En la más negra oscuridad de la noche lejana sonará un disparo que
iluminará por un corto instante todas las imágenes. Luego, volverá el negro, la
oscuridad, por un par de segundos. El sonido penetra y retumba en todo el
follaje en que están metidos. Las sombras se cortarán de nuevo con los sucesivos
relámpagos de las luces de los fusiles que ahora son cientos que resuenan e
iluminan constantemente. El repiqueteo es atronador, entre sudores, órdenes y
gritos de dolor. En ese momento se despierta sobresaltado, incorporándose
rápidamente sobre sí mismo. Las imágenes anteriores tardan en irse un tiempo
que parece largo, el peso de la realidad la va ahuyentando de a poco. Con los
ojos abiertos mira el paisaje delante de sí. El lugar es onírico y de no ser
por las palabras que vienen de atrás suyo presumiría que todavía está entre
sueños. Habla usted como indio en sus sueños, dice la voz rasposa y gangosa. De
no ser porque esa voz lo reconforta con la inminencia de lo reconocido lo
asustaría. Le tomó cientos de leguas entender la forma de hablar de su
compañero. Ah, sí, le dice, qué decía. Escucha que el otro escupe y da unos
pasos, huele el polvo de sus pisadas, se vuelve a tirar, lo siente. No lo sé.
Hablaba, gritaba, se movía, parecía estar endemoniado. Se calla. Otra vez,
todas las noches. Las palabras quedan retumbando en la nada, en donde están. No
sabe qué decir. No tiene nada para decir. Pero sabe que habla bajo prusiano
entre sueños.
Amanecía entre ellos. Lejos la niebla los rodea y los abraza. Se queda sentado
viendo cómo las luces mutan y se mueven entre las nubes bajas. Los caballos y
la manada están a unos pasos, tomando agua del estanque, invisibles a la vista,
pero sensibles al olfato. Lo que está alrededor de ellos, que es el paisaje en
que están andando en todos estos últimos días, no lo ayuda al momento de
despertarse. Siente que no se despierta, parece que sigue en el mundo de los
sueños. Asume que es por la niebla y porque el paisaje no ha cambiado en las
últimas tres jornadas. La chatura del campo lo vuelve loco, la niebla a la
mañana lo desespera, le molestan los moretones en el cuerpo del andar a caballo
y las constantes huidas del ejército británico por las noches. Se para
lentamente con todos los dolores de la noche, de las corridas y los disparos.
Las imágenes quedan en su retina un largo tiempo, con la monotonía las logra
dejar en un recodo de su mente, pero nunca se van. Como nunca se van cuando
camina entre medio de la selva africana las imágenes de la inmensidad de la
pampa.
No hay visibilidad más allá de una decena de metros. Estaba seguro que
salir y hacer ese viaje iba a ayudarlo a enterrar la otra vida que emerge de
entre sueños, pero no hizo más que agudizarlo. Por las noche marcha entre
árboles, machete en mano, oficial entre un ejército de nativos enlistados por
el general. Escapan y plantean guerra de guerrillas, las provisiones son
escasas y se mantienen por ingenio de su superior. Siempre evitan las aldeas,
fue una orden expresa, evitar las aldeas. Eso pasó hace dos o tres noches atrás,
así no se evaden. Los alemanes asintieron entre medio del calor y el cansancio.
Nadie se queja. La luz hace juegos raros entre la niebla. Da unos cuantos
pasos. No hay sonidos, pero en sus oídos siguen los disparos. Tal vez lo
hirieron. Le duele el hombro derecho, se lo toma con mano izquierda dentro de
su poncho negro y blanco. El viento le corta los labios y levanta el polvo de
la seca que emergen con sus pasos. La luz es hermosa entre todos los efectos lumínicos.
Amanece lentamente, es igual todas las mañanas, la luz es más clara de este
lado. A veces de entre la niebla aparece el ganado. Primero se sienten los
sonidos de los cascos, los contornos se van formando entre sombras negras.
Luego vienen los colores y por último los detalles, pero el fondo es siempre
blanco. Y luego desparecen en sentido inverso. El piso está todo húmedo, entre
el rocío de la noche y la escarcha de la mañana. Su cara debe estar blanca de
frío y negra de tierra. Por lo menos está así la de su compañero que está
tirado, al ras del piso, entre su caballo y sus pertrechos. Extraña en la mano
la rugosa madera del mango del machete, siente en su hombro el peso del fusil
inglés que tomó de un enemigo caído. Toma un trago de agua del estanque. Y mira
delante suyo. Sabe que allí está el horizonte, de ese lado es de donde venían.
No sabe para qué lado estará el futuro, no tiene idea de dónde está el sueño.
Vuelve lentamente al lugar donde su compañero esta tirado. Duerme
profundamente, se pudo dar cuenta por sus ronquidos. Lo patea suavemente en el
costado del pecho, luego lo hace más fuerte cuando no se despierta. Abre los
ojos y lo mira con odio. No se puede dormir con usted, primero habla toda la
noche, con esos sonidos guturales, sólo puedo dormir cuando está despierto. Se
incorpora rápidamente, se para. Lo mira. Recuerda que le dijeron algo parecido
en sueños. Un suboficial alemán, de Wuppertal, de su regimiento, una noche,
bien oscura, le dijo que era mejor que no duerma, ya que cuando lo hacía
hablaba en español, gritaba locuras y gesticulaba, y que si lo hacía de noche
los delataba. El suboficial murió una madrugada, un accidente en un río, a
veces los soldados mueren de la forma más tonta, no por balas enemigas sino por
tonterías. Su compañero se apea en su poncho y lo mira. Le pregunta qué le
pasa. Él le dice que no sabe. El otro no le cree. En esa niebla no pueden
empezar el día. Por eso su compañero lo mira. Le dice que probablemente este
endemoniado, que quizás en las noches mandinga toma su cuerpo y habla, que
tendría que ir a ver a un párroco. Se ríe. Su compañero lo mira, largamente.
