sábado, diciembre 18, 2010

El Grupo Jacarandá.

Tiene ganas de fumar un cigarrillo pero se le acabaron, además siente que con toda esa gente alrededor suyo no se puede ni mover. La mesa que ocupa normalmente está llena de personas de alrededor de veintipico. No podía ver por todas las cabezas juntas que estaban alrededor. Había buscando cuando había entrado a alguno de sus amigos o, por lo menos, a alguno de sus conocidos. No había encontrado a nadie. Por eso estaba sentado en la barra mirando por el espejo que ocupaba casi toda una pared las caras de todas las personas que estaban alrededor de él.
Le gusta pensar que todas esas otras personas que están ahí en el espejo son otras personas y no solamente reflejos. Un universo totalmente al revés del nuestro. Por eso muchas veces que iba al baño algo dormido se asustaba al verse ahí. Pensaba que una mano iba a salir, lo iba a agarrar y meter al otro mundo. Mientras tanto, su versión totalmente opuesta se metía en nuestro universo y se acostaba con su esposa. Él tenía que andar por los mismos pasillos de su casa haciendo justo el mismo recorrido que su doble en el primer universo, sin fuerzas para intentar sublevarse, sólo viéndolo cuando en algún reflejo se veía, a su versión diametralmente opuesta pensando en cómo había hecho para agarrarlo y meterlo adentro del espejo. Caminando de la misma forma que el otro, viéndose las imperfecciones que el otro se veía. Por eso cuando iba al baño de noche, pasaba rápidamente por el gran espejo del ante baño y se cubría contra una pared. Para no verse, para no tener miedo. Luego corría a la cama y se abrazaba a Julia, su esposa pensando en que el otro se estaría abrazando con la otra, totalmente opuesta. Así se quedaba dormido, porque normalmente estaba bastante dormido, con la piel de gallina y los pelos de punta.
La cerveza se acaba y le pide otro balón al Gallego. Otra vez los poetas habían inmerso el bar de gente. Suaznabar mira por el espejo las caras de los chicos que charlan. De qué hablaran los poetas presuntos, piensa mientras el dueño del bar le pone la copa enfrente suyo. Su tuviera algo qué hacer o algún lugar dónde ir no estaría allí. Toma la copa y ve fumar a los poetas. Todos los presuntos poetas fuman muchísimo, todo el tiempo y en poce. A Suaznabar le desagradan más que los actores. Aunque los presuntos actores le desagradan aún más. Por el espejo ve la versión diametralmente opuesta de Ulises que anda por la marea de personas, un poco perdido. Se da cuenta que no está buscando a nadie sino que está inspeccionando todo.
Ulises mira por sobre los hombros de los hombres y las cabezas de las mujeres. Ve que las mesas están ocupadas, hay un equipo de sonido y un micrófono en una tarima en la parte del fondo del salón. La mesa que da a la sala del pool está cerrada, seguro que ahí están refugiados los habituales que no aguantan el amontonamiento de personas. Su mirada se posa en algunas de las personas que están cerca del improvisado escenario. Los mira, hay varios charlando, algunos sostienen papeles. Cree que en los papeles tendrán los poemas que van a recitar impresos, tal vez algunos lo llevan escritos en tinta. Encuentra uno que está sentado contra la pared, está escribiendo en una servilleta con una birome. Lo ve totalmente abstraído del resto de la gente, anotando casi en un impulso frenético. Ulises sonríe, piensa que lo que escribe debe ser una basura.
Siente un chistido que viene del costado, entre toda la multitud no lo pueden estar buscando a él, piensa. Pero ellos son habituales del lugar, entonces gira la cabeza para la barra y en el espejo ve la figura de Suaznabar. Ve el pelo y la parte de atrás de su camisa. Ulises posa al final la mirada y lo ve haciéndole gestos para que vaya a sentarse al lado suyo. Se abre camino entre la mar de gente y se encuentra en un taburete. Le pide algo de beber al Gallego, que está secando un vaso largo con su trapo.
