que la historia rusa es una un elemento fundamental para las novelas rusas, mucho más importante que en otras literaturas. Por ejemplo en la literatura occidental se los temas son mucho más desde un punto de vista de un individuo. Para Mariano las novelas rusas analizaban al pueblo en su conjunto, a veces desde individuos, pero en su tiempo y contexto, cuestión que las demás no tanto. Nunca escribió el ensayo, pero leyó muchísima literatura rusa en esa época de su vida.
Él apoya su cabeza contra la pierna de ella, con la fina tela entre su piel. Mientras tanto hablan, ella le pregunta qué autores son los que le gustarían que estén, el le dice: Pasternak, Biely, Anna Ajmátova, Tsvetáyeva, también dice otros nombres. Pero ya no importa, porque él se mete debajo de su pollera blanca. Y ve su piel. Apoya su cara contra la parte de atrás del muslo. Refriega su cara para hacerle cosquillas con su barba a medio crecer. Ella sigue enumerando los autores rusos que encuentra: Gorki, Gogol, Pushkin, Goncharov. Y él le responde a cada una de sus palabras: sí, tiralo, me interesa, me gusta. Y él ya está debajo de su pollera, escondido al mundo. Y le besa las piernas, siente su deseo y su gusto, ya que su piel se tensa y aparece la piel de gallina. Además sus palabras se entrecortan en las silabas.
Él la besa y la acaricia. Ella suspira y dice: Be-lin-s-ky. Y él le dice, al rato, tiralo con el resto. Pasa sus manos sobre su piel blanca, buscando el lunar negro en su muslo. Lo encuentra y lo besa. La muerde. Se pone en su cola, viendo su bombacha blanca. Le besa los cachetes y ella se ríe. Ella tiene cosquillas ahí, pero no le dice que pare. Sus carcajadas le dicen que siga, que quiere más. Y el le da pequeñas mordidas en su cola, mientras con sus manos sube y baja por el contorno de sus piernas. Le muerde la bombacha y la tironea, la suelta y vuelve a pegarse a su piel. Ella suspira y gime en deseo. Sus manos vuelven a subir desde sus rodillas hasta su cintura y empiezan a bajar la bombacha. Al llegar a sus pies, ella primero levanta el izquierdo, y luego levanta el pie derecho, para que se la saque. Dejan caer la bombacha mientras, él vuelve a subir desde sus pies hasta su cola, besándola, lamiéndola. Cada tanto la muerde en algún lugar, ella ya no habla. No hay más lluvia de libros. Los únicos ruidos que llenan la habitación son la respiración de ambos, algún que otro gemido, algún gruñido pasional.
La toma por la cola y la hace bajar, de espaldas. Ella baja un escalón por vez, con cuidado. Él, que todavía está bajo la pollera, la besa y la lame. La tela se le va enredando en la cara, hasta que ella baja y sus ojos se encuentran por primera vez. Él la besa, él la mira, él la ama. Ve su cara redonda y blanca tal luna en el cielo nocturno. Su pelo negro a sus costados. Sus ojos marrones con ese tenue brillo en los párpados. Su sonrisa que lo enamora. Su nariz puntiaguda. Y sus palabras de amor en el oído. Se besan y ella le empieza a sacar el saco, le abre la camisa sin sacarle la corbata. El le pone las manos en el pelo, se lo revuelve, se lo respira. Le saca la musculosa y sus tetas quedan a la luz, el baja, siguiendo el camino de los lunares en su cuerpo estrellado. Y se pierde en sus pechos, mientras ella mezcla sus dedos en sus pelos. Gime de placer y él sigue bajando, siguiendo el camino del ombligo.
Y se pierde de nuevo debajo de su pollera y la lame, la besa. Le abre un poco las piernas. Le sopla el pubis angelical y juega con su lengua. Ella ríe violentamente como cada vez. El se rió con el recuerdo y Ramírez lo miró, pero estaba mudo. Ella pide más, lo hace subir y ve su cara entre húmeda y expectante. Se besan y se sienten los gustos, se gustan, se aman, se necesitan. Él vuelve su atención en sus tetas, se las toca, se las pellizca, le toca los pezones y juega con ellos. Ella, lo desnuda como puede, con ganas, haciéndole perder el pantalón y el boxer gris. Él está de zapatos negros y ella está de pollera. Caen lentamente al piso en un beso eterno. Ella se pone arriba suyo. Su pollera en flor abierta en primavera le tapa la panza y algo de las piernas a él. Ella busca la posición y se ayuda con las manos. Él quiere acercarse para darle un beso, pero ella con la otra mano lo vuelve a poner contra el piso. Ella quiere el control, ella se mueve escondida en la pollera, y lo mira. Él le toca las tetas y le agarra los pezones, luego baja las manos y la agarra por la cintura, ayudando el vaivén de los cuerpos en el acto del amor.
Se miran a los ojos, se miran y se aman. Y él piensa que el amor tiene la felicidad implícita, él pensó que el amor se parece demasiado a la felicidad (a lot like love). Él la mira a los ojos y le dice: Te amo. Ella dice que no es conveniente que le diga eso. Se rien entre medio del movimiento y los gemidos. Hace como que nunca lo dije, le dice él, y ella responde que ya lo olvidó. Entonces yo también olvido tus te amos, yo nunca te los dije, sí, yo te pregunté por qué me lo dijiste y vos respondiste porque está mal mentir. Y ella ríe y le dice te odio. Y ellos saben que en ese odio hay sólo amor. Marino pensó responderle algo de eso al periodista. No sabía bien qué decirle, pero al hablar de la felicidad sólo pudo pensar en los primeros te amos, en el primer amor con Marianela. Entonces sus ojos volvieron a mirar al periodista, y le dijo: La felicidad es muy parecido al amor, es necesario para vivir. La felicidad no es eterna, ni el amor tampoco; pero todos queremos que así lo sea. En un verso de A. Blok. ¿”Acaso hay algo mejor que haber amado, que haber ardido”? La felicidad es como el amor. El amor es felicidad, y la felicidad es amor. Y en ese momento dio por terminada la entrevista, porque en ningún momento pudo dejar de ver los libros rusos en el piso, ella y él metidos en la pollera vaporosa blanca, su ropa a sus costados. No pudo dejar de sentirla más en su cuerpo.

1 comentario:

Luna dijo...

Blok no, estoy segura. todo lo demás puede ser.


Besos