Toma mate. No le ofrece. Salvo el primer día, antes de dormir, nunca le
ofreció. El le dice que no cree en el diablo. Su compañero dice que no es
cuestión de creer o no, sino que está ahí, en el aire, que una vez, en la
pulpería vio como un viejo de casi cien años, que no se podía mover, lo tomó
mandinga una tarde y se llevó a tres tipos en una partida de truco. No es
cuestión de creer o no, sino que existe, está dentro de todos. Y se toca el corazón.
No se ve el sol. Lo presiente. Tiene frío. Está la inmensidad de la pampa.
Le molesta el vacío, no sabe si prefiere eso o lo lleno que está la jungla. En
esta vida no le pasa nada. Va de acá para allá llevando ganado ajeno,
esquivando a los indios y a los milicos. En la otra vida, la vida nocturna,
cree que tampoco pasa nada, va de acá para allá, evitando a los soldados ajenos
y a las aldeas de sus soldados. De este lado anda todo el tiempo con su
compañero, sólo él, del otro lado van muchos, pero cada vez son menos. Las
noches están repletas de ráfagas de metal. Hace calor y hay mosquitos. El frío
le parte los labios de este lado. Odia el vacío y se llena con vegetación y
árboles y muertes. Una vez un soldado negro le dijo que estaba endemoniado también.
Se lo dijo con pocas palabras, temblando en alemán, con gestos, con un cuchillo
en la mano. Le dijo que se lo podía sacar, si iban a su aldea, que allí el
brujo podría sacar los fantasmas de dentro de su alma, y que podría dormir
tranquilo. Todo eso quedó en la nada cuando el general Paul von Lettow-Vorteck
se acercó a ellos, por supuesto cuadraron y saludaron. El general se llevó a
los oficiales a un rincón y les propuso la táctica para los siguientes días.
África del Este está perdida desde el comienzo, dijo, pero debemos hacer que
los ingleses sangren esta victoria. Esa mañana se despertó en un campo, bajo un
ombú, solitario. Su compañero lo miraba.
Da unos pasos pateando el piso. Levanta polvo. La seca tiene a todos a
maltraer. Allá no para de llover. Es la temporada. Su compañero lo mira. Juega
con el cuchillo. En la mirada tiene algo raro. Sopesa si tiene ganas de
matarlo. Se dice que si intenta algo él es más rápido con el facón. No hay nada
reseñable en los días, está el vacío, el tedio y los movimientos. Recuerda los
sucesos de la noche como algún tipo de cuento que se cuenta para matar el tedio
que le provoca el paisaje conocido y los trabajos habituales. Se pregunta cómo
sería la pampa llena de algo. Pero la niebla se abre lentamente y se ponen a
trabajar rápidamente, en sus caballos juntan el ganado y emprenden el camino.
Durante el recorrido no pasa nada. Trabajan, no hablan, sólo por gestos y
sobreentendidos, saben que hacer, hace tiempo que lo vienen haciendo. Hacen
unas cuantas leguas y hacen rancho cerca de unos sauces y un estanque. El agua
está turbia, pero es agua. Hacen un fuego y cae la noche, se queda dormido, con
los brazos sobre el pecho. Lo golpearán en la cabeza y abrirá los ojos entre
ramas, instintivamente hará que sus soldados paren la marcha y le hacen caso
rápidamente. Cerca de un río verá a un soldado inglés solitario, andará con una
escopeta y tendrá barba blanca. Empezará la cacería. Intentarán cortarle el
paso, quizás sea un explorador intentando marcar el lugar donde estarán ellos.
Mandará a sus soldados a que lo acollaren. Él tomará su fúsil y esperara. Sus
soldados se acercarán lentamente conociendo el terreno. Los cubrirá desde una
posición retrasada, notará que el inglés levantará y disparará. En el blanco.
El sonido quedará retumbando en el aire. Se parará y recorrerá el camino hasta
el cadáver. Sus soldados y él verán al muerto. Luego beberán agua. La noche es
tensa y llueve. Las imágenes de un día común andando a caballo llevando ganado
de un lado al otro tardarán en irse de su cabeza, pensará que es una forma de
intentar manejar el estrés que le provoca toda la situación, estar lejos de su
casa en Danzig, de sus hijos. Por eso creerá que se imagina en la pampa cuando
puede dormir un rato. Un suboficial se le acercará y le dirá que fue un buen
tiro. Volverán con la fuerza principal lentamente y reconociendo el camino. No
se encontrarán con nadie en mucho tiempo. El suboficial le dirá que habla en
español por las noches, que reconoció el idioma, le preguntará si alguna vez ha
ido a España. Él le dirá que no, que nunca ha ido. Y que no cree que el idioma
se exactamente español. Caminarán esquivando el amontonamiento de vegetación y
no le contará a nadie de sus sueños. Hasta que se despierta entre la niebla, en
el vacío y se sube a su caballo.
1 comentario:
Hermosa descripción la del comienzo. Muy al estilo de Saer.
Saludos!
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