Suaznabar lo saluda. Ulises se sienta mirando para atrás, dejando su figura y la se Suaznabar en el espejo. Este le habla, le comenta un par de cosas del trabajo pero su ente está puesta en el muchacho que escribe contra la pared. Ya se había detenido de escribir y estaba releyendo. Asume que lo estaba corrigiendo porque cada tanto su rostro se pone macilento.
Uno de los presuntos poetas, Ulises ya había tomado el mote que les había puesto S, se acerca al micrófono en el estrado. Dice unas cortas palabras, menciona que en pocos momentos más se iba a dar inicio a la noche de poesía del grupo. La gente aplaude cerradamente. Suaznabar piensa en que tal vez todos los editores están equivocados al no publicar tanta poesía, supone que todos los que están en el salón son ávidos lectores de poemas y que por lo tanto tal vez allí hay un cierto mercado que no está siendo bien provisto. Por un instante fantasea con renunciar a la editorial y fundar una nueva, una que publique a los poetas ya instalados, pero que también apoye a los presuntos poetas en poder publicar su amanerada poesía.
Otro muchacho se sube al estrado y Suaznabar le pregunta qué está haciendo allí a Ulises. Este se da vuelta sobre sí y lo mira por el espejo. Ambos se sostienen la mirada. Ulises mira la figura de Suaznabar en el espejo y Suaznabar lo hace con Ulises. Por un momento S tiene miedo, piensa que podría salir su otro del espejo y meterlo a Ulises en el otro plano y cada vez que se mire al espejo, en vez de ver su reflejo vea a su amigo.
Mientras toma un largo sorbo de su bebida y mira cómo su amigo da cuenta del balón, le empieza a contar una historia. Una historia que tiene que ver conmigo, en la Biblioteca, buscando una biografía de un afamado poeta local. Allí encontré el libro que necesitaba para llenar algunos huecos en mi saber, unos huecos que necesitaban ser rellenados para un artículo que tenía –y tengo– que hacer para el suplemento cultural. Me lo puse a leer por arriba, en una de esas lecturas veloces donde en vez de leer buscamos. Encontré todos los datos que necesitaba para terminar el artículo, los transcribí a mis notas y me estaba por ir, dejar el libro y volver a la oficina a terminar. Pero algo me hizo seguir mirando y pasando las hojas. Así pasaban las esclavas del día mientras yo estaba perdiendo el tiempo en la sala de lectura de la biblioteca. Una señora, de muy malos modos, se me acercó y me dijo que estaban por cerrar. No me prestó más atención y se acercó a otras personas que estaban dispersas por ahí declarándole lo mismo que a mí. Justo en ese momento en una página se me presentó algo que me llamó la atención, allí empezaba a hablar sobre las acusaciones de otros poetas contra mi sujeto de investigación que este era perteneciente al Grupo Jacarandá.
Suaznabar miraba como uno de los presuntos poetas ordenaba todo el escenario y varios se separaban de la multitud, subiendo. Lo escuchaba atentamente a su amigo y le dijo desconocer al Grupo Jacarandá, le dijo que no conocía a nadie que pertenezca a esa línea estética, si era que la tenían. Ulises se toma la pausa para tomar algo de su trago, mientras se da vuelta y mira el escenario. Le dice que él tampoco conocía a ese grupo. La verdad que nunca lo había escuchado nombrar. Por eso me puse a leer, con la mayor velocidad posible esa parte del capítulo. La mujer volvió a decir que tenían que cerrar. Viste cuando necesitas sacarte la duda en ese instante, cuando sentís que eso es de vida o muerte y que lo tenés que hacer ahora o no lo harás nunca. Bueno, eso me pasó a mí con esa parte. No había tiempo para leerlo, entonces me robé el libro. Al llegar a casa, puesto que ya no era tiempo para volver a la oficina, me puse a leer en detalle ese capítulo.
Un primer presunto poeta se sube al estrado, algunos lo aplauden de antemano pero la mayoría es bastante ajena a lo que pasa arriba. Muchísima gente está fumando por lo que hay un vaho ocre a nivel de los hombros de las personas. El chico, puesto que es un muchacho de menos de veinte años, tose un par de veces con la mano derecha contra la boca y lee el título del poema, de su autoría, que va a leer. Suaznabar le susurra que si el poema tiene una trama policial él se va a parar y le parte la cara al muchacho, ya que esa es su idea desde hace por lo menos tres años, aunque todavía no la haya podido llevar al papel (Puesto que a él siempre le cuesta ese paso) por esa idea él se tiene que hacer conocido. Ulises se ríe porque sabe que el otro está siendo totalmente sincero. El presunto poeta empieza a leer y Ulises se termina de aburrir al cuarto verso. Por lo que puede escuchar es un soneto con una forma típica (ABBA:ABBA:CDC:DCD). No es que le molesten los sonetos, los escribe habitualmente sino que todo lo que está adentro de la forma le molesta. Le molestan las palabras, la ética, detesta las rimas fáciles. Cuenta la métrica y es endecasílabo. Arte menor en su expresión de arte mayor. Soneto totalmente dentro de la estructura. Suaznabar a su lado se ríe de maldad por momentos, cada tanto le susurra algo –no demasiado fuerte, pero no demasiado bajo- para que Ulises se ría. Le pregunta por el Grupo Jacarandá. Este grupo era algo odiado entre los poetas argentinos. Según cuenta la leyenda, porque nadie ha nunca dicho explícitamente ser de este grupo, son poetas renegados que se mezclan en ciertos grupos. Por ejemplo se decía de un miembro del Futurismo argentino que era parte de los Jacarandá. Al parecer en la mayor parte del año estos poetas se mezclaban con su el grupo. Eran infiltrados según los otros. Seguían al pie de la letra los lineamientos de los manifiestos, escribiendo las poesías más ajustadas al rigor estético de cada grupo. Pero llegado una cierta época del año, con el final de la primavera ellos empezaban a tergiversar la estética. Por ejemplo si el grupo sólo usaba alejandrinos ellos añadían una sílaba (o restaban una), y así se empezaban a alejar del gusto del grupo. En ese corto plazo ellos deformaban los lineamientos hasta el extremo, pero siempre a pasos lentos, hasta llegar a brillar con luz propia. Algo así como el manto violeta de un Jacarandá a finales de la primavera en comparación de las hojas verdes de todos los demás árboles. Con el tiempo iban dejando de escribir, pero algunos poetas del grupo empezaba a tomar las actitudes del Jacarandá y así el grupo terminaba sin rigor “estético”. Nadie sabe quién los empezó a llamar así, pero se lo hace por el árbol, por ser típicamente nacionales, por camuflarse durante todo el año hasta en un periodo que muestran “las flores”.
El chico termina de recitar sus tres sonetos y baja aplaudido por los muchachos fumadores del público. Tiene ganas de acercarse a cualquiera para pedir un cigarrillo pero se abstiene de eso ya que escucha con muchas ganas lo que le está contando su amigo. Ulises había parado de contar un momento mientras ambos esperaban que el otro muchacho empiece a recitar. Este tenía unas hojas de papel en la mano y caminaba con aire engrupido. Suaznabar lo detesta desde que lo vio, sabe que sus sonetos van a ser malos. Y así le parecen cuando empieza a leerlos. Otra vez, siguen la misma formula y la misma rima. Ulises pierde esperanzas y vuelve a su relato, mientras Suaznabar pide otro balón y le pregunta sino tiene cigarrillos. Que no. No tengo. Varios poetas del grupo “Artificialista” –como se llamaban estos poetas- decían que mi sujeto de investigación era un Jacarandá. Esto hay que tomarlo con sorna y bronca. Al parecer, subterráneamente estos parias nunca son bien tomados en los grupos, y normalmente quedan en el olvido y desterrados de la historia oficial. El biógrafo analiza varias fuentes que dan por sentado que este era uno de los infiltrados. Hablan de cambios estéticos leves y el intento de la destrucción del manifiesto. En vez de mostrar el mundo cada vez más artificial y sin sentimiento, el poeta lentamente iba cambiando esto mostrando poco a poco el alma en las cosas mecánicas hasta llegar a algunos poemas donde el mundo era una conjunción de seres humanos y mecánicos trabajando juntos por el futuro. Totalmente contrario a la forma del grupo. Además sus versos fueron cambiando de la brusquedad de la estructura a una forma bella y esteticista. El biógrafo confirma los cambios en sus poemas hasta el momento de dejar de escribir (luego del cambio falleció en un accidente en la ruta 14 cuando iba a ver a unos familiares en Colón, Entre Ríos), pero adhiere a la idea que era más una búsqueda personal que la pertenencia a un grupo que tiene por fin destruir las demás estéticas, haciendo que un poeta del grupo se destaque por ser diferente. Esto es más o menos lo que dice el biógrafo. Pero la idea de los artificialistas todavía vivo es que el poeta de nuestros pagos era simplemente un jacarandá haciéndose pasar por artificialista. Me interesó más el grupo que la acusación, me interesó más estos poetas que se infiltran en un grupo para sobresalir que los grupos de poesía. Así fue como fui buscando información sobre ellos, pero no encontré demasiada. No hay mucha bibliografía sobre el tema, parece ser un tabú de las letras argentinas, algo de lo que no se habla. Ni acá ni en el ámbito académico, donde pocos estudiantes de Letras saben de esto, por ejemplo. Lo que sí encontré es que hay varias teorías sobre ellos. Se dice que un poeta del grupo Sur fue su fundador y que así se fueron juntando en varios mítines donde crearon un manifiesto Jacarandá. Allí estarían las reglas básicas, ser parte del grupo todo un tiempo, dejar de serlo lentamente, hacerse violeta y luego quedarse sin hojas. Volver al verde. Por esto nadie está totalmente seguro que nuestro poeta no fue Jacarandá, porque según el ciclo, tendría que haber vuelto a escribir como Artificialista, pero murió en una ruta luego de un largo silencio narrativo. Así que la duda persiste.
También hay otra teoría. La cual dice que estos se plantan sin ninguna forma de grupo. Son como anarquistas poéticos que aparecen por generación espontánea. De esta manera demostrarían que ellos son diferentes y así cambiarían. Pero esta forma de pensar no explica el porqué hay tantos ejemplos. Y sí, los hay. Los poetas de los grupos los detestan. Y los intentan llevar al silencio editorial. Es complicado llegar a publicar algo si alguien te acusa de Jacarandá. Así Ulises se terminó de hablar mientras Suaznabar lo miraba incrédulo. Había leído el muchacho que había visto escribir con tinta en un rincón contra la pared, sus poemas eran sonetos aburridos que presentaban el amor más ideal contra el amor más sexual. El cuarto era una muchacha de veinte años que subía al escenario, el poema no tenía título y Ulises se puso a contar. Tenían doce sílabas casi todos y algunos tenían diez, sutilmente escondidas entre palabras agudas que suman una y las esdrújulas que restan una. Y la métrica también era sutilmente diferente en los últimos tercetos. Suaznabar también había notado el cambio aunque quizá eran ellos dos los únicos que se habían dado cuenta. Ya que los demás aplaudían y chistaban. Se miraron pensando en que tal vez todo grupo de poetas tuviera un Jacarandá. De ser así esa chica en algún momento cambiaría de color y sus poemas dejarían de ser sonetos –eran los sonetistas, esos muchachos-, pasando por una larga inactividad sin flores u hojas, para luego volver a brotar en sonetos.
Ulises y Suaznabar la miraron mientras se perdía en la multitud que todavía la aplaudia y otro poeta tomaba el estrado/escenario. Se perdió entre la gente como los jacarandás se pierden entre los demás árboles cuando no tienen flores y nadie recuerda su belleza en primavera. Cuando la perdieron de vista Ulises le susurro a Suaznabar que debe ser la época.

1 comentario:

Luna dijo...

Me parece que el tema del espejo merece un relato aparte.